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Combined Dictionary-Concordance of the Yucatecan Mayan Language
CAPITULO ONCE.
Sosiégase la ciudad con el edicto,
y prosigue el oidor hasta la sentencia,
reservando algunos casos para el real acuerdo.
Habiendo insertado la cédula el obispo en su edicto, prosiguió inmediatamente diciendo: "Y para que los dichos escándalos, daños é inconvenientes se excusen, y esta muy noble y leal ciudad y sus vecinos, y los indios naturales de estas provincias, se conserven en la paz pública y universal, y no lleguen al miserable y desdichado estado que se prometen las acciones precipitadas del dicho gobernador, y el inicuo pregon de este dia. que justamente merece nombre de tiranía. Su señoría hace saber á todos los vasallos de S. M., cabildo, justicia y regimiento, y demas vecinos estantes y habitantes en esta dicha ciudad y su provincia, de cualquier estado, calidad y condicion que sean, que la intencion y voluntad de S. M. es que los advierta de que todos los que fueren contra los reales mandatos despachados por su virey y audiencia real de la Nueva España, y en cualquiera manera directé ó indirecté impidieren su cumplimiento y ejecucion, ó ayudaren y dieren favor á los que la impidieren ó trataren de impedirla, incurran en crimen de lesa magestad. Y deseando su señoria que no llegue caso tan terrible, y en cuanto es de su parte previniéndolo, en la mejor forma que haya lugar de derecho, y por lo que toca á la obligacion de su oficio y bien de las almas que tiene á su cargo, y excusar pecados y escándalos, como cumpliendo con la real voluntad, y que el Sr. oidor goce de la seguridad que es justo tenga, y juntamente sea obedecido como se debe por consejero de su majestad, y que con sus ministros y audiencia asiste en esta ciudad en su real nombre á los dichos efectos. <377> Mandaba y mandó al dicho gobernador D. Juan de Várgas, y á su teniente general D. Gabriel de Prado, y á los alcaldes ordinarios, regidores y demas ministros de justicia, oficiales de guerra, y á los demas vecinos estantes y habitantes en esta ciudad de Mérida y su provincia, so pena de excomunion mayor latæ sententiæ una pro trina canonica monitione præmissa ipso facto incurrenda, y de mil ducados al dicho gobernador y á su teniente, y á los alcaldes ordinarios y á los regidores y oficiales de república y guerra, y á los encomenderos de indios de cada quinientos pesos. Y á los demas vecinos, estantes y habitantes, y soldados cada cincuenta pesos, aplicados para obras pias y santa cruzada por mitad, que el dicho gobernador cese y no prosiga en la intencion y ejecucion del dicho auto y pregon, y de mas escándalos que con el y dichas acciones ha causado y causa. Y que el dicho teniente general y los dichos alcaldes ordinarios y regidores, y demas oficiales de república y guerra, y los vecinos estantes y habitantes, y demas personas referidas, no obedezcan ni ejecuten las órdenes y mandatos del dicho gobernador que se encaminaren y en cualquiera manera se dirigieren directé ó indirecté á la ejecucion del dicho auto y pregon, y á estorbar ó impedir la prosecucion de las dichas reales provisiones y comisiones, y sus efectos. Y á invadir y quebrantar el convento de S. Francisco donde asiste el señor oidor, sus límites y cercas. Con apercibimiento que demas de las dichas penas reales en que incurrirán desde luego, los declara por incursos y condenados en las dichas censuras y penas pecuniarias, sin otra declaracion ni notificacion mas que por el mismo hecho sea visto haber incurrido en dichas penas lo contrario haciendo, demas que se procederá á otras mayores, como hubiere lugar de derecho. Y para que venga á noticia de todos, y ninguno pueda pretender ignorancia, ni sea engañado con falsos pregones, rumores y hablillas perjudiciales <378> que las personas inquietas y poco amigas de la paz pública han sembrado y siembran en la república para perturbar y pervertir los buenos y leales vasallos de S. M. Mandaba y mandó se despache mandamiento en forma con insersion de este auto, y se lea en la catedral de esta ciudad y en las villas de españoles de este distrito, y se fije en las puertas de las dichas iglesias, y demas partes que convenga para su notoriedad. De las cuales ninguna persona sea osado á romper ni quitar los dichos autos, so las mismas penas de excomunion mayor y pecuniaria, porque así conviene al servicio de Dios nuestro Señor y de S. M. paz y conservacion de estas provincias. Y todos los testimonios que de este auto y mandamiento se sacaren por cualquier escribano público ó real, ó notario eclesiástico, hagan la fé que su original. Y así lo proveyó, requirió, amonestó, y mandó y firmó. Fr. Gundisalvus Episcopus Jucatanensis. Ante mí. Gaspar Gallo, secretario. Porque mandamos á todas las personas aquí contenidas y declaradas, guarden y cumplan el dicho auto de suso incorporado en todo y por todo, segun de la manera que en él se declara, so las penas en él contenidas, en las cuales desde luego damos por incursos y condenados á los transgresores que en cualquiera manera fueren contra su tenor y forma, en todo ó en parte directé ó indirecté porque así conviene al servicio de Dios nuestro Señor y de su majestad, bien y conservacion de estas provincias y de la paz pública. En testimonio de lo cual mandamos dar y dimos el presente firmado de nuestra mano, y sellado con el sello mayor de nuestro oficio, y refrendado del infrascrito nuestro secretario, de la muy noble y muy leal ciudad de Mérida en diez y siete dias del mes de diciembre de mil seiscientos treinta años. Fr. Gundisalvus Eps. Jucatanensis. Por mandado de su señoría reverendísima mi señor. Gaspar Gallo, secretario." <379>
El dia siguiente diez y ocho de diciembre, se publicó este edicto en la santa catedral de la ciudad de Mérida, presentes ámbos cabildos eclesiástico y secular, y gran número ó los mas de los ciudadanos, y despues en las villas y todos los pueblos de indios de esta tierra, despachándole el provincial á todos los doctrineros, para que se hiciese notorio como se hizo. Sin duda fué grande el efecto que obró, como iba acompañado con la publicacion de la real cédula que el obispo hizo notoria. Resfrióse el ardor con que muchos atendian al gobernador por capitan general, y él tambien como cristiano tengo por cierto temió las censuras eclesiásticas, y como caballero tan noble y de grandes obligaciones la nota que podia yá incurrir de inobediente y rebelde á los reales mandatos, y se redujo á salir de la ciudad de Mérida, con que ni el pregon que habia echado llegó á tener efecto, ni ejecucion los inconvenientes que tan ciertos se presumieron.
Con esto sustanció el oidor las causas de sus comisiones, y á veinte de febrero del año siguiente de mil seiscientos treinta y uno, pronunció sentencia difinitiva contra el gobernador D. Juan de Várgas, declarando que Martin Jimenez Palacios capitulante habia probado su intencion y demanda en lo que probar le convino, y que el gobernador no habia probado sus excepciones y defensiones como probar le convino. Declaróle por culpado en haber nombrado jueces de grana y agravios en los pueblos de los indios, en contravencion de cédulas y provisiones reales que lo prohibian, condenándole por ello en ocho mil pesos de oro comun, aplicados cuatro mil á la cámara de S. M. y dos mil á gastos de justicia, y dos mil para los naturales de esta provincia, para que se gastasen en su utilidad y provecho á disposicion del real acuerdo. Por las quejas que los indios dieron de los daños, molestias y vejaciones que los jueces de grana <380> y agravios les hacian, y los indios que por esta causa se ausentaron á los montes y otras partes sin haber corregido á los dichos jueces, ántes prohibido á los indios no fuesen con sus quejas contra los jueces ante su defensor, ordenándoles fuesen primero con ellas al mismo gobernador. Y por lo que resultó del cuarto capítulo contra el gobernador, le condenó en privacion de oficio por cuatro años, y en veinte mil pesos de oro comun. Los diez mil para la cámara de S. M., dos mil para gastos de justicia, y ocho mil para los indios naturales de estas provincias, á disposicion del real acuerdo. En cuanto al quinto y último capítulo, y lo en él deducido y probado en razon de las inobediencias, pregon y cartas á él acumulado, quebrantamiento de los autos en que se le mandó saliese de la ciudad, y del de prision y penas que para que los guardase le fuéron impuestas y notificadas, y reserva que el real acuerdo hizo para la definitiva de este artículo, y la que el oidor hizo en él de la soltura, y testimonio que tenia pedido, declare al gobernador por culpado. Y por lo demas que de los autos resultó, y por la conservacion de los naturales de estas provincias, paz y quietud de los vasallos que las habitaban, y otras justas causas que dijo le movian, de que daria cuenta al real acuerdo, que debia remitir y remitia la persona del gobernador con el proceso al real acuerdo para que proveyese lo mas conveniente al real servicio. Y para su cumplimiento y ser llevado á la real cárcel de carta de México, saliese de la ciudad dentro de tercero dia. Para que fuese llevado al puerto de Campeche nombro á D. Antonio Méndez Cancio, alcalde ordinario de la ciudad, que le llevase, y condenóle en las costas de esta y lo demas necesario, y en sesenta dias de salarios suyos y ministros de su audiencia. Lo pedido por el capitulante en órden á su persona, y pena por la calumnia que dijo haberle opuesto de capitulante supuesto, aunque declare al gobernador por culpado, remitió <381> la condenacion al real acuerdo, y el mismo dia se le notificó esta sentencia.
