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Combined Dictionary-Concordance of the Yucatecan Mayan Language
CAPITULO VEINTE Y UNO.
Gobierno del conde de Peñalva, en cuyo tiempo
hubo una grande hambre en esta tierra.
Si los trabajos de la peste son materia lastimosa, no lo son menos los que por nuestros pecados vivimos con la hambre en esta tierra, que parece va nuestro Señor acabando con los naturales de ella, pues de ocho años á esta parte faltan mas de la mitad. Quiera Dios no sea la causa (que á solo su Divina Majestad es notoria) la que muchos dicen, para la cual aunque el rey nuestro señor, que Dios guarde, ha librado gravísimas prohibiciones, no se ve sino ejecucion contraria a ella. Murió, como se dijo, D. Estéban de Azcárraga, y proveyó <684> S. M. para este gobierno al Sr. D. Garcia de Valdés Osorio, primer conde de Peñalva, que se hallaba en la corte por aquel tiempo. Fué hecha la merced en Madrid á veinte y siete de marzo de mil seiscientos y cuarenta y nueve años y á diez y nueve de octubre del mismo año fué recibido por gobernador de Yucatan en Mérida, y gobernó hasta primero de agosto del año de cincuenta y dos, dia en que paso de esta presente vida.
Túvose por cierto fuera el tiempo de su gobierno el de la restauracion de esta tierra, por estar en opinion de un hombre muy ajustado; y en conformidad de esto no recibió cosa que le ofreciesen. La intencion de este caballero me consta que fué buena, porque (con buen afecto que me tenia) en diversas ocasiones me comunicaba el motivo de algunas cosas que habia hecho, diciéndome deseaba buen acierto en la administracion de su gobierno. O los medios no eran convenientes para los fines que pretendia, ó los que le servian, que los ejecutaban, lo hacian de suerte que en todas se oian quejas de ellos, y disgustos de la gente que vivia en esta tierra. En ella pasan muchos su vida contratando con los indios, vendiéndoles cosas que han menester a trueque de los géneros de la tierra que ellos benefician y trabajan, y en que los españoles ganan despues alguna cosa aunque á costa de muchos viajes, enfados y dilacion de tiempo que gastan en cobrarlo, y á veces pierden mucho porque los indios son con ellos tramposos y se huyen ó se mueren sin pagarlo, y hallándose en aquel tiempo imposibilitados para estos contratos, claman, como á quien faltaba en que ganar para sustentarse, que estos impedimentos eran para que fuesen mas gruesos y seguros los tratos y contratos del gobernador con los indios. ¿Quién será poderoso á contradecir ni atajar la voz del vulgo?
Las desgracias parece que se llaman unas á otras; y <685> así aunque el año de cincuenta al tiempo de las cosechas no se entendió habia cortedad considerable en ellas, entrado el año de cincuenta y uno comenzó voz de que era grandísima la falta de maiz para el sustento de aquel año. Témese en esta tierra mas que en otra alguna, por que no solo es el pan comun con que nos sustentamos; pero sin ello ni se crian gallinas de Castilla ni de la tierra, ni ganado de cerda que es el ordinario mantenimiento; y así con la falta de maiz falta todo el sustento para la vida humana, y aun las cabalgaduras merecen por que si no se les da alguno no tienen fuerzas para el trabajo. Pues socorrer la necesidad de fuera es muy dificil: llega tarde el remedio, corta la provision y tan cara que apénas los pobres vendiendo sus pocas alhajas pueden sustentarse algunos dias, y en especial los indios que son los que mas padecen. Considerando el gobernador todos estos aprietos, despacho personas que le parecieron confidentes con mandamientos suyos para que en todos los pueblos de los indios se registrase el maiz que tuviesen. Esto fué con fin que dejándoles lo que necesitaban sus familias, lo restante estuviese seguro para el sustento de los otros que no lo tenian y de los españolos de la ciudad y villas. Bien acertada parece esta providencia; pero de la ejecucion se tuvo por cierto resultó aumentarse mas el daño. Corrió la voz entre los indios que salian jueces españoles (nombre que temen sumamente, y en la tierra se oye el por qué) para aquel registro y embargo del maiz, y como son de corto discurso presumieron que se lo querian quitar. Fué voz comun que con este temor habian escondido grandes cantidades en los montes de las milpas ó labranzas, y puesto en partes no convenientes para conservarse se corrompió, con que fué mayor la falta.
Desde entónces comenzaron los indios á negar el maiz que tenian, y los que solian venderlo cesaron, con <686> que comenzó a sentirse mayor necesidad comun entre españoles y indios. En breve llegó a valer media fanega de Castilla de maiz doce reales de á ocho, con que la fanega, que es lo que en esta tierra se dice dos cargas, aun no se hallaba por veinte y cuatro pesos, que ámbas suelen costar doce reales puestas en Mérida, no siendo la cosecha muy cuantiosa. Los indios fuéron los que mas desdichas padecieron, siendo así que ellos son los que lo siembran y lo cogen. Los padres no tenian con que sustentarse á si ni á sus hijos: cavaban los montes para sacar raices de árboles y yerbas, y aun de esto no hallaban con que satisfacer su hambre. Movia á compasion ver los indizuelos hinchados los vientres de las raices que comian, las demas partes de su cuerpo con casi solo el pellejo y los huesos, el color ciguato, y representándose en los vivos innumerables imágenes de lo que ocasiona la muerte. Quedábanse muertos por los caminos y por los montes, habiendo dejado casi desiertos los pueblos de su naturaleza, pareciéndoles hallar en otras partes reparo á tanta desdicha. De la costa murieron muchísimos por las playas de la mar, hallándose despues los huesos con no pequeño horror de los que lo veian.
En espacio de cuatro mesas despues que se comenzó á decir no habia maiz, se consumieron las gallinas de la tierra y de Castilla, de suerte que habiendo sido yo electo en el capítulo guardian del convento de Motul, que es una de las mas pingües doctrinas que tenemos, se pasaban los dos y tres mesas sin tenerlas en el convento. Apénas teniamos unos tasajos de vaca, por que no las querian vender los dueños de ganado que entiendo les estaba prohibido. Los viérnes y dias de nuestros ayunos regulares, si alcanzábamos á tener tres huevos de que hecha una tortilla comiamos cuatro religiosos que éramos, lo teniamos a ventura. Dificilmente ha de creer esto quien hubiere experimentado <687> á Yucatan, y no estuvo en él aquel tiempo; pero paso en realidad de verdad, y así verán si es la mayor ponderacion que decirse puede. No se hallaba ganado de cerda por dinero alguno, siendo tan abundante de ello esta tierra. Como todo lo que se guisa es con manteca (por lo mucho que cuesta el aceite) faltando, las comidas estaban insípidas, que junto con ser de mantenimientos récios y no acostumbrados dañaban la salud como se deja entender. Faltó el jabon por que se hace de manteca, y finalmente para decirlo todo en cortas razones, en faltando en Yucatan el maiz, falta todo el sustento con que en el se viva, como en habiéndolo anda todo sobrado y baratísimo.
