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David Bolles
 

Combined Dictionary-Concordance of the Yucatecan Mayan Language

CAPITULO DIEZ Y OCHO.

Una armada de enemigos entra en la villa de Campeche,

y lo que en esto sucedió.

Compuestas las cosas de lo interior de la tierra en la forma que se ha dicho, por fin del mes de julio de aquel año de treinta y dos parecieron á la vista de Campeche seis urcas de corsarios enemigos, que con su asistencia dieron algun cuidado. Dióse noticia al gobernador, que dejando en la ciudad todo buen recaudo, y por su teniente de capitan general al capitan Andres Dorantes Magaña alcalde de primer voto, trató de socorrer aquella villa. Asignó para esto la compañía del capitan Andres Dorantes Solis, y compuso otra de setenta encomenderos de quien fué por cabo el capitan José de Argaiz Cienfuegos, y con presteza llegaron á Campeche. Estuvo allí el gobernador algunos dias, y dejándolo fortificado y dados los órdenes convenientes, se vino á la ciudad de Mérida. Quedaron las dos compañías, que estuvieron casi dos meses porque las urcas hasta principiar los nortes anduvieron dando vista y aguardando las fragatas del comercio para el pillaje.

El peligro que amenazó aquel año, se vió ejecutado <419> al siguiente de treinta y tres. Viérnes once de agosto parecieron á la vista de Campeche diez navíos, los siete de mediano porte, y los tres grandes, que se quedaron muy afuera. Viéndolos desde Campeche, unos decian que eran unas fragatas del puerto que andaban fuera á quien se habrian juntado otras del trato, y otros, que parecian naos de extranjeros. Ellos quitaron la duda acercándose al puerto, tanto que pudieron ser conocidos, y asi estuvieron hasta la tarde, que llegaron tan cerca que estaban casi á tiro de pieza, y así quedaron aquella noche. Sábado siguiente al amanecer, dia de Sta. Clara, salieron á tierra mas de quinientos infantes de diversas naciones, holandeses, ingleses, franceses y algunos portugueses que andaban alzados con los enemigos. Venia por cabo, y fué quien los trajo como guia, Diego el mulato, corsario tan conocido, criollo de la Habana donde fué bautizado. Salieron por la parte de S. Roman, que cae al occidente de Campeche. El principal capitan de los enemigos era aquel tan nombrado corsario, que tanto molesto las costas de estas provincias, y llamaron pié de palo. Formado su escuadron, vinieron marchando para la villa, y llegando á la primera trinchera, que los de ella tenian hecha para defensa, hallándola sin gente, la pasaron, y marcharon con el mismo concierto militar á otra, que estaba entre aquella y la villa. Defendíala el capitan Domingo Galban Romero, y habia en ella tres piezas de artilleria abocadas á la parte por donde el escuadron venia, y cincuenta arcabuceros pocos mas. Llegó á tiro el enemigo, y á un mismo tiempo se correspondieron la opugnacion y la defensa, porque de la trinchera le dispararon las piezas gruesas y arcabucería á un tiempo, con que mataron sobre veinte y cinco enemigos, y en esta rociada no se dice peligro alguno de los nuestros. Hizo alto el escuadron, y luego como que se retiraba, y fué por si salian de la <420> trinchera donde conocidamente peligraban. Incauto el capitan Galban salió con la infanteria en su seguimiento, y á poco trecho volvió el enemigo á hacer cara, como vió tan pocos españoles que le seguian, y de la primera rociada que alcanzo, mataron al capitan Galban y otros diez ó doce de sus soldados. Si esta fué prudencia militar dígalo quien lo entiende, pues no parece fuera pequeña gloria defender la trinchera cincuenta españoles contra un escuadron de quinientos hombres. Con la falta del capitan y exceso tan superior del enemigo, luego comenzaron á retirarse los que habian quedado hácia la plaza de la villa, que lo era tambien señalada de armas. Siguiólos el escuadron, y pasando vio Diego el mulato al capitan Galban muerto, de que mostró gran sentimiento porque habia sido su padrino cuando le bautizaron. ¿Quién dijera, cuando le tuvo niño en la pila donde consiguió la regeneracion espiritual, que aquel niño habia de ser causa para que muriese de la suerte que se ha dicho? Secretos son de la divina Providencia, que no alcanzamos. Por la parte de la mar venian las lanchas de los navíos haciendo escolta á su escuadron, como hay tan corta distancia de la lengua del agua á la calle por donde venia, que es sola la que hacen una hilada de casas que entre ella média.

Reparaba la entrada de la plaza otra trinchera, y alli ocurrieron todos los campechanos, que con forasteros no llegaban á trescientos hombres, y aquí fué donde se peleó con todas veras, defendiéndola gran rato. Viendo el enemigo la fuerza con que se le resistia, y que no ganaba paso, sacó un trozo del escuadron, y le envio á coger las otras entradas de la plaza, quedando los demas en la opugnacion de aquella trinchera. Hiciéronlo así, porque los de la villa, ó no lo advirtieron, ó sea lo que fuese la causa, con que ganando aquel trozo del escuadron las otras entradas que estaban sin defensa, se hallaron los nuestros con los enemigos, que les habian cogido las espaldas. <421> Conserváronse algun espacio, y habiendo yá muerto de los de la villa el capitan Juan de Pita, que era alcalde de segundo voto, y un sobrino suyo llamado Baniverde, el capitan Pedro de Mantilla, el capitan Pedro Daza, el alférez Hernando Diaz, y mas de treinta españoles, y salido herido de un balazo de cadena el capitan Domingo Rodriguez Calvo, cayendo muerto tras aquellos otros seis españoles, y heridos vá muchos de los que restaban, aunque con grave daño del enemigo, comenzaron á desbarrarse los de Campeche, y retirándose dejaron la plaza, quedando el enemigo señor de ella. Un fulano Cornejo se estuvo en la trinchera de la plaza sin quererla desamparar hasta que en ella le mataron á arcabuzasos y con los chuzos. Salidos de la plaza los de Campeche, los siguieron los enemigos hasta echarlos de la villa, y los mas se retiraron á nuestro convento de S. Francisco, que está fuera de ella. Marchando á él los enemigos, un indio manifestó al capitan Losada, que era hombre grueso y cansado de pelear se habia escondido detras de un matorral. Sacarónle de él, y teniéndole prisionero el cabo de los holandeses no convino en que pasasen al convento, pareciéndole, y bien, que era mucha fortaleza, habiendo guarnicion (como la habia) que le guardase, pues habian visto retirarse á el los españoles, aunque el mulato Diego le animaba (menos prudente) que fuesen á él. Con esta resolucion mandó tocar á recoger para volver á la villa, y llevando al capitan Losada prisionero, como estaba cansado y era hombre tan grueso, no podia ir al paso que ellos querian, y uno le disparó una pistola con que le mató, pasando todos con presteza á juntarse en la plaza.

