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Combined Dictionary-Concordance of the Yucatecan Mayan Language
CAPITULO DIEZ Y SIETE.
Da principio á la vida y milagros del venerable padre
Fr. Pedro Cardete, provincial que fué de esta provincia.
Es la Divina Providencia admirable en sus disposiciones. ordenando las cosas con fortaleza y dulzura. Consérvalas con su poder como fuerte, y guíalas con la benignidad de su clemencia suave, para que sus criaturas le alabemos y demos continues gracias, y con la <273> experiencia de sus maravillas, venerándole poderoso, siempre le esperemos benigno, si correspondiendo á lo fuerte de la vocacion santa con que para si nos atrae, nuestra tibieza no nos desvia del camino por donde la dulzura de su suavidad la dispone. Manifesto por estos tiempos lo magestuoso de su poder, conservando la vida tantos años al venerable padre Fr. Pedro Cardete, ejercitado en ásperas penitencias, abstinencia singular y mortificaciones continues, acompañadas de achaques graves (regalo de siervos suyos), y juntamente ostentó la suavidad de su disposicion en la misma conservacion, para consuelo de sus fieles y ejemplo de todos. Fué de los inmediatos á los primeros ministros evangélicos que de España vinieron, y vivió hasta estos tiempos, para ejemplar de santidad á los modernos y atraccion de sus voluntades al divino servicio.
Fué nuestro venerable padre Fr. Pedro Cardete natural de la Mancha, y aunque no quedó escrito el nombre de su patria y padres, súpose que se crió con buena enseñanza en servicio de un santo obispo. Estudió la latinidad, y dada yá principio á la filosofia le llamó Dios á nuestra sagrada religion siendo de edad de quince años, y recibió el hábito en el convento de S. Juan de los Reyes de Toledo, provincia de Castilla. Como fué disposicion divina la que le guiaba á ser un gran siervo del señor, desde luego comenzó la gracia á manifestar su poder en el ánimo de nuestro venerable padre, correspondiente á la vocacion santa. Ayudó á la buena inclinacion de su fervoroso espíritu con las ejecuciones virtuosas, y llevando tras sí la atencion de todos los religiosos admiraba ver en tan tierna edad y tan presto muestras de santidad grande y virtud perfecta. Era en lo natural de buen rostro, muy blanco y perfecto en la composicion de su cuerpo, con que todos daban gracias á Dios viendo en un sugeto tantos dones de naturaleza y gracia. Estudió la filosofia en la órden y la teología, en que se <274> aventajó á otros, y despues con sus sermones adquirió nombre de orador famoso. Para aumento de su virtud y letras, se fué á nuestro convento de Alcalá de Henares (seminario de ámbas ciencias divina y humana) donde resplandecia venerado, que no es pequeño elogio donde hay tanto bueno merecer algun singular particulares atenciones. En aquel religiosísimo convento estaba cuando Dios le llamó para apóstol de Yucatan: beneficio universal, gloria y honor de este reino, que en tal estimacion tiene haberle gozado vivo y poseer las santas reliquias de su cuerpo despues de muerto, Hallo diversidad en señalar el tiempo en que vino de España, porque el padre Lizana dice que fué el año de mil quinientos cincuenta y tres. En el proceso juridico que el obispo D. Fr. Gonzalo de Salazar mandó hacer de su santa vida y dichosa muerte, se dice que vino en compañía del santo obispo Landa, y aunque no singulariza si fué cuando vino religioso, ó cuando volvió obispo, se colije de él que fué en esta ocasion, y no en la primera, porque así se ajustan cuarenta y siete años que se dice habia venido de España cuando murió, aunque no cumplidos.
Luego que llegó á esta provincia, le ocupó la obediencia en predicar á los españoles, para que gozasen de su santa doctrina. Con ella y la perfeccion de vida que en el veian los oyentes, fué grande el fruto que logro de su apostólico trabajo, como consta del proceso de su vida, porque allí se dice testificado que granjeaba tantas almas para Dios con el buen ejemplo de su vida, como con su predicacion santa, y que ésta hacia gran efecto en los corazones de los fieles, como les era notorio que ejecutaba con las obras en su vivienda todo lo que les predicaba en el púlpito con los sermones. Como muchos años fué esta su ocupacion continua, no supo el idioma de los indios con la perfeccion que otros ministros, con que no pudiendo por si <275> predicarles, siempre que hallaba intérprete lo hacia por medio de él, y estimaba mucho á los que predicaban á los indios. Suplia para con éstos el defecto de la lengua con el buen ejemplo que les daba, por cuya causa le reverenciaban, de suerte que al padre Lizana dijeron muchos indios viejos que les daba mucho miedo el verle cuando le encontraban, y era respeto reverencial que le tenian. Conocíase esto, porque no extrañaban comunicarle, y en viéndose en algun trabajo ó afliccion, recurrian al santo varon, como á padre piadoso, á pedirle lo que necesitaban. Consolábalos con tan amorosas palabras, y remediaba si podia sus necesidades con tan caritativas obras, que el respeto y reverencia pasaba á amor, y se les aumentaba la confianza para acudir á él en todas ocasiones.
La perseverancia que tuvo en acudir á la comunidad fué de las grandes que se han visto en cualquiera religioso que mas la haya seguido, sin que jamas faltase á acto de ella ni á hora del coro, aunque hubiese de predicar, hasta dos años poco mas ó menos ántes que muriese, que viendo el superior su mucha vejez y graves achaques, le mandó que se bajase á una celda de la enfermería, donde tuvo los santos ejercicios que despues se dicen. Fué muchas veces guardian de diversos conventos y provincial de esta provincia, como yá se dijo, pero nunca aflojó un punto de la aspereza de vida con que se trataba. Siendo enfermo de achaque de asma, que le fatigaba mucho, nunca uso lienzo sino túnica, como pudiera estando muy sano y en tierra muy templada. Su cama era un solo petate (que es mas delgado que una estera de España) sobre los cordeles, con un pobre cobertor por la decencia. Su vestido áspero y pobre, tanto que siempre buscaba hábito viejo que ponerse, y si se rompia le remendaba él propio por su mano, sin permitir que otro lo hiciese por él. No solamente observó los ayunos <276> obligatorios por la regla y la cuaresma que llamamos de los benditos, sino otros muchos que aumentaba por su devocion y mayor maceracion de su cuerpo. A ellos acompañaban muy ásperas y contínuas disciplinas, siendo tantas sus penitencias, que ponia admiracion á todos ver como vivia un hombre de tantos años, tan flaco que no parecia tener mas que la piel y los huesos, gravado con penosas enfermedades. Su mayor asistencia de dia y de noche era en el coro, donde por ella habia gran puntualidad en todo, y apenas se decia un mal acento, cuando, si no era prelado para enmendarle, hacia alguna señal para que se advirtiese, y luego se corregia. Continuamente despertaba al religioso que tocaba la campana á maitines, tan cuidadoso de que todos asistiesen á ellos, que faltando una noche el provincial salió del coro el bendito padre, y aunque lo que allá paso no se supo, lo que se vió fué que muy presto vino con él al coro. Todos lo atribuyeron á que aunque el superior hubiese faltado con justa causa, el respeto y veneracion que se le tenia le habria hecho ir en su compañía. ¿Quién faltaria de los demas con esto? Era tan celoso de la honra de Dios, que en su presencia no se habia de hablar ni aun una palabra ociosa.
Visitábanle obispos, gobernadores y otras personas nobles, así eclesiásticas como seculares, por la devocion con que le veneraban; y como le hallaban continuamente de rodillas orando, los recibia en pié y hablaba con mucha brevedad de palabras, y los despedia, y como yá le conocian, con la misma brevedad se despedian de él gustosos, porque sabian lo hacia para continuar su oracion, y iban consolados con haberle visto aquel breve rato. El capitan Ambrosio de Argüelles, de quien se ha tratado en otra parte, era muy devoto de este bendito religioso, y le visitaba con frecuencia, aunque con la brevedad que se dice. Fué á verle una vez, y hallando cerrada la puerta de la celda, llamó. Abrióle <277> y vióle con una pluma en la mano, y le dijo: Sea bien venido, hermano: yo le perdonara la visita, por estar escribiendo cosas del servicio de Dios, y piensan los seglares que hacen mucha merced en visitar á los religiosos que estamos siempre ocupados. Respondióle que no iba mas que á verle, y sin hablarle otra palabra se fué, y dijo que muy consolado con haberle visto, aunque despedido al parecer con despego.