Sentíase esta desdicha comun como cosa en que todos perdian. Los doctrineros, así clérigos como religiosos, daban en las porterías a los indios lo que tenian, hasta que se quedaron que ni para unos ni otros habia, y si la nueva cosecha no socorriera Dios con que fué algo temprana, se pasara singular riesgo. Tambien algunos encomenderos favorecieron á sus indios tributarios con algun maiz. Constóme del pueblo donde yo estaba, Motul, que les hizo mucha caridad, llevándoselo de este de Tekax donde hubo mas cosecha y es de su encomienda, dándoselo casi al precio que suele valer cuando no hay falta, y es el capitan Andres Dorantes Solis. ¿Pero qué era todo cuanto se hacia para entre tantos afligidos con la crueldad de la hambre? A los religiosos casi nos hubo de sustentar el síndico general de esta provincia Bernabé de Cervera, que sin su ayuda no hubiera sido posible sustentarse los conventos de los doctrineros por que los indios con su desdicha, ¿qué podian darnos en aquel tiempo? Tan cuantioso hubo de ser el socorro como fuéron casi todos los conventos, que hasta hoy no se ha acabado de satisfacer. Dios se lo pagará, pues fué obra tan de su servicio, y aun incidentemente del <688> de S. M. que Dios guarde, conservándole los doctrineros religiosos que habia en este reino.
No hubo diligencia que bastase para conservar á los indios en sus pueblos. Faltaron con esto gran suma de tributos á su majestad y á los encomenderos. Falto el sustento á los ministros eclesiásticos. Faltó, lo que es mas lastimoso, la enseñanza de la doctrina cristiana á los muchachos y la continuacion para que no la olvidasen los adultos. Falto el oir misa los domingos y fiestas de guardar, que no era posible haber cuenta y razon en esto, porque decian los caciques y principales que los indios estaban huidos, y para este particular hubo gran fraude porque decian lo que querian. Pero lo que mas admiracion causaba a todos era decirse que el trato y repartimiento de los jueces del gobernador con los indios andaba en tal tiempo tan entero y grueso como cuando no habia falta alguna.
Tratóse de remediar tan graves daños, y para esto ordenó el gobernador una junta en las casas reales, donde concurriesen el señor obispo, las personas mas graves de ámbos cabildos, y religiosos doctrineros de mas experiencia, encomenderos de indios y otras personas de experiencia y consejo, para que allí se confiriese el medio mas conveniente con que reducir los indios á sus pueblos. Todos ántes de llegar á la junta convenian en que era imposible conseguirlo, si por algun tiempo no cesaban los tratos de los jueces del gobernador con los indios, porque se decia andaban rigorosos sobre que se enterrasen los géneros de los repartimientos que se les habian echado, habiendo muerto muchos y huídose otros, y era necesario darles lugar á que reparasen sus casas y familias. Llegó el dia asignado, pero no hubo persona alguna que se animase á decírselo al gobernador (dicese que luego los amenazan con cárceles y destierros) ¿quién no ve que se pone a riesgo diciendo al superior que por sí ó sus <689> agentes padece el territorio, y mas cuando del remedio resulta menoscabo á sus intereses? ántes dicen que pareció todo confusion y cosa de vulgo, y así se quedó en el estado que estaba.
Con la falta de los indios y no haber quien sembrase para el año siguiente, se receló mas grave daño que en el presente se padecia. Porque quien se hallase con dineros no comprase el maiz á los indios para revenderlo despues a como quisiese, proveyó el gobernador un auto, mandando que ningun indio pudiese vender maiz alguno hasta que se hiciese el mejor computo posible de la cosecha de aquel año, para que despues hubiese cómodo socorro á la necesidad de todos. Este medio tambien parece acertado, pero de él resultó una general murmuracion contra el gobernador, diciendo que por revender él todo, habia proveido aquel mandato. ¡O cuán á peligro está el crédito de los que gobiernan, porque se confirmó el vulgo en la malicia, sabiendo que los jueces ó agentes del gobernador habian pagado grandes cantidades de maiz á los indios, y que aunque pasado el tiempo en que podia yá tenerse razon de la cosecha, no se daba licencia general para comprarlo! Como no la habia, y sus agentes habian hecho la compra dicha, imputábanla al gobernador, cuya fama y crédito la padecia puede ser que por culpa de sus agentes. Finalmente, el año de cincuenta y dos aunque se hallaba maiz, no bajo el precio de á seis pesos la fanega de Castilla, con que quedaron los pobres españoles aniquilados y los ricos adeudados. Por esto podrán conocer los señores gobernadores la consideracion que necesitan tener en semejantes ocasiones. <690>
CAPITULO VEINTE Y DOS.
Del Sr. obispo D. Fr. Domingo Remirez, y su muerte;
y de un capítulo provincial.
Por muerte del señor obispo D. Márcos de Torres y Rueda, presentó el rey para obispo de Yucatan al Sr. D. Fr. Domingo Remirez de Arellano, obispo de Chiapa, de la orden del doctor máximo de la iglesia S. Gerónimo, de la cual recibió el hábito en el convento de S. Gerónimo de Espeja. Fué en su religion prelado veinte y siete años continues, mudándole la obediencia de un monasterio á otro para que los gobernase. Fué visitador general de su orden, y ocupándose en este ejercicio le llamó S. M., que Dios guarde, para prior de S. Gerónimo de Madrid. Al año y medio le eligió su religion en general de ella, y ántes de cumplir otro en aquella dignidad, le presentó su majestad para obispo de Chiapa, donde residió diez años. Habia dedicado una capilla de S. Gerónimo en aquella catedral, y la dejó dotada. Vínole cédula real para que fuese admitido al gobierno de este obispado en interin que llegaba la gracia de su santidad, y en esta conformidad se vino á Yucatan. Tomo la posesion á quince de mayo de mil seiscientos cincuenta y un años, y gobernóle hasta principios de julio del siguiente de cincuenta y dos, en que paso a mejor vida. Quedó el gobierno en el cabildo sede-vacante, en que se hallaban el doctor D. Pablo de Sepúlveda y Figueroa chantre; el doctor D. Juan Muñoz de Molina maestre-escuela (sugeto en quien a todas luces se manifiesta grande el magisterio en la teología escolástica, el de elocuencia divina y natural y su acertada resolucion) y hoy es chantre. El bachiller Hernando de Segovia canónigo, y bachiller Francisco Mariño de Rivera racionero que es canónigo al presente. <691>
Fué recibido el señor obispo con gran alegria de esta tierra por la opinion no menor de su cristiano y religioso proceder, que se aumentó con la experiencia de un corazon paternal y una clemencia benigna de madre piadosa para con todos sus feligreses: ¿qué mucho prendas tales llevasen tras sí los ánimos de sus súbditos? Amábanle tiernamente todos, aficionados á la suavidad de su trato seguro principado cuando el rendimiento de la obediencia se funda en el amor de los inferiores. Era este superior y prelado verdaderamente y sin afectacion humilde: pobre en el espíritu como cuando vivia dentro de la claustra: usaba la misma ropa interior y exterior que cuando monje, aunque su familia andaba con la decencia debida á la dignidad del dueño. Gustaba grandemente de la comunicacion con los religiosos. Era caritativo, y en el tiempo de la hambre, que fué cuando vino, hacia el bien que le era posible á los pobres, porque estaba nada sobrado, recien llegado á la tierra. Poco ántes de morir dijo á un religioso nuestro lego cirujano que le asistia: Gracias á Dios, P. Fr. Juan, que en lo que he podido no ha salido de mi presencia pobre desconsolado.
