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La Urbanización Prehispánica en Tzintzuntzan
Pocos estudios se han llevado a cabo para explorar el carácter y la naturaleza de la vida urbana prehispánica en la capital de los tarascos, lo cual contrasta marcadamente con otros centros urbanos de Mesoamérica, que han recibido mucha más atención de los investigadores, principalmente sitios del centro de México como Teotihuacán (Millon 1981) y Tula (Mastache et al. 2002). El hecho de que las ciudades prehispánicas del centro de México sean mejor conocidas que sus contrapartes en otras áreas de Mesoamérica ha contribuido a la creación de un prejuicio en la mente de algunas personas, que ven a centros urbanos como Teotihuacán, Tula o Tenochtitlan con sus peculiares tradiciones regionales y su naturaleza fundamentalmente comercial como el modelo de lo que debe ser una ciudad mesoamericana. Esto es desafortunado, ya que estos sitios no son en realidad representativos de otras ciudades prehispánicas mesoamericanas (Marcus 1983: 196).
Sanders y Webster (1988) han definido a las ciudades como asentamientos que tienen tres características principales: (1) una gran población; (2) población densa y nucleada; (3) marcada heterogeneidad interna. Aparte hay atributos secundarios que incluyen secularismo, anonimato y movilidad, tanto vertical como espacial. La heterogeneidad se refiere a una gran variedad de formas de vida producida por acceso diferencial al poder y a la riqueza, así como a la afiliación grupal y a los distintos estatus y papeles económicos encontrados entre la población (Sanders y Webster 1988: 521). La información obtenida por investigaciones arqueológicas y etnohistóricas recientes parece indicar que Tzintzuntzan reúne ampliamente los requisitos para ser considerada como centro urbano de gran magnitud y complejidad (Gorenstein y Pollard 1983; Pollard 1993, 2003; Castro Leal 1986).
Las ciudades preindustriales como Tzintzuntzan han sido definidas como "lugares centrales" donde se concentraban varias actividades, que podían ser de naturaleza política, administrativa, económica, o meramente ceremonial o ritual. Tres tipos funcionales de centros urbanos se encuentran en las sociedades preindustriales: ciudad real-ritual, ciudad administrativa y ciudad mercantil (Sanders y Webster 1988: 523). En términos generales, Tzintzuntzan funcionaba como ciudad administrativa y probablemente también como ciudad real-ritual, como se discute posteriormente. Sanders y Webster (1988) definen a la ciudad administrativa como una ciudad cuya principal función es de naturaleza política. Las ciudades administrativas son capitales de Estados, o bien centros administrativos dentro de sistemas políticos que constan de varios centros urbanos. Estas ciudades son extensas y complejas, y los sistemas políticos a los que sirven son grandes, estructurados de forma burocrática, y altamente centralizados. Las ciudades administrativas sirven como lugar de residencia no sólo para la dinastía gobernante y la aristocracia, sino también para una multitud de funcionarios y sus familias, junto con una clase militar profesional. Todos ellos son financiados a partir de los impuestos que se extraen de las comunidades rurales en el territorio bajo el control político de la ciudad. La organización interna de la ciudad está altamente estratificada.
La ciudad prehispánica de Tzintzuntzan floreció en el margen sur del brazo norte del lago de Pátzcuaro. Las tierras ocupadas por este asentamiento en el periodo Protohistórico se localizan en dos zonas ambientales: el margen lacustre y las laderas bajas. Según Pollard (1993), el área cubierta por la ciudad prehispánica fue de por lo menos 6.74 Km2, y su población pudo haber sido entre 25,000 y 35,000 habitantes, con una densidad de 4,452 personas por kilómetro cuadrado en las áreas residenciales (Pollard 1993: 31-33). Pollard (1993) ha identificado tres categorías urbanas distintas dentro de Tzintzuntzan: (1) áreas residenciales; (2) áreas de manufactura; y (3) áreas públicas. A continuación se dicute brevemente cada una de estas zonas.
1. Áreas residenciales. Éstas se identificaron arqueológicamente por la presencia de materiales líticos y cerámicos, que sugieren actividades ligadas a la preparación, servir o almacenamiento de alimentos. Las áreas residenciales del tipo I se interpretaron como barrios de la clase plebeya, habitados por la gente de más bajo estatus de la ciudad.