Eligiéronle provincial, y siendo vigilantísimo en que se ejecutase con entereza la observancia de la disciplina regular, tenia unas entrañas de madre amorosa para los religiosos. Siendo su modo de vivir para con su persona tan áspero, para con los demas era muy piadoso y compasivo, sintiendo sus necesidades y aflicciones, y mas cuanto mas infimo era el estado de los que las padecian. Así era mas piadoso con los novicios coristas y legos que con los demas religiosos sacerdotes. El amor que á los indios tenia era entrañable, y así no les habia de tocar ministro doctrinero al pelo de su ropa. Si algun indio se le quejaba, por liviana que fuese la queja, hallando al ministro culpado la castigaba como si fuese un grave delito, diciendo que la humildad del indio merecia se le perdonasen otros defectos que tuviese, y que como plantas nuevas se habian de guiar con blandura y no con aspereza, aunque los hallasen culpados, porque no quebrasen en la fé, que es lo principal. Y aunque tal vez es necesario mostrarles alguna severidad moderada con caridad y prudencia, el bendito prelado no queria que hubiese mas de caridad, blandura y mansedumbre para con los indios.
Acabado el trienio de su provincialato se recogió al convento de Mérida con intencion de darse todo á Dios, y olvidar las cosas de este presente siglo. Para esto pidió al prelado que siendo posible le excusase salir fuera del convento, salvo si la caridad y necesidad de los fieles pidiese otra <278> cosa. Concediósele su peticion, y desde entónces hasta que murió no salió del convento, sino hubiese de resultar algun gran bien, ó evitar algun mal con su salida. Para que se vean qué tales eran, referiré una que testificó el padre Tomas Dominguez, rector del colegio de la compañia de Jesus. Gobernó estas provincias (como yá se dijo) don Carlos de Samano y Quiñones, y en su tiempo se ofreció una causa muy grave, porque estaba resuelto á ejecutar una justicia que en la ciudad de Mérida se sentia mucho. Ningunos ruegos ni intervencion bastó para moverle, porque se cerró mandando que á ninguna persona se abriese la puerta para que le pudiese ver ó hablar. En esta ocasion por instantes ruegos que hicieron á este Vble. padre, salió para casa del gobernador, á quien hubieron de decir cómo habia llegado allí. Al punto mandó abrir las puertas y salió á recibirle, y ántes que le hablase palabra alguna le dijo el gobernador estas: No se puede hacer justicia en esta tierra, porque ¿cómo puedo negarlo que V. paternidad pidiere? El bendito padre le respondió, "Sr. gobernador, yo no pido qué no haga justicia, sino que la haga con moderacion y pecho cristiano." Y sin decirle otra cosa se despidió y fué al convento. Despues de salido, dispuso el gobernador la causa muy á gusto de todos, y cesó en la ciudad el sentimiento. Vease cuán notorio era que sin causa gravísima no salia del convento, y la veneracion con que de todos era estimado.
CAPITULO DIEZ Y OCHO.
Prosigue la vida del venerable padre,
y dícense algunas cosas maravillosas de ella.
Vivia nuestro V. Padre en la reclusion voluntaria que se ha dicho, y así tenia el tiempo distribuido, que ni le faltaba para ejercicio suyo, ni le sobraba, aunque se le ofreciese alguna ocupacion extraordinaria y especialmente siendo maestro de novicios, como lo fué despues de provincial. Antes que á media noche tocasen á maitines yá estaba en el coro, y cuando era hora despertaba al que habia de tocar. Despues de ellos, y cuarto de oracion de la comunidad, se quedaba de rodillas orando con los novicios, y tenia su disciplina con ellos, ó él á solas, despues que á las tres de la mañana los habia enviado á recoger. Quedábase otra hora en contemplacion, y pasada se iba á la celda, donde se ocupaba en leer libros de devocion, hasta que despertaba á prima, á la cual asistia con la comunidad. Quedábase despues una larga hora en el coro, preparándose para decir misa, para la cual salia con tal compostura que movia á todos á devocion y reverencia. Tardaba su decir misa como tres cuartos de hora, y acabada, se iba al coro, donde estada una entera, dando gracias á nuestro Señor, y de allí se iba á la celda. En ningun dia se desayunó con chocolate, atole ni otra cosa, hasta la comida de medio dia. cosa de admiracion, y mas cuando era yá muy anciano y, tan enfermo. En el espacio que habia hasta tocar á comer, daba lugar para que le hablase quien tenia algo que comunicarle. Comia con la comunidad, pasaba la siesta en su celda sin dormir, y lo restante de la tarde, fuera de las horas del coro y ejercicios de los novicios, gastaba en leer libras de devocion y ejemplos de santos, con que consiguió tal quietud de ánimo, que no daba lugar para que cosa <280> alguna le perturbase su oracion y santos ejercicios de dia ni de noche.
No solo se ocupaba en lo referido para con la Majestad Divina, mas tambien ejercitaba la caridad con los prójimos. Dentro en el convento visitaba á los religiosos enfermos, solicitando que fuesen curados y regalados con mucho cuidado. Consolábalos, y como le tenian por santo se alegraban mucho con sus visitas. Aunque no salia del convento, gozaban los pobres de la ciudad los efectos de su caridad, solicitándoles el remedio de sus necesidades, las cual es le enviaban á manifestar. Yá se dijo como le visitaban los gobernadores, obispos y otras personas nobles, que le ofrecian socorro á sus necesidades corporales, y nunca para sí recibió cosa alguna, como consta de la informacion jurídica. Respondia con agrado: Sea por amor de Dios, mas bien tengo que merezco, no soy yo el menesteroso, otros hay cuya necesidad clama al cielo. Preguntábanle que quien era, que acudirian á ella con buena voluntad, y entónces manifestaba la persona y la necesidad, la cual socorrian no solo en Mérida, sino en otras partes, y el siervo de Dios encomendaba el secreto á los que lo daban y recibian, con que granjeaba mérito á los ricos, vestido y sustento á los pobres, venerando su santidad los unos y los otros.
La reverencia en que todos le tenian, se conocerá por lo que testificó el padre rector de la compañía, inmediatamente á lo que se dijo en el capítulo antecedente. Yá se dijo cómo Francisco Ramirez Briseño, gobernador de estas provincias, fué muy soldado y persona de gran valor, animoso, y esforzado corazon. Este caballero dijo al padre rector que saliendo una vez de visitar al santo varon dijo á los que le acompañaban que la visita y comunicacion del padre Fr. Pedro Cardete le habia causado tanto respeto y veneracion, que en su vida le parecia que no habia tenido <281> temor á otra persona, tanto como al dicho padre Cardete. Y dice el padre rector en su testificacion que hizo reparo en esto cuando se lo dijeron por el conocimiento que tenia del grande ánimo y curso en ejercicios de la guerra, en que tanto se habia el gobernador ejercitado.
Conocióse por lo que se experimentaba que este siervo del Señor tenia algunas revelaciones en cosas tocantes al bien de los prójimos. Viniendo un devoto suyo á consultarle un caso que se le habia ofrecido, de mucha importancia, llegó á hablarle estando para querer decir misa, y ántes que le hablase, le dijo el bendito padre: El negocio conviene que se haga de tal y de tal manera. Vaya con Dios, que quiero decir misa. Quedo el hombre admirado, porque á nadie habia comunicado lo que venia á tratarle. Hizo lo que le ordenó, y le salió cierto como le dijo.
Una niña estaba muy enferma, y su madre envio á un hermano suyo que rogase al siervo de Dios la encomendase á su Divina Majestad, para que la diese salud. Vino el hombre apresurado á la celda, donde vivia, y ántes que le hablase le dijo: vaya, señor, que yá espiró la niña, que así convino. Volvió á casa el hombre, y hallando la niña muerta, dijo lo que le habia pasado. La madre se consoló, y dió muchas gracias á Dios, que tanto bien le habia hecho de llevar aquel angelito al cielo, quitándola de los peligros de esta vida.
