|
Periodo Epiclásico (ca. 700-900) y Postclásico (ca. 900-1521 d.C.)
Según Diehl y Berlo (1989), cambios importantes ocurrieron en Mesoamérica durante los mil años anteriores a la conquista española, y muchos de éstos se originaron durante el periodo Epiclásico (ca. 700-900 d.C.). Algunos de ellos simplemente fueron elaboraciones menores de formas ya existentes, mientras que otros tuvieron consecuencias profundas. Algunas de las transformaciones más importantes incluyen: (1) el surgimiento de nuevos centros políticos; (2) movimientos de población; (3) nuevas relaciones comerciales; (4) innovaciones en religión y arquitectura. En Mesoamérica virtualmente todos los centros de poder del Clásico temprano fueron abandonados para fines del siglo VIII de nuestra era. Nuevas comunidades los reemplazaron prontamente, pero los procesos que generaron estos cambios todavía no son bien comprendidos. Lo que sí es claro es que el colapso de Teotihuacán no fue un evento único; ninguno de los centros regionales como Monte Albán, Matacapan, Kaminaljuyú, Cobá, Tikal y otros, sobrevivió la caída de Teotihuacán (Diehl y Berlo 1989: 3).
Una característica de este periodo es la inestabilidad. Los relatos históricos fragmentarios que algunos investigadores piensan se originaron en estos tiempos confirman la evidencia arqueológica de frecuentes migraciones de un tipo u otro. Los movimientos poblacionales a pequeña escala debieron de haber sido frecuentes en todos los tiempos en Mesoamérica, pero en estos dos siglos hubo cambios dramáticos del tamaño de la población, localización de las comunidades y distribución de asentamientos. El comercio a larga distancia en Mesoamérica sufrió importantes modificaciones después de 700 d.C. Ciertas rutas de comercio aumentaron su popularidad a expensas de otras; las redes de Teotihuacán hacia Occidente y Norte de México sufrieron un eclipse, y la restauración del comercio con estas tierras bajo los toltecas en los siglos X y XI aparentemente siguió rutas y direcciones diferentes (Diehl y Berlo 1989: 3-4).
Durante el siglo X de nuestra era la tradición Teuchitlán tuvo un colapso total y definitivo. Este colapso fue precedido por varios siglos de declive aparente (fase Teuchitlán II; ca. 700/900-1000 d.C.). La caída de la tradición Teuchitlán se refleja en la totalidad del inventario cultural; lo más importante es que la configuración arquitectónica de cinco elementos circulares, que sirvió como rasgo distintivo de la tradición, fue abandonada por completo. En vista de que los cambios evidentes en el sistema cultural son tan dramáticos y absolutos, y aparentemente se suscitaron de manera tan rápida, parece razonable suponer que estuvieron en parte auspiciados desde fuera de la región, tal vez relacionados con el surgimiento del imperio tarasco. Ya fuera directa o indirectamente, la presencia de un nuevo actor tan poderoso en el ámbito político del Occidente debió de haber alterado por completo las estructuras socioeconómicas y políticas del área (Weigand 1990b: 215, 220). El colapso de la tradición Teuchitlán ha sido caracterizado por Phil Weigand en los siguientes términos:
[...] el núcleo de la civilización mesoamericana en el Occidente se mudó definitivamente fuera de los distritos lacustres, para no regresar hasta el florecimiento de la ciudad de Guadalajara en los periodos colonial y moderno. Las actividades que caracterizaron a un área nuclear (como la construcción de un área económica clave, implosión demográfica, "monopolios" de recursos escasos, etc.) se colapsaron de manera conclusiva en la región de Ahualulco-Teuchitlán-Tala, para eventualmente resurgir en los distritos lacustres orientales del Occidente de México durante el Postclásico tardío. El surgimiento del imperio tarasco[...] ofrece una crónica de esta transformación (Weigand 1996: 210).
Durante el Postclásico temprano (ca. 900-1200 d.C.) el Occidente experimentó un considerable aumento en la influencia cultural del centro de México. Las tumbas de tiro ya habían dejado de utilizarse desde varios siglos atrás y una nueva tradición puede observarse en el área de Jalisco-Colima-Nayarit. De hecho, estas fuertes influencias del centro de México aparecen en Occidente durante el siglo VII, si no es que antes (Meighan 1976: 161), y se caracterizan principalmente por la introducción de conjuntos de montículos y plazas planificados y orientados hacia las direcciones cardinales (Figuras 41, 42, 43, 44, y 45).