Investigaciones en otras áreas de Mesoamérica ha producido datos comparativos que ayudan a comprender el urbanismo de los tarascos. Ejemplo de ello son los sitios de Copilco y Cuexcomate, dos asentamientos aztecas provincianos en el actual estado de Morelos. En estos sitios las casas eran relativamente pequeñas (con un área promedio de 15 m2), y estaban construidas con muros de adobe apoyados sobre cimientos de piedra. Cada casa tenía una variedad de incensarios y de pequeñas figurillas de cerámica relacionadas con rituales domésticos (Smith 1997: 60-61). Estas casas aztecas pudieron haber sido similares a las de sus contrapartes tarascos.
En Tzintzuntzan las áreas del tipo II parecen haberse relacionado con el grupo social de más alto nivel, incluyendo al rey o cazonci y a su familia. Los palacios reales de los tarascos seguramente se parecían a los palacios de los aztecas. En las cortes reales aztecas diariamente convergían cientos de personas, incluyendo visitantes y residentes, miembros de la familia real, cortesanos y sirvientes. El palacio azteca, llamado tecpan, combinaba funciones administrativas, residenciales y de corte, así como actividades relacionadas con el gobierno, la hospitalidad, el ritual y el trabajo cotidiano (Evans 2001).
Las áreas de tipo III en Tzintzuntzan se interpretaron como espacios de estatus intermedio, aunque esto no significa que existía una "clase media" en el sentido moderno. Estas áreas representan el nivel inferior del grupo de mayor estatus dentro de la estructura social de la ciudad.
Los estudios realizados en la ciudad de Tula nos presentan datos que son muy útiles para complementar la escasa información existente sobre el urbanismo tarasco prehispánico. Todas las casas excavadas hasta ahora en Tula son de forma rectangular, tienen una sola planta y varias habitaciones hechas de piedra y adobe, con piso de tierra o de aplanado. Las áreas de actividad identificadas dentro de las casas incluyen cocinas, áreas de preparación de alimentos, áreas para actividades rituales y cuartos subterráneos para el almacenamiento (Healan 1993).
Finalmente, otra área urbana de Tzintzuntzan, la tipo IV, pudo haber estado habitada por un grupo étnico extranjero (probablemente otomí o matlatzinca) (Pollard 1993: 34-42). De hecho, no debe sorprendernos que Tzintzuntzan haya tenido una gran cantidad de residentes permanentes que procedían de otras partes de Mesoamérica, ya que esto era lo acostumbrado en muchas ciudades durante el Postclásico y periodos anteriores. En Tenochtitlan, por ejemplo, había un gran número de residentes de otras partes de la cuenca de México y de otras regiones de Mesoamérica. Entre ellos se encontraban grupos organizados de artesanos, como los lapidarios de Xochimilco, y los pochteca (comerciantes a larga distancia) que estaban ligados étnicamente con poblaciones de la costa del Golfo (Calnek 1976: 288-289). Durante el periodo Clásico, Teotihuacán también tuvo grandes comunidades de "extranjeros" que procedían de Oaxaca (y vivían en el "barrio oaxaqueño" de la ciudad), de la Costa del Golfo y del área maya (Millon 1981: 210; Rattray 1979: 62-66).
Los restos arqueológicos de áreas habitacionales hasta ahora encontrados en Tzintzuntzan han sido bastante pobres, exceptuando las construcciones conocidas como "palacios", que corresponden a las casas de la elite gobernante (Acosta 1939). Dada la escasez de restos arqueológicos, debemos basarnos en las fuentes documentales como la Relación de Michoacán de mediados del siglo XVI (Alcalá 1988) para conocer los distintos tipos de viviendas que usaban los tarascos. Entre estas podemos mencionar las siguientes: (a) palacios: casas relativamente grandes, con varios cuartos y un pórtico; (b) casas de un solo cuarto, agrupadas en varios subtipos según el material de construcción; (c) ranchos, o sea pequeñas chozas circulares construidas a de tules o de otras plantas, donde se pasaba la noche durante las expediciones de cacería en el monte; (d) trojes, construcciones circulares de un solo cuarto usadas para almacenamiento; y finalmente (e) las casas de los sacerdotes, que tenían solamente un gran cuarto y una puerta dividida por postes de madera pintados y esculpidos (Castro Leal 1986: 64-66).
