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Combined Dictionary-Concordance of the Yucatecan Mayan Language
CAPITULO OCTAVO.
Del obispo D. Márcos de Torres y Rueda,
y gobierno D. Estéban de Azcárraga.
Por la promocion del señor D. Juan Alonso de Ocon al obispado del Cuzco, presentó S. M., que Dios guarde, al Sr. Dr. D. Márcos de Torres y Rueda, canónigo magistral de la Santa Catedral de Búrgos, para obispo de esta de Yucatan. Llegó á Campeche por el mes de noviembre, año de mil seiscientos cuarenta y seis, y desde allí envió su poder al Br. Alonso de Ojeda, canónigo de Mérida, para que tomase la posesion de este obispado en su nombre, como lo ejecutó á los nueve dias de aquel mes, y en él llegó su señoría á la ciudad de Mérida. Aunque estuvo en este obispado poco tiempo, visitó mucho de él personalmente, y quiso introducir que por visitar los libros de casamientos y bautismos que tienen los doctrineros regulares le diesen una cantidad que por señas dió á entender que no era mal besamanos. No se le concedió, como cosa que no parecia justa; pero en todos los conventos se le hizo hospicio dentro de la clausura, regalando á su señoria y familia cuanto fué posible.
Estaba suspensa la declaracion que el señor obispo Ocon habia hecho contra el padre guardian de Hunucmá, fijándole por público descomulgado (como me dijo), y habiéndome nombrado la provincia procurador para la decision, presenté testimonio de cómo no era doctrinero cuando fué declarado por descomulgado. Constando por él al señor obispo con certidumbre jurídica lo que pasaba, declaró por su auto cómo dicho padre guardian no habia estado incurso en la descomunion contenida en el edicto por no tener cuando sucedió ministerio de cura ni otro alguno por que fuese sujeto á la jurisdiccion de su antecesor. <610>
Gobernando estaba este su obispado el señor obispo cuando sucedian las discordias que hubo en la Nueva España entre el excelentísimo señor conde de Salva-tierra, virey, y el señor obispo de la Puebla D. Juan de Palafox y Mendoza. Promoviendo S. M. (que Dios guarde) al virey para el gobierno del Perú, libro su real cédula para que nuestro obispo de Yucatan gobernase la Nueva España, siendo presidente de la real audiencia de México en el ínterin que venia virey nombrado por S. M. En la flota del año de cuarenta y siete llegó esta cédula, que la trajo á Mérida un capitan, y pidiéndole albricias de la merced que le venia, no lo creia, hasta que sacando el pliego y dándosele se certificó que era así. Anduvo tan corto con el capitan que dió harto que decir cuando se entendió le hiciera un favor crecido correspondiente á la merced que el rey le habia hecho; que como dijo muchas veces despues, nunca llegó á su imaginacion verse en puesto semejante, y que no sabia como el rey le habia dada cosa tan grande. Publicóse la nueva, y todos acudieron á darle el parabien de la merced recibida. El gobernador le puso una compañía de cuerpo de guardia, y su señoría aumentó su familia con algunos criados, aunque pocos para dignidad tan grande como en la que estaba. A treinta de setiembre de aquel año salió de Mérida dejando el gobierno por su ausencia al cabildo eclesiástico.
Llegó á la Nueva-España y tardó algun tiempo en tomar posesion del gobierno porque no luego salió el señor conde de Salva-tierra. Lo que en el tiempo de su gobierno sucedió, los escritores de aquel reino lo dirán en sus historias. Solamente digo que se decia enriqueció mucho; pero en media de aquella prosperidad le dió la enfermedad de que murió. Reconocieron la gravedad de ella los médicos, y se dijo no queria creer el peligro, hasta que el mismo achaque se le hizo entender, <611> aunque no le quedo tanto tiempo como parecia necesario para disponerse á morir persona de quien estaban dependientes tan graves y diversas materias. Dios nos dé su gracia para tal hora, pues cuanto mayores son las dignidades, tanto mayor será el estorbo para pasar con quietud á la vida eterna. Fué su muerte el año de mil seiscientos cuarenta y nueve, y se declaró la sedevacante de este obispado á primero de junio de aquel año. Gobernó el cabildo eclesiástico hasta quince de mayo del de cincuenta y uno. Era gran teólogo, y habia sido colegial del colegio de Santa Cruz de Valladolid, de que se preciaba mucho y con razon, pues de él han salido tan grandes varones que en lo eclesiástico y secular han ocupado los mayores puestos de la monarquia. Luego que llegó instituyó que cuando algun enfermo estuviese en lo último de su vida, se hiciese señal con la campana mayor para que le encomendasen á Dios, costumbre que se observa.
Por muerte del gobernador Francisco Núñez Melian, dió el rey este gobierno al maestre de campo D. Estéban de Azcárraga, caballero de la órden de Santiago. Hízole la merced en Maranchon á catorce de marzo de mil seiscientos y cuarenta y cinco años. Era este caballero natural de la provincia de Guipúzcoa, y habia servido en las guerras desde el año de veinte y uno, y actualmente en las de Cataluña donde era maestre de campo. Hallóse en la batalla de donde salió tan herido, que estuvo tenido por difunto. Juntamente con el gobierno le dió su majestad la cruz, que recibió en España, y profeso en esta tierra en el colegio de la compañia de Mérida. A cuatro de diciembre de dicho año de cuarenta y cinco fué recibido en la ciudad, y gobernó hasta ocho de agosto de mil seiscientos cuarenta y ocho años que murió en la peste que hubo. Fué su teniente general D. Juan de Aguileta, abogado de la real audiencia de México desde once de marzo de mil seiscientos cuarenta y siete. <612>
Como tenia tanta práctica en la disciplina militar, ordenó todo lo tocante á ella con gran disposicion, y porque halló instituido oficio de maestre de campo (que no le hubo hasta Francisco Nuñez Melian) y no habia las compañías de infantes que forman un tércio, instituyó otras cinco, una de arcabuceros mulatos y cuatro de indios piqueros. Enseñoles á hacer cuerpo de guarda y recoger sus banderas como hacen los españoles, que daba gusto despues ver la buena órden con que lo obraban, y cuando se formaba escuadron en los alardes generales, cómo acudian á sus puestos donde quedaban guarnecidos con los infantes arcabuceros. El último que hizo fué muy para ver, porque formó en la plaza mayor un castillo á quien puso cerco, y fué atacado como se hubiera de hacer si verdaderamente fuese de enemigos. Ultimamente le asaltaron, y despues de combatido y aprisionada la guarnicion que le defendia, le puso fuego; con que se abrasó y tuvo la ciudad una tarde muy regocijada.
El tiempo que gobernó tuvo á los vecinos en mucha paz y sosiego, aunque tuvo disgusto con los oficiales reales sobre la distribucion de las ayudas de costa que da el rey á muchos que no alcanzan encomiendas. Era temeroso de Dios y persona de conciencia ajustada, y muchas veces me dijo se holgara mas le hubiera dado S. M. con que pasar en su casa muy moderadamente, ó que le ocupase en otro puesto donde se manejasen las armas, que cuantos gobiernos habia, porque le daba cuidado si lícitamente granjeaban lo que por acá se sacaba con ellos. Era muy dado á la veneracion del culto divino, no faltaba á sermon que se predicase, y se holgaba que en ellos los predicadores advirtiesen lo que concernia al bien público. A mí me dió en una ocasion gracias por haberlo hecho, y me admiró mas, porque supe no falto quien quisiese con lo que le dijo que no me tuviese buena voluntad; pero respondióle <613> que el púlpito era lugar donde se predicaba la doctrina evangélica, y que se habia dicho con la modestia y decencia que el lugar pedia; que si habian de predicarse copias de romances. Puso los medios mas convenientes que pudo, y el que lo dijo se apartó de allí confuso. Veneró mucho á los eclesiásticos, y era limosnero especialmente con los conventos. Dolíale mucho la pobreza del de las madres religiosas, y así las acudia con cuantos regalos podia. Porque el convento no tenia vista al campo, les hizo un mirador sobre la capilla mayor de la iglesia, con que tienen. algun divertimiento. En las casas reales hizo un antecorredor muy grande que las hermosea y sirve de reparo contra el calor del sol para que habia una ramada de paja que las afeaba, y aun con ella peligraban por razon del fuego.