Como señores yá de la villa, hicieron un gran festejo, y bebieron largamente del vino que en las bodegas hallaron, con que los mas quedaron embriagados, ocasion que si la atendieran los campechanos, pudieran quedar pocos vivos <422> de los enemigos que volvieran á los navíos. Estuvieron otros dos dias dando saco á la villa, porque no pudo ponerse la hacienda á buen recaudo, y habiendo llevado prisioneros á los capitanes Juan Ortuño de Olano, D. Iñigo de Figueroa y otros, con un clérigo llamado Baltazar Ruiz, á quienes tenian en los navíos, trataron de pedir rescate por la villa. Para esto pidió seguro, y habiéndosele dada, echó en tierra uno de los prisioneros, que con un capitan suyo fuese donde estaba retirado el alcalde primer voto, por quien corre la milicia. Yá el capitan Domingo Rodriguez Calvo le habia aconsejado que aunque el enemigo allanase la villa, si se pedia algun rescate por ella, ninguna cosa se le diese, que él era el que mas perdia en ella, pero que así convenia. Admitió el consejo, que dicen si lo hubiera hecho al principio en la disposicion con que este capitan prevenia la defensa de la villa, no hubiera sido el suceso tan desgraciado; pero con pasiones particulares que habia entre los vecinos, se dice persuadieron al alcalde no siguiese el consejo, porque no se atribuyese al otro la gloria de la defensa. Esta no se consiguió, como se ha dicho, quedándoles el sentimiento de lo que perdieron. Que convengan en uno aun los irracionales de diversas especies, solicitando su conservacion y defensa, como muchas veces se ha vista; y ¿que los hombres por particulares fines la pospongan? Llegado el capitan holandes á verse con el alcalde, preguntó por los heridos, y ofreció que si no habia cirujano científico, que le enviaria de su armada para que los curase. Preguntáronle por los suyos, y dijo que yá estaban curados, si bien se manifestaron despues cuerpos difuntos sobreaguados que de los navíos habian echado.

Trató del rescate de la villa, diciendo que la habia de allanar si no le daban cuarenta mil pesos, y se le respondió que hiciese lo que pudiese, que ni un real se le habia de dar. Despidióse el capitan de los enemigos, <423> viendo la resolucion, y habiendo de volverse no quiso ir con él el prisionero que trajo de los nuestros. Dió la respuesta á los suyos, y sintieron grandemente, y al parecer con razon, que no volviese el prisionero que enviaron en fé de su palabra: decian no estar buen caballero que no vuelve con la respuesta. Entónces se ofreció de ir y volver el alferez Martin Hernandez, y le dieron licencia, que no fué pequeña confianza con lo sucedido. fué á ver al alcalde, y habiéndolo tratado, se le dió la respuesta que ántes, y volvió con ella á la presencia de los enemigos, como lo habia prometido. Viendo que de la villa no se les daba cosa alguna, acabaron de robar todo lo que hallaron, hasta el palo de tinta que estaba en la playa. Llegó nueva de que iba socorro de la ciudad de Mérida, que con todos se embarcaron y dispararon la artilleria, dieron velas al viento apartándose del puerto de Campeche, y llevando consigo los prisioneros, á los cuales echó en tierra despues cuatro léguas de la villa. Miéntras duró el combate, dicen que habia buscado Diego el mulato con gran diligencia al capitan Domingo Rodriguez Calvo, diciendo que si le hallaba le habia de cortar las orejas y narices, Y no matarle, dejándole así en venganza de una bofetada que injustamente le habia dada estando en Campeche, ántes que se alzase y fuese con los enemigos. Peligrosa cosa es afrentar contra razon á cualquiera por ínfimo que sea su estado. <424>

 

CAPITULO DIEZ Y NUEVE.

Gobierno de D. Gerónimo de Quero que murió en él,

y de otros dos interinos.

Miéntras en Campeche sucedia la adversidad referida, llegó al puerto de Dzilam D. Gerónimo de Quero, caballero de la órden de Santiago, que venia á gobernar estas provincias. Era gran soldado muy experto en la milicia, y teniendo nueva en el puerto de lo que en Campeche pasaba, bajó con toda presteza á la ciudad de Mérida, y aunque llegó, no quiso recibir la posesion del gobierno hasta tener segunda nueva de Campeche. La que hubo fué del pillaje de la villa, y que se habia el enemigo largado del puerto, y yá no se veia. A este caballero le fué hecha la merced de este gobierno en Madrid á veinte y siete de noviembre de mil seiscientos y treinta y dos años, con advertencia que su teniente general no pudiese ser el del quinquenio antecedente hasta haber dada residencia, porque se entendia lo era el de D. Juan de Vargas, que contradijo las comisiones del oidor D. Iñigo de Arguello, que aún no se sabia en España la resulta de ello. Tambien halle otra advertencia que en ningun título de sus antecesores hay puesta, y fué decir: "Ni serviros de los dichos indios, ni ocuparlos en ningunos ministerios de vuestro servicio, con apercibimiento que se os hará cargo de ello en vuestra residencia, y seréis castigado por ello con demostracion &c." Esto debió de originarse de las quejas dadas contra su antecesor D. Juan de Vargas. Recibió la posesion de este gobierno en Mérida á diez y seis de agosto de aquel año de treinta y tres, y luego comenzó á fortificar la ciudad, y previniendo defensa á cualquiera invasion que intentasen los enemigos. Procedió este caballero con mucha rectitud en la administracion de la justicia, sin interes <425> alguno en repartir á los beneméritos las encomiendas de indios que vacaron en su tiempo. Dió en una ocasion una muy buena, y agradecido el que la recibió, despues de dada el título le envio un presente que en otras se tuviera por cortedad grande. Volviólo á remitir por la mano que se le daba, diciendo que S. M. no le habia hecho mas que administrador que repartiese aquello, y que así no podia con buena conciencia recibir cosa alguna por ello, pues por razon de su oficio se hallaba obligado á lo que hizo. Por segundos ruegos y grandes instancias de la persona beneficiada, recibió algo de ello, que todo con no ser mucho no se pudo acabar. con él que lo recibiese. Con los indios fué benigno, y aunque tuvo algun trato y contrato con ellos, fué muy moderado, y pagándoles el género en que se decia los gravaban á doblado precio que sus antecesores, y eso en reales de plata, con que socorrian sus necesidades. Era yá persona anciana, y gobernando de esta forma fué nuestro Señor servido le diese la enfermedad de que murió en Mérida á diez de marzo de mil seiscientos y treinta y cinco años; y habiendo recibido los Sacramentos, y dispuéstose como buen cristiano, que aun con haber procedido en el trato con los indios del modo referido, para mayor seguridad de su conciencia se dice mando en aquella hora hacer algunas restituciones. Cuánto importará á algunos haber hecho otro tanto, lo habrán vista en la otra vida, porque en esta poco se persuaden, aunque se les diga. Fué sepultado su cuerpo en la santa catedral con sentimiento comun de toda la tierra, y recibieron en sí el gobierno los alcaldes ordinarios, que eran Alonso Carrio de Valdés y Alonso Magaña Padilla: gobernaron hasta el mes de junio siguiente que vino gobernador interino. Fué teniente general de esta gobernacion el tiempo dicho, el bachiller D. Alonso Osorio de Tapia recibido en Mérida á veinte y tres de setiembre de el año de treinta y tres al uso y ejercicio de su oficio. <426>

Sabida en México la vacante de este gobierno, el Sr. virey de la Nueva España que aun era el marques de Zerralvo, envió segunda vez á D. Fernando Zenteno Maldonado, que fué recibido en Campeche á veinte y tres de junio de aquel año de treinta y cinco, y en el libro del cabildo de Mérida no hay escrito de su recibimiento mas que un traslado del de Campeche. Gobernó esta segunda vez hasta el marzo del año siguiente de treinta y seis, y tuvo por su teniente general al licenciado D. Cristóbal de Aragon y Acedo. De algunos disgustos que tuvo con los religiosos de esta provincia (y no le faltaron con otras personas) se ocasionó escribir el R. padre provincial, que era al muy R. padre Fr. Luis Flórez, comisario general de la Nueva España, como el gobernador impedia algunos órdenes que daba á sus religiosos, y que con el favor que en el hallaban, algunos no le tenian el respeto que era debido. dió nuestro superior la queja al Excmo. Sr. marques de Cadereita, que á la sazon era ya virey de la Nueva España. Escribió S. M. lo que debia hacer en esto al gobernado" de que tuvo grandisimo sentimiento, y para responder al Sr. virey, junta el cabildo de la ciudad de Mérida, y en un acuerdo que hizo á catorce de enero de mil seiscientos treinta y seis, se dice: "Que por cuanto tienen noticia que se ha informado á su excelencia señor virey marques de Cadereita, que el señor gobernador ha impedido algunos órdenes del padre provincial, y entremetídose en el gobierno de la religion sin que tal haya hecho, ni este cabildo oido ni entendido (como si fuera lo mismo no haberlo sabido el cabildo que no haberlo hecho el gobernador) y refiriendo el suceso de que imaginaron se habia ocasionado, concluyen: Acordaron que este cabildo informe de todo ello á su excelencia, para que este cierto que en las dichas acciones se movió el dicho señor gobernador y cabildo por el servicio de S. M., paz y quietud <427> de estas provincias, y no por otro fin. "Y protesta este cabildo que por este acuerdo y por el dicho informe, no sea vista querer ni tener intencion de pedir contra ningun religioso, ni entremeterse directé ni indirecté en cosa que les toque &c."