Luego procedió en la perteneciente á la querella de los oficiales reales declarando: Que por haber el gobernador sacado la caja real de la casa del tesorero, y pasádola á la del contador, pedídoles las llaves de ella, y echádole un candado con tercera llave, haberla rompido y descerrajado, y el archivo de los papeles reales. Y la gravísima injuria que hizo al contador en su persona, y prisiones en que los tuvo quitándoles sus oficios, nombrando otros en su lugar, y enviándolos á los reinos de Castilla. Y el teniente D. Gabriel de Prado haber faltado á la obligacion de su oficio en lo que le tocó y debió hacer. Y Juan de Collazos, que sin ser graduado pronunció diferentes autos como asesor y acompañado del gobernador, y el auto con que los remitió á España, y por lo demas que de la causa resultaba, los declaró por culpados en dichas acusaciones, y remitió sus personas con el proceso al real acuerdo, para que determinase lo que fuese servido. Y para este efecto fuesen sacados de la ciudad dentro de segundo dia. y llegados á la real cárcel de la de México, y que el mismo alcalde ordinario que estaba nombrado para llevar á Campeche al gobernador los llevase. Y los condenó en lo que importasen cincuenta dias de sus salarios y de sus ministros, y en costas.
A uno de los jueces de grana y agravios, por los que hizo á los indios de la Sierra estando puesto con título de librarlos de ellos, le condenó en seis mil pesos de oro comun, tres mil para la cámara del rey y tres mil para los indios de la Sierra, donde habia residido. Y en seis años de servicio á S. M. en las islas Filipinas, en los casos y cosas que le ordenase el gobernador de ellas, á su costa y sin sueldo, que se habian de contar desde que se embarcase en el puerto de Acapulco. Finalmente contra los demas procedió conforme los halló culpados. <382>
CAPITULO DOCE.
El oidor lleva preso al gobernador que murió en México
en la prision, y respuestas del rey á lo sucedido.
Luego que pronunció el oidor las sentencias referidas, procuró despacharse, y salió de la ciudad de Mérida para la Nueva España por el mes de marzo, llevando presos al gobernador, al teniente general D. Gabriel de Prado y á Juan de Collazos. Llegados á la ciudad de México, fuéron puestos en la real cárcel de carta, y prosiguiéndose el pleito, fué nuestro Señor servido diese al gobernador la enfermedad de que murió. Viéndose gravado con ella, se dispuso á morir como cristiano, y habiendo hecho su testamento por el mes de noviembre de aquel año de treinta y uno, despues á diez de él hizo un codicilo pidiendo perdon al obispo y religiosos de esta provincia, por estas palabras: "Y pido humildemente á todos los caballeros y vecinos de la dicha ciudad de Puerto-Rico, y de la provincia de Yucatan donde he sido gobernador y capitan general, me perdonen por la sangre de mi Redentor Jesucristo. Y asimismo al Sr. obispo D. Fr. Gonzalo de Salazar que lo es de la dicha provincia, y á los muy reverendos padres de la órden del seráfico padre S. Francisco, como fio de su valor y prendas lo harán. Finalmente, murió este caballero en la real cárcel de corte de la ciudad de México, pendiente su pleito, cuyas condenaciones no sé en qué pararon, porque en esta tierra no hay escritos en que pueda haberlo visto, por cuya causa no lo refiero, como ni lo que sucedió de resulta en México contra el teniente general y Juan de Collazos."
Este desgraciado fin tuvo este caballero tan en los principios de su gobierno. Fué persona de mucha caridad <383> para con los pobres, á quien socorria con sus limosnas los sábados y pascuas, dias que tenia dedicados para tan buen empleo, y continuamente á los hospitales y conventos. Ofrecióse en el tiempo que gobernó haber hambre en esta tierra, por haberse comido los sembrados la langosta, y tuvo gran solicitud para el bien de los pobres, no permitiendo hubiese revendedores del maiz, que es el trigo y sustento general en esta tierra. En dos ocasiones llegó á su noticia que algunos habian comprádolo para revenderlo por precio subido, obligando la falta que de ello habia á comprarlo así. Fué personalmente, llevando en su compañía dos regidores, un escribano y indios que lo cargasen, y quebrantando las trojes, con cuenta y razon se llevó á las casas reales. Mandó pregonar que todos los pobres (y no otros) viniesen á comprarlo al precio justo, y en su presencia se les repartió, y luego dió el valor procedido de ello á sus dueños, y una grave reprension y prevencion de castigo para cualquiera que tal cosa ejecutase tan en daño de la república. Otras muchas ocasiones he vista como aquella, pero no he oido decir se haya hecho semejante diligencia para remedio de los pobres.
Siempre que he oido tratar de este suceso, ha sido con diferentes opiniones, diciendo unos que en el real consejo de las Indias no se sintió bien de la venida del oidor á esta tierra, y otros que sí. Pero las cédulas de S. M. con noticia de lo sucedido, quitan toda dada. Parece haber dada relacion el oidor de todo lo que le sucedió, no solo al real acuerdo de México, sino tambien al supremo consejo de las Indias, porque se despacharon tres cédulas reales en un dia. una al virey y audiencia, otra al cabildo de la ciudad de Mérida, y otra para el gobernador. La de la real audiencia decia así:
"El rey. Mi virey, presidente y oidores de mi audiencia <384> real de la Nueva España. Por las cartas papeles que D. Iñigo de Arguello mi oidor de ella me envió, se ha entendido el impedimento que D. Juan de Várgas mi gobernador y capitan general de la provincia de Yucatan, y el consejo, justicia y regimiento de la ciudad de Mérida le pusieron, en la ejecucion de la comision que le dísteis para la averiguacion de los capítulos puestos por Martin Jimenez Palacios al dicho mi gobernador, y querellas de él que dieron los oficiales reales de mi hacienda de aquella provincia. Y habiéndose vista en mi consejo real de las Indias, por cédula de este dia, les envio á mandar lo que veréis por las copias de ellas, que se os remiten en esta. Y os mando deis las órdenes que convengan para remedio de los excesos que alli se cometen, y buen gobierno de aquella provincia. Y si procediendo conforme á derecho, ordenáredes al dicho gobernador que salga de ella, nombraréis vos el mi virey en su lugar persona de capa y espada de toda satisfaccion y experimentada en las cosas de mar y guerra, para que gobierne en el ínterin que estuviere ausente ó suspendido del dicho gobierno. Y en case que cuando recibais esta le hayais nombrado, si no fuere de las calidades referidas, revocaréis y nombraréis otro en su lugar que lo tenga, hasta tanto que vaya de este carta con título mio. Y el que así gobernare en el interin, no ha de poder encomendar á persona alguna las encomiendas que en su tiempo vacaren en aquellas provincias, porque esta es mi voluntad, y mando vengan á pedirlas á dicho mi consejo, donde se proveerán en las personas que fuere justo y por bien tuviere. Fecha en Madrid á diez y nueve de mayo de mil seiscientos treinta y un años, &c." La cédula que en esta se dice vino á la ciudad, fué del tenor siguiente.
"EL REY. Consejo, justicia y regimiento de la ciudad de Mérida de la provincia de Yucatan. Por las <385> cartas, y otros papeles, que se han vista en mi consejo real de las Indias, se ha entendido no obedeceis las provisiones que en mi nombre os envia mi real audiencia de México, ántes las impedis y estorbais su ejecucion y por esto en gran deservicio mio. Os mando las obedezcais, ejecutando, y hacienda ejecutar las órdenes y mandatos de la dicha mi audiencia, sin dar lugar á impedimente ó dilacion alguna, que en ello me serviréis. De Madrid á 19 de mayo de mil seiscientos treinta y un años, &c." La que vino al gobernador dice de esta suerte.
"EL REY. Don Juan de Várgas. Por las cartas y otros papeles que se han vista en mi consejo real de las Indias, se ha entendido que con provision de mi real audiencia de México fué á esa ciudad D. Iñigo de Argüello mi oidor de ella á la averiguacion de los capítulos que os puso en aquella audiencia Martin Jimenez Palacios, y querellas que dieron de vos los oficiales de mi real hacienda de esa provincia, que no le obedeciste. Lo cual se ha extrañado mucho, por ser obligacion vuestra cumplir las órdenes que ella os diese, yendo como van despachadas en mi nombre. Y porque á la buena administracion de mi justicia conviene se ejecute, como es justo, precisa y puntualmente: os mando que así lo hagais, estando advertido que de lo contrario mandaré que se hagan con vos las demostraciones que convengan para remedio de este exceso, castigando asimismo á los que con vos fueren culpados en ello. De Madrid diez y nueve de mayo, &c."
La causa de la cédula que vino al cabildo de la ciudad, debió de ser por la perplejidad que dije hubo en dar todo favor al oidor en el tiempo de la ejecucion, porque cuando las reales provisiones se presentaron fuéron obedecidas, y respondido que se cumpliesen y ejecutasen como consta del mismo libro de cabildo. <386>
Los oficiales reales Juan de Zenoz tesorero, y Juan de Eguiluz contador, que estaban en España remitidos al real consejo de las Indias por el gobernador, volvieron en la flota que yo vine de España al año siguiente de seiscientos treinta y cuatro, restituidos en sus oficios, precediendo para ello junta particular que su majestad mando formar de diferentes ministros, para que viesen lo que el gobernador habia procesado contra ellos, como consta de cédula real dada en Madrid á primero de agosto de mil seiscientos treinta y tres años. El mismo dia se libro otra, ó es la misma, en cuanto á los excesos que se dice haber cometido los dichos oficiales, la cual dice así.
