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Combined Dictionary-Concordance of the Yucatecan Mayan Language
CAPITULO DIEZ.
Lo que sucedió á los religiosos con el Canek,
quebrada yá el ídolo, y cómo volvieron á Tepú.
Pasado lo referido en el capítulo antecedente, volvieron los religiosos á la casa de su hospicio, descansaron un rato, y luego fuéron á ver al Canek, que aunque yá lo sabia, y ellos se lo dijeron, no habló palabra ni mostró enojo por ello, con que los demas viendo á su cacique sosegado se acabaron de quietar, y no <234> les hablaron mas palabra, aunque no dejó de admirar al Canek que se hubiesen atrevido á aquello los religiosos. Hízolos sentar en uno como forma de trono pequeño en que solia estar, y él se levantó y puso en medio de ellos. Platicaron estando así gran rato de las cosas de Dios, lo bien que haria en ser cristiano y aconsejar á los suyos que lo fuesen, pues lo habian prometido en tiempo de su padre á D. Fernando Cortés cuando paso por allí, y que mirase que los señores y caciques deben guardar su palabra. Que bien sabia, y tenia noticia de esto, y que algunos de sus principales que recibieron á Cortés eran vivos, y que vieron la obediencia que su padre Canek y todos los de la isla dieron al rey de los españoles, haciéndose sus vasallos. Que entónces se habia dicho misa allí en su tierra, y pidieron á D. Fernando Cortés el santo bautismo, diciendo querian ser cristianos, y quedo una cruz puesta en el pueblo en señal de ello. Que debian cumplir esta palabra, pues yá era tiempo y los tenian allí, que para eso solamente habian ido. A esto respondió el Canek que no habia llegado el tiempo en que sus antiguos sacerdotes les tenian profetizado que habian de dejar la adoracion de sus dioses, porque la edad en que estaban al presente era la que ellos llaman oxahau (Ox Ahau Katun) (que quiere decir tercera edad), y que no se llegaba tan presto la que les estaba señalada. Pidióles que no tratasen por entónces mas de ello, que se volviesen al pueblo de Tepú, y que en otra ocasion irian á su isla á verlos. Con todo esto, fué el primero que recibió una cruz que le dieron, y despues de él la recibieron otros indios. Dioles permiso para que los dias que allí estuviesen en su hospicio se cantase la doctrina cristiana en séptimo tono como se acostumbra en esta provincia, y el que la cantaba á los demas tuviese una cruz en la mano. Dice el padre Fuensalida que á su parecer se holgó el Canek que el padre Fr. Juan <235> de Orbita hubiese quebrantado el ídolo Tzimin Chac, porque á la verdad deseaba ser el primero en recibir el santo bautismo; pero ó por temor de los suyos, ó otra causa que no alcanzo, no llegó á ejecucion ni dió lugar para mas de lo referido.
Pasando algunos dias, y viendo los religiosos que no podian adelantar mas la ejecucion de su buen deseo, determinaron, por no alterar mas á los indios entónces, de volver al pueblo de Tepú, para desde allí granjearles las voluntades con suavidad y paciencia. Previnieron los indios que con ellos habian ido una canoa, y los itzaes dieron á los religiosos algunas figuras de sus ídolos, que las trajeron acá á la provincia para que se viesen, y algunas de sus ropas que usan, que son unas mantas como los hayates de los indios de acá, muy bien labrados y tegidos de diversos colores, cuyas labores parecen á las del damasca. Otras como de cuatro varas de largo y una tércia de ancho, labradas, y en los extremos mucha plumería de diversos colores, con las cuales se ciñen para cubrir las partes verendas, y esta es su mayor gala porque no traen otro vestuario. Despidiéronse del Canek y demas principales sin quererles dar indio alguno que viniese con ellas, y embarcándose comenzaron á navegar la laguna Algunos indios que debian de ser de los mas apesarados por lo del ídolo, les tiraban piedras desde la ribera hasta que se apartaron algun tanto de ella, y entónces se fueron haciendo grande algazara y mofa de los religiosos. Bien descuidados iban cuando vieron salir de parte de mano izquierda dos canoas. Venian los religiosos atravesando al occidente, y como salieron de lado bogando con gran fuerza, en menos de una hora dieron con la canoa de los religiosos. Venian las otras dos llenas de indios con sus arcos y flechas todos untados de negro, cara y cuerpos, con cabelleras largas (costumbre de todos ellos), con que su aspecto era horrible porque parecian <236> figuras de demonio. Luego que llegaron, puestas las flechas en los arcos amenazaron con mucha ira á los religiosos, diciendo que los querian matar. Con buenas palabras que les dijeron, y en especial un indio de los nuestros llamado Gaspar Cetzal, llamando de tio al que los capitaneaba, y diciéndole que ¿por qué los queria flechar pues yá se iban? Con grande enojo le dijo: Pues no traigais mas acá otra vez á esos xolopes, que así nos llaman á los españoles desde que vieron á los primeros comer anonas, que es fruta de tierra caliente. Fué Dios servido que con aquello los dejaron. Dice el padre Fuensalida que tuvo por cierto que entónces les quitaran la vida que tenian ofrecida á Dios por su santo amor, segun las muestras que daban de querer flecharlos, pero que no lo merecieron, y lo atribuye á sus pecados, diciendo: "Hágase la voluntad del Señor, que sabe para que le guarda."
Libres ya de aquel peligro prosiguieron su viaje, y llegaron al desembarcadero donde cuando iban dijeron misa. Los indios de Tepú tenian gran recelo no viniesen los itzaes aquella noche á matarlos, ó por lo menos hacerles algun daño, y robar los ornamentos con las demas cosas que traian. Por esto acordaron retirarse algun tanto el monte adentro, apartados del camino para dormir con mas seguridad aquella noche. Aunque estuvieron con cuidado toda ella velando por sus horas, no hubo rumor que se le aumentase, con que pasaron hasta la mañana, y despues en cuatro dias llegaron al pueblo de Tepú. Fuéron bien recibidos de los indios, que se alegraron viéndolos libres de los peligros del camino y de que no los hubiesen muerto los itzaes. Sucedia esto á principios de noviembre, dejando puesto al pueblo nombre de S. Pablo de Itzá, y elegido al santo apóstol por patron de aquella isla. Habiendo descansado dos ó tres dias, dijo el padre Fuensalida al padre Orbita que le parecia necesario volver á la provincia <237> á dar cuenta al provincial de lo que les habia sucedido, y tambien al señor obispo, para que ámbos solicitasen el favor del gobernador, con que los indios les diesen mas ayuda. Ocasionaba esta deliberacion la experiencia, porque cuando no ven carta ó mandamiento suyo, no hacen cosa á derechas; y como los indios de Tepú no la habian visto, no hacian diligencia alguna con los itzaes que fuese favorable á la pretension de los religiosos. Los vecinos de Bacalar españoles como vieron tambien que iban sin órden del gobernador, no solamente no alentaban á los indios, pero algunos desayudaban y llegaban á ser contrarios al intento. El beneficiado y su compañero no llevaban bien que estuviesen los religiosos de residencia en el pueblo de Tepú, como era de su partido, y habian hecho despacho á Mérida, valiéndose de algunos de los prebendados, para que se mandase retirar los religiosos, y que se viniesen á la provincia. Solo en el obispo tuvieron favor permanente, porque sabiendo lo que pasaba por parte del beneficiado, sintió tan mal del impedimento que ponia, solicitando que se volviesen los religiosos, que le escribió una carta con asperas reprension, por pedirlo, mandándole que no tratase mas de ello, porque le traeria á la ciudad de Mérida, para que no saliese de ella sin órden suyo, miéntras necesitasen estar en Tepú los religiosos. Tenia tanta satisfaccion del proceder de los dos que allá residian, que una vez importunándole sobre lo pedido por el beneficiado, dijo á los que se lo pedian. "¿Cómo tengo de retirar á los padres que están en Tepú, que por mi consagracion que merecen la mitra que tengo, mejor que yo?" y otras muchas razones equivalentes á estas.