El mismo escrito en que dicen no piden cosa contra ningun religioso, pide contra algunos haber recurrido á tribunal secular para negocios de la religion, á título de que en una junta, que se habia de tener, presumieron solamente habian de salir muy de quiebra unos con otros, y aun resultar algunos escándalos. Para inconvenientes de que no habia mas causa que haberlos querido imaginar, se previno un remedio tan fuerte como venir un gobernador con todo el cabildo de una ciudad diciendo públicamente que era á poner paz entre los religiosos: accion que forzosamente habia de escandalizar al estado secular, que no juzgaria se movia todo un cabildo á una accion pública y ruidosa, sin causa gravísima y muy cierta. Dieron por excuse que se pidió licencia para hablar juntas al P. provincial y difinidores, y se la dieron, como si no obligara la urbanidad á que pidiéndola un cabildo en forma de ciudad se le diese, y mas no sabiendo el provincial con certidumbre el fin á que se ordenaba, y aun si mal no me acuerdo fué pedida en nombre del rey. Lo cierto es que el estado secular y algunos religiosos se disgustaron porque fué electo provincial el que lo era, con que habia inquietudes. Dios que conoce los corazones dará la retribucion conforme á las intenciones.

A catorce de enero se hizo en Mérida este acuerdo, como se ha vista, y á diez y nueve del mismo mes dió el virey título de gobernador y capitan general de Yucatan al general don Andres Pérez Franco, que tomó la posesion en Mérida á catorce de marzo del mismo año de treinta y seis, y estuvo en él hasta diez y siete del mayo siguiente. Trajo órden muy apretado <428> para que se asentase el nuevo servicio del toston que á su majestad habian de dar los indios cada un año. Hízose junta de todos estados para arbitrar la forma menos gravosa á los indios con que satisfaciesen el nuevo servicio, y aunque se eligió la que parecio mas suave, cobrándose dos años se experimentó gravísimo daño, de que avisado su majestad lo revocó y quite, como se dice adelante. Aunque el Sr. virey envio á este caballero por gobernador, no parece haber sido por demérito de su antecesor, pues en su título se dice le provee: "Por cuanto el doctor D. Pedro Quiroga y Moya, del consejo de S. M. y juez de la residencia del marques de Zerralvo, le habia pedido proveyese de justicia en algunos oficios que estaban sirviendo criados suyos, para tomarle, ; residencia de ellos, conforme debia, segun el tenor de sus comisiones, en cuya conformidad enviaba á tomar la del general D. Fernando Zenteno &c."

En breve tiempo despues que le vino sucesor, la dió ante la Majestad Divina. Habia sido esta segunda vez poco piadoso en el despacho de las causas de los pobres, y no faltando quien con buen celo se lo dijese, dijo habia dada una respuesta con palabras tan deshonestas que no son para escritas. Salió para México, y en el pueblo de Jecelchakan, doce leguas ántes de llegar á Campeche, paso de esta presente vida, y fué sepultado en nuestro convento con tan poca pompa y acompañamiento como tiene la soledad de un pueblo de indios. Hecho el funeral, paso su mujer Da. Isabel Caraveo á Campeche donde se embarcó para la Veracruz. A poca distancia, salida á la mar, dió con el corsario Diego el mulato, que andaba en estas costas al pillaje, y rindió la fragata en que aquella señora iba, cogiéndola prisionera con los demas. Quisieron sus soldados despojarla, y el mulato la defendió diciendo: que con un alfanje, que tenia en la mano, <429> habia de derribar la cabeza á cualquiera que la tocase, ó á cosa alguna de lo que llevaba puesto y consigo tenia (accion digna de estimacion), con que robaron lo restante que hallaron en la fragata. Tratóla con mucho respeto y gran cortesía, teniéndola soldados de guarda para que ninguno se descomidiese con ella, y despues la echó en tierra, con que prosiguió su viaje. Este fin tuvo la segunda vez que gobernó este caballero: téngale Dios en el cielo, que es cierto que la primera se puede decir con verdad que restauró esta tierra de una ruina total á que estaba próxima, dejándola en gran mejoría.

En el poco tiempo que D. Andres Pérez Franco gobernó luego, á los principios de abril dió vista Diego el mulato (que saqueó á Campeche) al puerto de Sta. Maria de Sisal con siete urcas. Vino la nueva al gobernador que mandó tocar á rebato, y juntas las compañías con la presteza que suelen, montando en un caballo, dijo que los fieles vasallos de S. M. le siguiesen. Estaba yá en la plaza de armas la compañía de caballos, su capitan Juan de Magaña Pacheco, que luego le siguió camino del puerto donde iba, y la de infantería que estaba de guarda, y tras ellas marchaban yá las otras tres. En el barrio de Santiago, pueblo de indios, hizo alto, y escogiendo la compañía de caballos, y de infantería las de los capitanes José de Argaiz y D. Francisco Magaña, paso con ellas al puerto. Las otras dos mando volver á la ciudad á órden del sargento mayor Alonso Carrio de Valdés. Llegó el gobernador al puerto como á las dos de la tarde, y estaba el enemigo á la vista quemando la nao en que acababa de llegar de España el marques de Santo Floro, que acababa de salir á tierra mas arriba en el puerto de Dzilan, y venia por gobernador. Con esta nueva, dejando guarda en el puerto, se vino á la ciudad á recibir al nuevo gobernador. Quedo el capitan José de Argaiz con cien infantes en <430> el puerto, donde estuvo hasta principios de junio, que le mandó el marques retirar á la ciudad, por haber desaparecido el mulato de aquel puerto, sin haber hecho otro daño por la defensa que en él habia. Experimentóse en este caballero una persona de mucho agrado, afable, muy cortesano, recto en la justicia, y muy celoso del servicio del rey, y bien merecedor de los muchos y honrosos oficios y cargos que habia tenido, y despues tuvo. A peticion suya nombró el virey por su teniente general en paz y guerra al Lic. Diego de Sandi, relator mas antiguo de la sala del crimen de la real audiencia de México, para que tambien le ayudase á poner en ejecucion los arbitrios dichos, y fué recibido á este oficio en Mérida á otro dia despues que el gobernador D. Andres Pérez.

 

CAPITULO VEINTE.

De algunas religiosos celosos ministros de los indios

y grandes lenguas en estos tiempos.