Ofreciósele una ocasion de mucho disgusto porque deseaba grandemente la paz. Quiso el gobernador conde de Peñalva que aunque estuviese el señor obispo en el coro asistente se le diese en las misas conventuales la paz primero que al señor obispo. Como le era forzoso mirar por la autoridad de su dignidad, y deseaba quietud, dábale pena ver que la paz fuese ocasion de discordia. La defensa corrió por mano del doctor D. Juan Muñoz de Molina maestre-escuela, que con un docto escrito satisfizo al gobernador aun mas de lo que quisiera, manifestándole la poca razon que tenia, y presentándosele, se quedó la materia en la antigua costumbre. Habiendo asistido á la junta que se dijo en el capítulo antecedente, y viendo que de ella no resultó determinacion <692> alguna, y lastimándole tantas necesidades como veia padecer en la ciudad á los pobres, las cuales no tenia con que remediar y que en la ciudad habia poca quietud por causa de un pleito grave que se habia ofrecido; determinó salir de ella por algun tiempo, y juntamente visitar el obispado, con que satisfaciendo á su obligacion se excusaba disgustos. Quiso impedirlo el gobernador, y le requirió que no saliese por la hambre que padecian los indios. Respondió que iba por los partidos donde mas abundancia habia, y que donde faltase sabia que los doctrineros clérigos y religiosos le sustentarian con lo que tenian sin hacer gasto á los indios, que visitar era obligacion de su dignidad que no podia omitir. Finalmente salió, no olvidando escribir ántes al consejo el impedimento que el gobernador le habia puesto para que no la hiciese, que visto por aquellos señores he oido decir se libró real cédula mandando que otra vez en la materia no se entrometiesen los gobernadores, pues era derecho eclesiástico de que deben usar los obispos. Visitó el territorio de Valladolid que habia sido el mas abundante de esta tierra, y de donde los necesitados se habian socorrido, y bajó al de la Sierra sin tocar al de la costa que habia sido el mas falto.
Habiendo vuelto á la ciudad de Mérida y pedídome el dia de S. Juan por un billete que predicase la festividad del príncipe de la iglesia S. Pedro en la santa catedral, y respondídole que sí predicaria; no pudo asistir á ella, porque el dia ántes se halló con calentura. Despues que hube predicado, me envió á llamar á la tarde de aquel dia, y me dijo que era para comunicarme algunas cosas de que tenia escrúpulo su conciencia. Fuéron tan pocas y de materias tan leves, que yo dí muchas gracias á la Majestad divina de haber tenido tal conversacion, en que vi tan dilatados años sin estorbos cuidadosos para dar cuenta de ellos en la <693> última hora. Arreció el achaque y ordenó el médico se le manifestase el peligro en que estaba para que recibiese los Sacramentos y se dispusiese á morir. Hube de decírselo yo que me habia pedido no le dejase hasta ver qué disponia Dios de su persona; y recibió la nueva que tanto temor ocasiona con gran serenidad quietud, diciendo que estaba dispuesto á recibirlos siempre que le dijesen convenia á la salud de su alma. Hizo llamar al padre Fr. Miguel de Uzeda de su religion su compañero y confesor, y se dispuso para recibir el Santísimo Viático en breve tiempo, que no necesita de mucho en aquella hora quien ha regulado el de su vida conforme á las obligaciones de su estado. Recibió al Señor con gran ternura y devocion y quedo despues diciendo con intrínseco afecto el salmo de penitencia. Miserere mei Deus, &c. Habiéndose encomendado á Dios mandó llamar a su familia, hízoles una plática espiritual, dióles su bendicion, y se despidió de ellos rogándoles le encomendasen á Dios. Acercándose la última hora, se le dió la Santa Extrema-Uncion, y finalmente pasó de esta presente vida como se puede entender al eterno descanso á dos de julio año de mil seiscientos cincuenta y dos, y á otro dia fué sepultado en la santa catedral con sentimiento de la falta de tal pastor y prelado y con la pompa de funeral posible. Despues se le hallaron cilicios, señales de sus penitencias y mortificaciones, y habiendo puesto su cuerpo en un hueco, y cerrádole, se vió despues salir cantidad de sangre por un resquicio superior á la parte donde estaba el atahud, y aunque muchos lo vieron y supieron, no se hizo el reparo que se debia en una expulsion tan grande de sangre de un cuerpo difunto de mas de tres dias, pues no es cosa ordinaria. Dejó instituido que á las ocho de la noche cuando se suele tocar á las ánimas, se diese un clamor solemne todas las noches en la santa catedral que recordase á los fieles encomendar <694> á Dios las que están en el purgatorio, y se continua este piadoso acto. La enfermedad de que murió, fué tabardillo; con que acabó su curso lleno de dias en edad de ochenta y cuatro años, y puedo decir que de virtudes tan colmado como de años.
El año antecedente de cincuenta salió de esta provincia el R. P. Fr. Antonio Ramirez á visitor la de Goatemala y me llevó en su compañia. El viaje fué penoso por lo dilatado, y peligroso por pasar en el enero el golfo de Honduras. Visitada aquella provincia, celebró capítulo en Goatemala a primero de junio de aquel año, en el cual si el electo no fué a gusto de algunos, el padre visitador procedió segun las instrucciones de su superior, con cuya direccion obraba. Desde allí pasamos á México, y el muy R. padre comisario general Fr. Buenaventura de Salinas y Córdova le dió su comision para que visitase esta provincia y presidiese en el capítulo. Celebróse en la ciudad de Mérida á primero de julio de mil seiscientos cincuenta y un años, y salió electo provincial el R. padre Fr. Juan Lance, y difinidores por la parte de los religiosos de España los RR. padres Fr. Miguel Rico y Fr. Francisco Bueno. Por la de los que han recibido el hábito en ella, custodio el R. padre Fr. José Narvaez que lo renunció á los ocho dias, y así fué electo el R. padre Fr. Juan Olano que permaneció el trienio de que salió electo provincial, y difinidores los reverendos padres Fr. Antonio de Burgos y Fr. Juan de Quiñones.
El mes de abril del año de 1652, sábado á las ocho de la noche ántes de la domínica cuarta de pascua, estando el P. Fr. Antonio Carrasco en el pueblo de Yobain, visita del convento de Dzidzantun, para dar misa por la mañana, un capitan corsario llamado Tomas con veinte y cuatro arcabuceros le cercó la casa y aprisionó, quitándole la capilla y cordon, aunque sin maltratarle. Robó la iglesia y profanó el santo cáliz bebiendo en él, <695> ultrajó las imágenes. Llevaron al religioso a bordo aunque el capitan decia que no les podia suceder cosa buena llevándole; pero ejecutáronlo porque no fuese al convento que deseaban robar, y diese noticia de lo que habia. Tuviéronle allá un dia, yá un indio ladino que cogieron. A éste por un engaño que les hizo para que no fuesen desde Yobain al pillaje del convento, le cogieron y puestos los brazos en forma de cruz, cargaron sobre ellos todas las escopetas que cupieron, y las dispararon á un tiempo, y el indio quedó muerto aunque sin herida alguna. Al religioso trato bien el capitan y le puso cuatro soldados de guarda porque no se le hiciese daño, y cuando le dió libertad le dió una casulla, su breviario y sombrero, y un indio prisionero que se viniese con él.
Domingo por la mañana, siete de julio siguiente, como a hora de las nueve entraron en el pueblo de Dzidzantun dos compañias de franceses con capitan español llamado Salvador de Herrera muy conocido en esta tierra, donde habia estado algun tiempo, y otra de ingleses, su capitan llamado Jacome, cada una con setenta infantes. Entró primero en el convento la de los franceses, que luego aprisionó al P. Fr. José Gordo, presidente guardian: maltratáronle de obra y palabra, amenazándole con la muerte si no les manifestaba la plata de la iglesia. Respondió que por mandado del provincial la habia retirado la tierra adentro. Echáronle un cordel al cuello, y tirando de el entró el capitan ingles que lo estorbó. Juntos yá le bajaron a la iglesia donde le pusieron guardas. Porque se dilatara mucho este capítulo se dirá lo siguiente en el restante. <696>
CAPITULO VEINTE Y TRES.
Entran enemigos en Dzidzantun, lo que hicieron,
y de dos gobernadores interinos.