Otros devotos del santo, que aun vivian cuando el padre Lizana escribió su devocionario, dice que tenian un niño á quien amaban tiernamente: llegó á estar tan enfermo, que le juzgaban yá por muerto, y lleváronle al bendito padre para que le dijera un evangelio. Habiéndosele dicho, rogáronle la madre y abuela que pidiese á Dios la salud de su niño, y les dijo: el Señor le concederá la salud. Fuéronse, y cuando llegaron á su casa, yá el niño estaba sano y bueno. Pocos tiempos <282> pasados enfermó otra vez el mismo niño, y con el seguro del beneficio referido, recurrieron al santo varon como la primera vez, y les dijo: no es justo pedir lo que el Señor concedió una vez y yá lo niega, porque el mayor bien que nos puede hacer es llevarnos por caminos seguros á su gloria, y el mas seguro, y en que muestra su misericordia, es llevar á los fieles ántes que abran los ojos al mundo, porque somos tan fráigiles que fácilmente caemos. El Señor quiere para si esa criatura, y morirá sin falta muy presto. así sucedió, quedando los padres consolados por ver llevó Dios para sí aquella criatura.
Tenian estos mismos ciudadanos un árbol frutal en su casa, cuyo fruto llaman guayabas, y el siervo de Dios gustaba de comer de él, con que los dueños reservaban el fruto de aquel árbol para enviársele. Fué cosa digna de admiracion que todo el tiempo que vivió tenia el árbol fruto todo el año, con una singularidad grande, que no queria mas que dos guayabas cada dia. y siempre que iban al árbol hallaban no mas de las dos, las cuales ningun dia faltaron, hasta que murió el bendito padre, y luego se secó el árbol, que no fué mas de provecho, aunque su madera la guardaron para reliquias.
En el puerto de Campeche se embarcó un vecino de aquella villa en una canoa para ir á un pueblo de su encomienda, y le cogió una tormenta que le llevó la mar á fuera sin poder arribar en mucho tiempo. No pareciendo por las costas, y sabiendo que no llevaba comida ni bebida mas que para cuatro dias, y considerada la fuerza de la tormenta, le juzgaron por muerto, y como á tal le hicieron el funeral. Su madre de este encomendero era devotísimo del santo padre Cardete, y luego que vió la tormenta y conoció el peligro de su hijo, le despacho un mensajero pidiéndole que rogase á nuestro Señor librase á su hijo de aquella tormenta. Dándole el recado <283> al bendito padre, respondió al que se lo dijo. Vaya, hermano, que mas cierra es la muerte de la madre que la del hijo, que vivo es y anda por la mar, y cuando llegue á Campeche hallará á la madre muerta, Volvió el mensajero á Campeche, y halló cumplido lo que le dijo, porque la buena señora era yá difunta, y el hijo venia de vuelta á Campeche. Allí publicó que Dios le habia sustentado veinte dias sin comer el ni los indios remeros, y que la Vírgen de Izamal le libro, y encomendarse al santo padre Fr. Pedro Cardete.
Siendo guardian del convento de Mérida el reverendo padre Fr. Alonso de los Reyes, que fué despues provincial de esta provincia, llegó á él en una ocasion, y le preguntó quién era el padre Fr. Juan del Hierro que estaba en España. Respondióle que era un religioso grave, y provincial de la provincia de los Angeles. A lo cual dijo el bendito padre. Este padre ha de ser general de la órden. Así se vió, saliendo electo en el capítulo general celebrado en el convento de Ara-Cli de Roma, á nueve de junio de mil seiscientos doce años. Y en la testificacion de este dicho se refiere que el padre Cardete nunca conoció al dicho padre, que fué general, ni tuvo correspondencia con persona de España de esta provincia, por donde se tuvo por cierto que fué revelacion del Señor) que como á siervo suyo le hacia estos y otros favores en la oracion en que era tan contínuo.
Uno testificó de vista el padre Fr. Juan Fernandez, religioso lego; el cual dice así: "Que habiendo sido el padre Fr Pedro Cardete su maestro de noviciado, y como á tal comunicádole con la continuacion que se puede entender. Que de cuantas veces entró en su celda, solas cuatro ó cinco poco mas ó menos le hallo que no estuviese de rodillas orando vocal ó mentalmente, porque siempre decia que le faltaba tiempo para camino tan largo como era de esta vida á la otra. <284> En particular (dice) sucedió, puede haber cosa de doce años, que causo á este testigo grande admiracion, y fué que una noche, despues de haber salido del coro todos los religiosos del cuarto que se suele hacer de oracion á prima noche, se quedó el dicho padre Fr. Pedro Cardete en el coro, y entrando este testigo en el, como entre las nueve y las diez, halló luego inmediatamente á la entrada del dicho coro á un religioso llamado Fr. Juan Roldan, que habia dos dias que habia llegado de España al dicho convento, y por ser tan nuevo no conoció al dicho padre Fr. Pedro Cardete, y con grande alboroto y admiracion llamó á este testigo diciendo: Padre, padre, ¿qué padre es este que está tan alto del suelo? Y este testigo á este mismo tiempo iba entrando en el dicho coro, y vió hacia la parte que el dicho padre Juan Roldan le decia, al padre Fr. Pedro Cardete rodeado el rostro de una grande luz y resplandor, por donde le pudo conocer este testigo era el dicho padre Fr. Pedro Cardete, que sin la dicha luz no le pudiera conocer por estar en un rincon del coro y muy distante de la puerta donde le vió y conoció. El cual dicho resplandor y luz salia del rostro del dicho padre Fr. Pedro Cardete, á manera de un globo que le rodeaba todo el rostro, y era mayor que la luz de cualquiera hacha encendida ó lámpara, de donde entendió claramente este testigo, y el dicho religioso, ser luz y resplandor sobrenatural. Y este testigo le dijo al padre Fr. Juan Roldan que se sosegase y no alborotase el convento, que era un santo viejo, y despues de su muerte se publicaria esta maravilla &c." Y despues dice que lo referido lo vió tambien el padre Fr. Luis Tirado, recien venido de Castilla, que estaba en el coro un poco apartado del santo padre Cardete, y debia de estar en oracion, y como aun no le conocia, con la misma admiracion que el padre Roldan le preguntó quién era aquel padre, y como se llamaba, <285> viendo que de él salia aquella luz y resplandor.
Ocupado este santo varon en tan santos ejercicios, y en una vida angélica, que tal parecia la suya (segun testificaron los testigos de su informacion, y era voz comun de toda la ciudad y esta tierra), llegó á estar muy viejo y impedido de poder seguir la comunidad, y hubo de bajarse á la enfermeria, donde le dieron una pobre celdita y vivió el resto de su vida.
CAPITULO DIEZ Y NUEVE.
Ejercicios del bendito padre en su senectud.
Cómo supo su muerte, y se dispuso para ella.
Yá tenemos al valeroso soldado de Cristo en el palenque del último certámen de esta vida, falto como en suma senectud de fuerzas corporales, atenuadas con la edad ayudada de contínua mortificacion y penitencias, pero con vigor de jóven en el espíritu. Junto á la enfermería donde el bendito se recogió, hay una capilla donde está una imágen de nuestra Señora de la Soledad muy devota, y á quien tenia muy singular veneracion. Vestia la santa imágen y adornaba su altar con limosnas que sus devotos le daban para ello, y en él decia misa. Aunque siempre era con tanta devocion que la causaba á los oyentes, en este tiempo paso á admiracion viéndosela decir con el sosiego y vigor que cuando era mancebo, sin omitir genuflexcion ni ceremonia alguna persona yá de tanta edad tan sin carnes que con la vista se le podian contar los huesos, tan enfermo, como se sabia que estaba, tan sin fuerzas que no podia moverse, y tan debilitado que siempre presumian <286> no habia de poder mediarla. Muchas personas aunque podian oir otra misa, asistian á la suya por singular devocion, dando gracias á Dios, y atribuyendo á milagro que pudiese así decirla. Lo mas del dia y noche pasaba yá en presencia de aquella santa imágen, donde rezaba el oficio divino, oraba y meditaba. Visitábanle allí sus devotos, pero habia de ser con brevedad, y tratando cosas de espíritu. Por lo que yá sabian, testifico en su dicho el padre rector Tomas Dominguez, que cuando le visitaba tenia singular cuidado de no hablar palabra alguna supérflua, ni aun decir que le deseaba salud, porque entendia que le daria pena. Colegialo de que una vez, entre otras, despidiéndose del santo varon le dijo: Dios guarde á V. Paternidad, y al salir le llamó y preguntó qué le habia querido decir en aquel modo de salutacion, y concluyó pidiéndole que de ninguna manera rogase á Dios que le guardase, que yá era tiempo de llevarle para sí. Aunque fuera obispo ó gobernador, primero hacia oracion á la santa imágen, y despues le hablaba, porque sabian que no habia de recibirlos con gusto de otra suerte, y decia que en presencia de ella no se habia de tener respeto á criatura alguna, sin adorar primero á la madre del creador de todo.
