Image - Cacao Pod Vessel - K6706 © Justin Kerr FAMSI © 2001:
David Bolles
 

Combined Dictionary-Concordance of the Yucatecan Mayan Language

CAPITULO CUARTO.

De la vida y muerte del obispo D. Fr. Gonzalo de Salazar.

Guardó la Majestad Divina muchos años al P. maestro D. Fr. Gonzalo de Salazar en este obispado, para bien comun de esta tierra y especial amparo de los pobres. Parecióme escribir su memoria en este lugar, pues habiendo sido prelado del santo chantre D. Bartolomé de Honorato, no tardó mucho la sucesion á su muerte. Fué el P. Fr. Gonzalo criollo mexicano, hijo de padres nobles, y llamóle Dios á la esclarecida religion del gran P. y Dr. de la iglesia S. Agustin, en la provincia de la Nueva-España, que tan grandes varones en letras y santidad ha dada á estos reinos. Siendo yá maestro fué á los de España, de donde vino consagrado obispo de Yucatan el año de seiscientos diez, como se dijo en su tiempo. Tratado está la controversia de obispos y gobernadores sobre la prision de los indios idólatras, y como cuando llegó á este obispado, no se contentaba el gobernador con que para la prision se le pidiese el real auxilio pero tambien queria tener conocimiento de la causa, y el daño que de esto se iba recreciendo. <453> Opúsose el señor obispo solicitando el remedio (como padre y pastor de estas almas) no solo al gobernador que halló sino tambien á sus sucesores, defendiendo como muro fuerte el honor y libertad eclesiástica.

Tuvo con un teniente general un grave pleito, porque condenó á azotes públicos á un indio llamado D. Pedro Canche, cacique del pueblo de Tekal, porque en diversas festividades viniendo los indios á misa, los habia amonestado diese cada uno lo que quisiese de limosna para que con ello se hiciese una capa para las procesiones y otros actos eclesiásticos, porque no la tenia la iglesia de su pueblo, á que ayudó su ministro doctrinero exhortándolos cuando les predicaba. Hizóse la capa, y el teniente le hizo causa de que habia echado derrama en el pueblo, y sentenció al cacique á azotar. Apeló de la sentencia, y no queriendo admitir la apelacion, sabido por el obispo, le amonestó que la admitiese como debia, y porque ejecutó la sentencia le descomulgó. Quejóse el obispo á la real audiencia de México, que por provision real mando restituir al cacique públicamente en su honor, y multó al teniente general por el agravio que le hizo, con no sé que pena que en ella señaló.

Cuán encontrados son los sucesos humanos, y los dictámenes de los hombres, se verá por otro grave disgusto que al señor obispo sucedió con el gobernador D. Juan de Várgas. Visitando el obispado en su tiempo, resultó de la visita que un indio, cacique del pueblo de Zuma, fué hallado ser idólatra, por lo que le sentenció en privacion del cacicazgo y gobierno de aquel pueblo. El gobernador por el contrario restituyó al indio acabado de privar por idólatra en el gobierno, con trompetas y gran fiesta. ¿Qué sentirian los indios de la gravedad de este delito, viendo este suceso? no falta consideracion que entienda permitió la justicia divina tal <454> fin como tuvo en los principios de su gobierno, por el escándalo que con semejante accion ocasionó á los indios. Solo Dios puede saber la verdadera causa.

Desde luego que llegó á este obispado, manifestó la puntualidad con que satisfacia á las obligaciones de sacerdotes así en el rezo del oficio divino, como en celebrar el santo sacrificio de la misa. Este no omitió dia alguno en cuarenta y cuatro años que fué sacerdote, sino por enfermedad. Visitando algunas veces el obispado (entrado yá en edad mayor) solia caminar seis y siete léguas, y despues decia misa en el pueblo donde llegaba. El oficio divino no solo le rezaba, pero solicitó de que los demas satisfaciesen á esta obligacion: los atraia á que les fuesen á rezar á las casas episcopales juntos donde les viese, y á los necesitados señalaba particular estipendio cada dia porque fuesen, y como tambien sabian lo mucho que gustaba verlos allí, iban con voluntad, con que parecia su casa un religioso monasterio, donde continuamente se estaban dando á Dios divinas alabanzas.

Visitó este obispado seis veces por su propia persona, no omitiendo los lugares mas remotos de Bacalar y Tabasco, para conocer sus ovejas por vista de ojos, y experimentar de prójimo las necesidades que tenian, remediando las espirituales con doctrina, ejemplo y castigo, y los corporales con copiosas limosnas. Despues de haber dicho misa se asentaba en la iglesia, y con todos los niños y pueblo cantaba en séptimo tono las oraciones de la doctrina cristiana en su lengua, (habiéndolas aprendido para esto) comenzando este gran prelado en voz alta y prosiguiendo el pueblo alternadadamente, que causaba grandísima edificacion en los indios y en todos los que veian accion tan cristiana, y dejo esta forma de enseñarla á los niños, que se observa con mucho cuidado como se dijo en otra parte. Encargaba que trajesen todos los indios rosarios al cuello, <455> y que tuviesen en sus casas imágenes de santos á quien encomendarse, y cruces en los patios de sus casas para reverenciarlas. Fué muy celoso de la honra de Dios y estirpacion de la idolatría, con que en diversas veces, como dice el bachiller Valencia en su relacion, se descubrieron mas de veinte mil ídolos. A éstos hacia que los mismos idólatras que los habian adorado los quebrantasen y pisasen, y despues los hacia enterrar para extinguir su memoria. Honróle á él Dios, porque llegó la noticia de este santo celo á los oidos de nuestro santo padre Paulo papa Quinto, el cual escribió á nuestro obispo alabándole grandemente su cuidado, y encargándole como padre universal de las iglesias del orbe le continuase tal cual convenia para el bien de las almas, servicio de Dios y aumento de nuestra santa fé. Holgárame haberla hallado para referirla aquí como fuera justo.