"EL REY. D. Gerónimo de Cuero, caballero de la órden de Santiago, mi gobernador y capitan general de la provincia de Yucatan, ó á la persona á cuyo cargo fuere su gobierno. Habiéndose vista en una junta particular, que mandé formar de diferentes ministros, las causas porque Juan Ortiz de Eguiluz contador de mi real hacienda de esa provincia, y Juan de Zenoz tesorero de oyóle, vinieron presos á esta carta: he resuelto que los cargos que miran á algunos desacatos que el gobernador D. Juan de Várgas les quiso impulsar, se remitan á vos para que recibais sus descargos. Y así os mando lo hagais, y sustanciada la causa la envieis á la junta, ó al mi consejo de las Indias, para que vista en el, mande lo que fuere justicia Fecha en Madrid á primero de agosto de mil seiscientos treinta y tres años. YO EL REY. Por mandado del rey nuestro Señor. D. Fernando Ruiz de Contreras." Los oficiales reales permanecieron en sus oficios hasta que pasaron de esta vida, si bien el tesorero acabo la suya en la Veracruz volviendo de otro pleito porque le obligó á ir á México preso D. Juan de Aguileta, teniente general de D. Estéban de Azcárraga, gobernador de esta tierra, por la cual prision vino despues cédula de <387> reprension de su majestad, dada en Madrid á diez de junio de mil seiscientos cuarenta y ocho años, pero cuando llegó yá eran muertos gobernador y tesorero.
Prometí en el capítulo décimo decir la causa por qué referí latamente las excepciones y defensas que el gobernador D. Juan de Várgas opuso al oidor D. Iñigo de Argüello contra la ejecucion de la real provision, y dígola ahora. Despues de aquel suceso se ha vista yá esta tierra próxima á venir otro oidor sobre la misma materia, y se decia (no lo afirmo, porque no supe con certidumbre la verdad de lo que pasaba y seria hablillas de vulgo) que el gobernador, que era entónces, ó habia dada órden, ó tenia intencion de darla, como capitan general de estas provincias, para que si llegase algun oidor de la real audiencia de la Nueva España al puerto de Campeche con alguna comision, no le dejasen desembarcar. No me puedo persuadir á que sea verdad tan temeraria resolucion; pero por si acaso la grandeza de la dignidad de capitan general moviere el ánimo al impulso de alguna resolucion no ajustada, se puede volver los ojos de la consideracion á que esto caballero D. Juan de Várgas era Capitan general, con título real de S. M., que Dios guarde, rubricado de los señores del supremo consejo de las Indias, y que lo alegó tan latamente, como se via en su defensa, declinando de la jurisdiccion del oidor, por decir era capitan general, y que como tal no podia conocer de sus causas sino el supremo consejo de las Indias, y junta de guerra de él. Lo que de esto resultó tan en daño del gobernador yá se ha dicho pues fué llevado preso á México, reservada la sentencia de esta inobediencia para aquel real acuerdo; ¿y qué se sabe la que dieran aquellos señores, si no hubiera muerto pendiente el litigio? Lo que S. M. sintió la oposicion que al oidor se hizo, y castigo con que amenazó á semejante transgresion, tambien se ha vista por sus reales <388> cédulas, referidas á la letra en este capítulo, las cuales, y tan plenaria y auténtica de este suceso, he dado en él, para que los señores gobernadores con ella miren lo que les está á propósito para el buen fin de su gobierno, que las historias son un espejo claro que por los casos sucedidos manifiestan los riesgos futuros, y enseñan á prevenirlos cautelando no caer en ellos.
CAPITULO TRECE.
Trata de la materia del litigio, y última resolucion real
en favor del alivio de los indios.
En el capítulo nono, tratando las razones que el gobernador D. Juan de Várgas alegó para que el oidor no procediese en la ejecucion de la comision que contra él traia, por causa de la querella de capítulos que contra él presentó Martin Jimenez Palacios, una fué decir que tenia escrito al rey las conveniencias que habia para tener los dichos jueces ó capitanes que habia en diversos distritos de esta tierra, de que esperaba resolucion en breve. Aunque por acá no he hallado cuáles fuesen las causas, se manifiestan en una cédula real, dada en Madrid á cuatro de febrero de mil seiscientos y treinta y un años, que parece ser respuesta de lo que el gobernador habia escrito á S. M., que insertando en esta la que se despachó á D. Diego de Cárdenas, y queda referida á la letra en el capítulo octavo, hablando ahora con D. Juan de Várgas, prosigue diciendo.
"Y en capítulo de carta que me escribistes en veinte y dos de marzo de mil seiscientos y treinta, decis <389> que en cumplimiento de dicha cédula habeis hecho las diligencias necesarias, y hallais que de ningun modo se pueden excusar los jueces que hay, por ser tierra muy dilatada y de grandes poblaciones, y mucho número de indios que confinan con los ta-itzaes, lacandones y otros bárbaros, con quienes pueden tener trato y comunicacion. Y no habiendo jueces en sus confines, se puede temer cualquier alzamiento que intenten, y dan aviso de todo lo que se ofrece tocante á la milicia con mucha brevedad: con que los enemigos, que ordinariamente andan en estas costas, no consiguen sus intentos, y los indios que de su natural son perezosos, sino los obligan los jueces á sembrar la grana y otras cosas, no se alentarán á hacerlo, ni aun lo necesario para sustento. Y que supuesto que el número de los jueces es limitado, y no se puede en ese gobierno ejecutar la misma regla que en la Nueva España, que semejantes juzgados se agreguen á los alcaldes mayores, por no haberlos en esa provincia, me suplicais se conserven los que hay. Y habiéndose visto en mi consejo real de las Indias, juntamente con lo que dijo y alegó mi fiscal en él: he tenido por bien de dar la presente, por la cual os mando cumplais precisa y puntualmente la cédula aquí inserta, y los jueces que en su conformidad hubiéredes de nombrar, sean personas las mas beneméritas y desinteresadas que hay en esa provincia, y que no tenian interes alguno con las justicias. Y para lo de adelante me informaréis en la primera ocasion el número de jueces que podrá ser bastante, y en qué partes convendrá ponerlos. Fecha en Madrid, &c."
Cuán poca parte hayan sido los jueces en esta tierra para obviar los daños que de parte de los indios pretendia cautelar, todos los que en esta tierra han vivido podrán decirlo, y cuán poco impedimento hayan sido para los enemigos (le fuera, especialmente estando los mas en los territorios que se ve. Con todo, no parece <390> haber impetrado cosa alguna de nuevo, pues se le manda estar á la órden dada en la cédula que se libró para el gobernador su antecesor. Si bien mediante esta sobrecédula quedó revocada la real provision de la audiencia de México, por la cual totalmente se habia prohibido poner los dichos jueces con ningun título que se les diese. Con la continuacion de los jueces (mediante el permiso de esta última cédula) se experimentó tambien de los excesos antecedentes, y habiendo dada la ciudad de Mérida noticia de ellos al capitan Alonso Carrio de Valdez su procurador general, que tenia despachado á la carta de S. M. para las causas de esta provincia, los representó al real consejo de las Indias. Habiéndolos considerado aquellos señores con el cristiano y piadoso celo con que siempre han atendido, no solo á su cristiandad sino tambien al mayor alivio, bien y comodidades temporales de los indios, como manifiestan tantos y tan justificados órdenes (fuera de los generales para todas las Indias) como para esta tierra de Yucatan se han librado, de que van llenos estos escritos, se dió cédula provision real ejecutoriada en Madrid á 1º de agosto de mil seiscientos y treinta y tres años, á peticion del dicho capitan Alonso Carrio de Valdez, en que insertadas todas las cédulas y provisiones dadas en razon de esto, y habiendo referido de nuevo los darlos que resultaban á los indios, luego dice:
"Suplicóme atento lo referido, fuese servido de mandar poner breve y eficaz remedio, quitando de todo punto los dichos jueces, mandando ejecutar lo dispuesto por la dicha provision de mi real audiencia de México en veinte y dos de agosto de mil seiscientos y veinte y nueve Y habiéndose vista en mi consejo real de las Indias, y lo que en esta razon me informaron el licenciado Benito de Mena, relator de la dicha mi audiencia de México, que por particular comision mia tomó residencia á D. Diego de Cárdenas del tiempo que gobernó <391> la dicha provincia de Yucatan, y el cabildo eclesiástico de la iglesia catedral de oyóle, en cumplimiento de cédula mia; he tenido por bien de dar la presente. Por la cual revoco la dicha cédula de diez y siete de marzo de mil seiscientos y veinte y siete años, y sobrecédula de febrero de seiscientos y treinta y uno en que mandé se quitasen los jueces de grana, en cuanto á lo que por ella se ordena que los gobernadores no proveyesen ninguno de los dichos jueces, y cuando fuese necesario nombrar alguno, fuese can muy grande causa. Y porque mi voluntad es que de todo punto se quiten los dichos jueces, y se guarde la provision que la dicha mi real audiencia de México dió en veinte y dos de agosto de mil seiscientos y veinte y nueve, que va aquí inserta. Mando á mi gobernador y capitan general de la dicha provincia de Yucatan, y á todos mis jueces y justicias de oyóle, cumplan y ejecuten todo lo contenido en la dicha provision, sin ir ni contravenir contra su tenor y forma en manera alguna, pues de lo contrario de mas de darme por deservido, haré se proceda contra los transgresores con las penas y como se hace con los inobedientes á mis reales mandatos. Fecho en Madrid á primero de agosto de mil seiscientos treinta y tres años. YO EL REY. Por mandato del rey nuestro señor. D. Fernando Ruiz de Contreras."