Imitando los religiosos modernos el santo celo con que nuestros primeros fundadores solicitaron la conversion de estos indios, han continuado su manutencion predicándoles el santo evangelio y doctrina cristiana, para que consigan la vida eterna. El reverendo padre Fr. Bernardo de Lizana, natural de la villa de Ocaña en el reino de Toledo, recibió el hábito de nuestra religion en el convento de su patria, provincia de Castilla. Paso á esta de Yucatan el año de mil seiscientos y seis, donde supo la lengua de estos indios con gran perfeccion, y así fué maestro de ella muchos años. <431>

Fué de los mas lucidos predicadores de españoles que tuvo esta tierra en su tiempo, y contínuo de los indios donde quiera que se hallaba, explicándoles los misterios de nuestra santa fé católica, y exhortando en todas ocasiones á los religiosos doctrineros que lo hiciesen, advirtiéndoles la estrecha cuenta que habian de dar á Dios de la omision que en este santo ejercicio hubiesen tenido. Decia algunas veces que esperaba mucho de la Misericordia Divina le habia de perdonar sus pecados, por el celo con que (mediante el favor de Dios) habia solicitado el bien de las almas de estos indios. Escribió un cuerpo pequeño que dió á la estampa, intitulado Devocionario de nuestra Señora de Izamal, que tantas veces va citado en estos escritos, aunque dicen que le desconociera si le alcanzara vivo. fué muy agradable de condicion, con que era amado de todos, que aun él mismo agradeció esto en su escrito, y tuvo en esta provincia los oficios que no es llegar á ser provincial, aunque se tenia por cierto lo seria en el capítulo inmediato á su muerte. Dióle la enfermedad que la ocasionó, y duró algun tiempo en ella con gran tolerancia; y agravándose, recibió los Santos Sacramentos con devocion afectuosa. Rogaba siempre á los religiosos que le visitaban, le tratasen de espíritu, y le trajesen á la memoria los defectos que le habian conocido. La mañana del dia en que espiró, preguntó al enfermero qué hora era, y respondiéndole que las cinco, dijo: pues á las ocho ya habré dado cuenta á Dios de mi vida. Acabándose la hora, le cantó la comunidad el credo, y habiendo dado algo despues su espíritu al Señor, le comenzaron á cantar un responso, y ántes de acabarle dió el relox las ocho, viendo verificado lo que habia dicho. Pasó de esta vida en el convento de Mérida á dos de abril de mil seiscientos treinta y un años, con mas de cincuenta de edad, y veinte y cinco de esta provincia. <432>

El padre Fr. Lorenzo de Loaisa, hijo de la de Castilla, paso á esta el año de mil seiscientos quince, en la mision que vino el santo padre Orbita, y supo la lengua de estos indios perfectísimamente. Tiénese por cierto le ocasionó la muerte lo mucho que trabajó en la reduccion de los indios que hizo el gobernador D. Hernando, como se dijo en el capítulo diez y siete antecedente á éste. Murió en el convento de Ticul, siendo guardian actual, á primero de abril de mil seiscientos treinta y dos altos, habiendo vivido cuarenta y tres.

La memoria del R. P. Fr. Fernando de Nava pedia mas dilatado escrito que el que estos dan yá lugar. Fué natural de la villa de Agudo en el campo de Calatrava de España, é hijo de la santa provincia de Los Angeles, y uno de los grandes predicadores que tuvo en aquellos tiempos. Habiendo sido guardian en ella, y tenido otros oficios, se ofreció la reforma que hubo en las provincias de España. Uno de los religiosos, que para la suya señaló el general de la órden, fué el R. P. Nava, con que tuvo ocasion de algunos disgustos con su provincial, y aun dicen que por ellos se salió de la provincia. Llegó á esta donde fué recibido con é}gusto que sus buenas prendas merecian, y las experimentó tales, que á poco tiempo que estuvo en ella, celebrándose capítulo, fué electo provincial sin faltarle voto alguno de los electores. Con tal prudencia ejercitó el oficio, que despues por muerte de otro provincial fué electo vicario provincial. y otra vez en capítulo ministro provincial. Siéndolo la primera vez fué gobernador de este obispado, y tambien fué mucho tiempo comisario del santo tribunal de la fé. Hizo cosas memorables en el convento grande de Mérida, que fuéron la custodia donde se coloca el Santísimo Sacramento en sus festividades toda de plata, que es una de las obras estimables que hay en las iglesias de todos estos reinos. El retablo del altar mayor, que es <433> muy hermosa y costosa fábrica, á cuya colocacion se hizo gran fiesta. El ornamento mas rico que tiene aquel convento, y el relox que en él habia y servia á la ciudad. En estas ocupaciones llegó á la senectud, en que padeció una prolija enfermedad tolerada con ejemplar sufrimiento, viviendo en suma pobreza, aunque habia mandado tantos años la provincia. Agravada la enfermedad, y recibidos todos los Sacramentos, pasó de esta presente vida á quince de noviembre de mil seiscientos treinta y dos años, siendo de sesenta de edad, y durará por muchas la memoria de su prudencia y buen gobierno, con que ilustró esta provincia.

Entre los grandes ministros y lenguas de estos indios, que esta santa provincia de Yucatan ha tenido, se siguieron en la muerte, pasando á mejor vida, los padres Fr. Cárlos de Mena, natural de la villa de Valladolid, y Fr. Francisco Jimenez de Tejeda, nacido en la ciudad de Mérida, ámbos en este reino de Yucatan. El P. Fr. Cárlos escribió muchos sermones y otras materias en el idioma de estos indios, con elocuencia estimada de todos los ministros que han sucedido, y se aprovechan de ellos. Siendo guardian del convento de Mocochá, habiéndole dada la enfermedad con que acabo su curso, ántes que muriese hizo á su compañero que escribiese en su presencia las cartas patentes en que se habia de dar noticia de su muerte, y que dejase en blanco la fecha de ellas para cuando espirase, que fué á diez y seis de enero de mil seiscientos treinta y tres años. El P. Tejeda murió en el de Mérida á seis de febrero de aquel año, siendo guardian del de Cacalchén.

A diez y siete de abril siguiente, tuvo por bien la Divina Majestad de premiar las muchas virtudes de que se hallaba adornada el alma y cuerpo del bendito P. Fr. Gabriel Martinez. Fué natural del reino de Aragon, y recibió nuestro santo habido en la provincia de Santo <434> Domingo de la Isla Española. Pasó despues á esta, donde supo la lengua de los indios con gran perfeccion, aunque mayor fué la de su religiosa vida, que le granjeó en el comun aprecio de todos opinion de santo. Como tal fué sepultado en el convento de Mérida, y en señal de ello la devocion de los fieles le quite á pedazos el hábito y cordon con que estaba en el féretro para llevarle á sepultar, siendo necesario ponerle otro hábito para entregar á la tierra el feliz depósito que habia sido de su bendita alma. Murió vírgen en edad de ochenta años, y así fué sepultado con palma cándida, símbolo de su pureza. Eran este bendito religioso y el santo padre Cardete muy familiares en el espíritu y en la comunicacion. La obediencia hizo guardian de Maní al padre Fr. Gabriel, y el padre Cardete desde Mérida, donde vivia, le escribió una carta en que le decia. Muy enojado tiene, padre, á nuestro amigo: venga al punto á desenojarle. Era el amigo que decian el Sto. Crucifijo que hoy está en la capilla que llaman del capitan Valdés, y entónces era colateral del altar mayor. Fué luego á Mérida el bendito Fr. Gabriel, y habiendo hecho oracion al Santo Crucifijo, se levantó con gran regocijo y alegría, y castañeteando y bailando, se fué al santo padre Cardete y le dijo: Ea, padre nuestro, demos gracias á Dios que yá esta desenojado nuestro amigo: con que se deja entender los habló á los dos el Santo Crucifijo, y con esto se volvió á su convento.