Resplandeció mucho en la caridad con los pobres, socorriendo á todos con copiosas limosnas, y á los de la cárcel y hospital con singular cuidado, á los que estaban en cama ó impedidos enviándoselas á sus mismas casas para su alivio y sustento. En tiempos de esterilidad manifestaba mas su piedad, porque como era tan conocida, acudian como á verdadero padre para su remedio, en especial los indios, y así miéntras pasaba aquella necesidad, solia sustentar cuatro y cinco mil personas. Fué de natural muy compasivo, y particularmente se dolia mucho de los pobres indios á quien trataba con gran mansedumbre. Cuanto traian á vender á la ciudad, no hallando quien lo comprase, iban á su casa, y porque no lo volviesen á sus pueblos, sin necesitar de ello lo compraba. Así tenia gran cantidad de cosas que no habia menester, y paraban en socorro de otros pobres.

Celaba grandemente que los ministros doctrineros, así seculares como regulares, supiesen bien el idioma <456> de los indios para que les predicasen y enseñasen la doctrina cristiana. Tan observante fué de los preceptos de nuestra santa madre iglesia, que aun pasando yá de setenta años, observaba los dias de ayuno á quien tiene puesto precepto. Asistia muy de ordinario á los oficios divinos en la santa catedral, celebrándolos él mismo en las festividades solemnes y semanas santas con grande autoridad y reverencia. Segun la facultad que el santo concilio de Trento da á los obispos para que en las catedrales donde no hay cotidianas distribuciones afecten la tercia parte de los frutos y rentas de todas las dignidades, canongias y otros cualesquier ministros eclesiásticos para que se destribuyan á los asistentes, determinó por auto de diez de diciembre de mil seiscientos y veinte y ocho años que la cantidad de un mil pesos de á ocho reales se sacase cada un año de la gruesa de las rentas, aplicados para estas distribuciones, por no tenerlas la iglesia, moderando en ellos la dicha tércia parte. A doce se notifico á su cabildo y fué obedecido, como tan justificado, y desde entónces puesto en ejecucion. El motivo de esta asignacion dijo ser la mayor reverencia del culto divino y asistencia de las dignidades y prebendados en el coro, porque como no habia multa, sucedian algunas faltas que por pequeñas que fuesen sentia mucho con el buen celo que tenia.

Fabricó dentro de sus casas episcopales un oratorio, que es una pieza muy capaz y vistosa, que adornó de muchas láminas romanas, cuadros de pincel, lámparas de plata y ricos ornamentos. Decia ordinariamente misa en él, y celebraba órdenes. Apreciábale la voz comun en mas de cuarenta mil pesos, y allí pasaba muchos espacios de tiempo encomendándose á Dios y deleitando en aquel sagrario, que era su mayor entretenimiento. Antes de su muerte le consagró á la Majestad Divina colocando en él el Santísimo Sacramento; y le donó á los curas de la catedral para su administracion, <457> de que se dió testimonio público, para que en todo tiempo constase. Donó asimismo á su iglesia muchos ornamentos, algunas cosas de plata, y otras necesarias para el culto divino.

De esta suerte lleno de dias y buenas obras, llegó á las puertas de la muerte. Cargóle una erisipela á una pierna, de que padeció algun tiempo, y era tal su deseo de que hubiese muchos ministros doctrineros de los indios, que aun con ella celebraba órdenes porque se multiplicasen. Aumentáronse los achaques, y reconociendo por la gravedad de ellos el fin de su vida, se dispuso para el, recibiendo todos los Santos Sacramentos con mucha devocion y reverencia. Fué muy paciente en la enfermedad, en cuyo tiempo hizo muchas mas limosnas que solia, y muy conforme con la voluntad de Dios esperó la hora en que pasó de esta presente vida. Fué su muerte á los tres de agosto de mil seiscientos treinta y seis años, sintiendo no haber podido el dia ántes visitar nuestro convento (como solia) para ganar el santo jubileo de porciúncula, al cual siempre habia tenido singular devocion. Su edad fué de setenta y seis años cumplidos, habiendo sido obispo de estas provincias veinte y ocho años. Lloraron los pobres su fin como de padre piadoso, sintiéronle los buenos como de espejo de virtudes, aclamáronle todos como amparo de esta tierra, y finalmente el sentimiento fué comun como de bienhechor universal. Hízosele el funeral con gran autoridad y asistencia de concurso por lo mucho que le amaban, y fué sepultado en una bóveda, que para ello fabricó debajo del altar en su oratorio. No parece tener epitafio alguno.