Puesto yá el religioso en la iglesia con otros prisioneros que habian cogido, fueron al retablo del altar mayor y no hallando cosa alguna de plata (porque hasta el depósito del Santísimo estaba guardado, temiendo el suceso) con furor quisieron hachear el retablo y órgano. Entónces dió voces el P. Fr. José llamando al capitan ingles, y le dijo que qué provecho habian de sacar de aquello: que mandase no se hiciese daño al retablo. En el ínterin habian ido mas de una legua por un ornamento, cáliz y crismeras, y traido á la iglesia lo estaban profanando delante del P. Fr. José, que viéndolo se puso de rodillas y les pidió que ántes le cortasen la cabeza, que hiciesen aquello en su presencia. Viéndolo el capitan ingles mandó que cesasen y dijo á voces: O gran defensor de su ley y de su rey, quitar, quitar, y así cesaron de aquellas sacrílegas acciones. Hicieron cuerpo de guarda en la iglesia donde se puede colegir lo que haria semejante gente, pues les sirvió de carnicería matando en ella el ganado, y poniendo la carne en los sagrados altares y picando todo lo dedicado al culto divino.
Cuando yá habia sucedido todo esto al pobre Fr. José, venia una carta del teniente del puerto de Dzilam, que no dista mas que tres léguas de Dzidzantun, en que le escribia estuviese con cuidado porque habia dos bajeles grandes á la vista del puerto (cuando venia el aviso podian yá estar los enemigos doce léguas tierra adentro) cogieron la carta y leyeron que el sobreescrito decia guardian, que por poco le costara la vida, porque el capitan ingles le habia preguntado si lo era y el respondido que no. Con la carta fué el capitan muy alterado, <697> le dijo: Cómo has mentido? Ahora morir ó confesar donde está la plata, y le llevaba con muchos mojicones á colgar del cordel donde prendia la lámpara del Santísimo. Acordóse el religioso entónces tenia cartas del provincial en una escribanía que le habian cogido, y dijole al capitan: Señor, en ella hallarás cómo no soy guardian sino presidente, y que solo obligado de la obediencia estoy aquí, aunque los seglares me llaman guardian. Hallo las cartas por donde vieron ser así, y entónces dijo el capitan Jacome: decir verdad, estar forzado padre, y quitóle de las manos de los soldados.
Pasaron aquella noche en la iglesia, y a otro dia por la mañana salieron llevando prisioneros al padre Fr. José, tres españoles con sus mujeres, y un indio llamado D. Alonso Pizté (que habia sido cacique de aquel pueblo) con su mujer y á un D. Antonio Rodriguez. Llegaron á una estancia donde. habian dejado otros treinta y siete soldados, y juntos todos levantaron gran grita por la presa que llevaban. Habíanles dicho que D. Alonso y D. Antonio eran muy ricos, y allí los atormentaron porque dijesen donde tenian su hacienda, y les pedian catorce mil pesos de rescate. Al D. Alonso le preguntaron mas, y murió de allí á pocos dias. Como á las cuatro de la tarde instó el Salvador con el capitan ingles que le diese sus soldados para ir a dar saco al convento de Izamal. Preguntó el ingles al P. Fr. José si corrian riesgo en aquella entrada, y dijole que si, con que no quiso dar sus soldados. El capitan Salvador airado contra el Fr. José le metió en el corral de las vacas, donde le dió muchos palos, diciendo que mentia en lo que habia dicho, que él habia estado en otro tiempo en Izamal y sabia lo que podia haber, y que con su mentira le quitaba mas de cuarenta mil pesos de pillaje, y en esto él tambien mentia, porque aunque hallase todo cuanto tiene la Vírgen y el convento, lo cual estaba retirado por mandato del provincial, <698> con mucha suma no llega á semejante valor. Sobre maltratar el capitan Salvador al religioso riñó con él el capitan ingles Jacome, que tenia casi toda la gente a su orden, y por esto el Salvador le hubo de tener respeto. Confiesa el P. Fr. José que le trato el capitan ingles con mas humanidad, y que le guardó mucho del Salvador, y le decia, no te apartes, padre: de mí, que este capitan Salvador estar mal hombre, y que sin duda le hubiera muerto sino hubiera guardádole tanto el capitan Jacome. Este dió licencia para que se volviese el padre Fr. José con los demas prisioneros, reservando un español y un indio que llevó consigo, aunque á otro dia les dió libertad.
Este mismo año el capitan corsario llamado Abrahan, que el año de cuarenta y ocho se dijo dió saco a la villa de Salamanca de Bacalar, volvió á ella y la cogió y saqueó, y porque el capitan Bartolomé Palomino les hizo mucho daño, cuando en los cayos les quitaron las mujeres que tenian prisioneras, ahora á sangre fria, como suele decirse, le mató con grandísima crueldad, quitándole la vida lentamente, y tambien mató un indio. Esto habia sucedido á 29 de mayo.
Por muerte del conde de Peñalva recibieron en sí el gobierno los alcaldes ordinarios, que en la ciudad de Mérida lo eran el capitan Juan Jimenez de Rivera y D. Fernando de Aguilar y Galiano, alferez mayor de la misma ciudad, que gobernaron hasta 15 de noviembre de aquel año. Escribieron los alcaldes gobernadores al Excmo. Sr. conde de Alvadalista el infelice estado en que se hallaba esta tierra con la multitud de indios muertos con la hambre de los dos años, y la dispersion y pobreza de los vivos, suplicándole enviase á gobernar persona que se doliese de ellos, y de la ruina que amenazaba á esta tierra. Respondióles por su carta de 25 da setiembre que atendiendo á lo que se le pedia, habia proveido para el gobierno persona <699> que tendria todas las atenciones necesarias, demas de habérselo encargado mucho. Dióse el título y provision á D. Martin de Robles y Villafaña, caballero de la orden de Santiago, y que habia tenido los mejores y mayores puestos de la Nueva España. Fué recibido en Mérida al gobierno á diez y nueve de noviembre del año de seiscientos y cincuenta y dos, y gobernó hasta veinte y cuatro de noviembre del año siguiente.