Llegó el tiempo próximo á su fin: aumentáronsele los achaques, hinchósele primero un pie y luego el otro, ascendiendo poco á poco á lo superior del cuerpo, y preguntándole aquellos dias como se hallaba, respondia que muy bien, pues se acercaba el tiempo de dar cuenta en el tribunal de Dios. Díjole una vez el padre Lizana, ¿no podria ser, padre nuestro, que el Señor diese á V. Paternidad muchos años de vida? A esto le respondió: mucho mas puede el Señor, pero esto no hará, porque ya es llegada la hora, de que le doy muchas gracias. A dos años (poco mas ó menos) de como bajo á la enfermeria, como un mes ántes que <287> Dios le llevase, no pudo decir misa, habiéndola dicho siempre sin omision alguna desde que fué sacerdote, pero testificó Agustin de la Rea, mayordomo de la cofradía de nuestra Señora, que siempre que abria la capilla por la puerta que tiene al compás, á cualquiera llora le hallaba de rodillas hasta cinco ó seis dias antes que muriese, que le pusieron en cama.
Entrando una vez el dicho Agustin de la Rea, testificó que le habia dicho estas palabras: "Yá estoy muerto, hánseme hinchado las piernas, y no me puedo tener para decir misa: yo me muero. Ya sabe la devocion que siempre he tenido á esta Vírgen, y la he procurado acompañar en vida, y así quisiera que mis huesos la acompañasen en muerte. Yo no tengo voluntad, que es de mis prelados, pedirésela y si me quisieren hacer caridad me enterrarán &c." Y respondiendo despues á la pregunta siguiente, dijo: Que por las palabras que con el tuvo un mes ántes de su dichosa muerte, entendió fácilmente que hablaba el dicho padre Cardete como persona que sabia y entendia que era llegado el fin de su vida. Y despues de las palabras referidas, dice: "En otra ocasion, que fué á diez y ocho de agosto (quince dias antes que muriese) entrando en la capilla de nuestra Señora de la Soledad, para descomponerla y descolgar la para volver á sus dueños lo que habian prestado para aderezo de la capilla, por ser aquel dia el de la Asuncion de nuestra Señora, y habia habido jubileo en ella. hallo al santo varon hincado de rodillas, y como le vió entrar le preguntó que queria hacer. Respondióle diciendo a, lo que iba, á lo cual le dijo estas razones. Mire que el dia de la Natividad de nuestra Señora, que es á ocho de setiembre, hay tambien jubileo en esta capilla, y no he de estar vivo aquel dia, y me holgaria mucho que estuviese tan bien aderezada como ahora está. Por vida suya que no la descuelgue, que la deje estar hasta aquel dia. Replicóle que era ajeno lo que estaba colgado, <288> y él le dijo: pues dígalo á sus dueños de mi parte que lo tengan por bien, que yo se que lo harán así." Dejó el mayordomo la capilla como estaba, y los dueños lo tuvieron por bien, y á dos de setiembre murió el santo varon, seis dias antes de la dicha fiesta de la Natividad, con que se deja piadosamente entender tuvo revelacion cierta del dia de su muerte.
Agravada la enfermedad, no pudo yá excusar recostarse en cama, si bien tan áspera como solia, y sin ponerse camisa. Pidió los Santos Sacramentos, los cuales recibió con gran veneracion y devocion recostado en la cama. Pidió á los religiosos perdon del mal ejemplo que les podria haber dado. porque como hombre flaco y miserable habria faltado á las obligaciones de religioso, y que como hermanos le encomendasen á Dios que le perdonase sus culpas. La respuesta del guardian y religiosos fué pedirle con muchas lágrimas que les diese su bendicion antes de su muerte. Mesuróse el bendito padre oyendo aquello, y abrazó en señal de amor al guardian y á todos los religiosos. Quedóse con el enfermero al cual dijo estando yá solos: "Padre enfermero, mire que le pido por caridad que cuando muera que no me toque á mis paños menores, ni me quite el hábito que tengo puesto, que no hay necesidad mas que de atarme los brazos y los pies. Díjole el enfermero: Pues, padre nuestro, si acaso el cuerpo se vácia yá difunto, ¿no será bueno prevenir eso por la limpieza? Respondióle: No hay necesidad, porque aunque soy grande pecador, le pedí al Señor me concediese el don de limpieza, y me fué concedido, y así descuide de esas diligencias que no son menester." Parece que aun en vida se echaba de ver este don concedido, porque no solo tenia la pureza de alma que se ha dicho, pero era limpísimo aun en el cuerpo, y así tenia su hábito y túnica muy pobre, pero limpio y compuesto. Como con el achaque del asma (que padeció muchos años) se escupe tanto, tenia una <289> escudilla de barro sobre una mesita junto á si, y allí escupia porque estuviese limpia la capilla, y si alguno escupia en ella, ó en la iglesia, le pesaba, porque deseaba que los lugares sagrados estuviesen con toda la limpieza posible.
Regalóle la Divina Magestad en aquellos últimos dias con grandes aflicciones, que no se supieran por la tolerancia con que las sufria, sino quisiera la divina bondad que se manifestasen de esa suerte. Sabiendo el padre rector de la compañía cuán á lo último estaba el bendito padre, con la íntima veneracion que le tenia fué á visitarle, y como á religioso y persona que trataba mucho de espíritu, se lo comunicó, porque despues testifico en su deposicion estas palabras: "Yendo este testigo dos dias ántes que muriese el dicho padre Fr Pedro Cardete á verle, le hallo muy cercano á la muerte, y entendió de el que nuestro Señor le ejercitaba y purgaba con excesivos dolores del cuerpo y del alma. Y se admiró este testigo de que padeciendo tanto interiormente no diese muestras de ello, ni se quejase estando con aquella serenidad que tenia cuando estaba bueno."
Quiso un famoso pintor llamado Francisco Antonio retratar su efigie, estando yá tan cercano á la muerte, y encubierto por una ventana, quiso dar el primer rasgo del bosquejo estando vuelto el rostro al contrario de la vista del pintor, y oyó que le dijo, sin moverse de como estaba, estas razones: vaya con Dios, que quiere retratar á un pobre mendigo gran pecador. Concibió tal miedo el pintor, que se fué confuso y turbado, y no se atrevió á ejecutarlo hasta despues de muerto, que sacó su efigie muy perfecta, aunque mas abultado el rostro por morir algo hinchado. El segundo dia del mes de setiembre, preguntó al enfermero si habia comido, y respondiendo que si, le dijo: "pues ya se va llegando la hora, haga señal para que nuestros hermanos <290> se hallen aquí." Tocó el enfermero la campanilla, y acudieron todos los religiosos y el guardian, al cual le dijo: "Padre, ya la hora es llegada, por amor de Dios si hay lugar, y conviene, conceda que mi cuerpo sea enterrado debajo del altar de la madre de Dios que esta en la capilla de la Soledad. El guardian era muy prudente y le respondió: V. Paternidad será enterrado donde convenga, y la obediencia ordenare. El bendito varon le dijo que el Señor le habia industriado para responderle, que en todo era hijo de obediencia. Pidió luego un santo Crucifijo que junto á sí tenia, y que encendiesen la candela bendita, y recostándose en el cabezal de la cama, tuvo un divino coloquio con la santa imágen, que solo un espíritu lleno de Dios pudiera tan próximo á su separacion decir lo que dijo. Llegado yá el último vale, dijo: "Digamos hermanos el credo, que es símbolo de nuestra santa fé; y comenzándole el bendito padre, prosiguieron los religiosos como se acostumbra, y llegando á aquellas palabras Et incarnatus est de Spiritu Sancto, dió el alma á su Creador, quedando los ojos elevados al cielo, con tal compostura de rostro y cuerpo, que mas parecia extático que ya difunto.