Por su muerte quedo la sedevacante en el Lic. D. Andres Fernández de Castro dean, el doctor D. Gaspar Núñez de Leon arcediano, D. Juan Gómez Pacheco chantre, D. Francisco de Aldana Maldonado tesorero, <458> bachiller Pascual Mallen de Rueda y doctor D. Francisco Ruiz, canónigos. Estuvo en sedevacante el gobierno hasta diez y seis de mayo de mil seiscientos treinta y nueve, en que en nombre del sucesor con su poder tomaron por el posesion los doctores D. Gaspar Núñez de Leon y D. Francisco Ruiz arriba nombrados. Hizo el rey (á quien Dios guarde) merced á la santa catedral de la tercia parte que importó la cuarta vacante de los diezmos. Consta por cédula real de dos de febrero de mil seiscientos y treinta y nueve años. La otra tercia parte habia dada S. M. al nuevo electo, doctor D. Juan Alonso Ocon, como consta de otra cédula dada en Madrid á cinco de abril de mil seiscientos y treinta y ocho años.

 

CAPITULO QUINTO.

De las vidas de algunas religiosas

del convento de la Concepcion de Mérida.

Habiendo procedido tan adelante en estos escritos, y habiendo vista el lector que hay convento de madres religiosas en la ciudad de Mérida, y que de ninguna en singular se ha tratado, suponiendo que en cualquiera comunidad, y mas siendo religiosa, de ordinario hay mucho bueno, quedando de ello noticia puede ser para gloria de Dios y edificacion de los fieles, presume me da yá por culpable y me acusa (en su interior por lo menos) de omiso en materia tan grave. Asegurado haber sido descuido, sino querer juntar un ramillete de cándidas azucenas, tan agradables á los ojos de Dios como habrán sido las puras vírgenes <459> que en este religioso convento le han servido. Y si aquella es gloriosa continencia digna de inmortales alabanzas, no la que la necesidad fuerza sino la que elige la voluntad del santo propósito, esta es la que ofrece ahora á la pluma materia digna de espíritus angélicos, para referir con igualdad virtudes del virgíneo coro que voluntariamente ofrecido á la Majestad Divina en este convento, solicita eterno nombre entre los ángeles, en lugar del que la sucesion temporal pudiera conservarles en el santo matrimonio, como á los demas de sus parientes. Nombre de ángeles da á las vírgenes S. Basilio; pero este nombre S. Pedro Crisólogo se lo atribuye á felicidad en los espíritus celestes, y no parece concederles haberle merecido. Sí los vírgenes, que alcanzan con las fuerzas que les da la divina gracia lo que el ángel tiene por naturaleza. De donde arguye ser mas glorioso este nombre alcanzado con la virginidad en nuestra naturaleza, que tenerlo por los celestiales espíritus.

Yá se dijo el orígen de la fundacion de este convento: veamos ahora los frutos de santidad que ha dado esta religiosa clausura de vírgenes que prudentes se dispusieron voluntariamente á merecerse nombre de ángeles, y á los divinos desposorios en que piadosamente se puede creer se les dieron las arras de la gloria y la corona de esposas merecidas. La primera que se entiende haberla alcanzado fué la madre Ana de S. Pablo, natural de la ciudad de México, y hija de Diego Dias Navarrete y Da. Petronila de Méscua. Entre las cinco fundadoras vino por maestro de novicias, prueba bastante de su mucha religion, pues en un convento tan grave, y donde hay tan grandes religiosas como en el de la Concepcion de México, para una nueva fundacion la eligieron por norte, guia y maestro de la observancia regular y espejo de vida religiosa. Recibió el hábito en aquel convento y profeso á nueve de <460> abril de mil quinientos sesenta y tres años, y vino el de noventa y seis á fundar el de la ciudad de Mérida. Fué religiosa observante, singular penitente, y en lo que mas se señaló fué en la continua oracion y contemplacion con que consideraba la grandeza y majestad de su esposo. Comun sentir es de los teólogos con santo Tomas, que en la media region del aire hay no pocos demonios que en ella son atormentados. Y S. Bernardo dice que los puso la divina justicia en aquel medio para que desde allí considerasen á los justos glorificados en la patria, y á los que peregrinos en esta vida mortal aspiran con la perfeccion á la eterna para que los vean y los envidien, y la envidia los atormente. Esto sin duda debia ocasionar al demonio para perturbar la paz interior de esta bendita religiosa, porque la maltrataba muy frecuentemente en la oracion, como testificaron las MM. fundadoras que les sucedia en el convento de México. Fué tal su penitencia, que se tiene por cierto le ocasionó la muerte un cilicio de hierro que continuamente traia, de que le dió accidente de hidropesía, con que paso de esta presente vida á su esposo Cristo el año siguiente de quinientos noventa y nueve, el dia cierto no saben las MM. religiosas que hoy viven. Así consta vivió tres años despues que vino de México en el convento de Mérida, con grande ejemplo de virtuosa y opinion de santidad, con la cual murió, siendo primicia esta sierva del Señor de las muchas que aquel religioso convento ha ofrecido á S. M. Divina.