Por principios del año de cuarenta y siete vino á esta tierra un juez delegado del Sr. D. Márcos Ramirez, obispo de Michoacan y comisario general de la Santa Cruzada, á visitar los ministros de ella en este obispado. Acabándosele el término de su comision repartió las costas y salarios entre los que dijo resultaban culpados. Procedia contra ellos con censuras porque no los pagaban, y ocurrieron al gobernador alegando contra el juez exceso de su comision, y el gobernador lo remitió á su teniente general, que por un auto declaró exceder el juez de su comision, y envió al alguacil y un escribano que sin autoridad de juez eclesiástico alguno quitaron de la tablilla que estaba dentro de la Santa Catedral el papel en que estaban declarados por descomulgados. Proveyó el obispo que no fuesen admitidos los tales á los oficios divinos y comunicacion de los fieles como públicos descomulgados que eran; pero hubo tales demostraciones públicas sobre el caso, que se hubieron de tolerar y admitir por conservar la paz pública, sin mas absolucion que haberlos quitado el teniente de la tablilla. Notorio fué esto á todos los que viviamos en <614> la ciudad de Mérida, y despues en toda esta tierra. Túvose noticia en el real consejo de las Indias de este suceso y otras cosas contenidas en una real cédula fecha en Madrid á 10 de junio del año siguiente de cuarenta y ocho, y dudando S. M. y aquellos señores hubiesen sucedido como se dicen, habiéndolas referido se dice luego: "Y habiéndose vista en mi consejo real de las Indias; como quiera que se fia de vuestra atencion habréis procedido en los casos referidos (viene dirigida la cédula al gobernador) como se debe y teneis obligacion, sin permitir que en ninguno por vos ni por vuestro teniente se alteren los términos del derecho; todavía ha parecido advertiros lo mucho que conviene templar las acciones en todos los casos. En los de justicia administrándola con igualdad y conforme á derecho, y en los de gobierno con aquella prudencia que se fia de vos. Empero en los casos eclesiásticos debeis atender mucho á proceder con aquel respeto y veneracion que es justo, teniendo mucha cuenta con procurar que con vuestros ejemplos todos lo hagan así, sin interponeros en limitar á los jueces eclesiásticos su jurisdiccion, pues usando de la vuestra en lo que permiten las leyes, habeis de conservar la obediencia espiritual á la iglesia y sus ministros, y la inmunidad con toda veneracion. Teniendo entendido que en hacerlo así despues de cumplir en ello con vuestra propia obligacion, me daré por servido. Y si fuesen ciertas (lo que no se cree) las cosas que se dicen de vuestro teniente, convendrá poner en ello la enmienda que mas convenga á mi servicio y satisfaccion de la causa pública. Y así os mando que lo hagais, porque de lo contrario, de uno y de otro me daré por deservido y mandaré poner en todo remedio eficaz &c." Un mes despues de librada esta cédula en Madrid, murió en Yucatan el gobernador á quien venia dirigida; pero aunque la real voluntad está confirmada por tantas cédulas declarando su católico sentimiento, <615> pocas veces se ofrece causa con eclesiásticos que se proceda con la templanza y moderacion que se ordena. Quiera Dios que las fatigas que los enemigos dan á estas tierras, no sean castigo de su Divina Majestad por algunas cosas que suceden, pues las divinas letras nos declaran cuánto siente el menosprecio de sus sacerdotes. ¿Qué será si es hecho con pretexto de la autoridad real, siendo tan contra ella? por lo menos desde entónces solo se han vista en esta tierra calamidades y desdichas, que se referirán hasta el fin de estos escritos, aunque solo Dios sabe la verdadera causa de ellas.
CAPITULO NOVENO.
Cómo fuéron traidas reliquias de S. Diego de Alcalá á Mérida,
y algunos de los milagros que han hecho.
Los vecinos de la ciudad de Mérida han tenido y tienen especial devocion á nuestro glorioso S. Diego, que llaman comunmente de Alcalá de Henares mi patria, y así le habian hecho capilla en la iglesia de nuestro convento en la mejor forma que la fábrica de ella dió lugar, abriéndola en el muro al lado del evangelio. Púsose en ella un retablo de ensamblaje, fábrica de un gran maestro español, y se iluminó al fresco lo interior. Tiene en el media una imágen del santo, de escultura de talla entera, casi estatura de hombre, y es muy devota. Por lo exterior le pusieron su reja de hierro con coronacion, uno y otro matizado, y una lámpara grande de plata, cuyo gusto de aceite sustentan los devotos. El arco por la parte exterior se adornó con basas, columnas, capitales y extremidades de piedra labrada, <616> y para memoria de que fué comun devocion de todos, y no singular afecto de algun devoto, dejaron sobre la cornisa que ciñe el arco un rótulo que dice: Esta capilla y santo es de toda esta ciudad de Mérida. Hízose este retablo y doróse esta capilla con limosnas de los conventos y devotos el año de 1612. No les ha faltado ocasion para ser tan devotos con el santo, porque innumerables que en sus enfermedades y otras necesidades del auxilio divino se han valido de su intercesion, han alcanzado de la divina clemencia muchos beneficios, que atribuyen (con ánimos agradecidos) á los méritos de este glorioso santo.
Faltaba á la católica piedad con que le veneran reliquia de su santo cuerpo, y dióla nuestro Señor sin esperarse. Habia ido á los reinos de España el R. padre Fr. Antonio Ramirez, como custodio de esta provincia, al capítulo general de la religion, que se celebró en Toledo el año antecedente de cuarenta y cinco; y cuando hubo de volver trajo un dedo y un pedazo considerable de la carne del cuerpo del santo con letras testimoniales de los prelados generales cómo son del santo, y ellas mismas lo manifiestan. Habiendo llegado á Mérida fué grandísimo el gozo de toda la ciudad luego que se supo, y se les hicieron dos relicarios de plata dorados en que ponerse. Elegido para la colocacion de ellas en su altar el dia de la festividad del santo, doce de noviembre de mil seiscientos cuarenta y siete años, la víspera por la noche hicieron los ciudadanos una máscara muy lucida, paseando las calles de la ciudad con muchas luces, y habiendo en ellas muchos fuegos, y á éstos correspondian los artificios de pólvora que en el patio de nuestro convento (donde estaban las santas reliquias) se quemaron cuando llegó la máscara á hacer festejo á los religiosos. Por la mañana se llevaron á la Santa Catedral donde estuvieron en el altar mayor patentes hasta <617> que fué hora de ordenarse la solemne procesion con que fueron llevadas al convento. El concurso de gente para ella fué de los mas numerosos que en aquella ciudad se han visto. Acompañáronla el venerable cabildo eclesiástico y el secular, y aquel para mas manifestar así la devocion del santo como el afecto á la religion canto la misa aquel dia en nuestro convento, y así fuéron las dignidades revestidas, llevando patentes las santas reliquias en sus manos y con piadosa humildad confesándose dichosos por tenerlas en ellas. Asistió toda la nobleza de la ciudad, dando bien á entender con el lucimiento de galas que sacaron aquel dia, el contento de sus ánimos imitándolos la gente de menos porte en cuanto les fué posible.
Las calles por donde hubo de pasar la procesion estuvieron muy adornadas como la piedad católica acostumbra ponerlas para semejantes actos, y los suelos de ellas llenos de flores (que las hay diversas en esta tierra lo mas del año) y yerbas olorosas. Procedióse desde la Santa Catedral á nuestro convento, de don. de salieron algunos religiosos con cruz alta y preste á recibir la procesion. Dióse principio á los oficios divinos, habiéndose traido para celebrarlos todos los mas diestros cantores y instrumentos de la provincia, que juntos con los músicos de la Santa Catedral los oficiaron. Predicáronse las maravillas y méritos del santo, y acabada la misa, para consuelo de los asistentes se bajaron las reliquias de lo eminente, donde estuvieron colocadas, para que las viesen todos de cerca y venerasen puestas las rodillas en tierra, besando los relicarios, y poniéndolos sobre sus cabezas con devocion grande. Duró tanto tiempo este católico acto de veneracion, que fué necesario mudarse algunas veces los sacerdotes que las tuviesen. Concluido fuéron colocadas en un sagrario que el altar tenia hecho desde su principio, que parece previno en el la Providencia Divina lugar <618> de custódia tan propio y á propósito donde se observasen como pudo ejecutar el afecto despues de traidas. A la tarde de aquel dia festejó la ciudad toda la nobleza de ella, saliendo á caballo por sus calles con muchas galas, corriendo parejas en las principales y en la plaza mayor, y solos y haciendo escaramuzas y otras agilidades, en que los hijos de esta tierra son diestros. Al siguiente se corrieron toros en la plaza mayor para alegrar la ciudad, y manifestar mas el regocijo que con las santas reliquias se tenia.
Aumentóse la devocion del santo con la posesion cierta de ellas, y Dios nuestro Señor dió nuevos motivos á los fieles de esta tierra para que la tuviesen, obrando desde luego nuevas maravillas. Tan presto fué en sus misericordias, que un dia de la octava de la misma fiesta, hallándose una mujer tan tullida que no podia andar sino con ayuda de dos muletas, viéndose en lo natural destituida de remedio, se acogió al divino con mucha confianza. Tratábase aquellos dias en muchas conversaciones de los milagros que nuestro Señor habia hecho en diversos tiempos con los que ponian por su intercesor á nuestro glorioso San Diego para conseguir remedio en sus necesidades. Siendo tan grande la de aquella mujer, propuso con mucha fé de recurrir á su altar y hacer oracion en él con la asistencia que comunmente llaman velar al santo ó novenas. Ejecutólo, y el santo pagó la devocion tan á letra vista que se halló con entera salud, y sin necesidad de las muletas con que á ella vino. Dió muchas gracias á nuestro Señor, y hacienda notorio este beneficio deja las muletas en memoria de él, y volvió á su casa con el contento que imaginarse puede.
El dia octavo del mes de junio de aquel año siguiente se pudo tener por memorable en la ciudad de Mérida, pues fueron en él las afluencias de la divina <619> misericordia tan copiosas con la invocacion del santo, que á no dimanar de la Providencia divina, pareciera que en él le iba por tema al santo hacer ostentacion de lo mucho que sus ruegos valen en la presencia divina. Habia en la ciudad muchos enfermos de diversas enfermedades, y algunos enviaron al convento por una de las reliquias del santo para alivio y consuelo del dolor que les ocasionaban sus achaques. Salió con ella el P. lector Fr. José de Orozco, el cual me afirmo haber sucedido consecutivamente estas maravillas. Llegó en casa del capitan Diego de la Cerda, donde al parecer era la necesidad mas urgente por estar su mujer Da. Catalina Dorantes muy peligrosa de un flujo de sangre repentino. Habia acudido el médico con todos los auxilios que su ciencia le dictaba, y no hacian efecto alguno. Continuaba la evacuacion de la sangre con tal ímpetu, que no era posible vivir mucho perseverando tan cruenta violencia. Entró la reliquia del santo por su casa sosegando aquella desventura, porque desde luego que la adoró y se encomendó la enferma á el teniéndola en sus manos, comenzó á minorar la violencia del achaque, y al dia siguiente quedó del todo sana de enfermedad tan peligrosa.