Luego la divina bondad manifesto cuan agradable le habia sido su siervo en vida, porque en espirando, antes que se diese el clamor que se acostumbra, se repicaron las campanas del convento con un repique muy solemne y alegre, el cual oyeron muchas personas de la ciudad sin oirse en el convento. Causó novedad, como era á deshora, y no sabian hubiese causa á qué atribuir la alegria que las campanas manifestaban. El clamor que en la santa catedral y demas iglesias oyeron acompañar al que luego se dió en el convento, los sacó de duda, porque á todos era notorio cuán próximo estaba á su fin el santo varon, y se persuadieron á que el repique habia sido milagroso, queriendo declarar la Majestad divina con él el feliz tránsito de su siervo, y <291> el gozo eterno que su alma yá poseia. Los que oyeron el repique vinieron al convento á inquirir la causa, pero en él nadie supo dar razon, porque ninguna persona le oyó de las que en el moraban. Certificados los religiosos de que las personas seculares, y éstas de que ellos no lo oyeron, unos y otros alabaron á Dios, que así habia querido honrar á su siervo. Testificaron despues haber oido el repique el Dr. Francisco Ruiz, canónigo de la santa catedral, Diego de Magaña Aldana, encomendero, y la gente de su casa, Juan Lucero, que habiendo poco rato se apartó de la cabecera del enfermo, estando comiendo en su casa, oyó tres campanadas, cosa que le hizo reparar con el cuidado que tenia, y luego tras ellas oyó el repique y su mujer tambien. Oyóle la madre Maria de Santo Domingo, una de las fundadoras del convento de religiosas de la ciudad, el Dr. D. Gaspar Nuñez de Leon, arcediano, y Agustin de la Rea, que como se ha dicho era mayordomo de la capilla de la Soledad, que con el cuidado qué estaba de la muerte de su devoto, oyó el ruido de las campanas, y saliendo para venir al convento oyó doblar, y acercándose cesó el doble y oyó inmediatamente repique, y luego otro doble á que siguió otro repique, sucediéndose uno á otro como testifico en su deposicion.
CAPITULO VEINTE.
Del grande concurso que se juntó á venerar el santo cuerpo,
y vino el obispo con su cabildo á sepultarle.
Luego que con el clamor se supo que el siervo de nuestro Señor habia consumado el feliz curso de su <292> vida, fué cosa digna de admiracion el concurso de gente de todos estados que vino á venerar el santo cuerpo. Fué puesto en la capilla que se ha dicho de la Soledad, cuya puerta principal sale al compás, y fué necesario que estuviese patente toda la noche, satisfaciendo á la devocion de los fieles que venian á verle, nobles, plebeyos, varones, mujeres y niños, todos aclamándole por santo, postrándose de rodillas á besarle los pies y manos, y tocar en él sus rosarios. Dos hábitos le quitaron, llevando el que podia un pedacito estimado por reliquia santa. El cuerpo padeció detrimento porque con la multitud de la gente hubo lugar de que le cortasen algunas dedos de las pies y manos, de que corrió tanta sangre y tan fresca (pasadas muchas horas de su fallecimiento) que obligó á los que se hallaron cercanos á recogerla en sus lienzos, teniéndolo por favor divino, la cual testificaron despues tenia un olor suavísimo que no hallaban á que compararle, y así pasó toda aquella noche.
A la mañana siguiente vino el gobernador Francisco Ramirez Briseño y su mujer, que tenian gran veneracion al santo, y arrodillados le besaron los pies y manos, y lo mismo hizo todo el cabildo secular que habia venido al entierro. Vino tambien el eclesiástico con su obispo D. Fr. Gonzalo de Salazar, y siendo yá hora, revestido su señoría de pontifical con sus dignidades, dió principio á los oficios funerales. Para que todos gozasen de la vista de aquel bendito cuerpo, se ordenó que desde la capilla se diese vuelta al patio del compás, en forma de procesion con el féretro para entrar en la iglesia. Hubo una piadosa contienda sobre quién habia de cargar el santo cuerpo. Las dignidades cogieron las andas, el cabildo secular alegaba su autoridad y devocion que le tenia, los religiosos de la compañía lo mismo, y los de nuestro convento que era su padre y hermano. Rematóse con que entre todos le cogieron, teniéndose por dichosos los que alcanzaron á llevarle, que apenas podian dar paso <293> por estar el patio lleno de gente. Pasábaseme decir que el R. padre provincial no estaba en la ciudad á este tiempo y el bendito padre cuando salió de ella le pidió que cuando Dios le llamase de esta vida pudiese ser su cuerpo enterrado en la capilla de la madre de Dios, y se lo concedió; pero no dijo cosa alguna al guardian, porque no entendió fuese su muerte tan presta. Por esta causa nadie lo sabia sino el santo varon, el cual se lo dijo un dia á su devoto el mayordomo Juan de la Rea, y que tenia esperanza le sepultarian en ella, aunque habria ántes alguna duda. Así fué, porque el guardian y algunos religiosos eran de parecer que fuese sepultado en la bóveda, comun entierro de los frailes; pero los cofrades dieron peticion por escrito, pidiendo el cuerpo para enterrarlo en su capilla, alegando que habia dicho tenia licencia del provincial para ello. La Majestad divina habia ordenado aquella repugnancia para mayor honra de su siervo, porque mediante la peticion se volvió á juntar la comunidad, y los que habian sido de contrario sentimiento, fuéron los que mas instaron para que se enterrase en la capilla de la Vírgen, como lo habia rogado al guardian en presencia de todos.
Puesto yá en la iglesia canto el obispo la misa de cuerpo presente de pontifical, que no pudo asistir el gobernador por estar enfermo, y se quedo en la capilla donde estaba dispuesta la sepultura. Acabada la misa, aunque quisieron volver el cuerpo con el mismo órden que le trajeron, no fué posible porque la multitud de la gente no dió lugar, y así determinaron llevarle via recta á la capilla. Volviendo el cuerpo derecho para ella, abrió los ojos tan claros y hermosos como cuando estaba vivo, que los tenia zarcos, habiendo yá veinte y dos horas que era difunto. A la vista de esta maravilla fué grande el rumor que se levantó entre la gente, diciendo á voces de devocion: milagro del santo, milagro del santo. Túvolos así por espacio de <294> un credo, hasta que el padre Francisco de Contreras, lector de teologia del colegio de la compañía, dando mil gracias á Dias (como lo testifico en su dicho) se los cerró con la facilidad que si estuviera vivo. Con esta aclamacion le entraron en la capilla, y allí el obispo arrodillado le besó los pies y las manos. Siguiéronle en esta veneracion el gobernador y su mujer, los dos cabildos eclesiásco y secular, y los religiosos. Continuaba tanta gente, que fué necesario que el obispo en voz alta mandase, pena de descomunion mayor, que ninguna persona tocase mas el cuerpo para tener lugar de sepultarle, y aun no bastaba. Habíanle yá quitado otros dos hábitos á pedazos, que llevaban por reliquias. Estaba el cuerpo tan flexible y tratable como uno vivo, y mas que cuando lo estaba, impedido entónces con la ancianidad y achaques. Sentaban el cuerpo para ponerle los hábitos que fué necesario con la facilidad que si estuviera vivo, y sin mal olor, siendo así que otros á las ocho horas le tienen, y aquel era el tiempo mas á propósito para disponerle á corrupcion por los excesivos calores y mucha humedad con la mayor continuacion de las lluvias.