Por evitar todos estos inconvenientes, convinieron en que quedándose el padre Orbita en Tepú, para administrar aquellos indios, y que no entendiesen desistian del intento con que fueron, el padre comisario Fuensalida <238> viniese á la provincia. Al siguiente dia dijo misa, encomendando á Dios el buen suceso de su jornada, y dejando al padre Orbita en Tepú, acompañado de algunos indios, se embarcó; y por los parajes donde habian ido bajo á la villa de Salamanca de Bacalar. Hospedóle en su casa y regalóle con mucha caridad el padre beneficiado los dias que allí estuvo, y no se olvido, siendo agradecido, de visitor á su bienhechor el alcalde Andres Carrillo que los habia llevado, y así luego que llegó le fué á ver. Holgóse mucho el alcalde con su presencia, porque estaba receloso no los hubiesen muerto los itzaes. Era ya por la festividad de nuestro glorioso S. Diego, que comunmente llaman de Alcalá (mi patria), cuándo se vela en esta tierra aquella cometa grande, que se dijo fué pronóstico de las muertes de nuestro muy santo padre Paulo, papa quinto, y de nuestro católico rey y Sr. Felipe tercero, que este en gloria, y era como una hoja grande de palma encendida. Por este tiempo, pues, salió el padre Fuensalida para la ciudad de Mérida, y llegó á ella en la ocasion que con piadosísimo afecto se trataba de hacer el voto público y solemne en la santa catedral de ella, de defender el misterio de la inmaculada Concepcion de la Vírgen Santa Maria madre de Dios y señora nuestra, concebida sin macula de pecado original. Fué grande el gozo que el obispo y provincial tuvieron con la llegada del padre comisario Fuensalida, de quien luego supieron lo que les habia sucedido en los itzaes; pero no trataron por aquellos dias de la materia con singularidad, ni del despacho que se le habia de dar para que volviese, hasta que se celebrase la dicha festividad; y pues ella lo interrumpió, no será mucho que la narracion pase en el capítulo siguiente á referir cómo se hizo el voto y las fiestas con que se celebró, para mayor solemnidad suya.
CAPITULO ONCE.
Hacen los estados eclesiástico y secular voto público
de la pureza de la Concepcion de la Madre de Dios.
El afecto de los fieles á la veneracion de la reina de los ángeles Maria santísima madre de Dios y señora nuestra, se aumentó tanto en estos tiempos, que lo que hasta entónces era devocion voluntaria en el sentimiento del misterio de su purisima Concepcion, quiso piadosamente pasase á obligacion precisa, obligándose con voto público al sentir de su pureza, aunque con humilde y católico rendimiento á la determinacion de la santa sede apostólica romana, acerca de la verdad del artículo. Imitando, pues, la piedad cristiana de los fieles de estas provincias la que en otras muchas se habia ejecutado de hacer este voto, resolvió que el dia de la festividad suya se votase públicamente el sentimiento que tenian de la pureza de este misterio. Llegado, y prevenidas las vísperas con la solemnidad y grandeza mayor que el cabildo eclesiástico de la santa iglesia catedral pudo, en que con singulares demostraciones manifesto su piedad, le votaron como consta del auto de su libro de cabildo por las razones siguientes.
"En la muy noble y muy leal ciudad de Mérida de Yucatan de las Indias, en ocho dias del mes de diciembre de mil seiscientos diez y ocho años, dia en que se celebra la limpia Concepcion de la madre de Dios, y estando en la capilla mayor de la santa catedral de este obispado, celebrando su reverendísima el maestro D. Fr. Gonzalo de Salazar misa de pontifical; el venerable cabildo de esta santa iglesia, habiendo tratado con su señoría reverendísima hacer el juramento y protestacion de tener y creer y enseñar en las cátedras y púlpitos, y en las partes y lugares públicos y secretos, <240> que la madre de Dios fué concebida sin pecado original. Y por su reverendísima visto y aprobado su santo celo é intento, dijo ser lo que siempre habia tenido y creido, y quiere protestarlo y jurarlo, y que los prebendados del dicho cabildo le hagan segun y cómo con su señoría lo tienen comunicado, para cuyo efecto se han juntado á celebrar este acto. En cuya consecuencia su señoría reverendísima poniendo las manos en un misal, que para este efecto en un sitial estaba puesto, hizo juramento solemne en la forma y manera que se leyó en latin y en romance por el canónigo Francisco de Aldana Maldonado, á voces claras é inteligibles que los dichos prebendados, clero y pueblo lo entendió, que es el siguiente."
Forma del juramento.
"Nos el maestro D. Fr. Gonzalo de Salazar por la gracia divina y de la santa sede apostólica, obispo de Yucatan, Cozumel y Tabasco, y nuestro venerable cabildo, y la muy noble y muy leal ciudad de Mérida de Yucatan, postrados á los pies de tu sagrada majestad, o Maria reina del cielo y tierra, celebrando los beneficios hechos á tu inmaculada Concepcion, siguiendo el comun sentir de las sagradas letras de los santos concilios, y principalmente del tridentino, y de los santísimos romanos pontífices, y de nuestro muy santo padre Paulo por divina gracia papa quinto, que en aquella festividad por particular afecto se ha mostrado, y de los muy aprobados padres, y tambien de los prelados que hasta hoy han sido de esta iglesia santa, con aplauso y aclamacion de todo el universo y pueblo cristiano, confesamos en este sagrado templo é iglesia catedral de esta muy noble y muy leal ciudad de Mérida en el dia solemnísimo de tu alegre y deseada festividad, que tú, oh madre de Dios, en el primer instante de <241> tu concepcion fuiste, por los méritos de nuestro Señor Jesucristo, hijo tuyo, y hijo de Dios, previstos en su eternidad, preservada de pecado original. Y protestamos y hacemos voto á Dios nuestro Señor, y hijo tuyo, de guardar y tener constantísimamente hasta lo último de nuestra vida esta sentencia, que inspirada del Espíritu Santo ha estado tan asentada en nuestros corazones. Y así en público como en secreto lo enseñarémos, cuanto en nos fuere, que los de nuestro rebaño así lo tengan, protesten y confiesen. Y así lo prometemos, juramos y hacemos voto. así Dios nos ayude y estos santos evangelios. La cual proposicion, voto y juramento sujetamos humildemente á los pies de nuestro santisimo padre Paulo, papa quinto, para que todas estas cosas se digne amplificarlas con su apostólica bendicion. Y así lo acordaron y firmaron. Fr. Gs. Eps. Yucat. D. Andrés Fernández de Castro, el doctor D. Gaspar Nuñez de Leon, el licenciado Bartolomé de Onorato, Francisco de Aldana Maldonado, doctor Francisco Ruiz Alonso López Delgado. Ante mí Nicolas de Tápia secretario."