El segundo fruto que este espiritual verjel dió al cielo, y primero de sus plantas, fué la M. Leonor de la Encarnacion, natural de la ciudad de México, y descendiente de aquel gran emperador de la Nueva-España llamado Mote Cuhzuma, ó Montezuma. Sus padres de esta señora vinieron á esta tierra en compañía de Da. Beatriz de Herrera, mujer del adelantado D. <461> Francisco de Montejo, cuando volvió á estas provincias el año de mil quinientos cuarenta y seis. Trajéronla de edad de doce años, y fué dada en matrimonio á un conquistador llamado Francisco Berrio, que tenia encomienda de indios en esta tierra. El año de mil seiscientos llevó nuestro Señor á la otra vida á su esposo, con que quedó viuda del terreno para mejor desposorio con el Señor de cielo y tierra. Sucedió en la renta de su marido, pero deseando servir á la Majestad Divina, desocupado su espíritu de la atencion á los bienes temporales, pidió el hábito de religiosa en el convento de Mérida el mismo año de seiscientos, y cuarto de la fundacion. Estuvo en estado de novicia diez y ocho años, que despues vivió, no por no profesar aquel perfecto estado, sino porque con la profesion la renta no vacase. Movióle á esto un afecto caritativo, porque habiendo experimentado la pobreza y necesidad de aquel convento, le daba su renta para ayuda del sustento de las religiosas, cuya regular observancia ejecutaba como si fuera profesa, siendo ejemplar de virtudes con que á todas las tenian edificadas.

Fué su vida desde que entró en el convento muy penitente, ayunando tres dias de todas las semanas con solo pan y agua, y los restantes su sustento eran legumbres polvoreadas con ceniza, que muy raras veces se le vió comer carne alguna. Siendo el agua cosa que mucho apetecia, en todo este tiempo no se sabe que religiosa la hubiese visto beberla, que tenian por gravísima mortificacion sabiendo lo mucho que la apetecia. Hacia muchas penitencias, así ocultas como manifiestas á las religiosas, para atraerlas con su ejemplo. Trajo contínuo cilicio, y todas las noches hacia rigorosa disciplina. Dábase en los pechos con una piedra fuertemente (como otro S. Gerónimo) pidiendo á Dios perdon de sus pecados; y siendo para si tan áspera, era tan blanda y apacible para con las demas, que nunca <462> se le oyó ni aun una palabra airada contra alguna persona. De la continuacion de estar de rodillas, se le hicieron en ellas tres apostemas que necesitaron las curase cirujano. Ocupóse siempre en el oficio de hortelana, que ejercitó con grandísima humildad y pronta obediencia.

Ocasionóle el achaque de que murió la ceniza que echaba en la comida, con que le dieron unos vómitos de sangre, de que estuvo cuatro meses antes de su muerte enferma en cama. No por eso cesó en los ayunos de los santos sus devotos que ocurrieron, si bien á este ejercicio correspondieron divinos favores que la ayudaban, porque solia decir en su enfermedad que la asistia la Vírgen Santísima Madre de Dios esforzándola, y los santos sus devotos, nombrándolos todos. Viéndose cercana á la muerte, pidió la profesion, que le fué dada el dia en que se celebra la festividad de todos los Santos. Habiendo recibido todos los Sacramentos, murió (recien esposa de Cristo vida nuestra) á cuatro de noviembre del año de mil seiscientos y diez y ocho, quedando las religiosas con gran sentimiento por la falta de su presencia, pero consolándose con entender la tenian ante la de la Majestad Divina por intercesora, como compañera que habia sido, de que daba muestra un suave olor y fragancia que quedó en su celda despues de muerta.

La madre Maria de Sto. Domingo, una de las fundadoras, vino por vicaria del convento. Fué natural de Jerez de la frontera en España, hija de Alonso Gómez de Castañeda y de Catalina Muñoz, y recibió el hábito en el convento de México, donde hizo profesion á veinte y siete de diciembre de mil quinientos y ochenta y un años. Fué religiosa de grandísima observancia, muy penitente, pues los tres dias de la semana ayunaba comiendo solo pan y bebiendo agua. Mortificaba su cuerpo con contínuas disciplinas, trajo siempre cilicio hasta que murió, y tan observante del silencio que nunca <463> se le oyó hablar sino lo muy necesario. En lo que mas se señaló, fué en la santa oracion y meditacion en que ocupaba lo mas de la noche, tan olvidada de si y del necesario alivio de su cuerpo, que le acontecia saliendo de este santo ejercicio dar caidas en el suelo con que se lastimaba, y tal vez con riesgo considerable de la salud, porque con las muchas disciplinas, ayunos y poco dormir, cedian las fuerzas de la naturaleza y mas la femínea. A esto aumentaba otras mortificaciones públicas, cargando pesadas cruces, otras veces haciéndose atar á un madero donde no pudiese el cuerpo tener natural movimiento, otras poniéndose una mordaza en la boca, y otros muchos actos de humillacion extraordinarios para mover á las otras religiosas á semejantes ejercicios el que la seguian, conociendo en ella singular bondad y caridad para con todas.