Desde luego trató que se hiciese reduccion de los indios, y á los principios del año siguiente se ejecutó. Salió el gobernador á la parte oriental donde habia mas de los indios huidos, y en su compañía fué el P. Fr. Bartolomé Becerril. A la parte occidental fué el capitan D. Gaspar de Salazar, y llevó consigo al P. Fr. Martin Tejero, y á la parte meridional el capitan Pedro de Hercilla con quien salió un clérigo secular, pero á pocas jornadas pidió al provincial un religioso, y hubo de ir el P. Fr. Martin de Várgas, criollo de Mérida y predicador conventual de aquel convento. El gobernador remitió á sus pueblos mas de once mil personas, del occidente se enviaron cerca de seis mil, y el otro capitan despacho mas de cinco mil, y así fueron los reducidos mas de veinte y dos mil personas, resíduos que no acabo la hambre. Fué esta reduccion muy costosa á los encomenderos, porque les cupo á toston por cabeza, y poco provechosa porque no se dispuso que tu viesen que comer en sus pueblos ni aun siquiera que les ayudasen á hacer casas con que muchísimos se desaparecieron presto, y aun se llevaron algunos de los que con la hambre no se huyeron. Antes de dos meses acabada la reduccion fuí yo electo en la congregacion guardian del convento de Maní, y cuando llegué á él ninguno hallé de los reducidos, siendo el pueblo de la Sierra donde mas se habian enviado, segun dijo el capitan Pedro de Hercilla. <700>
En esta congregacion tuvo el provincial una ocasion de grave disgusto con el gobernador, que le obligó con amenazas diese la mayor doctrina á un religioso á quien no asentia el definitorio, que por excusar inquietudes con el gobernador hubo de venir en ello. De esta repugnancia resultó decirse que habia dicho el gobernador que si el provincial no hacia lo que le pedia, habia de despachar mandamientos á los indios, para que lo que dan con que se sustentan los conventos entrase en poder de los doctrineros, aunque no fuesen prelados, sin que les diesen cuenta ni razon de ello, coloreándolo con que ellos eran los que lo trabajaban, y como los habia de nombrar en nombre de su majestad asignaria los que tuviese gusto aunque no fuesen guardianes. Qué tal quedaba la observancia regular, si esto pudiera ejecutarse? Pero como nuestros católicos reyes, principalmente nos quieren religiosos observantes de nuestra profesion ha muchos tiempos que tienen prevenido el remedio á enfermedad semejante. General fué y generalmente despachado á todos los que gobernaban estos reinos. La cédula que llegó a Goatemala refiere el padre Remesal en su historia de Chiapa, y dice así:
"EL REY. Mi presidente de mi audiencia real de la provincia de Goatemala. Entre las cosas tocantes al buen gobierno de esa provincia, lo que mas me solicita y persuade á continuo cuidado, es el deseo de que con mucha perfeccion se asiente y ejecute en estas partes la predicacion evangélica, administracion de los Santos Sacramentos, doctrina y enseñamiento de los indios. Y como quiera que en este apostólico oficio se hayan ocupado y ocupen haciendo tanto fruto los religiosos de las órdenes, porque considerando que el tener propiedad ó bienes particulares contradice al rigor de sus institutos y voto de pobreza, y que para bien universal de las dichas órdenes y mas templada modestia, vida y trato de los prelados y religiosos que estuviesen en las doctrinas, <701> convenia dar orden como con mas quietud y seguridad de sus conciencias, y libres de otros cuidados y negocios, pudiesen tratar solo de su ministerio. Habiéndose platicado y mirado muy atentamente por los de mi consejo real de las Indias, y parecido que estos y otros muy buenos efectos se conseguirian; si se proveyese que todo lo que en plata ó dineros se da de salario á los religiosos que están en partidos y doctrinas de indios, no entrase en su poder ni tuviesen de ello uso, ni propiedad sino que se diese á sus prelados ó conventos para su comunidad. Los cuales para su vestuario, sustento y regalo les diesen todo aquello de que tuviesen necesidad. Y porque conviene que así se haga y ordene, os mando que luego que esta recibais hagais llamar y juntar á los provinciales y prelados superiores de todas las órdenes, cuyos religiosos tienen á cargo doctrinas y cura de almas. Y habiéndoles referido los motivos y causas sobredichas, y mi voluntad y la justificacion de ella, hagais que en su cumplimiento lo provean de manera que dándose á los religiosos que estuvieren en ellas el vestuario y lo demas necesario, para su sustento y regalo, y lo demas de los salarios que llevan al presente con los dichos partidos: sean para las dichas órdenes en comun. Y habeis de advertir, tratar y determinar con los dichos prelados, que demas de que á los dichos religiosos se les ha de dar todo lo necesario de vestuario, sustentacion y regalo, como está dicho; particularmente han de tener cuenta con que se les dé vino, y á los enfermos las conservas y cosas necesarias. Y que tambien den órden, como tengan caballo, para que cuando sucediere enfermar ó morir algun indio en las charcas, estancias ó heredades del campo, puedan acudir á visitarle, consolarle y administrarle los Sacramentos para que en esto no pueda haber falta. Lo cual todo haréis cumplir en ese distrito, porque a los demas escribo en esta conformidad, <702> y de lo que se hiciere me avisareis. Fecha en Madrid á veinte y nueve de diciembre de mil y quinientos y ochenta y siete años. YO EL REY. Por mandado del rey nuestro señor. Juan de Ibarra."
Tanto tiempo ha que está prevenido el antidoto a semejante peste contra el estado regular, y si comun para todas las religiones, y todos los religiosos para serlo tienen obligacion de observarlo, que será los que profesamos la regla de nuestro padre S. Francisco. ¡O Señor Dios, y si los seculares acabasen de conocer el estrecho estado que tenemos, pues sin licencia del prelado, ni el uso de la menor cosa nos es lícito que será contra su voluntad! Quiera Dios, que en lo interior de la claustra no haya que corregir algun desordenado afecto; y dígolo, porque no falta quien siendo súbdito exagere el trabajo de la administracion, y pondere la materia de suerte que da que sospechar, siente ser lícito lo contrario de que Dios nos libre.
Estando gobernando este caballero, llegó por virey de la Nueva España el Excmo. Sr. duque de Alburquerque. Vino órden de S. M. para que D. Martin de Robles fuese al gobierno de Caracas, y así proveyó S. E. para éste á D. Pedro Saenz Izquierde, caballero vizcaino y que era alcalde ordinario, cuando puso cerco á aquella ciudad la potencia de la corona de Francia que halló en los vecinos tan valerosa y gallarda resistencia, como á la Europa fué notorio, y habia obtenido en la nueva de los cargos mas honrosos que hay en ella. Gobernó á Yucatan desde veinte y cuatro de noviembre del año de mil y seiscientos y cincuenta y tres, hasta veinte y seis de mayo del de cincuenta y cinco, dia en que fué recibido el Sr. D. Francisco de Bazan del consejo del rey nuestro señor en su tribunal mayor de cuentas, nombrado por S. M. gobernador y capitan general de estas provincias, á quien de nuestro Señor en ellas el acierto mas conveniente. Con su llegada <703> se fué su antecesor á México donde le vino merced de S. M. de la Cruz de Santiago, honrado con ella sus muchos servicios.
CAPITULO VEINTE Y CUATRO.
Del venerable P. Fr. Juan Garcia
y R. P. Fr. Gerónimo de Prat.
El venerable y reverendo padre Fr. Juan Garcia, fué natural de Tortuero en el Alcarria, hijo de padres labradores, y pasó su niñez guardando algun ganado menor de ovejas y cabras que tenian. Llegando á edad quisieron darle estado de matrimonio, pero rehusólo diciendo se inclinaba á ser eclesiástico. Habia con este deseo estudiado alguna latinidad y pidiendo nuestro santo hábito, le fué dada en el convento de S. Antonio de la Cabrera, recoleccion de la provincia de Castilla. Pasó a la de Nicaragua ántes de ordenarse de sacerdote. Salió con licencia para ordenarse y llegó yá sacerdote á esta provincia donde hallando su espíritu tantas almas, á quien poder servir en la administracion evangélica, se quedo para ejercitar su buen celo. Incorporóse en ella el año de mil y seiscientos y tres, y con tal solicitud estudió la lengua de los indios que salió en ella consumado, que pocas veces sucede en personas de edad crecida. Fué celosísimo de la cristiandad de los indios, y así contínuamente domingos y fiestas, les predicaba los misterios de nuestra santa fé, para arraigarlos mas en ella, y muchas voces dos y tres sermones en un dia en diferentes lugares, diciéndoles misa y administrado los demas Sacramentos como la necesidad ocurria. <704>
Fué alto de corpulencia, de color trigueño, enjunto de carnes, récio de huesos, de muchas fuerzas y para mucho trabajo corporal. En los conventos donde moraba aunque habian indios que lo hiciesen si habian algunas cabras, él salia al campo á apacentarlas, y siendo tan grandes los ardores del sol ni aun sombrero llevaba para cubrir la cabeza, y lo mismo era cuando caminaba. Saliendo con el ganado llevaba el breviario ó un librito de devocion con que daba pasto espiritual a su alma miéntras las cabras buscaban su sustento Dentro de casa aunque estuviese solo siempre rezaba el oficio divino delante del Santísimo Sacramento, los maitines á media noche, las demas horas á las que están señaladas como si fuera la comunidad mas recoleta de la religion, y esto observó hasta que su mucha vejez le impidió continuarlo cuanto á los maitines. Rezaba despues otras muchas devociones, y concluidas solia tener un rato de conversacion con los compañeros, mas para principio decia alguna vida de santo ú otra devocion que habia leido, luego trataba algo de lengua que aprovechase á la administracion y despues alguna materia indiferente.