Habiendo hecho este voto solemne el obispo y cabildo eclesiástico, le prosiguió el gobernador Francisco Ramirez Briseño, y todos los del cabildo secular, de uno en uno, y despues todo el resto de la ciudad, clamando en voz alta inteligible que así lo votaban y prometian, de que quedo testimonio auténtico en el libro de cabildo de la ciudad de Mérida, y le termina su escribano con dar pública fé diciendo: "Y hecho el juramento, y habiéndose leido en latin por el canónigo Francisco de Aldana en la parte y lugar donde se dijo la epístola, y por mí el escribano fué leido en público en romance como aquí se refiere, estando mucho número de gente española, así clérigos y frailes como seglares hombres y mujeres, á quien su señoría el Sr. obispo dijo que si lo querian mantener, <242> jurar y guardar. Y todos en voz comun y con sentimiento general, segun que se pudo entender, dijeron que así lo juraban levantando las manos y las voces. Siendo testigos Francisco de Sanabria y Santiago de Villalta escribanos por S. M., y los padres Alonso Rodriguez y bachiller Juan Cano, curas de la catedral de esta ciudad y de ello doy fé é fize mi signo. + En testimonio de verdad. Juan Bautista Rejon Arias, escribano público y de cabildo."
Demas del voto, se obligó la ciudad á la observancia del dia de esta festividad, como se observan las demas que en la iglesia comunmente se dicen de guardar, hacienda todos los años singulares demostraciones de festejos con fuegos y luminarias la noche de la Víspera, y despues del dia. correr toros en la plaza mayor para alegrar la ciudad, cuya fiesta está por cuenta del alcalde de segundo voto de ella.
Habia traido el gobernador Francisco Ramirez Briseño una relacion de la grandeza con que la ciudad de Sevilla habia festejado esta solemnidad y semejante voto; y así en las fiestas de la de Mérida procuraron sus caballeros imitarla. La víspera de la festividad fueron los artificios de fuego de pólvora muchos en la cuantidad, porque la devocion de los ciudadanos no reparó en gastar, sino en hacer ostentacion de cuán grande era en la cualidad del artificio fueron muy vistosos, y sin que sucediese desgracia alguna. Habiendo durado desde la oracion por largo espacio de tiempo en la plaza mayor, entró en ella una máscara muy lucida. Dábale principio la representacion de todas las naciones, dos de cada uno, vestidos en su traje á caballo con muy ricas libreas, llevando delante de sí cuatro vestidos á lo salvaje con hachas encendidas en las manos, y ellos tambien las llevaban en las suyas. Seguia á esta diversidad de naciones (que por serlo alegraba la vista) la ascendencia de los reyes progenitores <243> de la Purísima Vírgen ricamente vestidos á su usanza á caballo y con sus hachas encendidas, precediendo á cada dos otros cuatro en forma de salvajes, como los antecedentes. Venia inmediato á ellos un carro de vistosa fábrica y arquitectura, en cuyo remate estaba una imágen pequeña de aspecto muy hermoso, que representaba á la reina de los angeles, y á sus pies un dragon espantoso que en entrando en la plaza despidió por la boca muchas bombas de fuego, y de lo restante otras invenciones, sin que dañasen á persona alguna de las que iban en el carro, y á un lado del niño el glorioso patriarca S. José, esposo de Maria Santísima. Descendiendo en la segunda grada estaban sus felicísimos padres S. Joaquin y Santa Ana, y en cada una de las siguientes, de dos en dos, los principales santos y doctores que con singular piedad ilustraron y defendieron este misterio, con las vestiduras segun su estado de cada uno. En lo inferior venia un niño de poca edad, hijo del licenciado D. Antonio Triviño, teniente general de esta gobernacion, que representaba á nuestro sutilísimo Dr. Scoto. Fué cosa digna de admiracion la felicidad de memoria que en aquel niño se experimentó, porque habiendo llegado el carro á las casas reales donde los gobernadores viven, predicó un sermon comprobando la pureza de Vírgen Maria en su concepcion, que duro media hora, refiriendo en él muchas autoridades de la sagrada escritura y santos padres de la iglesia, con notable gracia y sin turbarse en cosa alguna; motivo para que todos los presentes alabasen á Dios y á su santisima madre; y acabado el sermon, hubo una música de varios instrumentos y buenas voces. A aquel carro seguia otro no ménos bien adornado en que venia uno que representaba al rey Asuero con mucha majestad y grandeza, y en él la figura que precedió á este misterio.
Para dar á entender que no solo la nacion española le celebraba y festejaba, sino tambien la de los indios, <244> seguia despues en unas andas ricamente adornadas uno que representaba al emperador Moctezuma vestido á su modo con muchas riquezas y vistosos plumajes. Llevábanle en hombros cuatro hombres, con muy lucidas galas y plumería como acostumbraba andar en su tiempo. Precedian á las andas diez personas con vistosas vestiduras á lo indio, que bailaban al uso mexicano delante de ellas. Por último, iba mucha gente vulgar con diversas invenciones y figuras ridículas, y así discurrieron por diversas calles de la ciudad alegrándola.
Pasado el dia de la festividad se corrieron toros, y hubo un juego de cañas. Entraron en la plaza mayor para ellas cuatro cuadrillas, cada una por su calle diferente: la una de encarnado y blanco la librea: la otra de blanco y negro: otra de amarillo y morado; y otra de azúl y blanco. Habiendo jugado las cañas con mucha bizarría, porque comunmente los hijos de esta tierra son muy diestros jinetes, les echaron un toro que los apartó, y que lo pago en breve tiempo matándole los caballeros á rejonazos. Otra noche de la octava hicieron una máscara los mulatos y negros con diversidad de invenciones, que dieron mucho que ver; y así todos manifestaron el piadoso afecto con que veneraban la pureza de la Virgen.
Aunque fué despues, por ser en esta materia, digo como tambien esta santa provincia de S. José de Yucatan de nuestra seráfica religion, estando junta celebrando capítulo provincial, hizo el juramento y voto solemne públicamente en la capilla mayor de nuestro convento, con asistencia de lo mas notable de la ciudad, dia domingo á catorce de mayo de mil seiscientos veinte y tres años, celebrándole los religiosos con todos los regocijos decentes á su estado, y alegraron la ciudad los caballeros de ella por su parte, renovando el piadoso afecto con que ántes le habian hecho. Hicieron los religiosos <245> el juramento, segun la forma contenida en la patente de nuestro R. P. Fr. Benigno de Génova, ministro general de toda nuestra sagrada religion, dada en Madrid á seis de noviembre de mil seiscientos veinte años, para que todas estas provincias le hiciesen en el primer capítulo provincial que celebrasen. Puse á la letra el que hicieron los cabildos eclesiástico y secular, por pertenecer á lo historiado de esta tierra, y no haberle hallado entre los que nuestra familia cismontana juntó para defensa del título de Inmaculada Concepcion de la Virgen Maria, en su armamentario seráfico.