Teniéndole yá con el último hábito para enterrarle, y acabándole de cortar el pelo del cerquillo, que lo llevaban por reliquias, en aquel mismo punto entró una corona hecha de flores y claveles de seda y oro, que con una palma enviaban las MM. religiosas, para que puestas en su cabeza y manos le enterrasen con ellas como vírgen que era. Túvose por cosa milagrosa entrasen en aquel punto, y así testifico el Dr. Gerónimo Gutierrez de Salas, que habia sido teniente general de esta gobernacion, estas palabras. "Que le parecia señal bien grande de que le tenia Dios nuestro Señor preparada en el cielo otra (habla de la corona) como la tiene prometida á los que vencedores del enemigo salieren triunfantes de este mundo, como lo salió <295> el dicho P. Fr. Pedro Cardete." Tambien testifico que le corto un dedo de un pie, y que habiendo pasado hasta veinte y ocho de noviembre, que eran yá mas de dos meses y medio despues de su muerte, no tenia el dedo corrupcion, antes bien un olor sobrenatural á su parecer.
Apresuróse el darle sepultura por la confusion que la gente causaba, y pusieron el cuerpo en una caja que estaba prevenida. Recibiéndole Agustin de la Rea, el mayordomo que se ha dicho, para ponerle en la sepultura que estaba cabada al pie del altar de la madre de Dios, testifico que sucedió lo siguiente, diciendo así: "Este testigo vido clara y patentemente cómo abrió los ojos el dicho padre Fr. Pedro Cardete, mirando con mucha atencion la imágen de nuestra Señora de la Soledad. Y despues tomando este testigo con sus propias manos el dicho cuerpo, vido como los volvió á cerrar. Y asimismo dice que puesto ya en la caja, en la sepultura le corto un religioso del convento (que estaba junto con el mayordomo para recibir el cuerpo y ponerle en la sepultura) un dedo de un pié, y salió mucha cantidad de sangre, habiendo yá veinte y dos horas que era difunto, la cual dicha sangre tenia muy buen olor, y este testigo lo reparo y los demas que estaban presentes, que asimismo repararon y tuvieron por cosa sobrenatural haber salido tanta copia de sangre de un cuerpo difunto, que en vida conocieron seco y enjuto, que parecia que si estuviera vivo no le sacaran tanta sangre. Y que tenia en su poder uno de los dedos que le cortaron de los pies, y que lo guardaba y reverenciaba por reliquia. Y que habiendo yá mas de dos meses que se le habian cortado, lo tenia sin corromperse ni tener mal olor, no habiendo hecho diligencia alguna que le pudiese preservar de corrupcion &c." El mismo buen olor conservaban todas las cosas que al santo le quitaron de sobre su cuerpo, como constó de la informacion jurídica. <296>
Finalmente fué sepultado su cuerpo y despedido el concurso, habiendo sido como un dia de festividad muy alegre y habiéndolo visto el padre rector de la compañía Tomas Dominguez testificó en su dicho, respondiendo á la séptima pregunta, estas palabras. "Y este testigo estaba presente y lo vió y quedó con muy grande gozo y alegria, pareciéndole que habia sido aquel un dia en que nuestro Señor habia sido muy glorificado en aqueste santo varon, y habia dado á los presentes muy grandes deseos de servirle deveras, viendo cómo paga á los que le sirven acá en esta vida. Porque le pareció que aqueste entierro tenia mas de triunfo que de obsequias funerales, y así se daban el parabien con los religiosos de su órden del dicho padre Cardete, pidiendo á nuestro Señor que nos diese muchos dias como aquel. Y aunque este testigo se ha hallado presente á los entierros de otras personas que murieron con opinion de grandes santos, de cuyos vestidos hacia el pueblo reliquias, á ninguna ha visto este testigo venerar con mayor devocion y afecto y mayor fervor del pueblo para llevar alguna cosa de las que habian tocado al dicho padre por reliquia de mucha devocion &c." Y prosigue refiriendo lo que se ha dicho que sucedió desde que murió hasta que fué sepultado. Lo mismo testifico, en la informacion que se hizo con autoridad del obispo á peticion de la provincia acerca de su santa vida y muerte, todo lo mas calificado de los estados eclesiástico y secular de la ciudad.
Habiéndose de volver el obispo á su casa pidió al padre guardian que le diese el hábito con que murió: respondióle cómo se le habian llevado á pedazos, y otros cuatro que le habian puesto, como su señoria habia visto, pero dióle una capilla del hábito con que dormia. Recibióla con mucha veneracion, y llevándola la aforró de brocado con pasamanos de oro, y la puso en un rico escritorio estimándola por reliquia. Decia <297> despues de muchos años que vivió, que era gran parte para que nuestro Señor le diese salud, y hubiese vivido muchos años. Todos aquellos dias las conversaciones eran tratar de la vida y muerte del bendito padre, y encomendarse á el en las necesidades de salud y otras que se les ofrecian á los fieles. Fué innumerable la multitud de luces que acompañaron al santo cuerpo desde que esperó hasta que lo enterraron, porque no solo la gente de la ciudad de todos estados acudió con su devocion, sino toda la comarca y pueblos de indios parece que se habian despoblado viniéndole á ver difunto, con que los caminos parecian hormigueros segun los indios y indias que iban y venian por ellos luego que corrió la voz de su dichoso tránsito. Murió año de mil seiscientos diez y nueve, lúnes á dos de setiembre entre la una y las dos del dia, teniendo noventa años de edad, setenta y cinco de religion y. cuarenta y siete de esta provincia de Yucatan: dichosa mil veces en haber tenido tal padre y prelado que la gobernó, y despues tantos años la ilustró con su santa vida y ejemplo, y hoy podemos esperar en la divina clemencia está en la gloria, siendo nuestro patron y abogado ante la presencia divina, cuya piedad nos conceda imitemos su santa vida, para que consigamos, muriendo en servicio de la Majestad de Dios, el premio prometido á los que corresponden á la vocacion con que para este fin nos llamó á la religion de nuestro padre S. Francisco, en la cual nos dé su gracia.
CAPITULO VEINTE Y UNO.
De otras maravillas que califican su virtud,
y testimonio que de ella dió el obispo D. Fr. Gonzalo de Salazar.
Como la vida de nuestro venerable y santo padre Fr. Pedro Cardete habia sido tan ejemplar, y su virtud tan notoria, así á los seculares como á los religiosos, la devocion con que en su muerte todas le veneraron fué tan fervorosa como se ha dicho. Pocos dias despues que pasó de esta presente vida, se pidió por peticion de parte de esta provincia al obispo D. Fr. Gonzalo de Salazar, hiciese informacion jurídica de todo lo mas que queda referido, y por no poder personalmente hacer el exámen de los testigos, cometió la causa al doctor D. Gaspar Nuñez de Leon, arcediano de la santa catedral, y al doctor Francisco Ruiz, canónigo de ella, provisor y vicario general del obispado, que los examinaron. Despues los dos testificaron ante su señoría lo que sabian y vieron de la santa vida y muerte de nuestro bendito padre. Muchas maravillas se pudieron entónces comprobar segun la voz comun de todos, que juzgo se deja de hacer por la cortedad del interrogatorio que con el pedimento se presentó. Nuestro Señor sabe como dispone semejante materia, y así no digo mas de lo siguiente.
Despues de muerto el santo varon, manifesto tambien la Divina Majestad los méritos de su siervo. La madre Maria de Santo Domingo, una de las fundadoras del convento de la ciudad de Mérida, y de quien se hace despues memoria, testifico que habiendo tenido suerte de alcanzar un pedazo de hábito y cabellos del cerquillo de la corona del bendito padre, y un lienzo con sangre de la que le habia salido de los dedos que le cortaron, venerándolos, dice, por reliquias de santo. Con esta fé dos dias despues de su <299> dichosa muerte, estando hincada de rodillas en su celda teniendo las reliquias en sus manos, se encomendó al dicho P. Fr. Pedro Cardete, y haciendo exámen de su conciencia de aquel dia por ver si le faltaba de cumplir alguna de sus obligaciones, le dijo estas palabras. "Padre mio, ¿fáltame algo de rezar?" Y luego inmediatamente oyó una voz que le dijo clara y distintamente: "reza vísperas de la Concepcion." "Y al punto se acordó que no las habia rezado, que era sábado y conforme á su instituto dia de obligacion de rezarlas." Y así lo hizo, mandando luego encender candela, con lo cual quedo muy consolada y mas firme en la fé y devocion con este siervo de Dios.