2. Áreas de manufactura. En Tzintzuntzan se han descrito tres tipos de áreas de trabajo de lítica (Pollard 1993). El tipo 1 estaba dedicado a la producción de herramientas, principalmente navajas. En estos lugares los artesanos hacían artefactos básicos, de uso generalizado, que se producían y se utilizaban dentro de las áreas residenciales. En los talleres líticos del tipo 2 se elaboraban navajas burdas de obsidiana, así como lascas y artefactos de uso desconocido que tenían muescas y puntas. También se hacían aquí orejeras, "bezotes", cilindros y discos (Figuras 47 y 48). Finalmente, en los talleres de tipo 3 se encontraron grandes raspadores de obsidiana, aunque la falta de evidencia del procesamiento de este material sugiere que estas herramientas se hicieron en algún otro lugar. Entre las tareas que probablemente se llevaban a cabo en estos lugares podemos señalar la preparación de pieles, el trabajo de la madera y el raspado del maguey para hacer pulque (una bebida alcohólica hecha por los indígenas mesoamericanos), entre otras (Pollard y Vogel 1994). Aparte de las zonas de manufactura mencionadas aquí, debieron haber existido muchas áreas asociadas con artesanías como la cestería, la carpintería, el procesamiento de pieles, la elaboración de textiles y muchas otras, cuyos restos arqueológicos hasta el momento no se han identificado.
3. Zonas públicas. La principal zona pública de Tzintzuntzan era la plataforma principal o plaza mayor. En el centro de esta gran plataforma se encuentran seis construcciones de piedra, conocidas como yácatas, que estaban dedicadas al culto religioso. Aparte de esta enorme plaza, hay cuatro sitios identificados como áreas públicas secundarias, que funcionaban como centros religiosos a nivel local (Pollard 1993) (Figuras 49 y 50).
Ningún área de la antigua ciudad parece haber funcionado exclusivamente en un contexto político o administrativo. Por ejemplo, los edificios conocidos como las "casas del rey" tenían una función política, pero también sirvieron como residencia del rey y de su corte, aparte de incorporar funciones políticas y religiosas y otras actividades. Otras áreas públicas mencionadas en la Relación de Michoacán (Alcalá 1988) incluyen las siguientes: la casa de águilas (probablemente reservada para los guerreros); la cárcel, el zoológico, construcciones para almacenar granos, mantas de algodón (usadas como unidad de intercambio en Mesoamérica) y otros bienes de tributo; el juego de pelota, los baños, el mercado y el cementerio (Figuras 51 y 52).
Entre los aztecas había "parques reales" que se reservaban para el uso de la elite. Incluían jardines y zoológicos con todos tipos de plantas y animales, así como construcciones especiales para el juego de pelota y juegos de azar. Otros lugares especiales incluían construcciones para la observación de eclipses y otros fenómenos astronómicos, para disfrutar de la poesía, la música y la danza (Evans 2000). En este sentido, tanto los aztecas como los tarascos estaban compartiendo una tradición urbana mesoamericana.
Los únicos sectores de Tzintzuntzan que parecen haber sido planificados deliberadamente son las áreas de función política y religiosa. Con base en la información arqueológica y etnohistórica (la Relación de Michoacán y los mapas del período colonial), Tzintzuntzan muestra planificación para estructuras individuales y para algunas áreas de actividad, pero no para la ciudad en su conjunto (Pollard 1993: 45-54). Según Marcus (1983), la más simple forma de dicotomía en el estudio de las ciudades preindustriales es entre las planificadas y las no planificadas. Las primeras usualmente tienen componentes rectangulares, calles rectas que forman patrones reticulares y unidades que se repiten siguiendo dimensiones estandarizadas. El mejor ejemplo de una urbe planificada en Mesoamérica es el de Teotihuacán, con sus rectas avenidas, proporciones geométricas y bien organizados conjuntos habitacionales (Millon 1981).
Las ciudades como Tzintzuntzan, que no fueron planificadas, usualmente se caracterizan por un patrón de crecimiento de tipo radial, a diferencia del patrón axial de los centros urbanos planificados. Muchas ciudades mesoamericanas combinaron ambos rasgos, al tener una "ciudad interior" o centro planificado donde se encuentran las estructuras públicas religiosas o seculares, y una periferia o "ciudad exterior" que refleja crecimiento al azar en las zonas residenciales (Marcus 1983: 196). Ejemplos de este tipo de ciudad abundan en el área maya, donde sitios como Copán se dividen en dos componentes básicos: un núcleo urbano densamente habitado (dentro de un radio aproximado de 1 Km. a partir del centro del principal grupo de edificios) que tiene la mayor parte de los conjuntos residenciales de elite, y un sector rural o no-urbano, en el que la densidad poblacional disminuye de manera progresiva conforme uno se aleja del centro. Definitivamente no hay nada que sugiera un patrón reticular para la ciudad de Copán, donde todos los sitios y barrios muestran distribución al azar (Fash 1991: 155-156).