El padre Fr. Estéban Prieto de los reinos de España, habiendo sido religioso de la compañía de Jesus, recibió nuestro santo hábito en el convento de la ciudad de Mérida de esta provincia. Vivió en ella como observante religioso, y con muy singular compostura y modestia en todas sus acciones. Aunque no fué persona de muchas letras, era muy prudente, y en las materias de gobierno su disposicion acertada. Fué guardian del convento principal de Mérida, y siendo yá de edad (á <435> mi parecer) de mas de sesenta años, viviendo en el de la Mejorada, le dió una enfermedad que le duró algun tiempo, la cual le vi tolerar con singular paciencia y conformidad con la voluntad divina. Agravándose, recibidos todos los Sacramentos á veinte y nueve de octubre de mil seiscientos y treinta y cinco años, paso á mejor vida, dejando á los religiosos edificados con su buena muerte.

El R. padre Fr. Pedro de Mata, natural de la villa del Pozuelo, y hijo de la santa provincia de Castilla, fué gran ministro, predicador y maestro de la lengua de estos indios, en tanto grado que cualquier dificultad que en ella se ofreciese, la declaraba con toda resolucion como si tuviera presentes todos sus vocabularios, con que se conocia lo estaban en su memoria. Fué comisario corrector del santo oficio y provincial de esta provincia. Mostraba aspereza en la condicion, pero era muy celoso del crédito de la religion y religiosos de ella, y estimaba mucho le tratasen verdad en cualquier acontecimiento. Fué bien necesario en el tiempo de su prelacía, por ser persona de mucha constancia y valor, y por las ocasiones que se ofrecieron con el pleito que se dijo hubo entre el gobernador D. Juan de Várgas y el oidor D. Iñigo de Argüello. Siendo de mas de sesenta años, le dió la enfermedad con que pasó de esta vida, recibidos todos los Sacramentos, en el convento de Mérida á once de enero de mil seiscientos y treinta y seis años, habiendo ocupado casi cuarenta en la predicacion de estos naturales y administrarles los Santos Sacramentos.

Fr. Diego Ordoñez, natural de la ciudad de Mérida en este reino de Yucatan, predicador yá leido en tabla capitular aun siendo corista, muy lucido filósofo y teólogo, murió en Tabasco yendo á Chiápa á ordenarse por octubre del año de treinta y ocho, con que acabaron grandes esperanzas que se pudieran tener de su aventajada <436> inteligencia. Perdieron con su muerte los indios un gran predicador, porque la facilidad con que en cualquiera festividad les predicaba, y la elocuencia de lenguaje con que les proponia la palabra divina, movia á admiracion; y dígolo por haberle oido muchas veces viviendo juntas en el convento de Ticul, con que era muy estimado de los indios. Pasó de esta vida en edad de veinte y dos años.

Los muchos trabajos corporales con que sirvió á esto provincia el P. Fr. Antonio Jara, lego, merecen su memoria. Fué hijo de la de S. Miguel, y incorpórose en esta en el capítulo que se celebró á cinco de enero de mil seiscientos y tres años. Su continua ocupacion fué de cultivar la huerta del convento de Mérida, aun siendo ya muy viejo, que en esta tierra es mucho de ponderar. Demas de esto, cuidaba con mucha caridad de dar de comer á los pobres en la portería, y de otros oficios de humildad conformes á su estado. Habiendo dada siempre ejemplo de religioso observante, murió en el convento de Mérida, recibidos todos los Santos Sacramentos, á tres de agosto de mil seiscientos treinta y nueve años, siendo de setenta de edad, y habiendo servido en el á nuestro Señor los treinta y seis.

LIBRO ONCE

DE LA HISTORIA DE YUCATAN.

 

CAPITULO PRIMERO.

Vida del venerable D. Bartolomé de Honorato,

chantre de la santa catedral de Mérida.

Si refiriendo la vida de este venerable varon le llamare santo, daréle el título con que comunmente todos los que le conocieron, comunicaron en vida, y vieron su santa muerte, le nombran con conocimiento de sus rigorosas penitencias y experiencia de su caridad ferviente. Fué el Ldo. D. Bartolomé de Honorato natural de Ciudad-Rodrigo en España, y hijo legítimo de Baltasar de Honorato y Maria Flórez Maldonado. Sus padres le dieron estudio en la universidad de Salamanca, donde fué colegial del insigne colegio de S. Bartolomé, y yá filósofo y teólogo, se graduó de licenciado en santa teología en la universidad de Oñate en Vicaya. S. M. D. Felipe tercero que está en gloria, le hizo merced de una canongía de la santa catedral de este obispado, dándole la real provision en Aranjuez á veinte y nueve de abril de mil seiscientos y ocho años, y á primero de setiembre del año siguiente recibió en Mérida la posesion del canonicato. No era aun sacerdote, y por no haber llegado el obispo D. Fr. Gonzalo de Salazar fué á México, donde se ordenó de todas órdenes, <438> y habiendo gastado dos años en esto, volvió á servir en su iglesia. A diez de julio de seiscientos y once, le promovió S. M. á la maestrescolía, y tomó la posesion á veinte y siete de mayo del año de trece. Despues fué promovido á la chantría, y se le dió la posesion en veinte y siete de agosto de mil seiscientos diez y nueve años. Aunque acudia á la asistencia de su dignidad con particular cuidado, dice el bachiller Valencia en su relacion que no dejaba de tener en sus acciones aquella lozanía y arrogancia que suele una mocedad inconsiderada, lo cual dice que advierte para mayor ensalzamiento de la Bondad divina, que en ese tiempo fué servido de usar con el de su misericordia.

De nuestro seráfico P. S. Francisco nos dice su leyenda que teniéndole la Majestad Divina prevenido para tan gran siervo suyo, aunque el amor divino ardia en su corazon, con la adolescencia y cuidado de las cosas temporales impedido, ignoraba lo soberano de las del cielo, hasta que hecha sobre él la mano del Señor, fué castigado en lo exterior con una enfermedad prolija, y clarificado interiormente con la uncion de la gracia del Espíritu-Santo. Parece que sucedió así con el Ldo. D. Bartolomé de Honorato, porque en lo mas florido de su edad, y cuando al parecer estaba mas divertido, el año de seiscientos y quince fué nuestro Señor servido le sobreviniese una enfermedad gravísima que le produje la enmienda. Hallóse con la enfermedad falto de la vista corporal de ojos, y pidió á Dios con corazon humilde se la restituyese para poder mejor servirle y hacer penitencia, y fué su ruego oido, dándole la vista que le faltaba, y convalesciendo de enfermedad que en tanto peligro le habia puesto. Mas convalesció en el espíritu que en la salud del cuerpo, porque siempre padeció continuos achaques que se debian sin duda de ocasionar de las muchas penitencias, mortificaciones y aspereza de vida con que se ejercitó hasta su muerte; pero el espíritu <439> con fervientes afectos aumento crecidos logros en muchas virtudes.

Antes que dé principio á ellas, referiré lo que yá despues de sano le sucedió acerca de la vista que milagrosamente habia alcanzado. Viendo algunas mujeres, se halla aquejado de algunas tentaciones lividinosas, que como yá aspiraba á la perfeccion de vida en que se ejercitaba, le daban mucha pena, y fatigaban su espíritu. Viéndose con esta afliccion, recurrio á la oracion, pidiendo á nuestro Señor no le diese mas vista que la necesaria para rezar y decir misa. Consiguiólo de forma que especialmente habiendo mujeres en la iglesia ó en calles por donde pasaba á la santa catedral y á andar sus estaciones, no veia mas de los bultos solamente, sin poder conocer con distincion que fuese lo que veia. No era así con los hombres á quien veia y conocia clara y distintamente, y esta merced que nuestro Señor le hacia, se la certificó muchas veces á un hermano suyo religioso, nuestro hijo de esta santa provincia, que difinidor de ella, y cuando esto traslado, es yá difunto, que se llamada Fr. Diego de Honorato que me lo afirmó con seguridad de verdad.