Juzgaba bien de todos si las acciones que veian no eran manifiestamente malas, pero siéndolo las sentia mucho y con celo de la honra de Dios las reprendia, aunque fuese á los gobernadores que algunas veces lo toleraron, conociendo su inculpable vida y buen celo, á que algunos llamaban indiscrecion y otros arrojo. Fué pobrísimo, y así nunca usó en su celda ni persona, mas que lo que estrechamente concede la regla. Cuando murió se le hallaron solos dos paños menores, los unos tan remendados que apénas se podia conocer su principio, y codiciáronse mas que si fuera una joya muy rica. Nunca usó lienzo ni trajo calzado hasta que murió y siempre labó su pobre ropa con sus manos. En los conventos donde fué guardian, aumentó grandemente el <705> ornato del culto divino. Nunca gusto de vivir en Mérida, aunque por su mucha vejez deseaban los prelados que allí descansase, porque hacia escrúpulo de dejar la administracion á los indios, y así hasta poco ántes que muriese iba los domingos á las visitas á decirles misa y predicar, que admiraba siendo de tanta edad.
Llegó á la de ochenta y cinco años, y pasando el provincial de visita por el convento de Telchac donde vivia, le instó que se fuese á la enfermería de Mérida para cuidar allí de su regalo, por ser tiempo de la hambre y padecerse mucha necesidad donde estaba. Obedeció aunque contra su dictamen yá pocos dias pareció desconsolarse en la enfermería, y pidió licencia para irse á otro convento donde no habia tanta falta como en Telchac. Teníale la Divina Majestad cercano yá el premio de sus muchas virtudes, y así impidió su salida de la enfermeria con una disenteria que le detuvo. Visitándole el médico la juzgo por mortal y mando que al punto le diesen el Santísimo Viático. Dijo al santo viejo que no era necesaria tanta presteza que el dia de S. Antonio de Padua (para el cual faltaban seis ó mas) le recibiria. lnstaba el médico que fuese luego, pareciéndole el peligro muy cercano, pero el provincial se resolvió, confiado en la virtud del bendito varon á dejarlo para cuando decia, ó el accidente apretase mas. Llegó el dia de S. Antonio y fué por su pié al altar de la enfermería y diciéndose en él una misa que oyó, recibió al Señor por Viático como habia dicho que lo haria.
Desde entónces se fué agravando mas la enfermedad y pidió la Santa Extrema-Uncion que recibió muy devoto, y siempre casi sin estar en cama; tan robusto era de natural. A diez seis de junio á prima noche bajo a visitarle el R. P. Fr. Sebastian de Quiñones, á quien dijo pedia á Dios con veras le sacase yá de esta vida. Replicóle, que se conformase con la voluntad divina, que <706> mejor era padecer en esta vida que en el purgatorio. Respondióle, yá lo estoy pero son tales los ardores y dolores que padezco, que me parece no los puedo yá tolerar con paciencia. Nada de esto manifestaba en lo exterior, con que dicho R. padre se persuadió, daba Dios a su siervo el purgatorio en aquella enfermedad, y así me lo dijo, cuando subió de la enfermeria y yo tambien me persuadí considerando, cuan perfecto religioso habia sido que seria clemencia de la divina bondad, purificar á su siervo con tan grave afliccion como padecia para darle despues mas presto la corona de gloria que tiene prometida á los justos. Despues de media noche á diez y siete de junio de mil seiscientos cincuenta y dos años estando con todos sus sentidos enteros dió su espíritu al Señor con mucha quietud y sosiego. Quedó con los ojos abiertos, el rostro como de persona extática la color mas blanca que cuando vivia, las mejillas rosadas cosa que nunca tuvo y el cuerpo tratable como sino estuviera difunto. Sabida á la mañana su muerte fué grande el concurso de gente que vino á asistir á su entierro, y algunos pidieron de las cosas que usaba para venerarlas por reliquias. Fué sepultado el mismo dia con opinion comun de varon santo que aun viviendo con ese título le nombraban en su ausencia. Murió de 85 años de edad y entrado en 56 de religion.
El R. padre Fr. Gerónimo de Prat fué natural de Tudela en el reino de Navarra hijo de padres nobles, y recibió el hábito de nuestra religion en el convento de Zaragoza provincia de Aragon, siendo de quince años poco mas ó menos. Estudió las ciencias mayores despues de profeso, y salió muy aprovechado en ellas. Pasó á estos reinos en una mision que vino para la provincia del santo evangelio, en compañía de otros sugetos muy lucidos que han obtenido los mayores oficios de ella. Estando ocupado en el de maestro de estudiantes teólogos de México le envió <707> la obediencia á leer filosofia en esta provincia. Hízolo, y sacó un curso de muy lucidos predicadores, y despues leyó hasta jubilarse. Fué guardian del convento principal de Mérida, difinidor y provincial de esta provincia, haciendo en su trienio algunos reparos al convento de Mérida, y para su sacristia muchos ornamentos: para cuando se descubre el Santísimo Sacramento un sol grande de plata dorada muy vistoso. Acabado su provincialato se fué á vivir al convento de Conkal con deseo de soledad. Allí se dió mucho á la veneracion del culto divino (á que siempre fué inclinado) teniendo lo que toca á él con mucho adorno y limpieza. Fué de natural muy humilde, y aunque sus letras pudieran ocasionarle alguna vanidad nunca se le vió, y siempre le experimenté (dígolo porque leimos algunos años juntos) que con facilidad se sujetaba al parecer de otros que diesen mas eficaz razon que la suya. Tampoco se pagó de su sentir que rara vez le sacaba á luz sin comunicarle con persona de satisfaccion habiéndola, que lo viese primero. Fué muy sufrido en algunas adversidades, y aunque le vi en muchas ocasiones que pudiere oponer algunas faltas á sus émulos, nunca le oí palabra de que resultase descrédito suyo. Siendo difinidor trabajó mucho en defensa de la provincia cuando el señor obispo Ocon publicó el edicto contra los ministros doctrineros, porque á su paternidad y á mí nos lo encomendó la provincia. Fué calificador del santo tribunal, y ejercia cuando murió el oficio de su comisario de la jurisdiccion de Mérida. Entiéndese que de vapores de cal por ser muy inclinado á fábricas le dió una enfermedad en el pulmon de que padecia mucho. Habia comenzado en Conkal una iglesia de tres naves de mampostería con las columnas labradas de sillería, obra que cesó cuando comenzó la hambre que se ha dicho. Muchos dias antes que falleciese se dispuso para morir, á mí me lo dijo que trataba de esto, porque sentia que le iba <708> fatigando mucho aquel accidente. El fué instrumento para que pasase de esta vida á veinte y ocho de marzo de mil y seiscientos y cincuenta y tres años, y quedó sepultado en el convento de Conkal donde residia. Hame dicho algunas veces el R. padre Fr. Martin de Salazar, hoy custodio de esta provincia, y entónces guardian del convento de Mocochá (y discípulo suyo) que se halló á su entierro, que en su vida ha visto rostro de difunto que le haya movido á tanta veneracion. Murió de cincuenta años de edad, treinta y cinco de religion y veinte de esta provincia.