CAPITULO DOCE.
Va el padre Fuensalida á Tepú segunda vez,
y descúbrese entre aquellos indios gran idolatría.
Pasada la ocupacion de la festividad dicha en el capítulo antecedente, informó muy por extenso el padre comisario Fr. Bartolomé de Fuensalida al obispo, gobernador y provincial, de todo lo sucedido en el viaje, y que esperaba en la divina misericordia ver la conversion de los itzaes, segun lo que con ellos habia comunicado, aunque los habian á la primera vista despedido, como se dijo. Presentó al obispo algunas de las vestiduras que le habian dado los itzaes, algunas figuras de ídolos y muchas piedras, de las que ellos aprecian por de valor, y entre nosotros no tienen estimacion si bien dice este religioso que algunas eran curativas de diversas enfermedades. Todos tuvieron mucho gusto con la esperanza que decia tener el padre comisario, y todos <246> le prometieron nueva ayuda para que entrase segunda vez á visitar aquellos infieles.
Dejamos al padre Orbita en el pueblo de Tepú solo con aquellos indios, y será bien referir yá qué le sucedia con ellos, miéntras despachan á su comisario en la ciudad de Mérida, para que vuelva á hacerle compañía. Luego que los indios vieron al padre Fr. Juan de Orbita solo, comenzaron á manifestar menos veneracion á su persona, que hasta entónces habian tenido, no acudian con el amor que solian, y le llegaron á perder el respeto algunas veces. Lo que mas sentia era ver que cuando se juntaban en la iglesia, no estaban con la reverencia al lugar sagrado que se debe, y en la asistencia á la doctrina no tenian la devocion que solian. Predicábalos y exortábalos á la enmienda con espirituales pláticas, tolerándolos con sufrimiento y paciencia, como enseñó el apóstol de las gentes. Encomendábalos á Dios con verdadero espíritu de caridad, y ellos perseveraban en su mal proceder, que era lo que mas sentia: de todo lo que le paso con ellos, hizo relacion por escrito á su comisario. El fin que los indios tenian en ello, era obligar al padre Orbita con aquel proceder á que los dejase y se viniese, porque entendian que el padre Fuensalida no habia de volver, y ellos deseaban vivir solos al antojo de su apetito, en la idolatría que despues se descubrió. El siervo de nuestro Señor perseveró con celo que tenia de la salvacion de las almas, ofreciéndose á Dios, por cuyo amor toleraba tantos disgusto como los indios le dieron.
Tenia el padre Fuensalida deseo de volver á la vista de su compañero, y así solicitó con brevedad su despacho por parte del obispo y provincial. Salió de la ciudad de Mérida á principios del año de mil seiscientos y diez y nueve, para ver al gobernador que estaba visitando los pueblos de la Sierra, y que le diese el favor, segunda vez prometido, y el mas necesario <247> para que los indios les diesen avío, y tratasen con respeto y fidelidad. Hallóle en el pueblo de Oxkutzcab y con mucho gusto le dió cartas para los españoles de la villa de Salamanca, y órdenes para los indios de Tepú y los demas pueblos de aquella jurisdiccion, que les acudiesen con lo necesario, aviasen de suerte que tu. viese efecto la segunda entrada de los religiosos, aunque se recelaba, y lo decia, que no tenia órden del rey para ello. Con este buen despacho prosiguió muy alegre su viaje, y en diez ó doce dias (por ir á pie) llegó á Salamanca, donde fué bien recibido. Con brevedad se embarcó para Tepú llevando el viaje que la primera vez: se dijo, y llegó á ver á su deseado compañero. Fué grande el contento que con su llegada tuvo el padre, que le refirió todo lo que le habia pasado con los indios, y ámbos se consolaron y consultaron el remedio.
Con la venida del padre Fuensalida, considerando que por mal tratamiento que hiciesen á los religiosos, no habia de faltar su asistencia; los indios que ántes andaban inquietos, y algo atrevidos con el padre Orbita, se sosegaron, acudian yá mas á la iglesia y doctrina, y servian á los religiosos con mas señales de amor; pero los mas de ellos estaban muy agenos del verdadero culto divino, como se experimentó en breve. Ocupábanse los religiosos mientras habia oportunidad de pasar á los infieles, en predicar y doctrinar los pueblos de Tepú, Lucú y Laczuc. Dilatóse algun tanto su partida, y por el mes de mayo de aquel año descubrió el padre Orbita una gran idolatria en el pueblo de Tepú, en que generalmente indios y indias de aquel pueblo estaban comprendidos. Halló gran cantidad de ídolos, y junto á casa del cacique, que habia sido D. Luis Mazun, (que como se dijo murió en la cárcel de la ciudad de Mérida) un retrete con algunos ídolos y vestiduras de sus sacerdotes dentro, que eran las que aquel cacique tenia, y estaban en poder de su mujer Da. Isabel Pech. <248> Llamáronla los religiosos, y preguntada cuyos eran aquellos ídolos y vestiduras, respondió que su marido las habia dejado allí y que eran de los itzaes, y aunque le dieron algunos azotes para que descubriese la verdad, no fué posible declarase mas de lo dicho. El padre Orbita con tanto espíritu predicó á los indios, que ellos mismos le manifestaron gran multitud de ídolos, tanto que dice el padre Fuensalida que parece no se puede contar, porque para cada cosa, que sentian tener necesidad, habian fabricado ídolos diferentes á quien recurrian. Todos los que se hallaron quebrantó el padre y arrojó á lo mas hondo del rio.
A esta sazon llegó á Tepú el padre Gregorio de Aguilar, beneficiado de aquel partido, y el alcalde de la villa de Salamanca con algunos españoles, á quien fué notoria aquella idolatria. Rogaron los religiosos al beneficiado que como su vicario concluyese la inquisicion de los culpados, y los castigase como mas bien le pareciese convenir. Hízolo así el beneficiado, y fuéron castigados, unos con azotes, los mas culpados; y otros con penas arbitrarias mas leves. Hízose un gran fuego en la plaza, donde se les leyó la sentencia, y fuéron quemados en su presencia algunos de las ídolos, que para este intento se habian reservado. Amenazóse á los idolatras que si reincidian en el delito habian de ser sentenciados á muerte, y que los habian de quemar como habian hecho á los ídolos. Ayudó mucho á la buena expedicion de este castigo hallarse allí el alcalde de Salamanca (de cuya jurisdiccion eran) con los españoles que habian ido en su compañía. No tenia á bien el beneficiado que el obispo le hubiese prohibido la administracion de aquellos indios, y tan al descubierto manifesto su sentimiento, que obligó al padre comisario que enviase á su compañero el padre Orbita, para que diese noticia de ello al obispo.