Estando en oracion en su celda, iba una religiosa á hablarla y sin hacer señal abrióla puerta. Como era tan recatada, y en aquel santo ejercicio no buscaba la vanagloria de este siglo, sino agradar á su divino esposo, porque la religiosa no conociese en qué estaba ocupada, se levantó con celeridad y se dió un gran golpe, de que le provino un flujo de sangre que le ocasionó la muerte. Estando con él un dia. le llevaba de comer una criada, y presentes algunas religiosas que con amor y veneracion la asistian, le dijo que yá no necesitaba de manjares de la tierra, porque la gloriosa Santa Ines le habia traido uno, con que pasaria suficientemente diez y seis dias de vida que tenia hasta su muerte, y así en ellos no comió cosa alguna: solo bebió algun poco de agua. Díjole despues á solas á la criada que el dia que habia dicho, habia de morir, y que si le faltaba el habla, cuando la viese alzar la mano derecha encendiese once candelas que le dio, y echase sahumerio, porque en aquella hora habian de venir las once mil vírgenes á acompañarla en su muerte. Sucedió lo que habia dicho, <464> porque al décimosexto dia agravado el achaque, estando yá sin habla, y las mas religiosas presentes, alzó la mano derecha, que era la señal que habia dado, y luego se encendieron las candelas que para aquella hora dejó, y habiendo echado el sahumerio, dió la bendita alma á su Creador á once de diciembre de mil seiscientos y treinta y tres años. Con que piadosamente se entiende fué en compañía de aquellas santas vírgenes que habia dicho, á gozar la cándida corona que le estaba guardada, habiendo sido dos veces abadesa. Quedó la enfermería donde murió con un olor y fragancia extraordinaria, que atribuyeron las religiosas á cosa sobrenatural. Su cuerpo quedó muy oloroso y tratable, como si estuviera vivo. Esta bendita madre es la que fué tan devota del santo padre Fr. Pedro Cardete, y á quien sucedió lo que se dijo en el libro nono, capítulo veinte y uno.

 

CAPITULO SEXTO.

Vida y muerte de la madre Ines de S. Juan,

natural de la ciudad de Mérida de Yucatan.

Parece que la Majestad Divina ha ido alternando en llevar para sí una de las madres religiosas de las fundadoras, y otra de las virginales plantas que en este religioso convento se le han consagrado. De las que con muy singulares y notorias virtudes en él han florecido, y dado suave olor de santidad, ha sido una la madre Ines de S. Juan, natural de la ciudad de Mérida en este reino de Yucatan y hija de padres nobles llamados Rodrigo Alvarez y Da. Maria de Sosa. Llamóla <465> Dios á la religion, y le fué dado el hábito en el convento de dicha ciudad á veinte y nueve de julio, dia de la gloria vírgen santa Marta, del año de mil seiscientos diez y nueve, y profesó el siguiente de seiscientos veinte. Fué religiosa muy observante, de continua oracion, muy puntual en los actos religiosos de la comunidad, y singular en la guarda del silencio. Trajo continuamente cilicio, dióse rigorosas disciplinas, sus ayunos eran muchos, y con gran mortificacion. Fué muy notada su humildad y paciencia, porque nunca, aunque la reprendiesen, dió satisfaccion alguna en su abono, solamente decia merecia mas, y que fuese por amor de Dios. Sucedia, habiéndola reprendido, llegar alguna religiosa, por si acaso estaba con sentimiento, á consolarla diciendo que le pesaba de su disgusto, y la bendita madre decia: No, madre, que bien saben las madres lo que hacen, que mas merezco. Muchas veces era reprendida solo por mortificarla, como lo decian las abadesas á las otras religiosas. Lo poco que daba de descanso á su cuerpo para dormir, era sobre los cordeles de la cama, sino cuando le mandaba la abadesa que durmiese sobre algun colchón, cosa que aunque obedecia sentia mucho.

No pudo la fama de su mucha virtud estar oculta en lo interior de la clausura: salió fuera y lleno la ciudad de la opinion de su perfeccion de santidad y vida. Por tal la tenian gran devocion, y muchas personas viéndose en aflicciones y trabajos, la iban á pedir que las encomendase á Dios, pareciéndoles que con sus ruegos saldrian bien de ellos. Referiré algunos casos particulares sucedidos en esto, como suele obrar la divina misericordia, por méritos de los santos, prodigios y maravillas, cuando son convenientes para gloria suya y edificacion nuestra, que así parece haber querido manifestar el Señor los méritos de su sierva la madre Ines de S. Juan en algunas ocasiones. <466>

En una, un hombre (que en el memorial que me dieron la madre abadesa y difinidoras dicen que su estado no se declara por convenir así) estando con una india casada en parte poco oculta, llegó el marido de aquella india, y viéndola con el hombre, sacó un cuchillo que llevaba, y intento herir ó matar á la mujer. Viendo el hombre la intencion del marido, por librar á la india, envio con él y le quito el cuchillo con que le dió una puñalada, de que cayó mortalmente herido. Al ruido miéntras esto sucedió acudió mucha gente, y el que dió la herida al marido de la india se salió por otra puerta. Miéntras le sucedia esta desgracia se acordó de esta sierva de nuestro Señor, á la cual veneraba con devocion, y en lo interior de su corazon le pidió su favor, y luego que se salió de allí fué al convento y rogó le llamasen á la madre Ines de S. Juan. Vino al torno, y le refirió lo que le habia sucedido, pidiéndola le encomendase á Dios, para que le librase del riesgo que por ello temia. La bendita madre le consoló, y dijo que le encomendaria á nuestro Señor, y que así quedaba encargada de ello. Fué cosa digna de admiracion que habiendo sucedido en parte casi pública, á hora de misa mayor, y vístolo tantas personas, este suceso se calló de suerte, que ni se supo ni se hizo diligencia alguna de las que suelen sobre él, ni se habló de ello, ni se supo que se habia hecho la mujer ni el indio su marido que quedo tan mal herido, atribuyéndose esto á las oraciones de esta bendita madre, porque apenas sucede cosa semejante cuando con la cortedad de la ciudad luego se sabe y publica.