A un religioso nuestro llamado Fr. Diego QuiJada Zetina, le dió un gravísimo accidente de que enloqueció, y estaba tan furioso que lo tenian atado, porque no le podian valer con él, así en dichos como en hechos. Habíanlo llevado á casa de una hermana suya, llamada Da. Francisca del Castillo Zetina, la cual estaba con mucha pena de ver á su hermano de aquella suerte, sin remedio humano á su parecer. Acordóse que tenia un dedo ó una de los que al siervo de Dios habian cortado, y sacándola de una arquita, donde la tenia guardada, la ocho en el agua que habia de beber su hermano. Luego que la bebió volvió en su acuerdo el religioso, y cobró su entero juicio. Testifico este milagro el Dr. D. Pedro Sanchez de Aguilar, siendo yá canónigo de las Charcas, y dice en su deposicion que se holgó de oir referir esta maravilla que Dios obró por méritos de su siervo Fr. Pedro Cardete, y que aunque aquella señora le encomendó el secreto, por que su hermano no gustaba de que se supiese que habia estado loco furioso, no se atrevia á callarlo en su declaracion, porque ya sabia que era público porque otras personas se lo habian referido, y así declare ser la persona que se ha dicho. <300>
Todos los que conocieron á este siervo de Dios tuvieron gran concepto de su mucha santidad, y así refiere el padre rector Tomas Dominguez en el fin de su declaracion estas palabras: "Demas de lo que ha dicho este testigo en su dicho, dijo y declaró: Que estando en la ciudad de México de partida para venir á esta provincia á la fundacion del colegio de la compañía de Jesus, le dijo el padre maestro Pedro Diaz de la misma compañía; tan conocido en esta dicha ciudad y provincia por su autoridad, santidad y letras, que fué amigo íntimo del padre Fr. Pedro Cardete, y que trató con el las cosas de su espíritu, por animar á este testigo á esta empresa, estas palabras: Vayan en hora buena muy consolados, que allá hallarán al viejo Cardete, hombre de gran virtud y santidad. Y habiendo llegado á esta ciudad este testigo y sus compañeros, echaron de ver en cuánta razon habia fundado el padre maestro Pedro Diaz la grande opinion y estima que tenia de la santidad del dicho padre Fr. Pedro Cardete."
El obispo D. Fr. Gonzalo de Salazar, que cuando el siervo de Dios murió habia yá años que estaba en este obispado, y le comunicó mucho y visitó muchas veces, despues de hecha la informacion que se ha dicho, y habiéndola vista, la autorizó con su testimonio, que dió en la forma siguiente.
"Nos el maestro D. Fr. Gonzalo de Salazar, por la miseracion divina y de la santa sede apostólica de Roma, obispo de estas provincias de Yucatan, Cozumel y Tabasco del consejo de S. M. &c. Visto por nos la informacion dada por el padre Fr. Juan de Arellano, guardian del convento del seráfico padre S. Francisco de esta ciudad, atras contenida, decimos que los testigos en ella presentados son personas honradas y principales de entera fé y verdad. Y certificamos que de tiempo de mas de diez años á esta parte que venimos á este nuestro obispado, y conocimos al padre Fr. Pedro Cardete, nos fué público <301> y notorio la entereza, santidad y religion con que siempre procedió hasta el fin de su vida. Y las veces que le visitamos experimentamos ser religioso santo de toda virtud, porque en sus palabras tan compuestas y macizas, en su virtud tan penitente y religiosa, nos constó ser uno de los santos religiosos que ha tenido la órden del seráfico padre S. Francisco en esta provincia. Y como tal le estimamos y veneramos con toda devocion, porque el esplendor de su vida movia á nuestro interior espíritu para tratarle con el respeto y veneracion de siervo de Dios. Con cuya fé nos hallamos á las obsequias y entierro de su cuerpo adonde se movió toda la ciudad. Y lo que mas causó en nos, y en todos generalmente, fué estar el dicho su cuerpo al cabo de mas de veinte horas de su fallecimiento, tan flexible, tan amoroso y tratable, que se dejaba gobernar sus miembros y coyunturas con muy grande facilidad: cosa extraordinaria y particular en esta tierra, donde por ser caliente á las ocho horas los cuerpos se corrompen y quedan tiesos. Y teniéndole como siempre le tuvimos por varon santo, con toda veneracion le besamos las manos, y procedia del dicho cuerpo un olor suave, que demostraba estar su alma en verdadero descanso. Todo lo cual certificamos y interponermos en los dichos autos, y esta nuestra certificacion, nuestra autoridad, y lo firmamos de nuestra mano en esta muy noble y muy leal ciudad de Mérida de Yucatan en treinta y un dias del mes de diciembre de mil seiscientos y veinte años. Fr. Gs. Eps. Yucatan. Por mandado de su señoría reverendísima el obispo mi señor. Gaspar Gallo, secretario."
Estuvo el santo cuerpo en la caja, que se puso al pié del altar de la madre de Dios, desde el año de mil seiscientos diez y nueve en que murió hasta el de treinta y uno, que por órden del mismo obispo D. Fr. Gonzalo de Salazar, que le habia sepultado (como se dijo) <302> fué sacado de la sepultura, y trasladados sus huesos en otra caja mas adornada, y para que estuviesen con mas veneracion colocados en un hueco que se abrió en la muralla de la iglesia, por no haber otro lugar mas cómodo. Asistió á la traslacion de los huesos el obispo, continuando su devocion con todo su cabildo y la mayor parte de los vecinos de la ciudad. Iluminóse todo el circuito del hueco, y púsose delante de la caja una reja de hierro matizada de verde y el retrato del bendito padre, que se ve su efigie. En lo superior un rótulo de letras grandes de oro, que dan testimonio de esta traslacion, y como fué allí puesto por órden del obispo, En el archivo de provincia quedo uno auténtico de todo, para que siempre conste de lo actuado hasta aquel punto, por lo que Dios nuestro Señor fuere servido de disponer en lo futuro para gloria suya y honra de su siervo.
CAPITULO VEINTE Y DOS.
De un gobernador interino y una cédula real
sobre las vacantes de indios,
y súplica que se hizo de ella.
Queda dicho en su lugar cómo murió el gobernador Francisco Ramirez Briseño á siete de diciembre de mil seiscientos diez y nueve años, por lo cual quedaron gobernando los alcaldes ordinarios, cada uno en su jurisdiccion y distrito, segun el órden de la real cédula para este caso librada por el rey, y en que da autoridad al virey de la Nueva España para que envie gobernador á este reino de Yucatan, en el interin que S. M. provee sucesor propietario. Ocho meses ó casi nueve pasaron hasta llegar á la ciudad de Mérida el capitan <303> Arias Conde de Losada y Taboada, que habia sido castellano de la fuerza de S. Juan de Ulúa, al cual despachó el marques de Guadalcazar, virey de la Nueva España, para gobernar esta tierra. Diósele el título en México á ocho de julio de mil seiscientos y veinte años, y fué recibido en Mérida al gobierno á tres del mes de setiembre siguiente. Diósele tambien título de capitan general, que presentó juntamente con el de gobernador, siendo ámbos obedecidos. Gobernó hasta el mes de setiembre del año siguiente de mil seiscientos veinte y uno, que vino sucesor de España nombrado por el rey. Dió luego que llegó título de teniente general de esta gobernacion al licenciado Agustin Prolongo de Villanueva, que fué recibido al ejercicio de su oficio el mismo dia que el gobernador Arias Conde de Losada.