Salió de Tepú caminando á pié por Pascua de Espíritu <249> santo, y llegó á Mérida víspera de la festividad del Santísimo Sacramento, que parece cosa milagrosa tal brevedad siendo el camino tan largo y trabajoso; pero no era nuevo en el siervo de Dios hacer semejantes viajes que parecian milagrosos, ni fué este el último, como se verá donde se escribe su vida. Dió cuenta al gobernador, obispo y provincial de la ocasion de su venida, y de la gran idolatria que se halló en Tepú, y como quedaba corregida. Gobernador y obispo dieron nuevo órden para que los religiosos residiesen en Tepú, mandando á los indios asistiesen en todo lo necesario á los religiosos, y estuviesen sujetos á su doctrina. El obispo escribió reprendiendo asperamente al beneficiado por el estorbo que ponia. Mandóle expresamente que no fuese á aquellos pueblos, sin que fuese llamado de los religiosos, pues tenian á aquellos indios pacíficos y sujetos, remediado el contagio de la idolatría, y á los itzaes comunicables, pues (dice el padre Fuensalida en la relacion) segun lo que se acuerda habian venido algunos á Tepú en aquella ocasion, llamados de los religiosos. No habian procedido los indios miéntras fué el padre Orbita á Mérida con el descomedimiento que cuando quedó en Tepú, y acudian á la iglesia y doctrina con puntualidad, lo cual atribuye el padre comisario al haber visto que cuando volvió traia el favor del gobernador que antes no tenian.
Antes de llegar el padre Orbita á Tepú lo supo su comisario, y salieron él y los indios con mucha alegria, el rio abajo, á recibirle, y salido á tierra, dieron gracias á Dios por haberle traido con salud y tan favorables despachos. Luego pusieron toda diligencia en pasar á los itzaes, y el cacique y religiosos convinieron en que fuese un principal con cuatro ó seis indios á decir al Canek cómo querian volver á visitarle segun se lo habian prometido, y que si gustaba trajesen sus indios canoas al desembarcadero de la laguna. En pocos <250> dias volvieron los mensajeros, y con ellos algunos indios itzaes. Tratáronlos con mucho amor miéntras estuvieron en Tepú, persuadiéndolos siempre á que el gran deseo que tenian de ir á su isla, era para que entendiesen cuanto les importaba á sus almas la conversion á nuestra santa fé católica, de que para lo temporal les habia de resultar otro gran bien, que seria paz perpétua entre ellos y los chinamitas sus mortales enemigos. Porque recibiendo la fé tendrian á los españoles por sus amigos, que los defenderian de cualquiera que les hiciese algun daño en sus tierras y personas, como lo hacen en Yucatan con sus parientes los indios mayas, de quien sabian la paz y seguridad con que cada uno vivia en su casa quieto y sosegado. Que yá habian visto los que vinieron á Mérida como los indios tenian en sus pueblos caciques, alcaldes y demas justicias, que los gobernaban, de sus mismos naturales y otras comodidades para aficionarlos, y que ellos las significasen allá á sus paisanos. Oido por los itzaes, decian á los religiosos que fuesen, que allá darian noticia á su cacique Canek de todo lo que les habian dicho, y que ellos irian por delante á darle noticia como iban, y así vendrian indios con canoas y todo lo necesario, y con ellos los dos capitanes Ahau Ppuc y Ah Cha Tappol, y otro que se llamaba Cocom, que así lo habia dicho su cacique. Con esto se despidieron, y los religiosos quedaron muy contentos, previniéndose para su segundo viaje y entrada á los itzaes. <251>
CAPITULO TRECE.
Van los religiosos segunda vez á los itzaes,
que los reciben bien y los echan ignominiosamente.
Luego que los indios itzaes se despidieron, el cacique de Tepú previno la salida de los religiosos en su seguimiento, y partieron dentro de ocho dias, acompañándolos hasta cuarenta personas. Llevaron esta vez á los religiosos por mejor camino que la primera, porque donde se dijo que para dar vuelta á la laguna los trajeron dos dias perdidos por aquellas serranías, haciéndolos andar mas de doce léguas; ahora con media legua de camino los pusieron de la otra parte de la dicha laguna, llamada Sacpeten, en la de los itzaes, que se dijo llamarse Chaltuna. Es camino tan corto que suelen ellos llevar las canoas tiradas con bejucos de una laguna á otra, y así en esta ocasion manifestaron la verdad, y el camino derecho por donde ellos van, con que en breves dias dieron vista á la laguna de los itzaes. Estos cumpliendo la palabra que dieron, estaban yá allí con grandes y buenas canoas en que embarcaron á los religiosos y indios que con ellos iban, y llegando á la ribera, salió el Canek con todos sus principales á recibirlos, mostrando mucha alegria. Fueron hospedados como el año pasado, y ocho ó diez dias que estuvieron allí los indios de Tepú fueron bien tratados y regalados. Fué esta segunda entrada á principios del mes de octubre de mil y seiscientos y diez y nueve años.
Determinaron los de Tepú volverse á su pueblo dando por causa á los religiosos que era tiempo de recoger sus cosechas de milpas y cacabatales, que idos enviarian otros del pueblo que les hiciesen compañía. La verdadera ocasion era el recelo que tenian de los itzaes que sabian guardaban poca fé y palabra, y así aunque veian el buen trato presente, <252> ninguno del Tepú quedo con los religiosos. Solos yá, tenian todos los dias grandes pláticas con el Canek, con los capitanes y principales, exortándolos á que recibiesen la fé y el santo bautismo, enseñándoles la doctrina cristiana y misterios de ella. Asistian á las pláticas que se les hacian con atencion y sosiego, sin haber quien perturbase la predicacion evangélica, ni el rezo de las oraciones de que daban gracias á Dios los religiosos viendo tan buenos principios, y á los indios tan quietos, al parecer su conversion cercana. Con esta buena disposicion, en nombre del gobernador de estas provincias, capitularon con el Canek que se quedaria con el cacicazgo y gobierno como le tenian, por ser señor natural, y nombrarian alcaldes y demas gobierno como acá le tienen los indios. Que le sucederian en el cacicazgo sus descendientes y que á uno de ellos, el que nombrase, se le daria título de teniente para que le ayudase á gobernar. Que en diez años no pagarian tributo, y despues les señalaria el rey alguna cantidad moderada por haberse dado pacíficamente por sus vasallos y recibido el santo evangelio. Mandó el mismo Canek que se labrase una cruz y se levantase en alto junto á su casa para que allí le adorasen sus indios, conformándose con lo que les habian dejado dicho sus sacerdotes antiguos. Que levantarian la señal de la cruz, y que adorarian al verdadero Dios dejando sus ídolos. Nombro fiscales que asistiesen á los religiosos, para lo necesario á la iglesia y doctrina, y se daba órden para que el gobernador en nombre del rey confirmase la nueva eleccion y lo demas tratado entre los religiosos y itzaes.