Otra vez sucedió que estando la madre Isabel de S. Juan (actual abadesa del convento cuando esto escribo) con un accidente en un pié, que llaman hormiguero, llegó á tal riesgo que el cirujano estaba con última determinacion de cortarle con hierro toda la carne supérflua que tenia. Viéndolo esta sierva Dios, se compadeció <467> de lo que la madre Isabel de S. Juan padecia y habia de sentir con aquella rigorosa cura, y la encomendó á Dios, tomando por su cuenta el curarla sin que llegase á aquel extremo. Confiando la enferma mas de las oraciones de esta bendita madre, que de las medicinas naturales, se dejó en sus manos para que la curase. La cura fué un poquito de agua bendita, y rezarla unas oraciones, con que luego al punto la enferma sintió mucha mejoría, y muy en breve entera sanidad, sin mas médico ni medicina. Y esta madre abadesa que sanó así es la que me dió el memorial que he dicho firmado de su mano y de las religiosas mas graves del convento.

Un juéves santo por la mañana, siendo la bendita madre Ines de S. Juan sacristana del convento, la madre abadesa (que entónces era) la riñó mucho y con muy ásperas palabras, á que ella, como tenia (le costumbre, no dijo mas, que sea por amor de Dios. Porque dijo esto la trató la abadesa con mas aspereza que ántes, llamándola hipocritona, y dejándola con confusion y menosprecio como á culpada, porque, como se ha dicho, solo lo hacian por mas mortificarla. Tolerólo con la paciencia y humildad que acostumbraba, y la Majestad Divina la honró luego (como suele decirse de contado.) Cantóse la misa, y comulgaron en ella todas las religiosas. Habiendo recibido al Señor la bendita madre Ines de San Juan, se fué desde el comulgatario al coro, y puesta de rodillas en él daba gracias á la Divina Majestad por haberla recibida sacramentada. Fué tambien la madre abadesa al coro, y estando en él vió ocularmente que del lado izquierdo sobre el hombro de la bendita madre Ines de S. Juan, salia un ramo hermosísimo de azucenas, con que parece quiso nuestro Señor manifestar á la abadesa la candidez de aquella su sierva, y cuán agradable le era. Así lo entendió, confesaba y decia despues la <468> madre abadesa á las demas religiosas, de suerte que ella no lo llegase á entender para que la reverenciasen, pero por mas ejercitarla la mortificaba en todo cuanto le parecia conveniente.

Dos ó tres dias ántes de la muerte de esta bendita religiosa, veian las que dormian en el dormitorio donde dormia ella, sobre su cama hácia la cabecera, una luz como una luna llena, y juzgaban que era algun gran favor que nuestro Señor la hacia, causándolas grande admiracion. Estando buena y al parecer sin achaque alguno, envió á llamar á su madre y hermanos, y fué para decirles cómo yá se acercaba el fin de su vida en esta carne mortal, y que era la voluntad de Dios que pasase á la eterna. Díjoles que el dia de Sta. Marta, que era de allí á tres dias, moriria, que tal dia habia recibido el santo hábito que traia y habia profesado. Esto sucedió domingo veinte y siete de julio, y mártes siguiente veinte y nueve del mismo mes, dia de la gloriosa Sta. Marta, habiendo recibido los Santos Sacramentos con mucha devocion, paso de esta vida (como habia dicho) á la eterna, quedando con gran sentimiento todas las religiosas del convento, por faltarles tal madre. Murió año de mil seiscientos y treinta y ocho, siendo de edad de cuarenta años, y habiendo servido á nuestro Señor en la religion diez y nueve ajustados, sin dia mas ni menos.

CAPITULO SEPTIMO.

De la madre Marina Bautista, natural de Campeche,

y de otra fundadora y criadas virtuosas.

La madre Marina Bautista fué natural de la villa de Campeche en este reino, y hija legítima de Juan de <469> Senescal y Catalina de Zanabria. Recibió el hábito de religiosa en el insigne convento de la Concepcion de la ciudad de México, y profesó á veinte y dos del mes de julio, año de mil quinientos setenta y dos. Habiéndose de fundar el convento de Mérida, vino nombrada primera abadesa de el. Fué muy observante de su profesion, y tan penitente en ayunos, disciplinas y contínuos cilicios, que muchas veces se los mandaban quitar los médicos, porque hubo veces que llegó á peligro de morir por el daño que en la salud le causaban. De tan gran silencio; que traia al tiempo en que se guarda una piedra en la boca por no quebrantarle. De tanta paz interior y exterior, que no la perdió por ocasion de enojo que la diesen. En lo que mas se señaló fué en contínua oracion, en la cual juzgan las religiosas recibió muchos favores de la Majestad Divina, porque era tan recatada que tenia dado órden no llegase religiosa alguna donde estaba el tiempo que viesen las cortinas de su cama corridas. Tienen por cierto estaba entónces en profunda contemplacion ó éxtasis, porque saliendo de allí decia cosas que acababan de suceder en partes muy distantes. Solia decir á las fundadoras. ¿Acuérdanse de la madre fulana de nuestro convento de México? y respondiéndola que si, decia: encomiéndenla á Dios, que paso de esta vida, y observando el dia llegaba despues la nueva y hallaban haber sucedido el mismo en que lo dijo.