Durante el periodo Postclásico en el Occidente es común, en muchas zonas, la cerámica con los elementos estilísticos de la tradición Mixteca-Puebla. Este hecho es señal de una influencia (a partir del 900 d.C.) que pudo haber sido en parte religiosa, en parte militar y en parte mercantil, emanando desde el centro de México. Aunque no se puede hablar de un "imperio", la cerámica, la iconografía, los patrones comunitarios y la mayoría de los objetos manufacturados revelan la influencia del Altiplano central (Meighan 1974: 1259). Para Nicholson (1982: 229) la tradición Mixteca-Puebla es un "horizonte-estilo", pues tiene una distribución temporal limitada, una distribución espacial amplia así como una complejidad estilística y atributos generales únicos. La tradición Mixteca-Puebla es un fenómeno panmesoamericano, apareciendo desde el norte de México hasta Nicaragua (Nicholson 1981: 253; cf. Nicholson y Quiñones Keber 1994).
Uno de los ejemplos mejor conocidos de presencia Mixteca-Puebla en el Occidente es el complejo Aztatlán de Guasave, Sinaloa. De acuerdo con Gordon Ekholm, "considerando simplemente el número de rasgos compartidos entre la cultura del complejo Aztatlán de Guasave y las varias culturas del centro de México, no puede haber duda de la filiación cultural entre ambas áreas" (Ekholm 1942: 126). Otros ejemplos de estilos cerámicos con parecidos al Mixteca-Puebla fueron encontrados en Chametla (Kelly 1938: Figs. 1 y 8) y Culiacán (Kelly 1945: Figs. 19-37 y Lams. 1, 2, 4), ambos en el estado de Sinaloa. Durante el Postclásico temprano, los rasgos Mixteca-Puebla "estaban siendo transmitidos hacia el Occidente de México a lo largo de una ruta bien organizada, vía las cuencas de los ríos Lerma y Santiago. La antigüedad de esta ruta se pudo haber remontado hacia 600 d.C., y su inicio pudo haber estado relacionado con la aparición de la metalurgia en la costa occidental" (Publ 1986: 26).
Según Joseph Mountjoy, Aztatlán fue la cultura arqueológica más difundida en el Occidente, y estuvo asociada con el desarrollo y distribución de tecnologías avanzadas, como la metalurgia y la fabricación de navajas prismáticas de obsidiana, así como en algunos sitios pipas y malacates, tal vez relacionados con el cultivo de tabaco y la industria textil, respectivamente. La decoración de vasijas con diseños "estilo códice", la presencia de cerámica plumbate y el uso de figurillas estilo Mazapa, indican eslabones con las culturas postclásicas del Altiplano central (Mountjoy 1990: 543). La cultura Aztatlán ha sido fechada hacia 800-1400 d.C., y se han encontrado materiales diagnósticos de ella en Sinaloa, Nayarit, Jalisco, Michoacán y aún en regiones tan lejanas como Durango, Chihuahua y Nuevo México (Mountjoy 1990: 542; cf. Mountjoy 1994b).
Para J. Charles Kelley (2000) los distintos segmentos de la ruta mercantil de Aztatlán participaron en sistemas de comercio regionales desde el Clásico, y en algunos casos desde el Formativo. Durante el Epiclásico y Postclásico temprano hay evidencias de una ruta de comercio que se extendía desde el Valle de México siguiendo el Río Lerma, atravesando el Bajío hasta llegar a Nayarit, con una rama que se extendía hacia el valle de Tomatlán (Jalisco) y seguía por la costa de Jalisco hasta Nayarit. Esta rama se incorporó desde muy temprano en el sistema comercial de Aztatlán (Kelley 2000: 142). Finalmente, el sistema mercantil Aztatlán se vio interrumpido alrededor de 1450-1500 en el área del lago de Chapala, a causa del expansionismo tarasco que cortó sus rutas de comercio (Kelley 2000: 153; ver también Foster 1999).