Vivia en una casa inmediata á la referida el sargento mayor D. Gaspar de Ayala, casado con Da. Francisca Mariana Dorantes, hermana de la enferma que se ha dicho, y esta otra señora lo estaba de un tumor en la garganta, que le daba mucha pena. Encomendóse con mucho afecto al santo, y tocándole la reliquia al tumor, fué Dios nuestro Señor servido que desde entónces se empezó á resolver, y el dolor que con él tenia á minorar, y sanó muy en breve. Vinieron despues ámbas, agradecidas al beneficio que del santo habian recibido, á visitarle en su capilla, asistiendo en ella un dia á dar gracias á la Majestad Divina.
Habia adolecido un niño de tan tierna edad que <620> aun mamaba, llamado Francisco de Castro, hijo de Gabriel de Castro y Da. Juana de la Cámara, vecinos de Mérida. Crecia al paso de la enfermedad el sentimiento de los padres por ser el primero y único que Dios les habia dado, y porque aunque el niño se quejaba, no podia decir el dolor que tenia. Dióle un accidente de calentura, con que al parecer estaba en los últimos alientos de la vida. No acertaba la afligida madre, aunque con consejo del médico, á hacerle remedio alguno, y menos cuando en el excremento natural conoció estar echizado segun las cosas que expelia. Fué verdad segun se averiguó despues, porque una india que le daba el pecho (y llaman en esta tierra chichigua) por acortar el tiempo de la crianza le habia dado con que muriese lentamente. Viendo, pues, aquella señora tan sin remedio humano á su hijo, habia pedido al dicho P. lector llevase la reliquia de S. Diego. Acordándose la llevó y pusósela al niño sobre su delicado cuerpecito, y juntamente la madre con todas veras rogó al santo le alcanzase salud. No salió vana la esperanza que en el tuvo, ni sus oraciones dejaron de conseguir lo que afectuosa pedia. Sintióse mejor el niño, y sano en tan breve tiempo que causó admiracion, y tenida la salud por milagrosa, vino despues la madre á dar gracias al santo asistiendo en su capilla. Y porque otras maravillas piden otro capítulo, las referiré en el siguiente.
CAPITULO DIEZ.
De otras maravillas que nuestro Señor
ha obrado por los méritos de San Diego.
No se acabaron los beneficios divinos de aquel dia octavo con los referidos. Estaba Da. Juana Benites, natural <621> de las islas de Canaria, con notables angustias de mal orina porque en tres dias no habia hecho evacuacion alguna, y le parecia querer reventar. No obraban las medicinas, y encomendándose al santo, rogó le trajesen la reliquia. Llevóla el dicho padre lector, y poniéndola sobre la enferma, fué tanta la evacuacion que hizo, que admiro á todos los presentes, y dió nuevos motivos para las divinas alabanzas y mayor devocion para con el santo. Estas cuatro me dió anotadas de su misma letra el dicho padre lector, y las guarde para este lugar porque entónces inquiria escritos para formar los de esta historia. Sea Dios bendito por la vida que para ello me ha dado.
Despues de lo referido, Doña Francisca Paula, nacida en España y vecina de la ciudad de Mérida en esta tierra, enfermó de dolor de costado segun parecio al médico. Aumentose tanto el achaque, que recibidos los Santos Sacramentos llegó, segun el juicio del médico, á estar en el último peligro de la vida. Era á prima noche, y aunque parecia hora desacomodada, envió á rogar le llevasen la reliquia del santo. Estuvieron un rato los religiosos con la enferma para que se consolase, presente la reliquia, y volvieron con ella al convento. Fué nuestro Señor servido que desde entónces comenzó á mejorar y sentir alivio del dolor, y en breve tiempo consiguió salud perfecta, atribuyéndolo á beneficio divino por intercesion del santo á quien despues fué á dar gracias en su capilla.
Magdalena Cortés, vecina de la misma ciudad, adoleció de cámaras de sangre, y viéndose en riesgo manifiesto de la vida por ser el achaque muy peligroso en esta tierra, se encomendó al santo, confiando mas de su socorro que de las medicinas naturales, y tocando su reliquia alcanzó salud, en su opinion conseguida por medio del santo segun ella misma dijo inquiriendo yo estas maravillas por mandato de la obediencia porque las <622> pudiese certificar para mayor gloria de Dios y del bendito santo.
El padre Fr. Luis de la Serna, lector de teología, enfermó de un flujo de vientre, que al principio se pudo curar con leves medicinas, y por no hacerlo llegó á ponerle en el último término de la vida, corrompido con una mortal disenteria, y así hubo de recibir todos los Sacramentos por órden del médico. Congojóse (aunque conforme con la voluntad de Dios) viéndose morir en la mas florida juventud y recien venido de España. Habiamos los dos pocos dias ántes tratado en conversacion que parecia que los santos de nuestra órden tenian tanto de liberales en hacer milagros con los seculares, como de escasos para con los religiosos que se encomendaban á ellos, y en particular se trato de S. Diego. Con la ocasion de la materia conferimos en qué consistia ser un suceso milagroso rigorosamente, y resultó dijésemos que algunas cosas sucedian que se atribuian á milagros de algunos santos que podian por diversas causas haber naturalmente sucedido. Parece que aunque esta materia la discurrimos con la veneracion que á los santos como católicos debemos, quiso la Majestad Divina poner en aquel punto al dicho padre lector para manifestarnos la verdad de la doctrina del apóstol que dice: Hizo Dios eleccion de lo que el mundo juzga por ignorancia para confundir á los que se tienen por sabios y destruir con ella la sabiduría humana para que el hombre no tenga de que gloriarse en su presencia. Viéndose el enfermo, pues, en tan extrema necesidad y peligro que por instantes se temia espirase (segun decia el médico) recurrió al auxilio divino por intercesion del glorioso S. Diego cuya reliquia pidió con fervoroso afecto le trajesen. Lleváronsela á la cama y recibióla en sus manos encomendándose al santo con todas veras, y tambien á la santa imágen de nuestra señora de Izamal tan celebrada en esta tierra. Fué Dios nuestro Señor <623> servido que á poco rato se sintió con mejoría y tuvo alguna gana de comer que totalmente le faltaba: comenzó á minorar la mortal fiebre de calentura que tenia y la disenteria que la causaba: durmió algo aquella noche y al dia siguiente, aunque quedó muy flaco y debilitado, se halló libre de tantos accidentes mortales como le aquejaban, y esto sin haber intervenido media humana ni remedio natural alguno á cuya actividad se pudiese atribuir tan milagroso efecto; de que á Dios nuestro Señor, á su bendita madre y al glorioso S. Diego dió las debidas gracias, no dejando la reliquia del santo casi de sus manos hasta que pudo levantarse de la cama, ni despues de la celda hasta que estuvo yá con fuerzas para salir de ella. Otros muchos beneficios se habrán conseguido, porque es tal la devocion que al santo tienen, que apénas peligra enfermo en Mérida que no pida la reliquia del santo para consolarse.
En la iglesia de nuestro convento de Campeche habia altar de este glorioso santo, con quien los vecinos tenian gran devocion. En viéndose en alguna necesidad le quitaban un rosario que tenia, y solian llevarle á los enfermos con quienes se dice sucedieron muchas maravillas. A Da. Juana Natera, vecina de la dicha villa, le dió un aire que la embaró la garganta, y envio por el rosario del santo, que no hallándole con él, fué necesario buscarle de casa en casa por toda la villa. Halláronle y llevándosele se le puso al cuello y sanó. Padecia esta señora enfermedad de flujo de sangre, y experimentado lo que le habia sucedido en el cuello, se puso el rosario en la cintura y cesó tambien, con que fueron á un tiempo dos los beneficios recibidos. A otro dia fué á nuestro convento á dar gracias al santo, y en su altar le dijo una misa el padre Fr. Martin de Salazar, predicador conventual que era del convento, y cuando esto traslado custodio actual de esta provincia, que me lo refirio así cuando anoté lo demas que tengo dicho. <624>
En este pueblo de Tekax hay dedicada á este glorioso santo una ermita (de que yá se dió razon en el libro cuarto) y en ella una imágen suya de escultura de talla como de altor de una vara, con quien tienen gran devocion los indios y aun los demas españoles del territorio, y se celebra el dia de su festividad con mucho concurso así de religiosos como de seculares. Ha obrado nuestro Señor por ella algunas maravillas, y aunque la siguiente está dada á la estampa, como de esta santa imágen la referiré aquí. Cuando le labraban la capilla de bóveda de piedra en que ahora está, andaban muchos muchachos sacando una tierra blanca que se llama sahcab en esta lengua de los indios, y sirve para mezcla con la cal en los edificios. Con la continuacion de la saca se hacen cuevas hondas que las mas veces quedan cubiertas de grandísimos peñascos que tiene lo mas de la superficie de este reino como yá se ha dicho en otra parte. En la ocasion pues sacaban el sahcab de una algo profunda, y permitió Dios para ser alabado en su santo que se hundiese todo lo superior sobre treinta ó treinta y tres muchachos indizuelos de los que sacaban la tierra para la fábrica de la capilla. Quedaron los muchachos sepultados no solo debajo de la tierra, sino sobre ellos grandes peñascos y así estuvieron tres dias reputados por difuntos como naturalmente era forzoso. Dando despues orden de sacarlos oyeron hablar á los muchachos. La admiracion que causaria yá se vé, pues fué necesario no solo quitar la tierra con que estaban cubiertos sino muy grandes peñas y con muy gran trabajo. Fué Dios servido que todos fuéron hallados no solo vivos pero sanos. Dijeron todos los muchachos que S. Diego el que está arriba en la sierra, y para quien se hacia la capilla, los habia librado para que no muriesen, y que todos aquellos tres dias les habia traido tortillas de maiz para comer y agua que bebian, con que se habian sustentado. ¡O misericordia de Dios, y <625> cuántas maravillas hay juntas en esta!