Grandes esperanzas eran estas, y aun principios de la conversion de aquellas gentes, porque demas de lo dicho yá los indios comunicaban con mucho amor á los religiosos, y aunque el Canek los sustentaba, muchos indios y indias les traian tortillas de maiz, una bebida <253> que usan llamada pozole que se hace de ello, algunos huevos y pescado de la laguna en abundancia. El enemigo del linaje humano, sintiendo que los religiosos le quitaban aquella presa de las manos, y el principado que en aquellas almas tenia, incitó algunos malditos sacerdotes de aquella gentilidad contra los religiosos, y aunque habian atraido á su sentir algunos capitanes y principales, no se atrevian á manifestar su intencion viendo el afecto que el Canek mostraba á la religion cristiana. Como no habia olvidado el demonio cuán poderosa es la persuacion de la mujer para engañar al hombre, y que por medio de ella consiguió la perdicion de todos en nuestro primer padre, se valió ahora de la del Canek para que todo aquello se malograse. Recurrieron á ella los sacerdotes y halláronla fácil á la ejecucion de su dañado intento. Persuadiéronla á que dijese á su marido que echase á los religiosos de la isla, y los enviase á Tepú, porque de no hacerlo se habia de huir con su familia, yéndose con uno de los capitanes llamado Nacon Ppol, porque no querian ser cristianos. Ejecutólo la mujer, y para persuadirle mas le dijo que fuese á otro dia con ella y sus sacerdotes á su huerta y labranza, que estaba en tierra firme y allí ejercitaban sus idolatrías con bailes y embriagueces, y que allí veria y sabria cómo sus dioses no querian que estuviesen los religiosos entre ellos ni que fuesen cristianos sus indios.
Cuando esto pasaba habian yá venido tres indios del pueblo de Tepú á hacer compañía á los religiosos; y viendo un dia al amanecer juntas muchas canoas en la playa, y sabiendo que el Canek salia para su huerta con toda aquella gente, como sabian las idolatrías que en semejantes juntas acostumbraban hacer, no les pareció bien. Dijeron á los religiosos el mal fin que recelaban de aquella salida, en que fué lo mas del pueblo, sino algunas mujeres que se quedaron <254> en las casas. Todo aquel dia estuvieron los indios en la huerta del Canek, y los religiosos encomendándose á Dios y haciendo oracion por aquellas almas redimidas con la sangre preciosísima de Jesucristo Redentor nuestro, pidiendo no resultase su perdicion por fin de aquella junta. Lo que en la huerta del Canek hicieron, no supieron los religiosos: lo que vieron á la noche fué que volviendo á sus casas, ninguno los vino á visitar como solian, ni el Canek les envió á decir cosa alguna, con que presumieron la mala determinacion con que venian, aunque aquella noche estuvieron sosegados. Al siguiente dia por la mañana vinieron muchos indios armados á la casa de los religiosos, y sin hablarles palabra comenzaron á sacar toda la ropa y ornamentos, y llevarlo á embarcar. Luego les dijeron que se embarcasen con su ropa, y llevasen consigo los indios de Tepú que con ellos estaban, y se volviesen allá, porque ni querian ser cristianos, ni que estuviesen mas en su compañía. No estaba presente el Canek, y los religiosos quisieron verle para decirle cómo los echaban así de su tierra, sin haber dado cansa para ello, los indios no les dieron lugar, arrebatándolos con violencia para llevarlos á embarcar. El padre Fr. Juan de Orbita hizo alguna resistencia para que no le llevasen con tanta prisa, entendiendo con razones sosegarlos; pero llegó un indio gandul, que asiéndole de la capilla se la torció al cuello con tanta violencia, que le trajo al suelo, dejándole perdidos los sentidos, y él sacó en la mano la capilla hecha pedazos y la arrojó. Al padre Fuensalida, dice en la relacion, que aunque maltrataron, no fué tanto, y que todo lo veia y consentia el Canek, sin decir cosa alguna á los indios.
Embarcaron al padre Orbita privado de todos los sentidos, luego al padre Fuensalida, y despues á los tres indios de Tepú en una mala canoa, sin darles cosa alguna que comiesen, habiendo de pasar tanto despoblada <255> hasta llegar á Tepú, sin duda pareciéndoles que echados de aquella suerte perecerian en el camino con la hambre. Previnieron esto los indios recien llegados de Tepú, porque recogieron las tortillas y bebida de pozole que habian llevado, viendo la resolucion con que los itzaes echaban á los religiosos. Salieron á la laguna en su mala canoa, y yendo navegando recobró sus sentidos el padre Orbita, y cuando se vió que estaba sin capilla se maravilló mucho, y quedó tan triste como si hubiera cometido una grave culpa; pero diciéndole lo sucedido, se alegró mucho de haberlo pasado por amor de Dios, y remendó su capilla para ponérsela. Fué la Divina Majestad servida que se hallo bueno sin señal alguna en la garganta, ni lesion en parte de su cuerpo, habiendo recibido gravísimos golpes. Prosiguieron su camino sustentándose con aquella poca vianda que los indios sacaron, con el trabajo que se puede entender hasta llegar á Tepú. Allí los recibieron los indios con amor, y descansaron unos dias.
Gran desconsuelo les causo ver el poco fruto de sus trabajos, y la obstinacion de aquellos indios en su idolatría, y quedaron pesarosos de haber salido con vida de aquella espiritual empresa, en la cual desearon perder la temporal para hallar la eterna con la corona del martirio. Esta la concede la Divina Majestad á quien es servido y cuando es su voluntad, como tambien la conversion de los infieles á su santa fé, en el tiempo que su infinita sabiduría tiene previsto. No parecia el presente oportuno para proseguir, y no siendo su asistencia en Tepú para otro fin, aunque los indios le mostraban voluntad, determinaron volverse á la provincia. Dióles á entender el cacique y principales que sentian los indios se viniesen; pero dice el padre Fuensalida que presume se holgaban (aunque el cacique era buen cristiano) por quedarse solos á vivir á su gusto. No es esta presuncion sin fundamento, <256> pues pasados diez y seis años todos ellos apostataron y se huyeron, como se dice adelante. Finalmente, los religiosos se vinieron á la villa de Salamanca, y de allí bajaron á la ciudad de Mérida donde supieron estaba su prelado. Llegados que fueron, los recibió como padre benigno á hijos que venian de tan santa ocupacion, agradeciéndoles los trabajos que habian pasado en ella por amor de Dios y por la obediencia.
CAPITULO CATORCE.
De dónde son originarios los indios itzaes,
y algunas cosas suyas y de otras naciones vecinas.