Sábense algunos favores que nuestro Señor la hizo. Una noche de la Natividad de Cristo Redentor nuestro, oyendo la primera misa, cuando el sacerdote levantó la hóstia consagrada, vió á su Divina Majestad en ella en forma de un niño hermosísimo. Así lo comunicó á un sacerdote de quien dicen las religiosas que lo supieron, y tambien á la que tenia en su compañia. Aconteció diversas veces oir cantar misas, y hacer sufragios por algunos difuntos, y preguntar por quién eran, <470> y habiéndolo sabido decir yá está con Dios en descanso. Fulano difunto si necesita que le ayuden mucho, que está en grandes trabajos. Por esto bien se ve la revelaba nuestro Señor así el purgatorio de algunos fieles como el eterno descanso de otros.

Estando en su celda sentada en una silla pequeña, cayó un rayo que paso por debajo y lo abrasó todo sin tocar un pelo de la ropa de la bendita madre. De allí dió en un armario, destrozándole todo. Estaban allí algunas religiosas que quedaron grandemente atemorizadas, y la sierva de nuestro Señor con tal sosiego como si nada hubiera sucedido: solamente dijo: Pasa maligno. Causóles gran admiracion así lo que dijo como verla sin turbacion alguna.

Habiendo pasado el curso de esta vida con gran ejemplo y edificacion de aquel convento, y como verdadera madre tenido gran caridad con todas las religiosas, le dió el accidente de que murió, que fué unos ardores, y queriendo curarla dijo que no era necesario, que la cura era disponer el alma, porque era la voluntad de Dios llevarla yá de esta vida. Juzgaron las religiosas habia tenido revelacion de su muerte, la cual fué á veinte y cinco de abril de mil seiscientos treinta y nueve años, habiendo primero recibido los Santos Sacramentos. Quedo su cuerpo muy oloroso y tratable, aunque pasaron cuarenta horas sin enterrarle. Murió en suma ancianidad, habiendo vivido religosa profesa sesenta y siete años, y cuarenta y tres despues que vino á fundar el convento de Mérida, donde fué dos veces abadesa.

La madre Francisca de la Natividad fué natural de Pachuca en la Nueva España, y hija legitima de Martin López y de Antonia Gurar. Profesó en el dicho convento de México á diez y nueve de mayo de mil y quinientos y ochenta y nueve años, y fué una de las fundadoras del de Mérida. Religiosa muy observante de <471> su profesion, de natural muy pacifico, dada á la santa oracion, y extremada en la caridad para con los prójimos. No llegó á saber necesidad de persona alguna, dentro ó fuera del convento, que no la socorriese, hasta quedar con solo su hábito por ejercitar la caridad cuanto podia. Entiéndese por cierto que en una ocasion la apareció Cristo Señor nuestro ó algun ángel en figura de pobre necesitado para que la ejercitase por su amor, como se puede colegir de este suceso.

Perdióse en una ocasion una fragata en estas costas y saliendo muchos de ella desnudos, hubieron de ir á la ciudad para que los vistiesen de limosna. Como era tan conocida en darla esta sierva del Señor, vinieron algunos á que los socorriese, y ella liberal les dió por Dios toda su ropa, hasta la de la cama. No habiéndole quedado mas que un por de sabanas y una almohada, llegó uno en el trage que los perdidos á la hora que se toca al Ave Maria, y pidió que le llamasen á la madre Francisca de la Natividad. Vino luego, y díjola: señora, yo necesito de una sábana y almohada, démela por Dios que soy un pobre de los perdidos en la fragata, y no tengo con que dormir. Fué la bendita madre á traerle lo que pedia, y cuando volvió con ello no se halló tal hombre, ni en la anteportería, ni en la calle, ni en la vuelta de ella, aunque se buscó con toda diligencia.

Poco tiempo antes de su muerte paso de esta vida una india de mucha virtud llamada Catalina, que servia en el convento. Viéndola enferma, le pidió esta bendita madre que si Dios por su misericordia la llevase á eterno descanso, le pidiese á su Divina Majestad que cuando ella estuviese en su gracia la llevase para sí. Murió la india de aquella enfermedad, y á pocos dias esta sierva de Dios se vistió muy temprano y dijo le llamasen á su confesor. La religiosa su compañera hizo grande instancia porque le dijese la ocasion, y importunada mucho, la <472> dijo: que Catalina la india difunta habia estado con ella, y le habia dicho que se dispusiese, porque era la voluntad de Dios que pasase de esta vida. Vino su confesor, y habiendo hecho confesion general de toda su vida, por algunos dias enfermó, y reconciliándose todos los restantes, y ejercitando muchos actos de virtudes, especialmente la santa oracion, á los diez y seis dias despues que dijo habia estado con ella la india Catalina difunta, y habiendo recibido los Santos Sacramentos, dió su espíritu al Señor á los diez y seis de julio de 1639 años, habiendo sido cinco veces abadesa de aquel convento.