Desde luego que convalesció de la enfermedad, comenzó á vivir haciendo áspera y rigorosa penitencia, y sus contínuos ejercicios eran en esta forma. Su cama en lo aparente exterior tenia con el adorno que de ántes, pero no dormia en ella, sino en una tarima de tablas que se ocultaba debajo, y una piedra le servia de descanso para reclinar la cabeza. Con esta aspereza no daba al cuerpo mas descanso ni sueño que el que le parecia suficiente para conservar la vida. A las tres de la mañana se levantaba (habiéndose recostado á las once de la noche) y se ocupaba hasta que era de dia en oracion y disponerse para decir misa. Por celebrarla con mas quietud de espíritu, la decia en la ermita del glorioso S. Juan Bautista que distaba una cuadra <440> de su casa, por ser poco el concurso de gente, y especialmente los dias que no son festivos, y esto cuando por razon de su dignidad no le obligaba decirla en la catedral. Al tiempo de vestirse los sagrados ornamento para decir misa, tenia advertido á un criado suyo que le dijese estas palabras: "Señor, advierta y salga con cuidada, porque no sea acaso esta la postrera misa que dijere" Con tal espíritu estaba prevenido para oir las demas que podia, que le sacaban gran afluencia de lágrimas, y con tal devocion asistia en el altar, que movia á ellas á los que se hallaban presentes, y aun algunas personas iban de propósito á oir su misa por gozar de aquel rato de devocion que con oírsela tenian.

Habiendo dado gracias á nuestro Señor de haber dicho misa, iba por su pié á la iglesia del colegio de la compañía de Jesus donde hacia oracion, visitaba los altares rezando en ellos, y luego comunicaba materias de su espíritu con los religiosos de él, con quien se confesaba, De allí pasaba al hospital donde, habiendo hecho oracion en la iglesia, entraba á visitar los enfermos. Consolábalos con pláticas espirituales que les hacia, socorríalos con lo que podia de limosnas, y quitándose luego el manteo, les aliñaba las camas, y por último encargaba mucho á los que los asistian la piedad y caridad con ellos, y el cuidado en acudirles á tiempo á sus necesidades.

Una mañana vino muy temprano á la santa catedral sin haber dicho misa ni rezado en sus estaciones. Extrañólo el sacristan por ser aquella la última que acostumbraba, pero el santo varon le saco presto de la duda. Dijole al sacristan que le trajese la llave del sagrario donde esta el depósito del Santísimo Sacramento de la Eucaristia reservado para los enfermos, y poniéndose la sobrépelliz y una estola, mando encender luces. Traida la llave abrió <441> el sagrario, y se hallo volcado el vaso de las formas consagradas, y habiéndolas compuesto con toda reverencia en el depósito, cerró el sagrario, y dando la llave al sacristan le dijo: Vaya con Dios que para esto le he llamado; con que se deja bien entender haber tenido revelacion de que aquellas sacrosantas formas no estaban con la decencia que les era debida, y quiso nuestro Señor manifestar cuán agradable le era este su siervo por cuya mano fueron puestas en su lugar decente. Esto con otras cosas que referiré me afirmó saber con toda certidumbre un sacerdote secular digno de fé y crédito que le comunicó, y me dijo que lo jurará siempre que necesario fuere y se le mandare: Habiendo puesto las santas formas en su lugar, se estuvo en oracion hasta la hora en que solia decir misa cuando no era hebdomadario, y entónces la dijo.

Volviendo al hilo de sus cotidianas estaciones de este varon santo, habiendo acabado en el hospital con aquella obra tan caritativa, pasaba á la santa catedral que no dista mas que el ancho de la calle, y allí hacia tambien oracion. Concluida se entraba en el coro, registraba los libros por donde se habian de cantar los oficios divinos, y cuando era tiempo asistia en pié al facistol ó atril en que se ponen, como pudiera el mas humilde cantor que los oficiaba. Era tan puntual en las horas y en todo lo tocante al culto divino, que le llamaban el relox de la catedral. Acabadas las horas canónicas de por la mañana, se iba á recoger á su casa, y en entrando se retiraba á su retrete y oratorio á hacer exámen de su vida, pasando en aquella soledad y quietud hasta la hora de comer. El tiempo que duraba la comida le leian libros espirituales, teniendo grande atencion á lo que se leia, y acabada la comida se sentaba en una silla, y juntas las manos tenia un rato como de contemplacion, y allí descansaba hasta la hora de vísperas. En siéndolo iba á la santa catedral sin <442> que las incomodidades del gran calor que el sol causa en aquellas horas, ó lluvias que hubiese, fuese bastante impedimento para que faltase en su continuacion, como ni achaque alguno si no le obligaba á estar en cama. Despues de vísperas aguardaba hora competente para rezar maitines, y concluidos se volvia á su casa. A prima noche desde las ocho hasta las once, que era cuando se recostaba á dormir, gastaba en oracion, disciplinas, mortificaciones y otros ejercicios espirituales.

 

CAPITULO SEGUNDO.

De otras virtudes y cosas milagrosas de este varon santo.

Demas de los ejercicios referidos, fué abstinente en grado superior, porque solamente los domingos y jueves comia cosa de carne, y esto con mucha templanza: los demas dias de la semana se sustentaba con yerbas y otros manjares de débil sustento. Todos los miércoles y sábados ayunaba con solo pan y agua en honor y devocion de la Vírgen Santísima madre de Dios y señora nuestra. En las cuaresmas era necesario que sus confesores le moderasen los ayunos, porque en la flaqueza grande que manifestaba, conocian el rigor con que los pasaba y castigaba su cuerpo para que le dominase el espíritu. Un jueves santo habiéndose quedado hasta medio dia (aunque no era su hora de asistencia) en la presencia del Santísimo Sacramento, trajeron de comer á los otros prebendados, y rogándole que comiese con ellos, por complacerlos y no dar nota de singularidad, asistió en la comida. Los manjares eran de mas regalo que el que su penitente vida acostumbraba, <443> y aquella noche en satisfaccion del regalo que habia tenido en la comida, se recogió á su casa á media noche, y desnudo el cuerpo en carnes de la cintura para arriba, mando á un esclavo suyo que con un látigo muy fuerte le azotase rigorosamente, y el negro con la reverencia que le tenia, no se atrevia á darle récio. A este tiempo iba un sacerdote, que le comunicaba, á buscarle, y hallando la puerta [que sin duda lo quiso Dios para manifestar acto tan virtuoso] abierta, sin avisar ni decir cosa alguna, llegando á lo interior de la casa oyó á este penitente y bendito varon que decia á su negro estas palabras: "Dale récio, Martin, á este mal hombre, mal cristiano que ha dado hoy muy grande escándalo y nota delante de sus hermanos, comiendo manjares regalados y delicados." Oyendo esto no pasó aquel sacerdote adelante, ni el negro le obedeció ejecutando el rigor que el santo varon deseaba: volvióle á mandar que le diese mas récio, y el negro se excusaba diciéndole que era su amo y sacerdote, que no le mandase tal. Viendo que no queria, le quitó el látigo, y se comenzó á azotar tan fuertemente que le corria la sangre por toda la espalda. Acabada esta rigorosa disciplina, le dijo al negro: "Por amor de Dios, Martin, que otra vez hagas lo que te mando, y no como mi esclavo sino como si fueras mi enemigo ejecutes en mí este castigo con todo rigor, pues le merezco." Salió muy edificado aquel sacerdote, sin darse á sentir, y despues viéndole el santo varon, ignorando que le hubiese visto, por ser confesor de su negro, le dijo: Señor, dígale á Martin, pues le confiesa, que me obedezca, que no hace lo que le mando. Admiróse aquel sacerdote, porque como su confesor conocia la conciencia irreprensible del esclavo, que aunque negro en el cuerpo tenia el alma cándida, movido con el ejemplar de la santa vida de su amo; y presumiendo fuese otra la inobediencia de que le acusaba, se la reprendió viéndole. Respondió el negro <444> á su confesor, diciéndole: ¿"Cómo quiere, padre, que yo haga lo que me manda mi amo, si me manda que le azote crudamente, y porque lo hago de mula gana me acusa? ¿cómo he de castigar á mi amo con la crueldad que me manda?"