Al padre Fr. Bernardino de Valladolid hiciera agravio, si me contentara con haber dicho las conclusiones tan singulares, que tuvo conferidas en la lengua de los indios. Tenia en ella traducido gran parte de Dioscorides, y esperimentado que hay en esta tierra gran diversidad de los simples que allí se refieren. Iba haciendo un tomo como él está pintándolos, ponia su nombre latino, castellano y el que correspondia en esta lengua de los indios, y luego en ella lo que de ellos dice Dioscorides que era trabajo de mucha curiosidad y que denota la mucha lengua que sabia. Era de ingenio muy vivo, admirable predicador de los indios, y muy lucido en la predicacion de los españoles. Siendo secretario de una caida en una escalera se le aumentaron tantos achaques que llegó á quedar con sola la piel humana y los huesos. Acabo su curso en la mas florida edad, siendo de treinta y cinco años recibidos todos los Sacramentos y dispuesto como religioso en Mérida á diez de octubre de mil seiscientos cincuenta y dos años. Otros muchos religiosos antiguos y modernos eran dignos de que su memoria quedase en la estampa de este libro. Esperamos en la divina clemencia están escritos en el de la vida eterna que es lo mas importante porque este como historia general no ha podido singularizarlos todos, y lo mucho bueno que <709> de ellos pudiera decirse para que era menester tomo de por sí. Téngalos Dios en su gloria.
Por el mes de julio del año de cincuenta y cuatro sucedió una faccion que originada de sugetos tenidos por débiles, la hizo mas digna de estimacion y reparo. Unos de los enemigos corsarios que todos los años molestan estas costas prendieron á unos indios del pueblo de S. Roman, barrio de Campeche y los traian por la mar sin querer echarlos á tierra. Los indios determinaron alzarse con la fragata, y sin mas armas que unos cuchillos que habian cogido en ella lo ejecutaron. Mataron ocho de los enemigos y entre ellos al capitan y maniataron á los demas que habia, porque habian salido algunos á tierra. Alzaron velas del puerto de Dzilan donde sucedió, y llevaron la fragata á Campeche con todas sus armas y los enemigos que quedaron vivos aprisionados. Los indios que hicieron esta faccion fueron solamente siete,y quedaron heridos principalmente el que los capitaneó que se llama Juan Canul. Dijeron despues que se habian encomendado de su corazon al Santo Cristo de S. Roman, y que invocando su santo nombre y ayuda acometieron y vencieron á los enemigos. Al Juan Canul dió el gobernador título de capitan, y que gobernase una compañía de sus connaturales, y las armas y vestido que quito al de la fragata con que solia salir en algunas ocasiones haciendo con ellas gala y memoria del suceso. <710>
CAPITULO VEINTE Y CINCO.
Eleccion del R. P. Fr. Juan de Olano,
y misiones de religiosos doctrineros
que nuestros reyes han dado para esta provincia.
Cumplíase á mediado el año de cincuenta y cuatro el trienio para celebrar capítulo de esta provincia, y habiendo llegado en la flota del año antecedente el muy R. P. comisario general Fr. Juan de la Torre, hijo en la religion del insigne convento de México y padre de la santa provincia de Burgos, vino personalmente á visitarla. Hallóla muy gravada de deuda con la que se habia hecho, trayendo los treinta y cinco religiosos que su majestad (que Dios guarde) dió informado de los muchos que murieron con la peste que se dijo. Porque aunque para el avio dió lo que siempre ha acostumbrado su católico celo, como todo lo necesario para la navegacion se compra yá por tan subidos precios, no alcanza para el gusto y lo que falta crece mucho, recibiéndose como los recibieron los padres vocales á un excesivo precio por ciento. Viendo el muy reverendo padre comisario el empeño tan grande, fijó toda su atencion a desempeñar la provincia poniendo para ello todos los medios excogitables que la prudencia humana pudo hallar de suerte que sin nuevo gravámen de los conventos lo consiguió dejando la provincia libre de toda deuda y sin ocasion de tenerla. Visitando la provincia advirtió algunas cosas para mayor observancia de nuestro estado acerca de las cuales dejó algunos apuntamientos en patente suya.
Visitada la provincia celebró capítulo en Mérida á veinte y nueve de agosto de dicho año de cincuenta y cuatro, y en el fué electo ministro provincial el R. padre Fr. Juan de Olano hijo de ella con todos los votos, y <711> que acababa de ser custódio. Por su parcialidad difinidor el R. padre Fr. Francisco Manrique lector jubilado, custódio el R. padre Fr. Martin de Salazar de los sugetos lucidos y fáciles en la predicacion de españoles que ha tenido esta tierra, y ámbos nacidos en ella en la ciudad de Mérida. Por la parte de los religiosos de España difinidores el padre Fr. Diego López Cogolludo, lector jubilado y autor de estos escritos (tales cuales son) el R. padre Fr. Hermenegildo infante de Lara, comisario y abad nombrado de la conversion del Próspero, como yá se dijo, dando relacion de ella, y el R. padre Fr. Antonio de Rivera muy lucido predicador de. españoles y aprobada lengua, y predicador de estos naturales.
Encargó mucho el muy R. padre comisario así al nuevo electo provincial como á los guardianes el reparo de los conventos que los mas era lástima verlos, y el aumento de las sacristías para el ornato del culto divino, y dejando la provincia con mucho alivio y descanzo que no entendió tener en algun tiempo por la deuda referida y otras causas, se volvió á México a visitor aquella santa provincia y celebrar su capítulo. Hallándose el presente difinitorio de ésta agradecido á lo mucho que por ella y su bienestar habia mirado el muy R. P. comisario general, despues de haberse ido á México se escribió testimonio auténtico firmado de todos y sellado con el sello mayor de esta provincia, certificando á nuestros RR. padres ministro general y comisario general de Indias, el desempeño que su paternidad hizo, y los órdenes para que no hubiese otro ni ocasion de él, con que se gravasen los conventos, fuere en lo innescusable segun nuestro estado, y por duplicado se despacho a España. No puedo pasar sin ponderar que la Majestad Divina muchas veces retribuye de contado pagando el celo con que se mira por el bien comun de cualquier estado como le estaba sucediendo <712> al muy R. padre comisario, porque acabando de ejecutar su paternidad en esta provincia lo referido ántes de salir de ella movió en Madrid el católico corazon de nuestro monarca (que Dios guarde) para que le escribiese por las noticias que tuvo desde luego que llegó a estos reinos una carta que decia así:
"EL REY. Venerable padre comisario general de la órden de San Francisco de la Nueva España. A mi consejo real de las Indias han llegado noticias ciertas que en las visitas que habeis hecho á los conventos y religiosos de esas provincias, habeis ajustado vuestra religion con gran crédito y opinion de todos en esas provincias. Y aunque eso es tan conforme á vuestra obligacion y instituto, y á la confianza que se hizo de vos en ese puesto, me ha parecido daros muchas gracias (como lo hago) por ello. Y os encargo la continueis y pongais muy particular cuidado y diligencia en que vuestros súbditos cumplan enteramente con mas obligaciones, conforme á sus institutos y votos, pues en todas partes es su obligacion precisa y mayor en esas provincias donde tanto importa que los naturales de ellas vean continuamente lo mejor. Que en ello me daré de vos por bien servido, y tendré memoria de vuestra persona en las ocasiones que se ofrecieren de vuestros aumentos. De Madrid á 6 de setiembre de 1654 años. YO EL REY. Por mandado del rey nuestro Señor. Gregorio de Leguia. Y viene rubricada de los señores del consejo."