Bendita sea la Majestad Divina, cuya bondad no excluye condicion alguna de personas por de bajo nacimiento que al parecer de los hombres tengan, antes benigno á todos los que con sana intencion le buscan, se comunica. Déjase entender llevó á la gloria á la india Catalina, que servia en el convento, en el cual ha habido otras muchas criadas que han servido á la Majestad de Dios con singulares virtudes, frecuencia de los Santos Sacramentos, penitente vida y caridad ferviente, así indias como mestizas, mulatas y otras diversidades que en lo accidental mudan la calidad humana, pero no la atencion de la misericordia divina, como se vió en una mulata llamada Agustina que sirvió muchos años en el convento.

En lo que mas la ocupaban era el servicio de la sacristía, la cual tenia con tanto aseo y limpieza, tratando con suma reverencia las cosas sagradas de ella, que era motivo de dar gracias á Dios las religiosas como en su memorial dice. Su vida era muy penitente en ayunos, disciplinas y otras mortificaciones. Oia misa con tanta atencion y devocion, que ninguna cosa le divertia, y aunque llegasen á ella, estaba inmóvil como si careciera de sentidos, y aun con mas extremo cuando estaba en oracion en que ocupaba mucho tiempo. En ella le hizo nuestro <473> Señor algunos favores, de que en el memorial se dicen los siguientes.

El año de mil seiscientos cuarenta y ocho, en el tiempo de la mortandad de la peste, estaba en una ocasion en el coro alto en oracion delante de una imágen de nuestra Señora. Otras tres religiosas estaban en el coro apartadas de ella tambien en oracion, y vieron que de la boca de la mulata Agustina salia una luz muy clara que iba hasta la corona de la imágen ante quien oraba, y luego la misma luz volvia á la boca de donde habia salido, y duró esto mas tiempo de una hora, que les causó grande admiracion atribuyendo á favor divino aquella luz, con que reconocieron la virtud de la criada.

Por el mismo tiempo todas las religiosas y criadas se ejercitaban en penitencias públicas y secretas, para aplacar la divina justicia, y alcanzar alivio en tantas aflicciones. Una noche (que era muy oscura) estando una religiosa en un rincon del claustro en sus ejercicios, vino la mulata Agustina cargada con una cruz por el claustro, y otras criadas en su compañía. Pusiéronse á hacer oracion delante de una imágen de las que en él están, y vio aquella religiosa que salia de la misma Agustina una luz con que le veia distintamente la cara y toda ella, siendo así que de las compañeras aun no percibia los bultos. Con la luz vio que estando aquella bendita mulata dobladas las rodillas, no llegaba al suelo ni aun la saya que tenia puesta, estando su cuerpo suspenso en el aire, porque veia claridad entre él y el suelo. La religiosa dió muchas gracias á Dios que comunica sus favores á cualquiera que le sirve.

En el mismo tiempo de la peste, estando en otra ocasion en el coro en oracion, con la quietud y sosiego que solia, estaba una religiosa orando con mucha afliccion pidiendo á Dios la salud de unos parientes suyos. Volvió á ella la mulata Agustina, y en presencia de <474> otras religiosas que allí estaban, la dijo: Señora, conformese con la voluntad de Dios, que estas personas por quien ora han de morir, y yo he de morir, y todos hemos de morir que para eso nacimos. Dicen las religiosas que esta última razon la debió de decir para disimular con ella las antecedentes. Sucedió como lo dijo, porque murieron los parientes de aquella religiosa con la peste, y la Agustina murió tambien dentro de breves dias, habiendo recibido los Santos Sacramentos, y dejando muy edificadas las religiosas.

De otras cosas pudieran dar relacion, pero para que se conozca por qué no la dieron, y la humildad de estas señoras religiosas, daré fin á este capítulo con el que le dieron á su memorial, diciendo: "Algunas cosas dejamos de poner, así de las señoras religiosas difuntas, como de criadas, porque aunque son raras, se pueden atribuir á causas naturales. Y lo que hemos dicho de las religiosas difuntas, hemos sabido por haber sucedido delante de algunas religiosas, como está dicho, y otras cosas por ser públicas en este convento, que los favores y regalos secretos, como tan recatadas, solo al confesor los comunicarian. Bien quisiéramos que todo lo dicho de las señoras religiosas difuntas de este santo convento, que como hasta hay ha estado, estuviera encerrado en las parades de nuestra clausura. Mas por mandarlo V. P., y ser para la obra que es, y para mayor honra y gloria de Dios que se gloria en sus siervos, lo decimos con harta confusion y vergüenza nuestra, que habiendo tenido tales ejemplares, tan ruines somos, y tan poco aprovechamos en la virtud. Dios nuestro Señor, que fué servido de comunicarles estas virtudes, se sirva de darnos su gracia para que con la perfeccion que debemos le sirvamos, y guarde á V. P. &c." <475>

COGOLLUD.TM2 Continued
Previous Section Table of Contents Next Section

Return to top of page