En este mismo convento de Tekax (y digo este porque estoy morador en él cuando lo traslado) labrándose una capilla que hay de la Soledad de nuestra Señora, estando indios sobre la azotea de aquella trabajando, se vino un gran pedazo al suelo, cayendo tras él trece ó catorce indios que quedaron media sepultados entre los cascotes y maderaje. Presumióse hubiesen muerto algunos, y los vivos quedasen muy mal estropeados; pero llegando á socorrerlos los hallaron á todos vivos y sanos, y dijeron que su S. Diego el de la sierra los habia librado de tan manifiesto peligro.
Estando un indio llamado Francisco Uz de este pueblo de Tekax (pare hacer oracion al santo á quien se iba á encomendar) encendiendo unas candelas de cera para poner en su altar, cayó un rayo que rompió lo superior de la capilla y cercó al indio por todas partes, no haciéndole mas daño que chamuscarle las piernas. Certificó el indio despues que vió entónces salir la imágen del Santo del tabernáculo en que está, y dar con la mano á la luz del rayo, y que la echó por la puerta del occidente de la capilla dejando en ella hecho un gran destrozo, y volvió al tabernáculo.
Aún no ha un mes que sucedió (cuando esto escribo) que viérnes doce de agosto dia de Sta. Clara como entre las tres y las cuatro de la tarde, de una nube pequeña (que parecia cosa muy poca) salió despedido un rayo que rompió como el antecedente la bóveda de la capilla, maltrató el altar del santo, y algunos cuadros de pincel que están por adorno en las parades, los echó al suelo, penetró á la sacristia y pasó otra pared de otra pieza adelante, y en el cuerpo de la ermita atravesó la pared, dejando en diversas partes manifiestas señales de su violencia, y média torre de la ermita echada al suelo. Lo que mas admira es que estaba la imágen cubierta con dos velos, y le arrancó y quemó el interior que <626> la tocaba, y dejó ahumada la diadema de plata que tiene en la cabeza sin dejar señal alguna en toda la imágen. Otras muchas maravillas ha obrado nuestro Señor por ella, y concluyo con decir que estando el padre Fr. Diego Payan (que vino en la mision que yo, y hoy es guardian del convento de Champoton) muy al cabo de la vida y sin remedio humano, se encomendó á esta santa imágen, y corporalmente le apareció estando así en la cama enfermo, con cuya presencia recibió el dicho padre gran consuelo, y á él se siguió la perfecta salud, para memoria de lo cual esta pintado el suceso en un cuadro de pincel puesto en la capilla. Bendita sea la Majestad Divina por tantos beneficios suyos.
CAPITULO ONCE.
Noticia que dió el rey de su casamiento
con la reina nuestra señora, Dios los guarde.
Dispuso el rey nuestro señor, que Dios guarde, su segundo casamiento, y honró á este reino de Yucatan dándole noticia de él por su real cédula que dirigida al gobernador decia así "EL REY. Maestre de campo D. Estéban de Azcárraga, caballero de la órden de Santiago, mi gobernador y capitan general de la provincia de Yucatan, ó á la persona á cuyo cargo fuere su gobierno. Habiéndose ajustado mi casamiento con la Sra. archiduquesa Maria Ana mi sobrina, hija de su majestad Cesárea y de la Sra. emperatriz mi hermana, que haya gloria, teniendo por cierto que ha de ser para mucho servicio de Dios nuestro Señor, bien de la cristiandad y conveniencia de mis reinos, que es el único <627> fin que tengo en todas mis acciones, os lo he querido avisar por lo que os habeis de holgar de tan acertada resolucion, pues en ninguna mas que esta puedo mostrar el amor que tengo á mis vasallos. Dispondréis se haga notorio á todos los de esas provincias, para que lo tengan entendido. De Madrid á treinta de agosto de mil seiscientos cuarenta y siete años. YO EL REY. Por mandado del rey nuestro señor. Juan Bautista Saenz Navarrete." Recibió el gobernador esta cédula á diez y seis de junio de mil seiscientos cuarenta y ocho años, y al punto la publicó con gran alegria de todos, rogándose á nuestro Señor por la vida y felices sucesos de nuestro piísimo monarca. Necesario fué tan gran contento como el de esta nueva para tolerar las grandes calamidades que desde aquel año ha padecido esta tierra; pero seráme forzoso dar noticia de la celebracion de un capítulo provincial tenido el año ántes.
Observábase en esta provincia alternativa en la reparticion de los oficios, divididos por mitad entre los religiosos que han recibido el hábito en ella por una parte y los que con él venimos de España por otra. Ahora se hubo de ejecutar confirmada por el capítulo general de Toledo celebrado el año de seiscientos cuarenta y cinco. Llegándose el tiempo del de esta provincia, vino á visitarla el reverendo padre Fr. Alonso de la Lima calificador del santo oficio, padre y difinidor actual de la santa provincia del Evangelio (que sucesivamente fué ministro provincial de ella), comisario delegado del muy reverendo padre Fr. Buenaventura de Salinas y Córdova comisario general, de quien trajo autoridad para presidir el capítulo. Visitó la provincia con mucho consuelo de los religiosos, y dispuso las materias capitulares con singular acuerdo y prudencia á satisfaccion de todos. Habia entre los padres de provincia, y especialmente cuatro que habian sido provinciales, grave disension sobre <628> la inteligencia de algunos breves apostólicos en órden al gobierno de la religion. De esto parecia ocasionarse aversion en los ánimos dañosa á la determinacion de las materias restantes, y se presumia poca concordia para la celebracion del capítulo. Previno el celo y prudencia del reverendo visitador este inconveniente, conciliando la discordia de aquellos religiosos graves, aunque parecia dificil, y reducida la aversion á una suma concordia, señaló para la eleccion capitular el dia quince de junio de mil seiscientos cuarenta y siete años. Concordemente con la voz y voto de todos los lectores, fué provincial el R. padre Fr. Bernardo de Sosa nacido en la ciudad de Mérida de este reino y que acababa de ser custodio, y en conformidad de dicha alternativa fuéron difinidores por su parcialidad los RR. padres Fr. Lúcas de Arellano, criollo tambien, y Fr. Antonio del Rincon natural de la ciudad de Sevilla y hijo de esta provincia. Por la de los religiosos de España los RR. padres Fr. Juan Lanze y Fr. Francisco Martinez lector de teología, y custódio el R. padre Fr. Bartolomé de Sotomayor. Publicada la eleccion fué grande el alegria de religiosos y seculares, que en manifestacion de ella vinieron aquel dia el obispo, el gobernador y republicanos á dar el parabien de la eleccion, así al reverendo padre visitador como al nuevo prelado. Por dar lugar á las desgracias siguientes consecutivamente, habré de hacer en el presente memoria de algunos religiosos dignos de ella en este.
El primero que nos ocurre es el padre Fr. Juan de Arteaga Urrumbasoa hijo de padre vizcaino y madre toledana nacido en Madrid, de donde le llevó á Aragon el reverendo padre Fr. Juan de Irribarne provincial que habia sido de aquella provincia y tan conocido por sus escritos. En ella se le dió el hábito de nuestra religion no teniendo aun quince años de edad, pero gran latino y retórico muy elocuente. Era de <629> profundísimo ingenio y muy metafisico en sus discursos; con que salió de los estudios muy aventajado filósofo y teólogo escotista familiarísimo de la exposicion de Licheto. En la disposicion de los sermones era singular su artificio y eleccion, aunque por el lenguaje poco culto de que usaba (hablando en el púlpito el natural que le ocurria,) no lucía tanto como otros que con aliño de floreos solicitan aplausos. Tan fácil que con media dia de término, ó una noche sola, predicaba cualquiera festividad con admiracion de los oyentes, por lo grande de los sermones, y esto ví sucederle muchas veces en el tiempo que leimos juntos. Tenia tan gran noticia de los sagrados cánones, que como si hubieran sido singular ocupacion de sus estudios resolvia cualquiera dificultad de sus materias, sobre que en diferentes ocasiones escribió muchos pareceres, aprobados despues por personas muy doctas de estos reinos. Tuvo tan suficiente noticia de la astrología que podia tratar sin empacho de sus dificultades entre los profesores de esta ciencia.
Con tales se hallaba este sugeto el año de mil seiscientos treinta y cuatro, teniendo de edad menos de 27, cuando le dió patente de lector para esta provincia mi comisario el R. P. Fr. Pedro Henriquez cuando venimos aquel año á ella. Luego comenzó á leer filosofia y prosiguió con la teología, sacando muy lucidos estudiantes y predicadores hasta que la provincia le jubiló. La emulacion de algunos religiosos le ocasionó un pleito que le obligó á salir de ella para proseguirle en España. Llegado á la Habana le continuó tanto el mal de corazon (de que era muy aquejado) que fué parecer de los médicos se volviese á esta tierra. Remitió sus papeles al prelado general y vino; pero halló tan mala acogida, que le obligó á ocultarse por algunos meses, hasta que apretándole una enfermedad pidió á unos vizcainos que le recogieron, y estaban en Campeche, y que de llevasen al convento de aquella villa de donde <630> estaba mas cercano. Allí toleró sus trabajos y enfermedad con gran paciencia y conforme con la voluntad divina, que esto me consta muy cierto, y que nunca deseo daño ni venganza de sus émulos, sino solo que el prelado general declarase la pasion con que se habia procedido, como lo declaró.