Esta cédula tan favorable para los indios, aunque la trajo el capitan Alonso Carrio de Valdez al año siguiente de treinta y cuatro, no se publicó luego ni en el tiempo que vivió D. Gerónimo de Quero, que gobernaba entónces. Si fué por temor de lo que haria notificándose, ó otra la causa, no lo puedo afirmar. Lo que vimos todos fué que pasando de esta presente vida el dicho gobernador al año siguiente de treinta y cinco, ántes de acabar el tiempo de su gobierno, y siendo alcaldes ordinarios de la ciudad de Mérida el mismo capitan Alonso <392> Carrio de Valdez, que la trajo, y el capitan Alonso Magaña Padilla, la presentó en cabildo el procurador general de la ciudad de Mérida á veinte y cuatro de abril del dicho año de treinta y cinco, habiendo muerte el gobernador á diez de marzo antecedente. Obedecióse y mandóse guardar como en ella se contiene, y en esta conformidad se pregonó en las partes públicas de la ciudad, tocándose trompetas á ocho del mayo siguiente. Despacháronse mandamientos por los pueblos de indios de los términos y jurisdiccion de la ciudad, trasuntados en su idioma, que publicaron y pregonaron con la cédula, juntos y congregados los indios de cada pueblo, para que les constase la voluntad de su majestad, y lo mucho que desea su alivio y que sean bien tratados.
El consuelo que los indios tuvieron, y las alegrias que hicieron con la publicacion de esta cédula, fuéron como si el rey nuestro señor, que Dios guarde, con su real benignidad y clemencia los hubiera sacado de un duro cautiverio, y aun entre los españoles no fué pequeña el alegria. Duró solamente hasta el mes de junio siguiente, que vino gobernador interino proveido por el virey de la Nueva España que puso los jueces como hasta entónces habian estado, no obstante la publicacion tan reciente y solemne de la cédula, y aun aumentó los tratos y contratos con los indios mas que sus antecesores, y así han permanecido. Murió despues cierto gobernador, cuyos jueces habian hecho (segun se decia públicamente) exorbitantes agravios á los indios, de que los alcaldes que entraron en el gobierno hicieron gravísimas informaciones probándolos, y las remitieron al real consejo de las Indias. Llegó gobernador interino, y uno de los dos alcaldes que las habian hecho, fué el superintendente de todos los jueces que el nuevo gobernador puso, y por cuya mano corrieron todas sus agencias y tratos, que fuéron los mas cxcesivos y gravosos <393> para los indios que se han visto en esta tierra, estando entónces mas miserables y desdichados que nunca. Año de seiscientos diez de la fundacion de Roma, habiendo sido nombrados cónsules Servilio Sulpicio Galba, y Lucio Aurelio Cotta, cada uno de ellos queria el gobierno de España por lo mucho que en él interesaban. No resolviéndose el senado en cuál de los dos iria á gobernarla, y preguntado Scipion qué le parecia sobre el caso. Respondió que ni el uno ni el otro convenia para el gobierno. El uno (dijo) no tiene nada: al otro nada le basta. Teniendo por igual inconveniente la pobreza y la avaricia. Porque la pobreza (dice el padre Juan de Mariana en su historia de España refiriendo este suceso) casi pone en necesidad de hacer agravios. La codicia trae consigo voluntad determinada de hacer mal. Y así enviaron al pretor Popilio al gobierno de España.
CAPITULO CATORCE.
Vida del venerable padre Fr. Juan de Orbita,
y algunos casos de ella maravillosos.
En la oracion del oficio y misa de nuestro serafico padre S. Francisco, se dice por excelencia que por sus méritos la Majestad Divina aumenta su iglesia católica con nuevos partos de espirituales hijos, que mediante la observancia de nuestra apostólica regla, para gloria suya y honra nuestra, cada dia nos pone á la vista. La experiencia de esta verdad se nos manifiesta en la virtud y santidad del venerable padre Fr. Juan de Orbita, con que nuestro Señor ha honrado esta provincia de S. José de Yucatan, dándosele por hijo <394> en nuestros tiempos, para que con tan grande ejemplar sigamos el camino de la perfeccion evangélica.
Fué el padre Fr. Juan de Orbita natural de tierra de Arcila en España (no he hallado quien sepa los nombres de sus padres,) y crióle desde su niñez en la villa de Torrijos (reino de Toledo) un clérigo de santa vida tio suyo. Así desde sus primeros años fué ejercitado en virtudes, como á quien tenia la Divina Majestad predeterminado para tan gran siervo suyo. Dió desde entónces señales de ello con su compostura, honestidad, hablando siempre verdad, frecuente en los sacramentos, contínuo en sus devociones, ayunos y penitencias, trayendo un áspero cilicio de hierro con puas á trechos, para mayor mortificacion de su tierna carne, y dando que admirar á los que le conocian, y motivo de gracias á Dios nuestro Señor, que es admirable en sus santos. Prevenido en la niñez con tanta fortaleza de la divina gracia, le llamó el Señor á nuestra religion, ántes que los engaños del mundo pervirtiesen su inocencia, y recibió el hábito en el convento de Esperanza la real de Ocaña, en la santa provincia de Castilla. Desde luego se conoció su virtud y ser su vocacion guiada del Altisimo, porque á los tiempos de la oracion mental, que la religion tiene asignada (y en especial á los novicios,) aumento para su espiritual ejercicio otro tanto. Las disciplinas tres veces mas, la aspereza de cilicio con la mudanza del nuevo estado y crecimiento en la edad fué mayor, y así las demas virtudes y mortificaciones con que se veia mas imitable en el, que necesario de espiritual enseñanza. Así desde novicio cobró opinion de santo entre los religiosos, y habiendo profesado, con ser tan jóven, que no tenia mas edad que diez y ocho años, era estimado en la provincia, llevando tras si la atencion de todos, advirtiéndole lo que hablaba y hacia, porque en ello se hallaba motivo de edificacion y de dar gracias á la Majestad <395> Divina. Dice el padre Fuensalida en la relacion (que he dicho me dió escrita de la entrada que los dos hicieron á los itzaes) que era tan hermoso de rostro que la gente de Ocaña le llamaba el niño Jesus, y que luego que profeso, el guardian le hizo limosnero del convento, y con ser tan mancebo, le enviaba á pedir limosna por los pueblos de la guardianía, en cuya expedicion, como otro S. Diego, repartir muchas limosnas á los pobres, y que Dios se lo aumentaba llevando al convento mas que otros limosneros habian llevado.
Habiendo yá tres años que era religioso, vivia en el convento de Ocaña, y solicitando el padre Fr. Dionisio Guerrero, el año de mil seiscientos y quince, religiosos para esta provincia que ayudasen en la administracion de los naturales, el bendito padre Orbita, movido en celo del bien de las almas, paso á ella en compañía de otros grandes ministros que en aquella mision vinieron. Luego que llegó aprendió el idioma de los indios, que supo con toda perfeccion, y se dió á la predicacion evangélica con grande espíritu, moviendo á muchos á seguirle, y edificando á todos, en especial despues que fué ordenado de sacerdote, porque aun era corista cuando entró en esta provincia. Ocupado en este santo ejercicio estuvo hasta el año de seiscientos diez y ocho, en que con el padre Fr. Bartolomé de Fuensalida entró á los itzaes deseando convertirlos á nuestra santa fé, como se dijo en el libro nono, y no habiendo conseguido el fin de su deseo, se volvieron á la provincia á ocuparse en la manutencion de los yucatecos.
Aunque de aquel viaje saco tan poco fruto, no desmayó su espíritu, y yá que á la parte oriental de los itzaes salió su entrada en vano, hizo otra al occidente por los montes y serranias de Champoton y Sahcabchen en busca de indios montaraces, que fugitivos de <396> mucho tiempo, habian multiplicado en número crecido. Los mas ó todos eran infieles, muertos yá los primeros que se huyeron de entre los católicos despues de bautizados, por vivir á la anchura y libertad de sus apetitos. Pasó el bendito padre en este viaje muchos trabajos y aun peligros de la villa en lagunas y ciénegas que le llegaban á la cintura; y lo que los españoles que iban con él apénas podian pasaren buenos caballos, lo andaba á pié y descalzo, atravesando lagunas, rios muy crecidos y ciénegas pantanosas, sin verle nunca mojado, con que creian que su ángel custodio le pasaba librándole de aquellos peligros. Su mantenimiento en este viaje por aquellos montes era maiz tostado, y á veces las frutas silvestres que en ellos se hallaban Dormia en aquellos campos sin ropa ni albergue alguno y con esto estaba mas sano, fuerte y robusto que los demas que se sustentaban con mejores mantenimientos. Con estos trabajos y santo celo sacó muchos indios de aquellos montes, á los cuales catequizó, bautizó y pobló en Sahcabchen y Champoton.
Vuelto de esta santa peregrinacion, con su fervoroso espíritu se ocupaba en la administracion de los Santos Sacramentos y predicacion evangélica de estos naturales. Andaba siempre á pié, cosa que es raro el español que en esta tierra puede tolerar por ser tan calurosa y pedregosos los caminos. Por esto entre los indios le llamaban Ahkiu u ximbal tiyoc (Ah kin u ximbal ti yoc), que es el sacerdote que anda á pié. Como los predicaba tan continuamente con ferviente espíritu, y conocian que los amaba tan de corazon no siéndoles penoso en cosa alguna, le estimaban y reverenciaban, llamándole santo. Sucediéronle cosas muy dignas de memoria en el caminar á pié. Salió una vez de la ciudad de Mérida para la villa de Campeche (distante como se ha dicho treinta y seis léguas) despues de algunos seglares que iban á ella. Alcanzólos en el camino, y pareciéndoles que iba fatigado, le convidaron <397> con sus mulas. Respondióles riéndose. Vamos, que no voy cansado. Con esto dejándole atras á su parecer, prosiguieron su camino. De alli á dos dias encontraron á otros españoles que venian de Campeche, y en la conversacion que tuvieron les dijeron como dejaban dos jornadas hacia Mérida al santo Orbita, que así le llamaban todos. ¿Cómo puede quedar allá, replicaron los que venian para la ciudad, que ayer entró en Campeche, y le hablamos nosotros, y allá queda? Cuando llegaron hallaron ser cierto así, y que el dia que salió de la ciudad de Mérida, llegó á Campeche. Muchas veces caminaba ocho y diez léguas, y despues decia misa, y sin desayunarse pasaba adelante, y caminaba otras diez y mas, llegando ántes del medio dia donde habia de comer. Esto lo afirmaban muchos religiosos españoles y indios, siendo comun admiracion de todos ver lo que el bendito padre andaba con su manto puesto al hombro, el breviario en la manga y un coco con vino para poder decir misa en cualquier pueblo que llegaba, y para esto llevaba su hostiario. Lo ordinario los dias de fiesta era decirla en uno, y predicar á los indios, habiéndoles yá administrado los demas Sacramentos de que necesitaban, y con el cáliz en la mano, y un indizuelo que le acompañaba, iba tres, cuatro y á veces seis leguas á otro pueblo, donde decia segunda misa. Predicaba tambien á los indios de él, y les administraba los demas Sacramentos, acabando siempre muy temprano.