Estos indios itzaes son de nacimiento yucatecos, y originarios de esta tierra de Yucatan, y así habian la misma lengua maya que ellos. Dicese que salieron del territorio y jurisdiccion que hoy es de la villa de Valladolid, y del pueblo de Chichen-Ytzá donde hoy permanecen unos de los grandes edificios antiguos que se ven en esta tierra, y tanto admiraron cuando se descubrieron estos reinos, como se dijo en otra parte, y tambien salieron con ellos otros de pueblos comarcanos. Dice el padre Fuensalida que cien años ántes que viniesen los españoles á estos reinos, se huyeron de Chichen-Itzá en la edad que llaman ellos octava, y en su lengua Uaxac Ahau (Uaxac Ahau Katun), y poblaron aquellas tierras donde hoy viven. Su fuga á isla y partes tan escondidas fué sabiendo por las profecías que tenian, y quedan referidas en el libro segundo, que habian de venir de las partes del oriente gentes de una nacion que habia de dominar esta tierra. Conservan hoy las profecías (escritas <257> con sus caracteres antiguos) los que llaman sacerdotes en un libro como historia á que nombran analte. En ella conservan la memoria de cuanto les ha sucedido desde que poblaron aquellas tierras. Dice tambien que se fueron á ellas por la mar, y por aquella parte que sale á su laguna tienen en tierra un rancho á que llaman Zinibacan (zinil bacam), que quiere decir donde tendieron las velas, por porque allí las enjugaron habiéndoseles mojado. Tambien se dice que la ocasion de la fuga fué que estando para casarse un gran señor ó reyezuelo de aquel territorio, entre las alegrias y festejos de la boda vino otro reyezuelo que estaba enamorado de la desposada, y dando con gente armada sobre los de la fiesta, que como en ella estaban descuidados, hecho algun daño en ellos robaron la novia. Este era menos poderoso que el primero, y así viendo que despues le habia de hacer guerra, receloso del daño que se le seguiria tenia prevenida la fuga, y así llevando la novia en su compañía con muchos de los suyos se fué á aquellas tierras tan apartadas y ocultas.
Están en altura de diez y nueve grados poco mas ó menos, con poca diferencia de las circunvecinas, y es tierra mas templada de calor que esta. Los indios bien dispuestos, hombres y mujeres, de buenas facciones, no de color muy trigueño. Corren aquellas tierras por espacio de mas de ciento cincuenta léguas de oriente á poniente, teniendo por la parte del medio la Verapaz y reino de Goatemala, y por la del norte este de Yucatan, por la del oriente el mar, y al sueste la tierra de Honduras, por el occidente la de Chiapas que corre á la Nueva-España. Conservan los mismos apellidos que tenian (y aún usan hoy los de Yucatan): diferéncianse en que se nombran con el de la madre primero, y luego juntamente con el del padre. Así el cacique que se dijo llamarse Canek, es como decir: El que es ó se llama Can de parte de madre, y Ek <258> de la de su padre. Estos de Yucatan ya solamente usan hijos y hijas del de su padre, como es lo comun entre españoles.
Dice al padre Fuensalida, tratando de la infidelidad de los itzaes, habiendo nombrado muchos ídolos en particular, que por ser casi las mismos que se dijo en el libro cuarto que tenian estos de Yucatan no los singularizo: "Son tantos los ídolos y dioses falsos que tienen, que seria menester para ellos, y para sus bailes, un gran libro mas para tan ruin gente basten estos que hemos dicho; &c." Por singular diré un modo de sacrificio que tienen, semejante al que se hacia al ídolo Moloc, que siendo de bronce ó metal, de hechura de un hombre, hueco y abierto por la espalda, tendidos los brazos, ponian en ellos la miserable víctima racional que sacrificaban, y dándole fuego quedaba allí abrasada. Para que á nadie pudiese mover á la compasion, que parece connatural, en el interin que se abrasaba, los sacerdotes idolatras bailaban haciendo tal ruido con instrumentos y voces, que el miserable sacrificado no podia ser oido aunque se quejase. Este sacrificio prohibió Dios á los de su pueblo por el Levítico, mandándoles con pena de la vida que no sacrificasen á este Ídolo hijo alguno suyo, ó hija. así los itzaes tienen un ídolo á quien llaman Hobó, delante del cual cuando sacrifican algun indio ó india bailan con tal estruendo de tuncules, tortugones, flautas y voces de cantores que para el tienen señalados, que no es posible, oirle y para que así lo sientan menos los padres y parientes, los hacen entrar con los demas al baile. Tiénenlos persuadidos los sacerdotes que son dichosos y bienaventuradas en que sus hijos sean así sacrificados, y que su Dios quiere y pide aquel sacrificio para que les dé lo que ellos le pidieren, y desde entónces quedan por gente principal, y sus casas y familias ilustradas.
Tienen los ídolos de las batallas, uno llamado Pakoc, y otro Hoxchuncham. Estos llevan cuando van á pelear <259> con los chinamitas sus fronterizos y mortales enemigos. Cuando han de dar principio á la batalla les queman copal, que es como incienso, y cuando hacen alguna faccion valerosa. Suelen darles respuesta sus ídolos cuando los consultan, y en los bailes suelen hablarlos y bailar con ellos, y que esa es la causa de pintarse los indios cuando bailan el baile del sacrificio referido. Dice el padre Fuensalida que se echa de ver es enseñado del demonio, porque cada indio lo parece, y que en aquella figura deben de verle.
Diversas naciones hay en la cordillera que se ha dicho corre de oriente á poniente, porque son los itzaes, de quien se ha tratado, los chinamitas sus mas vecinos, los lacandones, los chakan-itzaes, los cehaches, los mopanes y los de una gran poblacion y ciudad que dicen tiene ocho mil vecinos. Llámase Tulumcí (tulum ci), y dicen hubo en ella algunos españoles y españolas cautivos: de que hubo mujer española entre ellos tuvo noticia mas cierta el padre Fuensalida, pero no de cuándo llegasen allí, ni como. Tulumcí significa fortaleza de maguey, porque está toda cercada de magueyales, y que no hay para ella mas de una entrada angosta cerrada y cercada de agua. Allí están fortalecidos, y se defienden de sus contrarios, porque estas gentes siempre traen guerras unos con otros, como sean de diferente nacion, y á veces los de una misma, teniendo diferentes caciques. En especial los itzaes y chinamitas se comen unos á otros cuando se prenden. Los chinamitas son tan crueles y bárbaros que diciendo nuestros religiosos á los itzaes, cuando estaban con ellos, que tambien habian de pasar á predicarles el Santo Evangelio, les decian que no fuesen allá porque era gente feroz, y que sin duda los matarian porque mauinicob (ma uinicoob), les decian, dándoles á entender con esta palabra, que significa no son hombres, que no lo eran sino fieras, y que cuando hubiesen de ir allá los acompañarian porque no los matasen. <260>
Ha habido diferentes sentimientos acerca de la accion del padre Orbita quebrantándoles luego aquel ídolo: dijeron unos fué celo indiscreto, no regulado con la prudencia conveniente, quebrantarle tan presto sin tener dispuestos los animos de aquellos infieles para ello, y que esto fué ocasion de que echasen á los religiosos sin admitir su predicacion. Otros lo atribuyen á permision divina y oculta disposicion, que no alcanzamos, y que no debia de haber llegado el tiempo determinado por la divina Providencia para su conversion, quizá indignos de ella por resistir á la divina misericordia con sus graves pecados, para que no fuesen entónces alumbrados con la luz evangélica. El padre Fuensalida dice en la relacion que cuando ellos fueran muy ignorantes, entre los apuntamientos que el padre lector Fr. Francisco Gutierrez (cuya erudicion fué tan notoria en estos reinos y se dice adelante) les dió, fué que siguiendo la doctrina de S. Agustin primero quitasen los ídolos de los corazones de aquellos infieles, y despues las figuras de ellos que en los altares adoraban. "Mas ¿quien (prosigue) puede resistir al espíritu del Señor? De S. Teodoro se dice en la leccion que trae el breviario romano, que puso fuego á un templo de ídolos sin prevenir los ánimos de los gentiles que los adoraban, por cuya causa le martirizaron, y celebra su fiesta la santa iglesia á nueve de noviembre. Y Dios mandó á su pueblo que destruyesen todos los ídolos que tenian aquellos idolatras cuya tierra entraban á poser, y abrasasen con fuego los bosques y montes donde sacrificaban. Y que el padre Orbita quedó, habiendo quebrantado aquel ídolo, con una cara tan alegre que era para alabar á Dios, cuyo espíritu juzga asistia á su siervo &c."