Dispuesto como religioso y docto, que conocia morirse, recibió todos los Santos Sacramentos, y poco antes de espirar le dió un parasismo, con que le juzgaron difunto. Despues de gran rato volvió en su acuerdo y dijo estas palabras: O vírgen Santísima y glorioso S. José, que bien me habeis pagado la devocion que os he tenido tantos años! Y cesando con esto, de allí á breve espacio dió su alma al Señor á diez, y siete de febrero de mil seiscientos cuarenta y seis años á los treinta y nueve de su edad, y veinte y cuatro de religion, y doce de esta provincia que con su muerte perdió (al parecer con mal logro) uno de los religiosos de mas importancia que sin hacer agravio á los restantes ha tenido. Era muy compuesto y modesto y puntualísimo en el rezo del oficio divino, caritativo y benigno con los pobres, especialmente con los indios, de cuya miseria y trabajos se compadecia mucho. Fué tenido por de áspera condicion; pero era muy facil de aplacar con cualquiera cosa que se le dijese. Devotísimo de nuestra Señora, en cuyo honor todos los dias (junto con las horas del oficio mayor) rezaba un oficio parvo de la Concepcion, y otro de S. José, con otras devociones á que no faltó, aunque por enfermedad no pudiese rezar el oficio mayor, como lo ví muchos años. Tenia gran celo del culto divino, y así aumentó muchas cosas en las sacristías de los conventos donde fué guardian, para el ornato de las iglesias. Celebraba los oficios divinos con la mayor solemnidad que podia, especialmente los juéves renovando el Santísimo Sacramento, y los sábados la misa de la madre de Dios. <631> Honrole nuestro Señor despues de su muerte, llegando luego cartas del superior que mandaba se le tratase con toda benignidad, y en la primera flota declaracion que daba por nulo todo lo que contra él se habia actuado, y mandato que le honrase la provincia como merecia. No le debia de convenir, pues Dios le llevó ántes para si.
Fr. Antonio Alvarez, criollo de la ciudad de Mérida, y hijo de padres nobles, vivió en la religion con mucha humildad y pobreza religiosa en estado de lego. Era tan de sencillo natural, que riñéndole su padre en una ocasion, cuando yá tenia alguna edad, por sospecha de una cosa deshonesta, la satisfaccion fué decir: ¿pues no hacia yo eso de chiquito, y lo habia de hacer ahora que yá soy grande? Acuérdome que le ví dar el Santísimo Viático en la enfermedad de que murió, y pidiendo al guardian, como se acostumbra, le concediese de limosna la forma de nuestro santo hábito para que le enterrasen, expresó hasta las sandálias, que por una parte nos causo devocion oir tal sencillez y por otra alguna risa. Habiendo recibido todos los Sacramentos en la enfermerías de Mérida, pasó á mejor vida á ocho de marzo de aquel año de cuarenta y seis.
Tres dias despues á once del mismo mes, dispuesto como verdadero religioso, y recibidos los Santos Sacramentos, dió su espíritu al Señor Fr. Juan de Estrada lego. Llamóle Dios á la religion siendo yá hombre hecho. Fué tambien natural de la ciudad de Mérida, y cuando recibió el hábito en el convento de la Mejorada, habia sido alcalde y capitan á guerra de la villa de Salamanca de Bacalar. Viví en aquel convento cuando fué novicio, y no solo entónces, pero despues, vimos ser religioso observante, humilde, pobre, obediente y caritativo. No se le vió usar lienzo con ser yá hombre de edad mayor, aunque tenia algunos <632> achaques. Yá se dijo en el libro undécimo como alzados los indios del Tepú y sus comarcas, fué á reducirlos, donde puso su vida al mayor peligro por el bien de aquellas almas. De allí vino con la enfermedad que le ocasionó la muerte, en que le premiaria nuestro Señor con la vida eterna lo que por su santo amor padeció en aquel viaje.
El P. Fr. Diego de Castro, paisano de los dos referidos y sacerdote, fué gran lengua de los indios. Era de natural apacible y muy ingenioso para obras de manufactura, y así sin haberlo visto obrar, fundia muy buenas campanas y hacia órganos buenos que algunos sirven hoy en los conventos. Siendo guardian actual de Champoton, murió en aquel convento á diez y siete de mayo de 1647 años, con sesenta de edad y mas de cuarenta de religion.
El reverendo P. Fr Antonio del Rincon, natural de Sevilla, hijo de esta santa provincia, fué predicador de españoles y muy gran lengua de los naturales, en la cual escribió algunos sermones que han aprovechado á otros ministros. Poco despues de electo definidor murió en Mérida á treinta de setiembre de aquel año de cuarenta y siete.
El R. P. Fr. Diego Pérez de Mérida, natural de Madrid, pasó de la santa provincia de Castilla á esta el año de seiscientos quince. Fué en ella de los mayores lenguas de indios que ha tenido, y así presidió las conclusiones de teología moral conferidas en ella, como se dijo en el libro undécimo, y predicaba á los indios muy continuamente. Fué calificador del santo oficio, y el año de treinta y ocho trajo una mision de religiosos de España, sugetos muy lucidos que hay están honrando la provincia. Sobre muchos achaques que padecia repentinamente le dió un accidente, con que le vimos dementado. Concedióle nuestro Señor sus sentidos y entero juicio para confesarse. No recibió el Viático <633> por vómitos que tenia; pero adoróle y recibió la santa Extrema-uncion. A breve rato cerró los ojos y pareció estar con el accidente pasado, viviendo dos dias, y murió en el séptimo de enero del año de cuarenta y ocho, con mas de cincuenta y cinco de edad y treinta y tres de esta provincia.
CAPITULO DOCE.
Desgracias precedentes á la peste, principios de ella
porque fué llevada á Mérida nuestra Señora de Izamal.
Yá llegó la ocasion de comenzar á referir las continuadas calamidades y trabajos que este reino de Yucatan ha padecido desde el año de 1648; y si las hubiera de referir por menudo y con todas sus particularidades, se pudiera escribir volúmen entero de ellas solas. Poco despues de principiado por el mes de marzo el año solar, por espacio de algunos dias se vió el sol como eclipsado, el aire tan espeso que parecia una niebla ó humo muy condensado con que se obscurecia la luz de los rayos solares. Tan general fué en toda esta tierra, que no hubo parte alguna, desde Cozumel á Tabasco, donde no estuviese de aquella mala disposicion, que viéndola los indios viejos dijeron era señal de gran mortandad de gente en esta tierra, y por nuestros pecados salió tan cierta verdad como en breve se experimentó. Poco despues en la ciudad de Mérida algunos dias, especialmente por las tardes cuando suele ventar la virazon de la mar, venia con tan mal olor que apenas se podia tolerar, y á todas partes penetraba. No se podia entender de qué procediese, hasta que viniendo navegando un navio de España, baró en <634> una como montaña de pejes muertos, cercanos á la costa de la mar, cuya resaca los iba echando á tierra, de donde salia el mal olor que hasta la ciudad y aun mas adelante se extendia. El mes de abril y mayo se vieron algunas muertes repentinas que causaron turbacion en la ciudad de Mérida, y por el mismo tiempo muchos incendios de casas en los barrios ó arrabales, especialmente en el de Santa Lucía y Santa Ana.
Saliendo del puerto de Campeche á veinte y seis de abril, domingo, una fragata que valia, segun se dijo, lo que llevaba á la Nueva España mas de cien mil pesos, á la vista de él la siguió un corsario, y barándola en tierra entre los pueblos de Zihó y Haltunchen, por no llevar armas con que defenderla y librarse las personas de llegar á poder del enemigo, el vino y robó de ella cuanto tenia que le era provechoso, y se lo llevó. Acabado de suceder se armaron dos fragatas en el puerto y salieron en busca del enemigo, pero no dieron vista á su bajel, y así cansados de seguirle algunos dias volvieron al puerto con haber hecho el nuevo gusto de buscarle, quedando los caudales de algunos vecinos de aquella villa y de la ciudad de Mérida menoscabados. A doce del mayo siguiente habiendo llegado al puerto de Campeche una urca grande venida de los reinos de España, su dueño D. Alonso de Pareja, acercándose á ella el mismo corsario, púsose el capitan á defenderla con la gente y armas que dentro tenia. Mandó dar fuego á una pieza de artilleria gruesa por la banda que el enemigo venia á embestirle, y saltó del fogon de la pieza á unos frascos de pólvora. Prendió en ellos y de allí en las demas invenciones de fuego que habia, y toda la gente de la urca se abrasó sin hacer daño alguno al enemigo. Solas trece personas quedaron vivas; pero tan deformadas las caras, que traidos á la villa para curarlos, ningun amigo suyo los conocia si ellos no decian quien eran y sus nombres; <635> con que dentro de pocos dias cuantos estaban dentro de la urca murieron. Víspera de S. Juan en este año entró un capitan corsario, llamado Habrahan en la villa de Salamanca de Bacalar, y la saqueó matando un vecino y quedando heridos tres, y llevó prisioneras las mujeres á un paraje que llaman los Cayos distante de allí cuarenta leguas, donde las tuvo mas de dos meses. Sabido por los vecinos donde estaban, se juntaron once españoles y quince indios, y dando repentinamente en los enemigos descuidados de aquel atrevimiento, les hicieron daño considerable, y les quitaron las mujeres; con que se volvieron á la villa.