Hay abundante evidencia para la existencia de barrios en Tzintzuntzan durante el periodo Protohistórico. Estas unidades probablemente jugaron un papel para la regulación del matrimonio, a la vez que funcionaron como localidades para realizar actividades religiosas y ceremoniales. Tzintzuntzan tenía 15 barrios en 1593, cada uno con su propia capilla. En 1945 los informantes locales podían recordar 13 y señalar la ubicación de 11 de ellos. Sin embargo, no ha sido posible localizar los barrios del asentamiento prehispánico porque ha existido algo de confusión durante los últimos siglos sobre los nombres originales y su localización (Pollard 1993: 59) (Figura 53).
Tzintzuntzan tenía por lo menos 15 unidades endogámicas con funciones ceremoniales, donde los artesanos y otros especialistas se localizaban en sus barrios independientes. De acuerdo con la Relación de Michoacán, había un nivel secundario de división territorial dentro de la ciudad prehispánica, una subdivisión del barrio que constaba de 25 casas y que se usaba para la recolección de impuestos, para la participación colectiva en obras públicas y para la realización de censos (Pollard 1993: 59-60).
Muchas ciudades mesoamericanas estuvieron divididas en sectores o barrios. Tenochtitlan, por ejemplo, estaba dividida en cuatro sectores, que a la vez se subdividían en tlaxillacallis, o barrios, que tenían los mismos nombres que las unidades conocidas como calpullis. Este último término se refiere a grupos sociales corporativos, cuyos miembros compartían la misma ocupación y observaban un ciclo ritual común. En la capital azteca cada barrio estaba subdividido para fines administrativos en grupos de casas (Calnek 1976: 296-297). No hay evidencias de calpullis o de grupos similares en Tzintzuntzan.
Varios siglos antes del periodo que nos ocupa, la ciudad de Teotihuacán aparentemente tuvo barrios similares a los aztecas, y también pudieron haber constituido entidades corporativas que funcionaban como una importante unidad del control estatal y para la organización de actividades locales (Millon 1981: 210). Alrededor de la misma época que Teotihuacán (periodo Clásico temprano, antes de ca. 750 d.C.), la ciudad de Monte Albán, Oaxaca, tenía 15 subdivisiones territoriales, incluyendo la plaza central y sus áreas vecinas. En la mayoría de estas áreas existe evidencia de producción artesanal, como sitios de manufactura donde se producían los siguientes bienes: piedras de molienda (manos y metates), objetos de barro y hachas de piedra, así como artefactos de concha, obsidiana, cuarzo y pedernal. También se han identificado áreas de mercado en Monte Albán, así como espacios rituales y otras áreas donde grandes grupos de gente pudieron haberse congregado (Blanton et al. 1981: 95).
Las funciones políticas y religiosas fueron importantes para el crecimiento de Tzintzuntzan, pero las actividades económicas estuvieron insertadas en otros sistemas o fueron periféricas para la estructura básica del poder. Los centros religiosos y políticos estaban localizados centralmente dentro de la ciudad, además estaban bien demarcados y eran de tamaño relativamente grande en sus estructuras, elementos y áreas. Las áreas comerciales y de manufactura, por otra parte, eran periféricas y espacialmente dispersas, sin planificación aparente. En resumen, el crecimiento inicial de Tzintzuntzan parece haberse generado por factores políticos más que económicos, lo que contrasta marcadamente con otros centros urbanos mesoamericanos como Tenochtitlan o Teotihuacán (Pollard 1993: 62).
Se ha dicho que el Estado tarasco no formó parte integral de la tradición urbana mesoamericana (Pollard 1980: 677), ya que Tzintzuntzan fue su único centro realmente urbano. Este Estado se caracterizó por una red compleja de "lugares centrales" especializados, una situación que deberá tomarse en cuenta cuando se trate de comparar a los sitios tarascos con otras expresiones de la tradición urbana mesoamericana (Figuras 54, 55, y 56).
En un nivel, cada ciudad es única y muestra características que deben explicarse según variables particulares, de acuerdo con sus propios contextos culturales y ambientales. En otro nivel, sin embargo, debemos comparar y generalizar, y esto lo podemos hacer de manera productiva siempre y cuando tomemos en cuenta los procesos fundamentales que afectan el desarrollo urbano en distintos contextos socioculturales (Sanders y Webster 1988: 544-545). Finalmente, las palabras del sociólogo Louis Wright deberán ayudarnos a entender el enorme grado de variabilidad dentro de la tradición urbana presente en las distintas regiones de Mesoamérica, incluyendo al antiguo Michoacán: "... cada ciudad, como cualquier otro objeto de la Naturaleza, es, en un sentido, única..." (Wright 1983: 195, citado por sanders y Webster 1988).
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