Otro juéves santo en la noche andaba visitando las iglesias, y iba en su compañía el negro Martin, y el sacerdote que he dicho me refirió lo que acabo de decir, le encontró parado en una calle, y le vió que se inclinaba como hacia el suelo, y decia al negro "Ayuda, Martin, á este pobre Nazareno que va fatigado con tan gran cruz: ayudémosle los dos por Dios." Como aquel sacerdote oyó razones dichas con lastimoso afecto, miró con cuidado á todas partes, y no vió persona alguna, ni el negro tampoco: con que piadosamente se puede creer que el divino Nazareno Cristo Señor nuestro, cuya pasion debia de ir meditando este varon santo, le apareció en aquella forma visible para que mereciese mas con aquella piadosa voluntad.

Sucedióle á aquel mismo sacerdote que habiéndosele olvidado á este santo varon su diurno en el coro, el le hallo, y mirando los registros, le quito una oracion devota que tenia escrita en uno. Hallándose sin el diurno, volvió por el, y dándosele aquel sacerdote, al recibirle le dijo: ¿Como, padre? ¿Qué me ha quitado del diurno? yá lo sé. Entónces le dijo el sacerdote lo que habia hecho, y el le respondió que se holgaba mucho.

Este mismo sacerdote afirma que sabe con certidumbre que por las mañanas, cuando entraba este santo varon en la catedral, veia en un lado de la iglesia un bulto de persona puesta de rodillas, y que habiéndolo visto muchas veces, un dia se llegó donde estaba y habló con el un rato. Acabada la plática despareció el bulto, y lo que de ello resultó fué que luego llamó á los cantores, y los previno para decir una misa de difuntos. <445> Entró á la sacristía, se revistió y salió á decirla cantándola él mismo: era por el alma de un prebendado de la catedral, que era el que le habia aparecido y rogádole que por amor de Dios dijese aquella misa que debia, que con eso saldria del purgatorio y iria á gozar de Dios.

Parece cierto que su Divina Majestad le revelaba algunas cosas del bien de las almas, y verificarse esto en lo que le sucedia á un sacerdote vecino de la ciudad y á quien todos conocimos en ella. Era por aquellos tiempos mozo, y como tal en algunas ocasiones con otros divertimientos solia dejar de rezar el oficio divino. En viéndole este santo varon, luego le reprendia, advirtiéndole el descuido que habia tenido, y la estrecha obligacion de rezarle. Debió de suceder esto mas de una vez, y así aquel sacerdote enmendó su defecto, por tener yá certidumbre que habia de ser reprendido de este santo por la omision, que así lo certificó algunas voces al otro sacerdote que arriba he dicho, porque el tal defectuoso y este que me lo refirió eran amigos y se comunicaban.

A las mortificaciones y penitencias referidas aumentaba otra bien extraordinaria en su estado, y es que como si fuera religioso que hubiese prometido la observancia de la regla de nuestro P. S. Francisco, desde que convalesció de aquella enfermedad, caminó á pié los viajes que se le ofrecieron. Admiraba á todos esto por ser esta tierra tan poco á propósito para semejante ejercicio, que aun los muy robustos y sanos (sino es los indios) no pueden tolerarlo. Como veian un cuerpo tan debilitado, enjuto y sin carnes por su mucha penitencia, y agravado con diversos achaques, era motivo de dar gracias á la Divina Majestad, que con su ayuda suplia lo que las fuerzas humanas no parecia posible ejecutasen. Solia ir á visitar la santa imágen de nuestra señora de Izamal que dista catorce léguas de la <446> ciudad, y las andaba por su pié en un dia, y volvia á ella en otro, que no admirada menos. Otras veces descansaba en el pueblo de Cacalchen, que dista de Izamal cinco léguas, y á otro dia por la madrugada las caminaba á pié en ayunas por decir misa aquel dia en el altar de la Vírgen. Aunque andaba á pié tenia una mula por la autoridad de su persona como dignidad de la santa catedral, y un dia le pareció á su negro Martin que la mula se moria. Fué á decirlo á su bendito amo, que le mandó la echase una ayuda. El negro le obedeció y se la echó con una jeringa como pudieran á una persona racional, y luego estuvo buena la mula.

Ejercitaba la caridad con los pobres, gastando en esto lo que sobraba de sus rentas despues de lo que era necesario para el decente y moderado gasto de su casa, y era en esta forma. Todos los sábados del año tenia ordenados para dar limosna á personas pobres que conocia tener necesidad. Venian á su casa, y cierta cantidad de maiz y cacao la expendia, dando el cacao por su mano á los pobres, y el maiz lo media el criado en su presencia y se lo daba. A las madres religiosas del convento de la ciudad daba cuanta limosna podia (porque es convento pobre, y verdaderamente necesitado) y porque faltaban dineros con que poderse acabar, no teniéndolos para ayudar á aquella obra tan piadosa, ocho cuatrocientos pesos sobre las casas de su vivienda á censo, de que pagaba despues los réditos, para ayudar que se acabase. El retablo del hospital, que como se dijo se dió á los padres de la órden de S. Juan de Dios, se hizo de un apostolado de pintura romana que tenia para adorno de su casa, y le dió porque con él le tuviese aquel santo templo. <447>

 

CAPITULO TERCERO.

De la muerte de este santo varon,

y cosas particulares sucedidas en ella.

Diez y ocho años vivió este siervo de Dios despues de la enfermedad referida en el capítulo primero, ejercitado continuamente en estas rigorosas penitencias y perfeccion de vida, juzgando siempre bien de los prójimos, y atribuyendo lo que veia á la mejor parte, cuando la Majestad Divina fué servida de llamarle á poseer el premio de sus perfectas virtudes, como piadosamente parece debe creerse, pues se da á la virtud hasta el fin perseverante, y es comun entender de todos cuantos le conocieron.

Tiénese por cierto que tuvo revelacion de su muerte, porque pocos dias ántes que pasase de esta vida, hallándose fatigado con vómitos de sangre, achaque de que continuamente padecia, pidió licencia al Sr. obispo D. Fr. Gonzalo de Salazar para ir á nuestro convento de Maní, distante diez y seis léguas de la ciudad de Mérida, donde entónces era guardian el religioso que se ha dicho era su hermano, llamado Fr. Diego de Honorato, diciendo que queria morir con sus hermanos, porque tambien vivia en aquel pueblo el sargento mayor Juan de Honorato hermano de los dos. A la verdad, lo que se entendió, conocida su humildad, no fué sino por huir de la honra y veneracion con que habia de ser tratado de los ciudadanos despues de su muerte.

Alcanzó la licencia, despidióse de los prebendados sus espirituales hermanos y compañeros y de los demas amigos que tenia, y fuese al convento de Maní, como lo habia determinado. Llegado á él pidió á su hermano el guardian que le tratase como si fuera religioso súbdito suyo, porque como si lo fuera <448> le prometia obediencia los dias que en él le quedaban de vida, deseando acabarla con esta sujecion virtuosa. De esta suerte estuvo trece dias en el convento, sujetando todas sus acciones á la obediencia del guardian, y aunque tan enfermo dijo misa todos los dias, hasta uno ántes de su muerte. Este dia no la dijo, porque viéndolo el guardian tan debilitado le mandó que no la dijese, y le obedeció oyendo otra. A la tarde le mandó el guardian que se desnudase y echase en la cama. Débese mucho notar que desde que comenzó esta penitente vida, solamente se desnudaba para mudarse ropa, habiéndose siempre dormido vestido, que es otra mortificacion tan áspera como raro y singular el que puede tolerarla. Obedeció al guardian, y habiendo rezado los maitines del dia siguiente, mandó llamarle y le dió el breviario, diciendo: Hermano, no tengo otra cosa que darle que sea conforme á su estado y profesion: tómele que es de los nuevos, y yá me falta la vista, que para lo que queda de vida rezaré en las cuentas del rosario.