Entrado el mes de junio comenzó el achaque de la peste en la villa de Campeche, y apretó en breves dias tanto que se entendió quedara totalmente asolada. Yo ví carta de un republicano escrita á un amigo suyo en que diciéndole la desdicha que se pasaba, y muertes de personas de todas edades que se veian cada dia, concluia con decir, "Si Dios no se duele de nuestra miseria y aplaca el rigor de su justicia, presto se dirá aquí fué Campeche, como se dice en proverbio aquí fué Troya. Venia por horas nueva de las desdichas á la ciudad de Mérida, con que atribulada hizo todo el mes de julio muchas plegarias pidiendo á Dios misericordia, y os particulares especiales mortificaciones y penitencias recurriendo á los Santos Sacramentos para purificar las conciencias que parecia otra ciudad de Nínive en los penitente. Previniéronse los caminos de Campeche recelando la comunicacion del contagio; ¿pero cuando el Señor no guarda la ciudad qué importan diligencias humanas?"
Con este temor de la divina justicia se pasó el mes de julio en que á los fines comenzaron á enfermar algunas personas que morian muy brevemente; pero no se conoció ser el achaque de la peste hasta entrado el de agosto. Con tal presteza y violencia dió en grandes y pequeños, ricos <636> y pobres, que en ménos de ocho dias casi toda la ciudad á un tiempo enfermo, y murieron muchos de los ciudadanos de mas nombre y autoridad en ella. Afligida la ciudad con tal desventura, no vista otra vez desde que se conquistó esta tierra, entre la nacion española; por decreto del cabildo se pidió al reverendo padre provincial diese licencia para traer la santa imágen de nuestra señora de Izamal á celebrarle un novenario de festividad con la solemnidad posible; y para seguridad hizo el cabildo pleito homenage de volverla á su casa y iglesia. Habida la licencia fué nombrado por diputado para llevarla el teniente general de gobernacion D. Juan de Aguileta. Cuando hubo de salir por ella estaba tan enfermo del comun contagio, que casi era reputado por cercano á la muerte; pero puesta su esperanza en la Vírgen Santísima, y rogándole le diese salud, se hizo cargar como estaba, y que le llevasen á Izamal. Fué cosa digna de admiracion que como se iba alejando de la ciudad y acercando al sagrado depósito de la santa imágen, iba mejorando del achaque, sin remedio al parecer eficaz para ello, y cuando hubo de salir de su santo templo, pudo cargarla en hombros un buen espacio, lo cual hizo dando gracias á nuestro Señor y á su bendita madre por la salud con que se hallaba en tan pocos dias.
No fió el provincial la entrega de la santa imágen de otra persona que la suya, y así fué á Izamal para haber de hacerla. Todos los pueblos de la costa á la voz de que sacaban á la vírgen de Izamal para la ciudad, se conmovieron á verla salir y á acompañarla. A los moradores del pueblo causa grandísima turbacion y desconsuelo, presumiendo que una vez llegada á la ciudad se habian de querer quedar con ella; y así al principio aunque fué el reverendo padre provincial, hicieron resistencia diciendo que no habian de permitir que á santa imágen se les sacase de su <637> pueblo, que ántes se irian á los montes que verlo. Procurábase aplacarlos con la obligacion que la ciudad habia hecho de volverla; pero como los indios no entendian la fuerza del pleito homenaje no se fiaban, y dándosela á entender, yá algo persuadidos presentaron una peticion que porque manifiesta la devocion que tienen á esta santa imágen la refiero traducida á la letra en nuestro castellano, y decia así:
"D. Juan Ek gobernador del pueblo de Izamal, D. Bartolomé Cauich del de Pomolché, Alonso Canché, Gaspar Pech alcaldes de Santa Maria, D. Matias Canché gobernador del pueblo de Citilpech, D. Pedro Chim del de Pijilá, D. Bartolomé Uitz del de Xanabá, D. Francisco Ké del de Kantunil, D. Francisco Vé gobernador del de Zuzal, D. Sebastian Mena gobernador del de Calamté, D. Bonifacio Zul de los de Vizi y Tocbaz con todos los alcaldes, regidores y principales de esta guardianía y pueblo de Izamal juntas todos en este hospital de la madre de Dios todo-poderoso determinamos, siendo todos de un parecer, de dar esta nuestra peticion delante de tí, que eres nuestro reverenciable padre y espiritual Fr. Bernardo de Sosa provincial de esta provincia de Yucatan, y que estás en este convento de Izamal, y nos humillamos á tus pies y á tu hábito de S. Francisco para besártelos pidiéndote que nos ayudes para la misericordia de Dios porque á ninguno tenemos recurso, si no es á tí, para que sea movida nuestra santa madre de Dios de este convento de Izamal, como nos piden el señor teniente, los cabildos y los oficiales reales de la ciudad, para que la lleven á la ciudad y ruegue á su bendito Hijo les ayude y dé salud en tan graves enfermedades, y tambien tú nos has pedido para que vaya á hacer misericordia. Por lo cual decimos que venimos en ello con toda voluntad y gusto, y de rodillas postrados delante de nuestro padre guardian Fr. Antonio Ramirez de este convento de Izamal, te pedimos que te quedes en dicho <638> convento para que aguardes á que venga nuestra Señora, y nos la entregues, como se la entregas al señor teniente, dentro de diez y siete dias; cuatro dias para que vaya, nueve para que esté en Mérida, cuatro para que vuelva, que es la cuenta y cumplimiento de los diez y siete dias. Y por esto te presentamos esta peticion, y pedimos que la firmeis con vuestras firmas aquí abajo, de que la habeis de volver dentro del dicho tiempo. Y porque conste siempre ponemos nuestras firmas &c."
Hubieron de ratificar en nombre de la ciudad el pleito homenage que habia hecho, así el teniente general y regidor Juan Gonzalez de la Fuente que recibian la santa imágen, como el reverendo padre provincial que la entregaba, y firmarlo con juramento, que la traerian dentro del término que señalaban, y con esto fué bajada de su trono á la capilla mayor para llevarla. Afirmóme pocos dias despues el reverendo padre Fr. Francisco Martinez, que era difinidor actual y morador de aquel convento y se hallo presente, que cuando bajaban la santa imágen tenia el rostro como encendido y airado, que parecia mostraba ceño y enojo, que le causo temor y admiracion, y mucho mayor despues cuando la sacaron, porque le tenia alegre y risueño, que daba contento mirarla.
Salió la santa imágen acompañada de innumerable gentio, y todo el camino, que son catorce léguas, fué una continuada procesion llevada siempre en hombros de los fieles con muchísimas luces de cera. Quien mas perseveró en acompañarla fuéron los indios de Izamal, que no la dejaron hasta que volvió á entrar en su santo templo. El reverendo padre provincial se hubo de quedar en rehenes en el convento de Izamal tan guardado de los indios sin saberse, que tuvieron puestas espías por todos los caminos que salen del pueblo para otros, para que avisasen si salia de él ántes que la trujesen, detenerle <639> y no permitírselo. Tal es la devocion y estimacion, que aunque indios, tienen porque sea siempre bendito su santísimo Hijo, con cuyo favor veneran tanto á la madre de misericordia.
CAPITULO TRECE.
La santa imágen de nuestra Señora llega á Mérida,
y voto que la ciudad le hizo.
Los pueblos del camino por donde pasaba la santa imágen salian mucho trecho con bailes y regocijos á recibirla. Teníanse por dichosos de verla en su pueblo, y venerábanla con muchas luces de cera el tiempo que en ellos estaba, y los comarcanos venian á visitarla y venerarla, que era para dar mil gracias á Dios ver la fé que tienen con su santísima madre la mañana que hubo de entrar en la ciudad, salieron á recibirla no solo todos los que aun habia sanos, pero aun muchos enfermos que no podian andar se hicieron llevar al camino por donde venia, y de ellos sanaron algunos, los que tuvo por bien la Divina Clemencia. Salieron de los dos cabildos eclesiástico y secular todos los que no estaban en cama, los mas de ellos descalzos los pies por el suelo en señal de humildad y penitencia. De la misma suerte iba gran número de mujeres y señoras de las mas principales, todos pidiendo á Dios misericordia por los méritos y intercesion de su santísima madre. Entrando por la ciudad para consolarla y alegrarla con la madre de misericordia, la llevaron primero con la procesion que iba por algunas calles principales, y los enfermos de las casas por donde pasaba, aun los que estaban <640> para espirar, se hacian sacar á las ventanas esperando su salud con verla. Una cosa particular sucedió, y fué que pasando por una calle donde vivia una española falta de juicio, salió á adorar la santa imágen, y despues de haberlo hecho, dijo á voces estas razones: "¿Qué pensais los de Mérida, que os la de dar la Vírgen salud? Pues no ha de ser así, que no ha venido sino á hacer su agosto, y castigar los pecados de esta ciudad cometidos contra su santísimo Hijo." Razones que aunque dichas de una loca, ocasionaron pavor en algunos temerosos de Dios que se las oyeron decir, y ellos despues me las refirieron á mí. Con todo aquel concurso fué llevada á la Santa Catedral, donde con gran solemnidad se cantó una misa en reverencia suya, teniéndola colocada en un altar muy adornado para ello.