Salió en una ocasion de un pueblo para otro, distante tres léguas, y á poco espacio le dijo al indio que le acompañaba: Siéntate, hijo, que voy á una necesidad. Apartóse del camino, entrándose un poco al monte, y pareciéndole al indio que tardaba mas tiempo del que juzgo necesario, le dió gana de ir á ver que hacia, ó si se habia dormido. fué con mucho tiento, porque no le sintiese, y vió al siervo de Dios como si estuviera <398> de rodillas en tierra, las manos juntas, los ojos elevados al cielo, y el cuerpo levantado de la tierra á su parecer una vara. Causóle gran miedo al indio, ignorando fuese beneficio divino tan crecido, y volvióse de presto á su lugar donde le habia dejado. A poco rato como se sentó á esperarle salió del monte, y le dijo: vamos, hijo. Caminaron el tiempo en que se puede decir un credo, cuando se hallaron en la cruz del otro pueblo don de iban. Así dice el padre Lizana en su devocionario que se lo afirmo el mismo indio, y que era de mucha razon, y que no sabia como hubiese sido: solo referia el suceso como se ha escrito. Y muchos indios certificaban haber averiguado que á la hora que salió llegó al otro pueblo donde iba.
Siendo morador del convento de Maní, iba al pueblo Zaan, que es sujeto y visita de aquella cabecera, para decir misa en él. Habiendo salido al camino, amenazó una gran tempestad, y alcanzándole algunos españoles y indios, y entre éstos la mujer del cacique que iba á otro pueblo con su gente en caballos, temiendo la tempestad le dijeron: padre, sube en un caballo de estos, que es grande la tempestad que amenaza. El bendito varon se lo agradeció, y les dijo que se fuesen con presteza por el peligro, que el confiaba en Dios que le guardaria. Hizo como que se detenia para que todos pasasen. Prosiguieron su camino, y el agua, truenos y rayos fuéron de suerte, que entendieron perecer todos en él, y sentian mucho lo que podria haber sucedido al santo varon, y cuál vendria. Llegaron al puebla de Zaan, y con aquel cuidado preguntaron que órden habria para ir á socorrerle. Oyólo un indio sacristan, que les dijo: ¿qué os afligis? Ahora llegó el padre y no viene mojado, ni aun el pié, ni el indio que viene con él. ¿Qué decis, le dijo el cacique? Y el sacristan respondió: si vas á la iglesia, verás que lo que digo es verdad. Fué el cacique con los principales y españoles, y hallaron al siervo de nuestro <399> Señor rezando ante el altar, enjuto su hábito, y como si no hubiera pasado tal temporal, con que alabaron á Dios nuestro Señor, y lo publicaron por toda la tierra, teniéndolo por caso milagroso. Cosas prodigiosas le sucedieron en los caminos que andaba, bien notorias á todos estados de personas, de que se pudiera escribir mucho: basten las referidas porque va creciendo este volúmen, y pasemos á otras cosas.
CAPITULO QUINCE.
De otras cosas milagrosas de este bendito religioso,
y de sus virtudes.
Siendo el bendito padre Fr. Juan de Orbita guardian del convento de Zahcabchen, que es el último de esta provincia en sus montañas al occidente, y donde habia muchos indios de los que se dijo en el capítulo antecedente que redujo y bautizó; y vieron los de aquel pueblo un dia como á las diez de la mañana tanto fuego y resplandor sobre la iglesia y convento, que juzgaron que se abrasaba. Acudieron con gran presteza á socorrer el peligro del incendio, por ser todo cubierto de paja, y aun hasta las indias fuéron temiéndolo. Habiendo llegado, viendo que no ardia sino que de la celda donde el santo estaba salia mucha luz. Acercáronse, y viéronle levantado del suelo mas de tres varas, los brazos abiertos en forma de cruz, su rostro elevado al cielo, y que de el salia toda aquella claridad. Viendo esta maravilla salieron fuera, y dijeron lo que habian visto, y así todo el pueblo concurrió á verlo. Aguardaron los indios lo fué de aquello resultaba, y <400> despues de mas de dos horas volvió del rapto y extásis, y la claridad que habia sido patente á todos cesó como á las doce y media del dia. Llegaron entónces los indios á hablarle, y díjoles. ¿Qué quereis, hijos? Y ellos respondieron que venian á ver si necesitaba de alguna cosa. Agradecióselo, y dijo que no, que se fuesen con Dios. Fuéronse, teniéndole desde entónces mayor veneracion como habian visto una maravilla tan grande.
Como yá le reverenciaban por santo, acudian á él en sus aflicciones y desconsuelos. Tenia una india de aquel pueblo un hijuelo de edad de dos años, que enfermando llegó al último peligro de la vida. Viéndole tan cercano á la muerte, cogióle en sus brazos para llevarle al santo varon que le dijese un evangelio, creyendo que con esto sanaria su hijo. Llevándole fué nuestro Señor servido que el niño muriese en los brazos de la madre, con que fué mayor su afliccion, y comenzó á llorar, llegando de aquella suerte á la presencia del santo varon. Preguntóle á la afligida india, ¿qué tienes, hija, que tan amargamente lloras? Dijo la india: Padre, traíate mi hijo enfermo para que le dijeses un evangelio, y se me murió en la calle entre mis brazos. Mirale ya difunto, y que no tengo otro, y le queria mucho. Díjole: confia, hija, en el Señor, que lo es de la vida, y puede darla á tu hijo, aunque dices que es muerto. ¿Tienes fé de esto que te digo? Respondió la india: sí, padre. Y el la dijo: pues ponte de rodillas en tierra y le diré un evangelio. Hízolo así la india, y habiéndole dicho sobre el niño, al punto abrió los ojos, y no solo quedó vivo, pero del todo sano y mas lindo que ántes. Salió la india tan admirada como contenta, y publicó el milagro comprobándole con la salud repentina de su hijo, y todos los indios se admiraban, aumentándose el respecto con que al bendito padre veneraban. Presentóseme á la memoria, leyendo esto, el <401> coloquio de Cristo vida nuestra con Sta. Marta, cuando resucitó á Lázaro, habiendo permitido que fuese sepultado primero para manifestar mas su divina potencia y ejercitar la fé de Marta. Así ahora permitió la muerte de este niño, para que la madre ejercitase la fé, la maravilla fuese mas grande, y la manifestacion de cuán acepto le era este su siervo, mas notoria.
Si la conversion de un pecador es motivo de gozo para los ángeles, como dijo en el evangelio Cristo Señor nuestro. Y la mayor maravilla es inmutar su ánimo, disponiéndole para que reciba las afluencias de la Misericordia Divina, como dijo S. Juan Crisóstomo: muy grandes las ocasionó el bendito padre Fr. Juan de Orbita en el dicho pueblo de Zahcabchen. Para que mejor se entienda, se debe notar que los indios que por su desdicha en esta tierra están inficionados con la idolatría, aunque los quemen no manifestarán sus ídolos, ni dirán dónde les hacen oracion y sacrificios, sino es que otros los descubran, queriéndolo Dios, para que tan grave mal se remedie. Habia en el pueblo de Zahcabchen muchos indios idolatras, que recien convertidos y bautizados yá adultos, no acababan de olvidar sus antiguos errores. Como el bendito padre Orbita les predicaba tan contínuamente, y experimentaban en él una vida de tan perfecta caridad de amor de Dios y del prójimo; movidos de la santidad de su ministro, obrando en ellos la Divina Misericordia, se le descubrieron voluntariamente, y manifestaron mas de treinta templos ó altares de ídolos que tenian en el mismo pueblo. Guiándole adonde estaban, le entregaron los ídolos, y le ayudaron á quebrantarlos y deshacer los adoratorios. Pidieron perdon de su culpa, y misericordia, reconciliándose con la iglesia por medio de la absolucion y saludable penitencia.
No basta el cuidado que se dijo en el libro cuarto que hay para que en enfermando algun indio se <402> de cuenta á su doctrinero, para que necesitando le administre los Sacramentos. En el pueblo que los españoles llaman la Seiba, enfermo un indio. Enviáronselo á decir al bendito religioso, que estaba en el convento de Champoton, en ocasion que estaba con él un español, el cual hizo grande instancia para que le dejase ir con él al pueblo donde estaba el enfermo. Salieron los dos á la playa, y vieron venir una canoa que acababa de salir del pueblo de la Seiba adonde habian de ir. Volviéndose el santo religioso al español le dijo: en aquella canoa traen al indio á quien habia de administrar los Santos Sacramentos: viene yá difunto, y lo estaba cuando me vinieron á llamar. Llegaron despues los indios con la canoa, y dijeron como trayendo aquel á que le sacramentase, se les habia muerto en el camino. Reprendiólos el santo varon con severidad por la mentira que decian, y mandólos salir de la canoa. Quedando solo, se levantó el cuerpo difunto, viéndolo el español y los indios, y estuvo confesando gran rato con el bendito padre, y despues volvió á descansar en el Señor, como se puede entender, pues uso con él esta misericordia. Despues sepultaron el cuerpo difunto.