Llegada la noche, se recogieron los religiosos y quedose con el siervo de Dios Martin su esclavo, para que le acudiese á su necesidad. A la media noche llamó al negro, y le dijo: hijo, ¿oyes aquel canto? Y el negro le respondió: señor, no oigo cosa alguna; y él le dijo: anda con Dios, que tú nunca oyes. Llamóle segunda vez como á las dos de la mañana, y le preguntó lo mismo, y el negro respondió lo que la primera. ¿Qué se puede entender de esto, sino que los santos ángeles celebraban con música celestial el próximo tránsito de aquella dichosa alma á la felicidad eterna, lo cual con su gran humildad de sí no presumia?

Sábado siguiente, habiendo amanecido le dijo el hermano que era hora de poder oir misa, y respondió que fuese á vestirse y iria á oirla. Vistióse el siervo de nuestro Señor con la modestia que acostumbraba tener <449> en sus acciones, y sacó una alba y bonete, y dándosela al negro Martin le dijo que aquello ponia allí para que le enterrasen. Llevóle de la mano un religioso para ayudarle á andar, y al entrar por la puerta que hay de la sacristia á la iglesia, invocando el dulce nombre de Jesus, pidió que le ayudasen. Llegáronle al altar mayor donde está el Santísimo Sacramento de la Eucaristía, el cual habia recibido por viático el juéves ántes por su mano en la última misa que dijo. Diéronle allí la santa Extrema-uncion, y puestos los ojos en la imágen de un santo Crucifijo, dió el espíritu á su Creador sábado por la mañana á diez y seis de abril, año de mil seiscientos treinta y tres, y de su edad cincuenta y tres. Llevaron el bendito cuerpo á la celda donde le habian hospedado vivo, y hallaron en ella una peticion suya, en que rogaba no le desnudasen para amortajarle, y era porque no le viesen los cilicios que traia junto á las carnes, y señales de su mortificacion y penitencias. El achaque de que se entiende murió fué dolor de una ventosedad.

Cosas admirables y dignas de consideracion sucedieron en su muerte. Luego que falleció, mandó el P. guardian á los indios sacristanes diesen con las campanas la señal con el clamor que se acostumbra, y ellos repicaban las campanas, ó por lo menos el sonido que se oia era repique muy festivo. El guardian reñia á los indios porque repicaban, y aunque mas les decia que clamoreasen, se oia repique de las campanas, hasta que los españoles que se hallaron presentes dijeron al guardian: Padre, déjelos y no los riña, porque Dios lo debe de ordenar así, pues no hay remedio para que clamoreen por mas que se lo dicen y mandan. Haber sucedido esto me lo certificaron los mismos españoles vecinos del pueblo que estaban alli entónces, y fué público y notorio á todos porque así lo oian. Parece quiso nuestra Señor manifestar con aquella alegre señal de las campanas <450> la eterna alegria de que aquella santa alma gozaba yá, separada del cuerpo en cuya compañía habia granjeado tanto mérito con sus virtudes.

Una cosa digna de notar, y advertida de muchos, sucedió en la ciudad de Mérida al tiempo que este siervo de Dios murió en Maní. Habia en la ciudad un hombre llamado Juan de Camas, el cual siempre que veia pasar al bendito varon, se ponia de rodillas en tierra juntas las manos sobre el pecho, y alzando al cielo los ojos pedia á Dios le llevase de esta presente vida cuando aquel santo varon pasase á la eterna. Preguntáronle algunas personas que lo vieron, que por qué pedia aquello á Dios, y el respondia: Porque tenga yo quien sea intercesor por mi ante la Divina Majestad á la hora de mi muerte. Los secretos divinos no alcanza nuestra corta capacidad; mas lo que sucedió fué que á la hora que su devoto murió en Maní, á el le dió en Mérida un accidente repentino que dándole lugar para confesar y recibir los Sacramentos, murió con él muy aceleradamente; con que Dios le concedió la muerte á la hora que tantas veces y delante de tantas personas le habia pedido.

Luego que se puso en la forma que habia de ser sepultado, le llevaron al cuerpo de la iglesia del convento, y corriendo la voz de que yá era difunto, fué tan grande el concurso de la gente de la comarca, así religiosos de los conventos circunvecinos como de españoles y indios que vinieron á verle y venerarle como á cuerpo santo, que no cabiendo en la iglesia del convento, fué necesario sacarle á la de los indios, que era muy capaz, para que todos le pudiesen ver y gozar, yá que su devocion los habia traido de sus pueblos para tener aquel espiritual consuelo.

Sucedió otra cosa que se notó mucho, y fué que no habiendo palomas en casa alguna del pueblo de Maní, se vió una paloma revoloteando sobre el cuerpo, y allí se estuvo hasta que le enterraron, que fué el siguiente dia <451> domingo. Hiciéronse los oficios con mucha solemnidad, y habiendo yá pasado veinte y cuatro horas despues de su muerte, se le vió salir sangre fresca corriendo por la boca, como pudiera de un cuerpo vivo, cosa que en el suyo admiró á todos, viéndole tan sin carnes de la mucha penitencia que habia hecho. Cuando le hubieron de enterrar, yá tenia el alba y ornamento casi hecho pedazos, que se los habian quitado con devocion para venerarlos por reliquias santas. Sepultáronle en la capilla mayor debajo de la peana del altar principal, y teniéndose en la ciudad nueva de su muerte, fué sentida de todos en tanto grado cuanta era la veneracion con que le respetaban viviendo, y por la falta que en ella habia de hacer su ejemplar vida. Al año siguiente fuéron sus huesos trasladados á una bóveda, que en la muralla de la iglesia se abrió al lado derecho del altar mayor para este fin. Está delante de la urna una reja dorada por donde se descubre, y en la urna retratada su efigie penitente, que causa devocion mirarla. Iluminóse todo el circuito, y en lo superior en el hueco de un escudo pintado esta escrito con letras de oro. "Murió en este convento el Lic. D. Bartolomé de Honorato chantre de la catedral de la ciudad de Mérida á diez y seis de abril de mil seiscientos treinta y tres años. Trasladáronse los huesos á este lugar en veinte y nueve de setiembre de mil seiscientos treinta y cuatro años. Todo lo cual sucedió siendo nuestro R. padre Fr. Luis de Vivar provincial de esta provincia, y guardian de este dicho convento de S. Miguel de Maní el padre Fr. Diego Honorato." La modestia de ser su hermano este siervo de Dios debió de ocasionar no ponerle algun elogio, mereciendo tantos por sus muchas virtudes. Tiénenle gran veneracion en aquel pueblo, y nuestra provincia dió muchas gracias á Dios por prenda digna de tanta estimaciOn, y que siendo de fuera de la religion nos la concediese. <452>

Por el tiempo en que murió este venerable varon, nació en una estancia, hacienda de ganado mayor distante una legua de la ciudad de Mérida, un monstruo que parió una vaca, el cual tenia dos cabezas formadas perfectamente, y en el media de ellas una oreja tan ancha como dos manos, y á cada lado de las dos cabezas una oreja no tan ancha. Vivió solo dos dias.

COGOLLUD.TM2 Continued
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