Acabada la misa paso la procesion al convento de las madres religiosas, donde á la santa imágen recibieron aquellas esposas de su sacratísimo Hijo con himnos y cánticos de alabanzas suyas. Lo que mas ternura y devocion causó, fué que entrando á lo interior de la claustra, todas se quitaron los mantos azules, haciendo de ellos trono donde la colocaron, y luego postradas por tierra la cantaron un himno pidiéndola salud para sí, que necesitaban mucho de ella, y para toda la ciudad donde tanta enfermedad y muertes habia. Habia yá muerto el gobernador D. Estéban de Azcárraga, y gobernaban los alcaldes D. Juan de Salazar Montejo y D. Juan de Rivera y Gárate, los cuales abrieron las puertas de la cárcel pública de la ciudad, cuando pasó por delante de ella la santa imágen, por cuya reverencia y respeto dieron libertad á todos los presos. Finalmente fué llevada á nuestro convento, donde estaba en la capilla mayor adornado un trono con la mayor grandeza que se pudo, y allí se colocó los nueve dias que estuvo en la ciudad. Todos ellos de dia y de noche estuvieron las puertas de la iglesia abiertas, porque á <641> todas horas era grande el concurso que la asistia, así de los sanos que podian ir, como de los enfermos que se hacian llevar. Muchos mejoraron y sanaron, teniéndolo por beneficio de la impetracion de la reina de los ángeles, y sin duda obró muchos milagros que la confusion de aquellos dias oculta, porque son muchos los que reconocidos se confiesan obligados á ella. En memoria de este suceso hizo el cabildo secular á diez y nueve de agosto el decreto siguiente:
"Que por cuanto se ha traido á esta ciudad á la Vírgen Santísima de Izamal, para que con sus auxilios pida y suplique á Dios nuestro Señor amaine su ira, y alce la mano á tantas muertes como ha habido en esta ciudad, pues apénas quedan personas en ella el dia de hoy, y cada dia van muriendo mas y mas; que mediantes sus ruegos, y ser amparo de pecadores y afligidos; y estarlo esta ciudad tanto, parece que va cesando. Y porque el fervor de nuestros corazones no falte jamas, y estar siempre como debemos estar, con tan justos y rendidos agradecimientos, tenemos propuesto elegir á la dicha Vírgen Santísima de Izamal por nuestra patrona y abogada contra las pestes y enfermedades, así las que al presente hay en esta ciudad, como las que adelante hubiere. Y suplicamos á la Vírgen Santísima nos admita, y sea nuestra protectora, patrona y abogada, ahora y en adelante para siempre jamas sin fin. Y en nombre de esta ciudad el cabildo, justicia y regimiento de ella que al presente somos, y adelante fuéremos, prometemos y nos obligamos de celebrar fiesta á la Vírgen Santísima de Izamal el dia de su gloriosa Asuncion, que es á quince de agosto de cada un año perpétuamente para siempre jamas. Para lo cual irán dos caballeros regidores de esta dicha ciudad al pueblo de Izamal, donde asiste la Sacratísima Vírgen, para que se hallen presentes á la celebracion de las vísperas que se han de decir, los que les cupiere <642> por votos ó turno Para lo cual asimismo se suplique á su señoría el cabildo eclesiástico de esta ciudad, que hoy gobierna su obispado, que para mayor autoridad de dicha festividad se sirva de que uno de los Sres. prebendados vaya en cada un año á decir dicha misa y vísperas, en que su señoría hará de su parte lo que (como quien tanto desea la sanidad de esta ciudad) debe y es justo, como lo confiamos de su cristiano proceder. Y prometemos por nos. y los que de nos vinieren y sucedieren en nuestros oficios y cargos, de que guardarémos y cumplirémos este voto y promesa perpétuamente para siempre jamas. Por lo cual con todo rendimiento suplicamos á la Vírgen Santísima pida y suplique á su precioso Hijo nuestro Creador y Redentor JesucristO, que no pase adelante en las muertes que hay en esta ciudad de la peste tan rigorosa que en ella corre. Y queremos y consentimos que de este nuestro voto se saque uno, dos ó mas testimonios para que estén en el archivo de la Vírgen Santísima de Izamal, y que en todo tiempo conste. Así lo acordamos para mayor honra, gloria y servicio de Dios nuestro Señor y de su bendita madre, y lo firmamos &c."
Por este y todos los medios católicos que ocurrian á la pia consideracion, procuraba la ciudad de Mérida en comun, y los ciudadanos en particular, aplacar á la divina justicia para conseguir el remedio de tanto mal como se padecia. Ofrecieron á la santa imágen, los dias que allí estuvo, muchas joyas y dones siendo algunos de valor crecido. Cumplido el término de los nueve dias, fué llevada la santa imágen aun con mas pompa, veneracion y acompañamiento que la trujeron, acompañándola hasta su santo templo el alcalde de primer voto, el maestre de campo D. Juan de Salazar Montejo, y se puso en Izamal en su sagrario, cumpliendo el juramento y pleito homenaje que de ello estaba hecho. Cesó el cuidado y recelo que siempre los indios tuvieron <643> recelosos de perder tan precioso tesoro, aunque con tan graves vínculos les estaba asegurado, y cesó tambien el cuidado con que los indios habian guardado la persona del R. P. provincial Fr. Bernardo de Sosa. A los mas indios de Izamal que asistieron á la santa imágen en el camino y ciudad de Mérida, se les pegó el contagio de la peste en ella, y á breves dias como llegaron á Izamal pasaron de esta presente vida á la eterna, donde la madre de misericordia les impetraria dichosa remuneracion á la fé y devocion con que la asistieron y veneraron, no temiendo el peligro tan manifiesto de la muerte que en la ciudad corrian, porque cuantos en ella entraban por aquellos dias, muchos al primero, otros al segundo y últimamente todos, eran inficionados con el contagio. Algunos religiosos comarcanos del convento de Izamal que acompañaron á ida y vuelta á la santa imágen para que fuese con toda veneracion, vinieron tambien tocados del contagio, y de ellos murieron los que parecian mas sanos y robustos.
Despues el reverendo padre Fr. Antonio Ramirez, presidente guardian de aquel convento, llamó un maestro que aprecio todas las joyas dadas á la Vírgen (que aun yo escribí la valuacion de ellas) y se las dió para que se vendiesen, y de lo procedido de ellas hizo un trono de plata labrada de martillo, muy costoso y vistoso, sobre que se colocó y está la santa imágen, esculpido en el remate de el como se fabricó de las joyas que la dieron en Mérida. Hizo tambien unas andas cubiertas de plata de la forma del trono, en que se pone el dia de su Purísima Concepcion, que es su titular y festividad principal, para andar la procesion, que con ella se hace fuera de su iglesia cada año aquel dia. No alcanzaron las dichas joyas para la costa de estas andas, y así se hubieron de hacer de otras limosnas que junto para ellas. Dejo muy adornada esta santa imágen, porque cuando volvió de España con la mision <644> de religiosos, y trujo las reliquias de S. Diego, trujo tambien para la Vírgen un vestido riquísimo, que se le pone en las principales festividades, y una vidriera cristalina muy capaz, con que sin abrir su sagrario se descubre patente toda la santa imágen á los fieles que van á visitarla, corriendo solamente los velos que tiene delante. Miéntras fué prelado de aquel convento la hizo tambien un transparente muy lucido y adornado de pinturas, que corresponde á lo oriental de la capilla mayor. Fué obra de mucho trabajo, porque como está la iglesia fundada en un cerrillo, por la parte que se hubo de obrar la nueva fábrica estaba el suelo profundo respectivamente de lo de la iglesia. Vencióse aquella dificultad con el trabajo, y quedo el transparente igual con el medio del retablo donde está la imágen, y á los pies del trono un altar donde se dice misa.
La tribulacion de la ciudad fué grandísima como no experimentada otra vez semejante desdicha. No se hacia señal para salir el Santísimo Sacramento de la iglesia á los enfermos, y menos cuando morian para haber de sepultarlos. Con esta piadosa compasion hallándose el gobernador D. Estéban de Azcárraga muy apretado con el achaque, pidió encarecidamente que si Dios fuese servido de llevarle, cuando espirase no disparasen la pieza de artillería gruesa que se acostumbra en semejantes ocasiones, porque con el sonido de ella no se atribulasen los enfermos oyéndole, y que no tocasen campana alguna, y así se ejecutó sepultando su cuerpo sin hacer señal alguna por la cual los enfermos conociesen que habia muerto. Manifestóse la Misericordia Divina en que todo el tiempo del mayor aprieto de los enfermos, los sacerdotes y confesores estuvieron sanos, y así pudieron acudir á administrarles los Santos Sacramentos, que sola una ú dos personas entre tantos se muriesen sin ellos, y fué por haberse salido la una de la ciudad, y ántes que volviese, queriendo, murió. <645> Despues enfermaron todos casi tambien á un tiempo, que fué notado de muchos por particular Providencia Divina.
CAPITULO CATORCE.
Varios accidentes con que morian los enfermos,
y casos notables de aquellos dias.
Suelen en otras tierras las pestes ser un accidente comun, que uniformemente da á todos; pero no fué así en Yucatan, que fué ocasion de mayor confusion. No es posible decir qué achaque fuese, porque los médicos no lo conocieron: las enfermedades no eran de una calidad en todos, y los efectos aun en las que lo parecian se experimentaron encontrados. Lo mas comun era sobrevenir á los pacientes un gravísimo é intenso dolor de cabeza y de todos los huesos del cuerpo, tan violento que parecia descoyuntarse y que en una prensa los oprimian. A poco rato daba tras el dolor calentura vehementísima que á los mas ocasionaba delirios, aunque á algunos no. Seguíanse unos vómitos de sangre como podrida, y de éstos muy pocos quedaron vivos. A otros daba flojo de vientre de humor colérico, que corrompido ocasionaba disentería que llaman sin vómitos, y otros eran provocados á ellos con gran violencia sin poder hacer evacuacion alguna, y muchos padecieron la calentura con el dolor de huesos sin alguno de los otros accidentes. Los remedios que se aplicaban á uno y al parecer le mejoraban la salud, aplicados á otros que parecia tener los mismos accidentes se entendió les acortaron la vida. A los mas al tercero dia parecia remitirse totalmente la calentura, decian que <646> yá no sentian dolor alguno, cesaba el delirio conversando muy en juicio; pero no podian comer ni beber cosa alguna, y así duraban otro ó otros dias; con que hablando y diciendo que yá estaban buenos, espiraban. Fuéron muchísimos los que no pasaron del tercero dia, los mas murieron entrados en el quinto, y muy pocos los que llegaron al seteno, si no fué los que quedaron vivos y de éstos los dias fuéron los de edad mayor. A los mancebos mas robustos y saludables daba con mas violencia y acababa la vida mas presto. Vióse una mañana uno de los mas robustos mancebos de la ciudad en las gradas de la iglesia mayor sano y bueno, que dándole la enfermedad yá á las cinco de la tarde de aquel dia era yá difunto. Aunque de las mujeres enfermaron muchísimas, no apretó en ellas tanto el mal como en los varones, y así respecto de ellos fueron pocas las que murieron; pero rara la que halló preñada que quedase viva.