Una copia de esta cédula me envió un religioso grave de México dando gracias á Dios de que nuestro rey y señor (que Dios guarde) entre tanta inmensidad de cuidados singularice honrar así á los superiores de nuestra sagrada religion. Déle la Divina Majestad su gracia al referido, para que prosiga en el desempeño de los buenos deseos que nuestro monarca le manifiesta. El R. padre provincial precedió desde luego, y procede <713> muy atento á lo que le encargó el superior, y así se han ido y van reparando mucho los conventos y sacristías de que cuida grandemente, y procede con loable ejemplo: déle la Divina Majestad el don de la perseverancia que corona las buenas obras. Tan buen logro se ha visto del cuidado referido, que hallamos celebrando la congregacion á diez y nueve de febrero de este presente año de mil y seiscientos y cincuenta y seis, desde el capítulo antecedente haber aumentado de nuevo los religiosos doctrineros de ornamentos, plata para el servicio del culto divino, reparos de iglesias y conventos de las doctrinas, veinte mil y ciento y cincuenta y dos pesos y dos reales, que quedan en las iglesias de dichas doctrinas que tenemos. Y esta cantidad ha sido sacada de las limosnas que nos dan los indios para nuestro sustento y vestuarios, que porque ven esto nunca ellos (sino es incitados de otras personas) las tienen por gravámen y mas en estos tiempos que la botija de vino y la arroba de aceite, nos ha costado por doscientos reales de plata cada una la que menos, y aunque S. M. mando por su real cédula novísimamente que se diese vino y aceite para las misas y lámparas del Santísimo Sacramento, no se hizo mas que pregonarla públicamente, y suspender la ejecucion, como si fuese su mandato injusto, entrando S. M. á la parte en darlo por los pueblos que tiene en su corona, como los demas encomenderos por los suyos.
He reservado para este lugar referir las misiones de religiosos, que á costa de los reales haberes y cuidado de nuestros católicos reyes, plantaron la santa fé católica en este reino y con los que en él han recibido el hábito, han concervado y concervan á los indios en ella con la predicacion y ministerio evangélico (aunque cierto gobernador hubo no ha muchos años, que dijo que de qué provecho éramos los doctrineros si no de que nos sustentasen sin darles nada temporal y en ocasion lo dijo <714> que les quitaba á los indios lo que valia dos por uno.)
La primera mision fué cuando vino el venerable padre Fr. Jacobo de Testera con otros cuatro compañeros, y llegaron á Champoton á 18 de marzo de 1534 años.
Siguió á esta mision otra de cinco religiosos que vinieron el año de 1537, y no permanecieron en ella como ni los primeros.
El año de 1546 vino otra de seis religiosos cuyo comisario fué el padre Fr. Luis de Villalpando y fuéron las que fundaron esta provincia.
La provincia del Santo Evangelio envió al año siguiente de 1648 otra de seis religiosos, su comisario el padre Fr. Juan de la Puerta.
El padre Fr. Juan de Albalate trajo la primera que vino directa de España y llegó año de 1549 en que vinieron seis religiosos.
Desde la referida no hallo haber venido otra hasta el año de mil quinientos sesenta y uno que el padre Fr. Lorenzo de Bienvenida trajo una de diez religiosos. Tengo por cierto vinieron en los años intermedios otras segun el ferviente zelo con que siempre se han dado ministros; pero no he hallado escrito alguno que lo diga.
Segunda vez fué á España el padre Bienvenida y trajo á esta provincia doce religiosos el año de mil quinientos sesenta y seis.
Cuando el Sr. obispo D. Fr. Diego de Landa vino consagrado, le dió el rey una mision de treinta religiosos que nombraron por su comisario al santo padre Fr. Pedro Cardete; y llegaron año de mil y quinientos y setenta y tres.
Aunque de las misiones siguientes hasta el año de 1615, no hay total certidumbre de los años en que llegaron, porque no la he hallado en el archivo de la <715> provincia, ni en la contaduría real, las referiré segun me dijo acordarse (dos años mas ó menos) el R. padre Fr. Juan Coronel. Y así digo, que habiendo ido á España por procurador de esta provincia el padre Fr. Juan de Padilla trajo una mision de diez y ocho religiosos que llegaron el año de 1576.
Fué el venerable padre Cardete por procurador, y trajo otra de diez y seis religiosos el año de mil y quinientos y setenta y ocho.
Segunda vez fué el padre Fr. Juan de Padilla, y trajo una de doce religiosos el año de mil quinientos ochenta y uno.
El padre Fr. Gaspar de Najara fué á España y trajo doce religiosos el año de mil quinientos ochenta y cuatro.
El padre Fr. Pablo Maldonado trayendo de España doce religiosos, murió en el viaje y ellos llegaron á esta provincia el año de mil quinientos noventa y tres.
Hasta el de mil seiscientos uno no vino mision, y en él trajo el padre Fr. Alonso Pérez de Guzman doce religiosos de España.
El padre Fr. Alonso de Ortega habiendo ido por custódio y procurador de esta provincia trajo á ella de España el año de 1603 doce religiosos.
El padre Fr. Juan de la Peña trajo otros doce el año de mil y seiscientos y cinco.
Al siguiente de mil y seiscientos y seis condujo otra mision de doce religiosos de España el P. Fr. Diego de Castro.
Pasó hasta el año de mil y seiscientos y quince, sin venir religiosos de España y en él trajo el padre Fr. Dionisio Guerrero veinte y cinco.
El padre Fr. Francisco Jimenez de Santa Marta, habiendo ido por procurador á España, volvió á ella con una mision de doce religiosos el año de mil y seiscientos y veinte y cinco. <716>
Fué por custodio al capítulo general que se celebró en Toledo el año de mil >, seiscientos y treinta y tres, y juntamente por procurador de esta provincia el reverendo padre Fr. Pedro Enriquez, y trajo al año siguiente de treinta y cuatro, veinte y cinco religiosos.
Despues fué por procurador el padre Fr. Diego Pérez de Mérida y trajo el año de 1638 treinta y tres religiosos.
El reverendo padre Fr. Antonio Ramirez habiendo ido como custodio que era de la provincia al capítulo general de Toledo del año de cuarenta y cinco, y juntamente por procurador general trajo el año de cuarenta y seis una mision de veinte religiosos.
A los reverendos padres Fr. Alonso Cuadron custodio para el capítulo general último de Roma celebrado el año de 1661, y Fr. Alonso de Quiñones comisario provincial que llevaron orden de traer religiosos de España les dió treinta y cinco su majestad (que Dios guarde) informado en su real consejo de las Indias de los muchos ministros que en esta provincia habian muerto con la peste los dos años continuados de cuarenta y ocho y cuarenta y nueve Llegaron estos religiosos á Campeche el mes de octubre del año pasado de mil seiscientos cincuenta y tres.
De donde consta haber venido á esta provincia cuatro misiones de la del Santo Evangelio y diez y nueve directamente desde España, y en ellas trescientos cuarenta y ocho ministros conducidos á expensas de los reales haberes, y de ellas ha dado S. M. del rey nuestro señor D. Felipe cuarto el grande (que Dios guarde) aumentando el católico celo de sus gloriosos progenitores, las cinco misiones en que han venido ciento veinte y cinco religiosos. Y así con no menos razon esta provincia de humildes capellanes suyos agradecida y postrada a sus reales pies por tantos beneficios como <717> continuamente nos está haciendo, le podemos decir lo que un poeta á su glorioso bisabuelo.
Sola quidem populos divisos orbe potentes Dextera Dei
subdit Magne Felipe tibi.
Hinc regum Domino sit gloria lausque Monarchæ.
Quem novus hic mundus quem nova regna colunt.
Y yo doy humildes gracias á la Majestad divina por haberme dado vida y salud para haber llegado al fin de estos escritos. Los cuales y la persona con todo cuanto dijere y obrare sujeto humildemente á la correccion de la santa iglesia romana y censura de todos los doctos.
Ad laudem Dei, purísimæ Matris ejus,
& omnium santorum. Amen.
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