Habia venido una cédula por la cual el rey mandaba al gobernador Francisco Ramirez Briseño, que se pusiesen en su real caja y asignasen para su corona, veinte y cinco mil pesos de oro comun de los pueblos que fuesen vacando de particulares encomenderos, y que hasta el cumplimiento de dicha cantidad no se encomendasen indios que vacasen en particulares personas. Sintióse esto mucho en esta tierra, porque los pobres descendientes de los conquistadores viven con algun consuelo esperando estas vacantes hasta que les toca parte de ellas; merced hecha del invicto emperador Cárlos Quinto nuestro rey y señor, confirmada por el prudentísimo Felipe Segundo, y continuada por el mismo Felipe Tercero que ahora daba este nuevo órden. El cabildo, justicia y regimiento de la ciudad de Mérida, considerando no ser posible sustentarse esta tierra en lo comun con algun lustre, si las encomiendas de indios no se diesen á los vecinos de ella, y en lo particular tantos á quien nuestros reyes con su benignidad han dado por beneméritos de renumeracion á sus servicios, destituidos de amparo por la mucha pobreza y <304> poca ó ninguna comodidad para valerse de otras haciendas; rogaron al gobernador que obedeciendo la cédula con la reverencia debida, se suspendiese la ejecucion, hasta dar aviso al rey, en su real consejo de las Indias, de los graves daños que á esta tierra resultaban llevando á ejecucion la real voluntad por dicha cédula declarada.
Vacó, habiendo venido á este gobierno el castellano Arias Conde, la encomienda del pueblo de Sinanché, y determinó ponerla en la real corona, como por la cédula se ordenaba. Manifestóle el cabildo el daño que á esta tierra se seguia y rogóle que no la ejecutase hasta que informado S. M., como se ha dicho, declarase su voluntad, reconocidos los inconvenientes que de la ejecucion se originaban. No atendió el gobernador á ellos, ni á la suplica (que hay muchos ministros que cifran toda la suma del buen gobierno en acrecentar el real fisco aunque sea con daño de los vasallos, lo cual reconociéndolo nunca es la voluntad de nuestros piísimos reyes se ejecute) y de hecho la puso en la real corona. Vino despues por gobernador propietario D. Diego de Cárdenas, y representándole la ciudad los inconvenientes que dimanaban de la ejecucion de la cédula, expresados en el informe que le hizo al rey sobre ello, y se referirá luego, reconocidos por verdaderos, le dictó á este caballero la grandeza de su nobilísima sangre, y ascendencia de progenitores ilustrísimos, que tendria por bien S. M. no se ejecutase su real cédula tan en perjuicio de sus vasallos y daño comun de esta tierra, y no se engañó en el concepto que habia formado.
Aunque estaba yá la encomienda dicha de Sinanche puesta en la real caja, que tenia posesion de ella, la encomendó á un benemérito pobre descendiente de conquistadores y en las demas que en su tiempo vacaron prosiguió de la misma forma, remediando muchas doncellas nobles, pero pobres, que al abrigo de las rentas <305> que les encomendó, se casaron con personas de su calidad (que de otra suerte hubieran acabado su vida en miseria y desventura,) y lo mismo otros hombres nobles, á quien dió algunas que con ellas hallaron mujeres iguales en calidad, para contraer matrimonio y posterizar su nobleza. No obstante que la encomienda de Sinanche se saco de la real caja para un particular benemérito, y las demas se dieron contra el órden de la cédula referida, el rey nuestro señor D. Felipe Cuarto (que hay vive y Dios guarde muchos siglos) con su real benignidad V. magnífica clemencia las confirmó todas, dándolas por bien encomendadas, aunque era en diminucion de su real fisco, por ser en beneficio de sus vasallos. Cuánto se deba reverenciar esta piedad, ella misma lo manifiesta. Nació S. M. (como yá dije) nobilitando esta tierra, y en especial á la ciudad de Mérida con tan sublimado título y honorificas armas: ¿qué puede esperar de su grandeza sino continuacion de favores? Lo que yo presume es, que falta quien con veras los solicite, y reciban esta advertencia (nacida de buena voluntad) los ciudadanos, que ya lo he dicho á algunos de los que he vista gobernar esta república. Aunque vino á residenciar á D. Diego de Cárdenas, particular juez, que fué un relator llamado el licenciado Mena, y resultó cargo de residencia de no haberse ejecutado esta real cédula, remitió el relator la resolucion de el á S. M., que usando de la misma benignidad con que confirmó las encomiendas, no le sentenció por el en cosa alguna, y solamente asignó tres encomiendas que se gozaban en última vida, para que cuando vacasen se pusiesen en su corona. Lo que la ciudad representó al gobernador Arias Conde, á que no dió oidos, y despues al rey, que como tan piadoso sin duda los miró con ojos de padre, constan del informe que se le hizo, y esta copiado en el libro de cabildo de la ciudad, donde despues del preámbulo requisito, dice lo siguiente. <306>
"Que los conquistadores vivieron con solas las confianzas del premio de sus servicios tan pobremente, que en sus muertes no dejaron sino muchas deudas, obligando á sus hijos á la paga de ellas, sin dejar algunos bienes que les pudiesen heredar, mas que los méritos y servicios, muriendo pobres y en una tierra casi olvidada de las otras, y sus trabajos y hazañas sepultadas en olvido. Bien diferentes de sus compañeros que se fuéron al Perú que fundaron casas nobles y estados que los conquistadores de aquí dejaron de hacer, y estimaron mas de su rey y señor el servicio y prémios que esperaban suyos. Y habiendo sido tan fieles, que desde que se descubrió esta provincia jamas ha interrumpido este celo, por lo cual merecieron el título y privilegio de muy noble y leal ciudad de Mérida, y escudo de armas de reino fiel y de vasallos celosos del real servicio; y si ahora se les revocasen las mercedes y prémios prometidos, señalados y diputados en las vacantes de indios, afectadas para solo este efecto, seria haberles honorificado solo de palabra y con sola el nombre, aceptando el merecerlo, y quitárselo de hecho y dejarlos sin esperanza de remuneracion merecida por sus servicios, y miserables desterrados, sin haber cometido delito, y tales como en este propósito adelante se verá. Porque si la real cédula se cumpliese y se metiesen los veinte y cinco mil pesos de renta en la real caja, que conviene á saber es la tercera parte de todas las encomiendas que hay en esta gobernacion, y quede la otra tercera parte, que ha vacado por muerte de los beneméritos, quedando sus descendientes pobres."
"S. M. ha hecho merced á las personas que se ha servido de fuera de esta provincia de once mil pesos de renta. A D. Bernabé Vivanco dos mil ducados, al adelantado D. Alonso Suarez de Solis, tres mil ducados, y lo restante, á D. Diego Garcia de Montalvo, que hacen los once mil pesos de renta cada año. Y estando la otra tercera parte en primeras <307> vidas, de solo la otra tercera parte, y poco mas que queda, es de quien se esperan las vacantes, que dará poco mas de los dichos veinte y cinco mil pesos que S. M. manda meter en su real caja. Y cuando algo sobrara (que no hace) habia de ser aguardando mas de sesenta años, y muertes ajenas de sus propios parientes, para que pudiera haber tiempo en que les alcanzara y cupiera algo, en el cual tiempo se habrán acabado de morir todos los pretensores beneméritos á las dichas encomiendas. Y es un camino el cumplimiento de la dicha real cédula, cierto claro y sin opinion ni duda, por donde se les ha quitado todas las encomiendas de una vez, para siempre jamas, revocándoseles todas las mercedes y promesas contenidas en tanto número de cédulas, y quitado poder tener en ningun tiempo esperanza de premio, obligándoles á que se desnaturalicen de sus patrias, sin haber conocidas otras, que tendrán por menor mal la muerte que ir á servir en las ajenas, personas nobles y que toda su vida sin haber hecho otra cosa se han ocupado en servir á su majestad, y en cosas de tanta importancia y calidad."
Parecióme hacer descanso en esta congoja y solícito cuidado, cuando los considero discurriendo en ella para manifestarla á nuestro rey y señor, y confieso que me da pena, porque me ha sustentado esta tierra veinte y dos años; y así terminando este capítulo tambien, por no alegarle demasiado, referiré en el siguiente las demas razones que hicieron manifiestas en la materia. <308>
COGOLLUD.TM2 Continued
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