Porque se conozca que la enfermedad fué castigo de nuestros pecados, diré algunos desaciertos con que hubo quien mejorase. Estando un secular con la fuerza de la calentura, se metió desnudo en un estanque de agua, y dentro de ella se estuvo hasta que sintió aplacarse el calor, y despues salió del agua y sano. Un corista de nuestro convento habiéndole dado la calentura, barrió muy bien el suelo de su celda, y derramó en él unas botijas de agua, y desnudándose en carnes se echó, y revolcándose en él toda la noche buscando el fresco de lo regado, amaneció sin calentura y sano. A muchos estando en el rigor de ella se les quitó con beber agua ardiente, que es al contrario de los otros que se ha dicho, y otros sanaron con solo sajarles unas ventosas en las espaldas, y un indio sano con fajarle una sobre el corazon, y enfermos hubo que pasaron la calentura durmiendo hasta que estuvieron sanos sin haber quien les aplicase remedio alguno. En <647> casas de muy grandes familias apénas habia quien socorriese á los enfermos por estarlo todos á un tiempo, ni quien les pidiese los Sacramentos. Este daño espiritual reparó la caridad de los sacerdotes, así seculares como regulares, porque andaban por las calles de dia, de noche llevando consigo el santísimo Viático y santo Oleo, visitando las casas para darlos á los necesitados.
Trabajaron mucho en esta santa ocupacion los padres del colegio de la Compañia de Jesus, especialmente el P. Juan Estéban, varon de apostólico espíritu, y el P. Gregorio de Ferrer, que andaba por las calles preguntando á voces si habia quien necesitase de confesar. No cesaban dia y noche los religiosos de nuestro convento: quien mas admiró fué el R. P. Fr. Juan de Alcocer, guardian, cuyas fuerzas todos juzgaban mas fué humanas en la asistencia á los enfermos y enterrar los difuntos. Cuando comenzaron á mejorar los seculares, dió el achaque á los religiosos. De ocho sugetos que habia en el colegio de la Compañía murieron los seis, y el último el V. P. Juan Estéban. De nuestros religiosos murieron en la ciudad veinte; los diez y seis del convento grande, y cuatro del de la Mejorada. Casi todas las cabezas y personas de mas cuenta, eclesiásticas y seculares, faltaron en aquella peste. Murió como se ha dicho el gobernador, los mas del cabildo eclesiástico que pocas veces de veinte años á esta parte se ha visto tan pleno de los poseedores de sus dignidades. Murió el R. P. provincial de esta provincia, los dos guardianes de los dos conventos de la ciudad, el P. rector de la Compañía de Jesus, dos padres que en esta provincia habian sido provinciales nuestros, y muchos de los que habian sido difinidores, y de los ciudadanos de mas porte faltaron muchísimos. Murió en la ocasion un hombre llamado Antonio de Solis, que nació con la pierna derecha tan corta que tenia pegado el pié á la rodilla, y la otra pierna bien proporcionada con el grandor del cuerpo. Tenia <648> el brazo derecho entero hasta la muñeca, pero en lugar de mano le salia del remate del brazo solo un dedo como el índice, y el brazo izquierdo solamente le llegaba hasta el codo, sin tener desde allí cosa alguna lo que mas admiracion puede causar es que con falta de miembros tan principales barajaba los naipes para jugar, y con mucha libertad los repartia á los compañeros. En las fiestas públicas de toros y otras semejantes corria en cualquier caballo, por muy brioso que fuese, y con un lazo lazaba y sujetaba cualquiera toro el mas bravo que le señalasen, como pudiera el mas sano, fuerte y diestro vaquero.
Amanecian los cementerios llenos de cuerpos muertos, unos con los vestidos que traian, otros cocidos en petates y de otras suertes, que todo causaba horror y confusion. A uno hallaron al segundo dia de su enfermedad muerto en los brazos de su mujer, que quedó como embelesada y sin sentido, y así estuvo por gran espacio de tiempo. A muchas personas se les endureció el corazon que no podian llorar viendo tantas desdichas; con que era mas crecida su pena. Llegó á no haber siquiera indios que en una tabla llevasen á las iglesias cuerpos de personas muy principales. Y para que se vea la perversidad de nuestra humana naturaleza, pondré aquí unas razones que hallé en un escrito que me dió una persona noble secular de la ciudad, que con curiosidad bien extraordinaria tiene anotadas algunas cosas que han sucedido en esta tierra, y en él refiriendo el horror y confusion de aquellos dias, dice así: "Ninguna de todas estas costas que llevo referidas me admira tanto como que en este tiempo hubiese gente tan desocupada y valdía que en amaneciendo se iban á las iglesias á ver y tomar razon quiénes y cuántos eran los difuntos de aquel dia y luego hacian memoria de ellos, y tal hubo que en la memoria que hizo de los muertos se escribió á sí, y no lo erró porque tambien murió." <649>
Otra cosa hubo digna de consideracion, y fué que la enfermedad dió en Campeche por los meses de junio y julio, y repentinamente hizo como salto á la ciudad de Mérida sin dar en todos los lugares intermedios siendo tantos. Miéntras la vehemencia de ella en la ciudad, estuvo sana la villa de Valladolid que le cae á lo oriental, como ella á la de Campeche, y despues de mediado setiembre, con un viento que corrió del occidente enfermó la villa de Valladolid, quedando todos los lugares intermedios sin achaque de la enfermedad. Miéntras duró la fuerza de ella en los españoles no enfermaron los indios, sino solo los que estaban con ellos y los que iban á la ciudad, que salian tocados del mal, y los mas morian en sus pueblos; pero no se les pegaba á los otros que los asistian. Ocasionó esto que los indios con atrevimiento dijesen que el achaque era castigo de Dios, pues solamente enfermaban en la ciudad y villas por los malos tratamientos que les hacian. Un indio embustero publicó que todos los españoles de Yucatan habian de morir, y quedarse los indios solos, y así andaba por los pueblos embelesando á los indios con una figura que hizo de paja, ó no sé qué, lo cual por muy extendido entre ellos causó recelo entre los españoles, y así aunque convalescientes y afligidos se hizo junta de banderas y cuerpo de guarda en las casas donde viven los gobernadores hasta que cogieron al indio, con que cesó el rumor; y siendo el delito como se ha referido, el castigo no fué tal como merecia.
Presto desengañó nuestro Señor á los indios de la presuncion que tenian, porque pocos dias despues de lo referido dió en muchos pueblos de ellos la misma enfermedad que á los españoles, haciendo horrible estrago como en gente sin regalo ni medicinas. Allí fué sumo el trabajo de los doctrineros por ser ellos pocos y los enfermos en tan excesivo número. Con el trabajo grande y enfermedad murieron muchos religiosos <650> en todas las doctrinas, y quedó la provincia necesitada de ministros; pero dándole noticia de ello á S. M., que Dios guarde, con su católico celo de la cristiandad de los indios, dió una copiosa mision de religiosos que vinieron de España para ayudar á los que acá estaban en la administracion de los naturales.
Duró la enfermedad en toda la tierra por espacio de dos años, y muchos españoles que se salieron de la ciudad de Mérida á los pueblos de los indios, y estuvieron mas de un año, volviendo despues á Mérida, si por allá no habian tenido la enfermedad les daba luego, y murieron de este modo no pocos. Raro fué el que estuvo ó entró en esta tierra aquellos dos años que no enfermase, como tampoco que muriese de recaida habiendo salido del primer accidente. Quedaban todos pálidos que parecian difuntos, sin cabello, peladas las cejas muchos, y todos tan quebrantados, que aunque hubiesen tenido solos dos dias la calentura y poco dolor de huesos (como á mí me sucedió) en muchos no podian recobrar sus fuerzas. Por lo que dije que á los mozos mas robustos acabó la enfermedad mas presto, diré lo que despues ví el año de 50 yendo á visitar la provincia de Goatemala en compañía del R. P. Fr. Antonio Ramirez. Saliendo de lo que llaman las bodegas en el golfo dulce, al segundo dia de camino se da y pasa por un gran pinal que se extiende por muy dilatado espacio de tierra, y en él vimos que el mismo año de cuarenta y ocho en que comenzó la peste, algun aire pestilente ó otra mala influencia secó todos los pinos crecidos y grandes, de que habia sin número caido yá por el camino y otros amenazando á caer con no pequeño peligro de los pasajeros, quedando todos los pinos nuevos pequeños vivos, y entónces hice reflexion que de los muchachos de poca edad á quien dió la peste en Yucatan, fuéron muy pocos los que murieron, respecto de la gente de edad mas crecida. <651>
COGOLLUD.TM2 Continued
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