No solo presente, pero aun ausente, obraba nuestro Señor maravillas por este su siervo. Pedro de Aviles, persona principal de la ciudad de Mérida, era muy devoto de este santo varon, y certificó que yendo á cierto empleo á la ciudad de Cartagena en estos reinos le rogó que le encomendase á Dios, para que le diese buen viaje, y le librase de los peligros de la mar y corsarios trayendole con bien á su casa. Respondióle: Vaya muy confiado en la misericordia divina, que yo espero en ella le sucederá prosperamente librándole de muchos peligros, y su hacienda de que lleva el empleo valdrá bien cuando llegue. Fué el seglar muy consolado con lo que le dijo, y experimentó ser así, porque habiendo corrido tormenta no perdieron cosa alguna, y llegaron á salvamento. Vendió <403> muy bien lo que llevaba, y dando vuelta á esta tierra le siguió un pirata lo mas del viaje, y pareciéndole siempre que yá les daba caza nunca los alcanzó. Certifico tambien el Pedro de Aviles que nunca se le quitaba del pensamiento el santo Orbita (que así llamaba) y que parece que le vela. Con esto llegaron al puerto de Campeche, siempre siguiéndolos el corsario, y dieron gracias á Dios viéndose yá seguros en el puerto. Salió á tierra, y apenas puso los pies en la playa cuando llegó el padre Orbita á darle la bienvenida. Besóle el hombre el hábito, y le dijo lo que le habia sucedido y que le daba gracias por ello. Replicóle: al Señor se den que quede con V. merced. Y el hombre le dijo: Yo iré en desembarcando la ropa á ver á V. paternidad; y así lo hizo. Llegó al convento, y preguntando por el padre Orbita le dijeron: Señor, no está aquí; y á mas de ocho meses que no ha venido é Campeche. El dijo á los religiosos: Padres, yo le hablé en la playa habrá tres horas; pero los padres le dijeron que no habian visto al santo Orbita. Fuése el Pedro de Aviles confuso á la villa, y preguntó si habian visto al santo Orbita. No hubo quien le hubiese visto, pero sí quien le dijese que quedaba en la tierra adentro mas de cuarenta leguas de alli. Túvolo por milagro, y hallándose despues á su entierro, dice el padre Lizana que en su presencia lo refirió, y que dijo que lo juraria, y que daria toda su hacienda para que se hiciese averiguacion de ello y de otras muchas maravillas que habia oido y visto. Era muy contínuo en la oracion, ocupando en ella lo mas de la noche y á veces toda. De dia solamente faltaba para cumplir lo que le mandaba la obediencia, á que estuvo siempre prontísimo, sin que dijese que no, ó que estaba cansado, ocupado ó achacoso, á cosa alguna que se le mandase. Parecia sobre las fuerzas humanas el perpétuo cilicio de hierro que trajo pegado á las carnes, las rigorosas disciplinas, <404> abstinencia grande en comer y beber, pues nunca bebió chocolate ni otra alguna bebida (que son raros los que sin ellas pueden pasar en estos reinos,) no desayunándose hasta la comida del medio dia. Cuando iba á decir misa á los pueblos anexos ó visitas, la comida que le daban la repartia á los indios del servicio de la iglesia y á los pobres que se juntan en sabiendo que está allí religioso, y miéntras la comian estaba en la iglesia en oracion. Pacientísimo en los trabajos, conforme con la disposicion divina en las adversidades, que nunca se le oyó palabra de queja ó impaciencia. A todo decia: sea por amor de Dios nuestro Señor. Con ser los calores de esta tierra tan grandes, nunca se quito el hábito, ni aun la capilla, para dormir, que es una de las grandes penitencias y mortificaciones que un religioso puede hacer. Aunque de todos era muy estimado, sentia de sí con humildad profunda. Amó la pureza de la castidad en tan superior grado, que murió vírgen en el cuerpo y alma, y su gran honestidad en acciones y palabras daban de ello claro testimonio. Fué pobre verdaderamente evangélico, guardando la pureza de nuestra regla en este artículo á la letra, cuya alteza de perfeccion tienen tantas veces declarada los sumos pontífices.
Recien fundado el convento de la recoleccion, le mandó la obediencia ser morador de él. Obedeció sin replicar, aunque sentia le pusiesen allí por no tener administracion de indios, pareciéndole que entre ellos servia á Dios aprovechando á sí y á los prójimos, y en la recoleccion solo trabajaria para sí. Habiendo obedecido, satisfizo nuestro Señor su buen deseo, porque hallo muchos pobres de los arrabales necesitados de socorro espiritual, que allí recurrian. Muchos indios naborios y de los pueblos que están en contorno de la ciudad, como barrios arrabales de ella, que iban á gozar de su santa doctrina, con que se consoló mucho, y trabajaba con aquella gente en gran provecho de sus almas. Como <405> los ciudadanos tenian de él tan gran concepto, que siempre que le nombraban era diciendo el santo Orbita, les era de grandísimo consuelo tenerle en la ciudad de Mérida. Todos recurrian á él en sus aflicciones, necesidades, y á pedirle consejo en las dificultades que se les ofrecian. Cuando alguno le veia entrar por su casa lo tenia por favor especial que Dios le hacia. Los enfermos á quien visitaba, decia un evangelio ó daba su bendicion, se juzgaban yá sanos: tantas eran las mercedes que esperaban de la divina clemencia por los méritos de este bendito religioso.
CAPITULO DIEZ Y SEIS.
De la muerte del santo padre Orbita y lo que en ella sucedió,
y de otros tres religiosos.
La Providencia Divina que dispone las cosas como mas conviene, le sacó de esta presente vida al bendito padre Fr. Juan de Orbita, cuando todos entendian gozar de él muchos años, por estar en lo mas florido de los de su vida. Vieron esta luz evangélica apagada al mundo, para que luciese en perpétua eternidad con muchos grados de gloria, que piadosamente entendemos corresponden á los de sus grandes virtudes. Estaba con tanta salud, que (como suele decirse) podia darla á otros, y esto fué una de las cosas que admiraron de su vida, que en viajes tan trabajosos, con tan poco comer, me. nos dormir, mucho trabajar, caminar siempre á pié, continuo y áspero cilicio y tan graves disciplinas y mortificaciones, tenia siempre el rostro lleno, la salud entera, dispuesta para todo trabajo corporal, una boca de <406> risa para todos, una alegría en su aspecto que causaba consuelo á los que le veian, muy benigno y comunicable á todos: con que siendo tan hermoso de cara, parecia un ángel vestido con el hábito de N. P. S. Francisco.
Con tanta salud se hallaba, cuando dia de nuestro glorioso padre Sto. Domingo amaneció con un dolor muy vehemente. Dijo aquel dia misa y no hizo cama, con que aunque el dolor le obligaba á quejarse' no se entendió era el accidente peligroso. Paso la noche de aquel dia muy trabajosa, por ir arreciando el dolor, y amaneciendo el dia siguiente domingo, dia de nuestra Señora de las Nieves, se levantó y quiso decir misa. Sabia el guardian lo que habia padecido aquella noche, y viendo como estaba no se la dejó decir, mandándole que la oyese. Obedeció diciendo: "Bendito sea el Señor, que solo este dia dejo de decir misa desde que indignamente soy sacerdote, estando con salud bastante para ello." Apretado del dolor hubo de recogerse á la cama, donde le socorrieron con algunos remedios; mas el bendito varon solamente decia que le dolia, pero nunca señaló donde. Túvose por cierto le habia nuestro Señor revelado su muerte. Apénas tuvieron noticia los religiosos del convento principal que estaba así enfermo, cuando los mas graves fueron á verle y visitarle. Pidió los Santos Sacramentos, y habiéndolos recibido con la devocion que se deja entender de un varon tan apostólico, se fué agravando el accidente, y como á las ocho de la noche, asistiéndole los religiosos, lúnes 5 de agosto, año de 1629, dió el espíritu á su Creador con gran sosiego, quedando los ojos elevados al cielo, donde se entiende pasó á gozar la gloria de la Transfiguracion del Señor que al siguiente dia se celebraba, y su rostro que de suyo era hermoso, como se ha dicho, con tan agraciado y lindo aspecto, que mas parecia estar extático que difunto.
Acordándose los religiosos que el gran concurso de <407> gente que hubo al entierro del santo padre Fr. Pedro Cardete, no les daba lugar para sepultar su cuerpo, determinaron enterrar á este bendito padre el dia siguiente, miéntras los ciudadanos estuviesen oyendo el sermon que en la santa catedral aquel dia se predica. No fué esto suficiente, porque luego que se dió clamor, se dijo: el santo Orbita es muerto, y fué cosa admirable la gente que se juntó á venerar el cuerpo difunto. Todos llegaban á besarle los pies y manos, y en él tocaban sus rosarios y pañuelos con lágrimas de devocion, llevándolo por reliquias. Unos decian que habian perdido su padre, otros, que todo su bien, otros que no merecia esta tierra tener tal santo presente y por eso Dios le habia llevado para si, y los que mas devocion y sentimiento mostraban, eran los indios aclamándole santo.