A partir de esta misma época se desarrolló el periodo II de la metalurgia en Occidente (1200/1300 hasta la invasión española). Tanto el conocimiento técnico como el repertorio de los metalurgistas se expandieron grandemente; empezaron a experimentar con una variedad de aleaciones de cobre, incluyendo bronce de cobre-estaño y de cobre-arsénico, aleaciones de cobre con plata y con oro, y aleaciones ternarias de cobre-arsénico-estaño, cobre-plata-oro, y otras. Las mejoradas propiedades físicas y mecánicas de estos nuevos materiales permitieron a los artesanos refinar y rediseñar los artefactos que antes se habían hecho en cobre. También se explotaron y procesaron nuevos minerales, y se inventaron nuevas técnicas para extraerlos de las menas. Este complejo tecnológico subsecuentemente fue exportado a varias regiones de Mesoamérica (Hosler 1994b: 127).
En una reciente investigación arqueológica de la cuenca de Sayula (Valdez et al. 1996; Ramírez et al. 2004), se localizaron más de 60 sitios con acumulaciones de restos significativas, además de otro tanto de sitios con vestigios dispersos. Estos probablemente reflejan el patrón de asentamientos generalizado, así como áreas específicas de activad y tránsito (Valdez 1994: 28-29). En la cuenca de Sayula se encuentra uno de los mayores yacimientos de sal dentro de las tierras altas de Mesoamérica. En la época colonial, como probablemente en tiempos prehispánicos, el recurso más importante fue la sal, aunque en la cuenca existen igualmente depósitos de cobre, oro y plata, que pudieron haberse explotado antes de la Conquista (Valdez y Liot 1994: 289). La abundante producción salinera probablemente no fue totalmente para el consumo local, sino que fue exportada a otras regiones del Occidente, como la cuenca de Pátzcuaro.
El Postclásico temprano está asociado en la región del Balsas principalmente con figurillas tipo Mazapa, que podrían definir un "horizonte tolteca". La presencia de objetos de cobre en abundancia indica una importante industria desarrollada en la región, tal vez desde el Clásico final (Cabrera 1986: 133; cf. Hosler 2004). Para el Postclásico había una numerosa población asentada a lo largo del río Balsas. Los asentamientos más grandes se establecieron en el delta, mientras que en los lugares limitados por el encajonamiento del río y por la sierra, no se desarrollaron grandes centros de población, siendo los sitios irregulares o lineales a lo largo del río. Políticamente, algunos núcleos de población dependían de otro mayor, y por su ubicación se piensa que había sitios que regían a otros menores, los que podrían ser sus tributarios. Finalmente, los edificios de carácter ceremonial son basamentos rectangulares formados por piedras y rellenos de tierra; entre estos edificios abundan los de carácter funerario, probablemente para el uso de la comunidad (Cabrera 1986: 134-137).
Según Helen Pollard (1995), durante el periodo Postclásico ocurrió una importante transformación entre las poblaciones de las tierras altas del centro de Michoacán. Por primera vez comunidades previamente autónomas se unificaron políticamente, y la cuenca del lago de Pátzcuaro se transformó en el núcleo geográfico de un Estado expansionista. Las excavaciones realizadas por Pollard (1995, 1996) en el sitio de Urichu, en la cuenca de Pátzcuaro, proporcionan nueva información acerca de este periodo, concretamente sobre la formación del Estado en esa zona. Según Pollard (1995), durante el periodo 1000-1200 d.C. en la cuenca de Pátzcuaro existían 10 comunidades autónomas, cada una organizada internamente de manera estratificada y gobernada por una pequeña elite. Estas sociedades variaban en el tamaño de su población y territorio, así como en el grado de acceso a tierras irrigables, y en el nivel de especialización económica y de complejidad política. En algún momento dentro de este periodo, cambios climáticos menores ocasionaron la subida de nivel del lago, probablemente debido a una mayor precipitación pluvial, aunada a menor evaporación. Como consecuencia de lo anterior, la tierra irrigable se vio reducida (Pollard 1995: cuadro I).
Pátzcuaro y Tzintzuntzan eran los asentamientos de la cuenca que más dependían de la tierra irrigable, por lo cual las elites de guerreros de estos sitios dirigieron a sus poblaciones en la conquista de las poblaciones vecinas, asegurándose de esta manera recursos adicionales, pero también incrementando el grado de desigualdad sociopolítica entre y dentro de las comunidades. Para el año 1350 d.C. todo el tributo y botín de las campañas militares estaba fluyendo hacia Tzintzuntzan, y la cuenca se encontraba unificada tanto en su estructura interna como en su territorio, bajo el control político de la elite residente en esta ciudad (Pollard 1995).
Página Anterior | Contenido | Próxima Página
Regrese al comienzo de la página |