Llegada la hora de comenzar el oficio funeral, se vio llena la iglesia de luces de cera que sus devotos habian traido, que era para dar gracias a. N. Señor. Sacaron el cuerpo por la portería al compas, y por la iglesia le llevaron á la capilla mayor donde se le cantó la misa. Fué tanta la gente principal de varones y mujeres, que cargaron sobre el féretro, quitándole unos el hábito á pedazos, otros cortando los cabellos del cerquillo, otros la palma y corona de rosas que como á vírgen le habian puesto, que tanta devocion fué causa de confusion grande. Cortáronle algunos dedos de los pies y manos, de que salió mucha sangre (habiendo tantas horas que era difunto) y la recogieron con veneracion, llevándola por reliquias de cuerpo santo. Para ponerle otro hábito le sentaron, y se trataban y doblaban todas sus coyunturas como si estuviera vivo, y el aspecto tan alegre que no parecia difunto. Este segundo hábito le quitaron á pedazos como el primero, y vestido ya con tercero le sacaron por la iglesia, y entraron al convento pidiéndolo la devocion de la gente para verlo ántes de darle sepultura, y fué necesario todo <408> cuidado para que no le quitasen aquel hábito. Queriendo yá quitarse á la devocion para darle sepultura, sudó tanto el santo cuerpo, que llevaron algunos españoles del sudor, y tan caliente que admiro á todos. Los seculares á voces decian: que suda el santo, no le entierren tan presto, déjennosle gozar, pero los religiosos con presteza le dieron sepultura. Los ciudadanos mas graves y las señoras mas principales con sus lenzuelos cogian tierra para echar sobre el santo cuerpo, y todos los que podian hacian lo mismo, y sepultado salian llorando de devocion y manifestando el sentimiento que tenian de que hubiese faltádoles tan santo y apostólico varon.
Afirma el padre Lizana que le certificaron algunas personas que el dia que murió en Mérida este bendito religioso viéronle en el pueblo de Izamal, que dista catorce leguas de la ciudad, y que se publicaron muchos milagros que habia hecho viviendo, y se decian otros muchos despues de muerto, que los testificaban españoles, religiosos y indios, que por no haberlos averiguado con toda certidumbre no los dió á la estampa. Yá hoy no parece posible averiguarlos, porque los mas de aquel tiempo con quien sucedieron, han muerto con las muchas enfermedades y peste que en esta tierra se han padecido. Sea Dios bendito por todo.
El padre Fr. Bartolomé de Fuensalida en la relacion que otras veces he dicho me dió escrita del viaje que hicieron los dos á los gentiles itzaes, refiriendo algunas cosas de este santo religioso, que ya quedan escritas, dice estas palabras: "Y yo digo como quien le vio y conoció, y comunicó tanto, pues fuimos compañeros tanto tiempo, que todo lo que él vivió fué un milagro prolongado, y milagrosa su vida, pues tengo por cierto que en toda no cometió un tan solo pecado mortal. (Adviértase aquí que le confesó muchas veces, y mucho tiempo.) El fué virgen, y no solo de <409> obra, mas aun de pensamiento consentido. Era don de castidad el que tenia recibido de la mano de Dios, porque el me decia que aunque viera las mujeres como quiera que fuera, no le daba mal pensamiento ni imaginaba mal. Digo que me parece que puedo muy bien decir lo que el maestro Alejandro de Ales dijo de su santo discípulo S. Buenaventura. Que no parecia que habia pecado Adan en este hombre. Así en el padre Orbita tan observante de la ley de Dios y de sus santos mandamientos, y de los de su santa iglesia, que nunca los quebrantó. Y tan observante de nuestra regla que profeso, que la guardó tan á la letra y sin glosa, como dice nuestro padre S. Francisco, que no se le vio aun en las ceremonias faltar un punto." Estas son á la letra las palabras del padre Fuensalida, con que da testimonio de la santidad del padre Orbita, que por ser escritas mediante el precepto de obediencia, me parecio referirlas. Murió este siervo del Señor siendo de treinta y seis años de edad, habiendo vivido en la religion los diez y ocho, y catorce en esta provincia, que debe dar muchas gracias á la Divina Majestad por tantos tan santos religiosos y padres de ella como le ha concedido.
Por no desacomodar los capítulos antecedentes, he reservado para este lugar dar razon de tres religiosos dignos de memoria que pasaron de esta ántes que el referido. El primero fué el venerable P. Fr. Francisco de Gadea, hijo de la santa provincia de Castilla. Fué de los muy antiguos predicadores apostólicos que vinieron á esta siendo aún custodia, porque se dice le trajo el padre Bienvenida en la primera mision el año de mil quinientos y cincuenta y tres. Aprendió muy bien el idioma de estos naturales, y trabajó mucho con ellos en su enseñanza. Fundó el convento de Tizimin y el de Dzidzantun que tiene de las mas capaces iglesias de bóveda que hay en todos estos reinos. Habiendo estado <410> en esta provincia algunos años, fué á Chile adelante de los reinos del Perú, donde estuvo treinta, y volvió á Yucatan el año de mil y seiscientos. Fué cosa digna de admiracion que el mismo dia que salió á tierra, predicó á los indios como si no hubiera faltado uno solo.
Lo restante de su vida, aunque por ser yá viejo no podia trabajar, pasó dando muy buen ejemplo. Era religioso muy observante y celoso de la honra de Dios, y así qualquier defecto por pequeño que fuese, le notaba y advertia, con que le tenian por de áspera condicion, si bien conocian que lo causaba su buen celo. En suma senectud se recogió á la enfermería del convento de Mérida, y aun con todo eso andaba y se trataba como mozo, pues dormia con su hábito y no usaba lienzo. Llegó el tiempo en que habia de pasar de esta presente vida, y por su pié fué á recibir el Viático del Santísimo Sacramento de la Eucaristía, y luego se fué á la enfermería. Pidió que le trajesen el de la Extrema-uncion, y pareciéndole al enfermero que no tenia necesidad, por verse sin calentura ni accidente nuevo, lo dilataba. El venerable anciano le decia que como no le traian el Santo Oleo. Respondióle el enfermero: Padre, ¿qué tiene pues anda en pié? Y él le dijo: que me muero, eso tengo. Viendo que el enfermero no le creia, fué á la presencia del guardian, y entrando en el refectorio donde estaba comiendo con la comunidad, le dijo: Padre guardian, déme el Santo Oleo, y mire que no me prive de ese bien. Respondióle el guardian: yá vamos, padre, acuéstese y se le dará. Fuese el Vble. viejo, y como estaba con su hábito se recostó en la cama, y así recibió la Extrema-uncion. De allí á breve rato murió sin achaque conocido, mas que de la vejez, habiendo vivido mas de cien años con tanta salud, que decia que en su vida tuvo aun un dolor de cabeza. Murió á veinte y cinco de octubre de mil seiscientos veinte y cuatro años. <411>
El R. padre Fr. Francisco de Torralba fué natural de Madrid, y en la religion hijo de la santa provincia de Castilla. Vino á esta de Yucatan el año de mil quinientos setenta y tres, en la mision que trajo el santo obispo Landa. Fué gran maestro de la lengua de los indios, y como tal escribió sermonarios para que se les predique todo el año. Tienen sus escritos una excelencia, que con ser el lenguaje mas claro que hay escrito, es elegantísimo, y así aprovechan mucho á los nuevos ministros, que con ellos se hacen grandes lenguas. Fué religioso ejemplar y inclinado á ser maestro de novicios, y así crió muchos con gran religion y virtud. Predicó mucho á los españoles, porque era sugeto capaz para uno y otro. Fué muchas veces guardian, difinidor y custodio, y á estos y otros ministerios acudió con tanta puntualidad, que le tuvieron por rígido (causa de que no fuese provincial) y era inclinacion que tenia á la virtud. Murió en el convento de la ciudad de Mérida á cuatro del mes de noviembre del año de seiscientos veinte y cuatro, con grandes muestras de siervo del Señor, habiendo vivido setenta y tres años, los cincuenta y ocho en la religion, y cincuenta y dos en esta provincia.
El P. Fr. Antonio de Villalon fué natural de Villalon en el campo de Calatrava de España, y recibió nuestro santo hábito en la santa provincia de Los Angeles. Con deseo de aprovechar las almas, pasó á la de Nicaragua, donde trabajó segun su posible. De alli pasó á esta de Yucatan, donde por ser yá viejo no supo la lengua de los indios, pero aprovechó mucho con su buen ejemplo. Era religioso de gran caridad y pobrísima en su trato á lo labrador, y por que le tratasen con aspereza se hacia tosco, y decia: todo esto he menester yo para ser bueno. Murió como un apóstol en el convento de Mérida á 30 de enero de 1627 años, con 59 de religion en las Indias, y los 38 en esta provincia, <412> dejando á todos edificados con su mucha virtud y religion.
CAPITULO DIEZ Y SIETE.
Gobierno de D. Fernando Zenteno, y una gran reduccion
que hizo de los indios en su tiempo.
Estando preso en México el gobernador D. Juan de Várgas, pidió licencia para venir á ejercer su oficio á Yucatan, pero por auto de vista se determinó en la real audiencia que no habia lugar por entónces. Por esta razon envio el virey á este gobierno en interin á D. Fernando Zenteno Maldonado. El título y el de capitan general le fuéron dados en México á nueve de agosto de mil seiscientos y treinta y un años, y los presentó en Campeche á veinte y ocho de octubre, y en Mérida á diez de noviembre de aquel año. Como el gobernador propietario murió en México, estuvo en este gobierno hasta 16 de agosto de 1633. Nombró por su teniente general al licenciado Agustin Prolongo de Villanueva, que uso su oficio desde veinte y cuatro de enero del año de treinta y dos.
Habia precedido á la venida de este gobernador cortísima cosecha de frutos de la tierra continuamente cuatro años, y así se padeció gravísima hambre, ocasionada de innumerable langosta que hubo. Los indios obligados de la necesidad desampararon sus pueblos, yéndose á otros donde no habia tanta falta, y los mas á los montes en busca de raices y frutas silvestres. Muchos murieron en ellos, y lo mas lastimoso sin Sacramentos, muchos por los caminos se quedeban muertos por el hambre, y <413> todo era confusion, porque los vivos no se sabia con certidumbre donde estaban. Con esto los tributos de su majestad y encomenderos tenian gran mengua; y finalmente, estuvo en término de perderse esta tierra, como sucedió tambien desde el año próximo de cincuenta y uno hasta cincuenta y tres, por otra grande hambre que hubo. En esto de la langosta sucedió una cosa milagrosa. Viendo el cabildo de la ciudad que diligencias humanas no bastaban para extinguirla, pidió licencia el Sr. obispo don Fr. Gonzalo de Salazar para traer con devota procesion la imágen del glorioso san Juan Bautista á la santa catedral para hacer una rogativa. Ejecutado como se intentó, fué Dios nuestro Señor servido que la misma langosta se levantó de tierra en tanta cantidad, que por donde pasaba, como si fuera un espeso nublado, cubria la luz del sol, y lo mas de ella se fué á la mar y se ahogó, echando despues la resaca tan grandes montones á la playa, que admiró á todos los que lo veian y oian. Por este beneficio y merced divina, el cabildo treinta de julio del año de treinta y uno hizo decreto juramentado y votado de tener al santo por patron contra esta plaga, y que el lúnes siguiente se le cantase una misa en su capilla, habiendo ido la ciudad en procesion con toda solemnidad en hacimiento de gracias á nuestro Señor. Y por la misma causa el dia de su festividad van ámbos cabildos de la ciudad á su ermita en procesion, y en ella se celebra con la solemnidad posible, predicándose las excelencias y prerogativas del gran precursor.
En la confusion dicha halló D. Fernando Zenteno esta tierra cuando vino á gobernarla, y habiendo reconocido buena cosecha de maiz aquel año de treinta y uno, trato de que se buscasen los indios, reducirlos á sus pueblos y componerlos. Para esto entrando en cabildo á veinte y dos de diciembre de aquel año, se dice <414> en el decreto: "Que su señoría el Sr. D. Fernando Zenteno Maldonado propuso al dicho cabildo los daños é inconvenientes que han redundado de haberse despoblado de sus pueblos los indios tributarios, que han estado de ordinario en ellos poblados, y conviene remediar tan gran falta, como la que hay, y los daños que para adelante se promete. Y que muchos indios no se sabe de su habitacion, y otros que están poblados en algunos ranchos, están sin doctrina, ni maiz ni algodon para su sustento, ni pagar sus tributos, y que es necesario tomar acuerdo, y sobre ello hacerse junta con el reverendísimo Sr. obispo, padre provincial y comisario. Para cuyo efecto su señoria se ha determinado á acudir á lo sobredicho, por el bien comun y general da los mismos naturales y españoles, dejando todas las cosas particulares, y tratar de esta materia por ser la mas grave y de importancia, así para el servicio de Dios nuestro Señor, como el de S. M. y ámbas repúblicas. Pide á este cabildo elija dos vocales de él, los que á su señoría pareciere, para que por lo que le toca asistan con su señoría el Sr. gobernador y personas de experiencia, para que se dé el asiento mas conveniente &c."
La causa porque en este decreto del cabildo se dice que se dé cuenta al padre comisario, fué porque el R. padre Fr. Antonio de Tápia, difinidor actual de la santa provincia del santo Evangelio y comisario delegado del muy R. padre Fr. Francisco de Apodaca, comisario general de la Nueva España, estaba visitando esta provincia para celebrar en ella capítulo provincial. Acabada la visita, se tuvo en el convento de Mérida á diez y siete de enero de mil seiscientos y treinta y dos años, en que salió electo provincial con todos los votos el R. padre Fr. Luis de Vivar, hijo de la santa provincia de Castilla. Fuéron difinidores los reverendos padre!; Fr. Cristóbal de Rivera, Fr. Bernabé Pobre, Fr. Pedro de Villa-Gómez y Fr. Fernando de Zetina. No se nombró <415> custodio por estar en España el R. padre Fr. Pedro Henriquez, que habia ido como custodio para ello electo al capítulo general, que se celebró en Toledo el año de mil seiscientos y treinta y tres. Hallo en este capítulo electo guardian del convento de S. José en Tabasco al padre Fr. Francisco Magallon. Celebró el R. padre provincial su congregacion en el convento de Ticul á dos de agosto del año siguiente de treinta y tres, por la tabla de la cual parece yá haberse dejado el convento de Tabasco, porque los religiosos que le habian fundado enfermaron, muriendo algunos; y no pudiendo convalescer los otros, se trató con el gobernador de esta provincia se volviesen á ella, y con su consentimiento se ejecutó. En esta congregacion, para la mejor administracion de los indios, se hizo ereccion de las vicarías de S. Martin obispo del pueblo de Zucopo, la de la Asuncion de nuestra Señora del de Bolonchen que llaman de Ticul, y la de la Degollacion de S. Juan Bautista del de Bolonchen que á diferencia del antecedente llaman de Cauich.
Asentadas yá las materias capitulares, se trató con todas veras de la reduccion de los indios, que tanto necesitaba esta tierra. La multitud ausente era grande: traerlos á sus pueblos sin prevenirles maiz para que se sustentasen algun tiempo despues de llegados, miéntras asentaban sus casas, era poner el trabajo de juntarlos á riesgo de perderlo, porque se habian de volver á las partes de donde los llevasen en busca de sustento, porque vienen misérrimos cuando les sucede esta desdicha. Habíase hecho junta general de las personas mas experimentadas, seculares y eclesiásticas, para disponerlo, y en ella se previno este inconveniente. Juntáronse las mayores cantidades de maiz que fué posible, y hasta nuestros conventos dieron gran parte de lo que tenian para su sustento, con que se hicieron depósitos en todos los territorios para socorrer de allí la necesidad de los <416> recien llegados. Tambien puso el gobernador cantidad aparte en todos los pueblos, para que se diese mantenimiento á los que pasasen remitidos á los pueblos de su naturaleza. Señaláronse para ministros espirituales de aquella reduccion al padre D. Eugenio de Alcántara, beneficiado del partido de Hoctun, de quien se ha tratado en otra parte, y al padre Fr. Lorenzo de Loaisa, religioso de esta provincia; y ámbos sin controversia los mayores lenguas de estos indios que habia en la tierra. Esto se ordenó para que á los que se fuesen hallando les predicasen, y con la dulzura de la divina palabra atrajesen sus voluntades á olvidar los sitios donde estaban, fuesen con mas afecto á sus pueblos, y tuviesen por menos penoso reducirse otra vez á vivir en la policía pasada y doctrina cristiana, en que habian sido criados: esto de mas de la autoridad del brazo real, que se interponia en ello. Dispuesto todo, salió personalmente el mismo gobernador, llevando consigo los dos sacerdotes que se ha dicho, y determinando juntamente hacer visita general de toda la tierra.
Cuando la prudencia dispone los medios convenientes, se ve buen logro en la consecucion de los fines Así fué en esta ocasion, que en menos de cuatro meses por la diligencia del gobernador y doctrina de los ministros evangélicos, se hallaron todos los pueblos de esta tierra con todos sus moradores á quien la hambre dejó vivos, y que parecia que tal dispersion de ellos no habia sucedido. Desean los indios de esta tierra, como casi cosa connatural en ellos, vivir en los montes y apartados así de los españoles como de sus ministros doctrineros. En ocasiones semejantes hallan (como suele decirse) la suya, los caciques y principales, ocultando á los maceguales ó indios plebeyos, para servirse de ellos en sus labranzas, á que se sigue otro mal mayor, que los así ocupados ni acuden á la iglesia, doctrina y Santos Sacramentos, parte por la poca devocion <417> que en lo general tienen (como se ha dicho en otra ocasion) y parte por los que de ellos se sirven, porque no se los quiten haciéndose manifiestos. Para que por esta causa no le ocultasen al gobernador indios algunos, á todas las partes donde llegaba mandaba luego levantar una horca, amenazando por pregon público con aquel suplicio á cualquiera que le ocultase indios ó indias forasteros, grandes ó pequeños. Fué de tan grande efecto esta diligencia, que corriendo la voz, cuando llegaba á cualquier parte, le tenian yá juntos todos los forasteros, y los que eran de cada pueblo á una parte. De allí los remitia adonde eran naturales, y si tenian algun maiz ó otras alhajuelas, mandábase que se las llevasen de pueblo en pueblo hasta el suyo. Donde habia estado, fuese poblado ó rancherias en los montes, mandaba quemar las casas porque si despues quisiesen volver supiesen que no las tenian. En llegando á sus pueblos, los caciques daban recibo de ellos, y luego de comunidad, trabajando en ello todo el pueblo, se les ataban casas donde morasen, y de los pósitos prevenidos se les daba maiz para su sustento con que pudieran perseverar hasta la nueva cosecha. Fué tanto el gentío que se redujo en esta ocasion, que solo al territorio de la costa se remitieron diez y seis mil personas tributarias, sin los muchachos y niñas, cuya memoria y de todos sus nombres me dijo muchas veces el reverendo padre provincial Fr. Luis de Vivar le habia enviado el padre Fr. Lorenzo de Loaisa, como á su prelado, para que le constase del gran efecto que con esta salida se habia obrado. ¿Que número seria segun esto el que se despachó á los demas territorios? Sin duda, como he oido decir á todos, desde que llegué á esta tierra (que fué dos años despues) no se ha hecho mayor servicio á las dos majestades desde que se conquistó, ni accion de tanta utilidad para cuantos la viven, porque otras que con semejante <418> ocasion despues se han hecho, no han tenido el logro que la presente, por no disponer los medios como en ella, aunque la tenian por ejemplar. Con todo esto fué notado este gobernador de que asentados los indios aumentó el trato y contrato con ellos mas aun que el gobernador propietario que por ello fué llevado preso á México donde murió.
COGOLLUD.TM2 Continued
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