Porque este lugar no lo es de controversia digo brevemente (lo que los doctos tienen leido) que en el concilio milevitano se dice: Que el que irrita á los infieles <261> quebrantándoles los ídolos si por eso quitan la vida no se ha de tener por del número de los mártires porque ni enseña á hacer esto el evangelio, ni lo hicieron los apóstoles predicándole &c. Veo por otra parte que muchos mártires con su oracion redujeron á cenizas innumerables estátuas de ídolos con que se enfurecieron los tiranos gentiles, y con exquisitos tormentos les quitaron las vidas como se lée en sus leyendas. Santa Apolonia ella misma se arrojó al fuego con que la amenazaban, encendido su corazon con mayor llama de amor del Espíritu Santo, como le canta la iglesia nuestra madre. S. Sebastian habiéndole Dioclesiano dejado por muerto y curádole santa Irene, fué á reprenderle severamente, por lo cual le hizo azotar, hasta que dió su espíritu al Señor. Los primeros mártires de nuestra religion, San Verardo y sus compañeros, habiendo ido á Sevilla á predicar á los moros, anunciándoles á Jesucristo redentor nuestro, juntamente decian muchos oprobios contra Mahoma y su inicua ley, con que provocaban aquellos infieles contra si. Desterráronlos dos veces, la una por peticion del hijo del rey: la otra por temor de la pestilencia que tuvo en la ciudad de Marruecos, teniéndolos presos, pero los santos mártires se volvieron á Marruecos, donde el rey Miramamolin los mandó descabezar, con que consiguieron la gloriosa palma del martirio. No faltará sentir de prudencia humana que dijera parecer estas acciones demasiada porfia, y haber dicho estos santos contra Mahoma oprobios tan en los principios, ántes de tener convertido á alguno, imprudencia y celo no discreto. La iglesia católica las tiene canonizadas por santas y guiadas del Espíritu Divino. Pudo ser que el mismo que obró estas acciones por sus santos, moviese al padre Orbita á quebrantar aquel ídolo llamado Tzimin Chac, aunque llevaban por documento la doctrina de S. Agustin referida. No afirmo esto ni lo contrario: <262> lo cierto es que debemos estar á lo que la santa iglesia católica romana en la materia ha declarado y declarare.
CAPITULO QUINCE.
De algunos religiosos siervos de Dios,
que yá eran difuntos en estos tiempos.
Yá será razon hacer memoria de algunos religiosos siervos de nuestro Señor, que por estos tiempos felizmente habian consumado el de su vida mortal, y pasado á la eterna. El primero que se me ofrece es el venerable padre Fr. Alonso de Solana. No he hallado de donde fué natural, ni quién fuéron sus padres. En su mocedad fué escribano seis mesas no mas, y decia despues que aunque se ajustó á los aranceles lo mas que pudo, necesitaba de muchos años de penitencia para satisfacer á aquel poco de escribano. Dejó esta ocupacion y fuese á la universidad de Salamanca en España donde estudió cánones, y graduado en aquella facultad trataba de acomodarse. En aquel tiempo llegando la cuaresma oyó predicar al padre Lobo (á quien llamaban el S. Pablo de sus tiempos) el gran peligro que corria la salvacion de los que atentos á las cosas de este siglo, solicitaban menos la salud de sus almas. Habiendo oido á aquel apostólico varon, se recogió á nuestra religion seráfica, que como tan apartada de las solicitudes del mundo, le pareció puerto seguro para evadir la tempestad del naufragio. Vino á la santa provincia de Castilla, y pidió el hábito al muy docto y religioso padre Fr. Antonio de Córdoba, tan conocido <263> por sus escritos, que era provincial de la provincia. Concediósele, y asignóle el convento de S. Juan de los Reyes para que en él le recibiese, como lo hizo El guardian del convento era un gran siervo de Dios: muchos de sus connovicios salieron extremados en virtud, y algunos de ellos fuéron obispos y prelados generales, previniéndole Dios con tantos ejemplares para que correspondiese á la vocacion con que fué llamado. Conoció ser divina, por la perfeccion á que se conoció aspiraba, y despues de profeso fué á vivir al convento de la Salceda, casa recoleta. Estaba en ella cuando el padre Albalate trajo á esta provincia la primera mision de religiosos de España, que se dijo. Allí persuadió al padre Diego de Landa, que como se ha visto murió obispo de esta provincia, para que viniese á la con version de los indios de ella, como lo hizo. Solicitaba tambien traer al padre Solana, por la relacion que de su virtud y letras tenia, y excusóse diciendo que no se sentia con el fervor de espíritu que tan árdua empresa requeria.
Venido el padre Landa á Yucatan, y viendo cuánto provecho haria en la conversion de estos indios, rogaba á nuestro Señor le inspirase la venida, y siempre que podia se la amonestaba por cartas. Al parecer oyó nuestro Señor estos ruegos, como dirigidos á su santo servicio y al bien de las almas, porque cuando fué el padre Fr. Lorenzo de Bienvenida la segunda vez á España, entre los demas religiosos que en aquella mision trajo, vino el bendito padre Solana. En breve comprendió la lengua de los indios, de tal suerte que despues fué maestro de ella muchos años. Escribió un vocabulario muy copioso, sermonarios y muchos sermones sueltos con tan gran propiedad, como si fuera indio muy versado en la policía de su idioma, muchos apuntamientos de la sagrada escritura y algunas historias. Averiguó y dejó mucho escrito de las antiguedades de estos <264> indios, que yá no se halla. Dice el P. Lizana que lo mas que escribió en su devocionario lo saco de los escritos de este venerable padre. Su vida dice que era como de ángel, porque toda la gastaba tratando de cosas del cielo. Era muy abstinente, y lo poco que comia era cocido en sola agua, con que se ve no solicitaba gusto sino simple sustento á la natural necesidad. A esto se le debió de seguir falta de calor, porque á la una del dia volvia la comida, y sin mas comer ni cenar pasaba hasta el dia siguiente, y así estaba siempre muy flaco. No le impedia esto predicar, escribir y enseñar continuamente, que aun los ratos de conversacion con los religiosos trataba de la administracion y lengua de los indios, y en otras materias traia un cuentecito para ejemplar de que se sacase algun provecho, y han sido muy celebrados por graciosos y sentenciosos.
Fué varon de mucha humildad y mansedumbre, muy amado de los indios. Nunca quiso oficios de la religion, aunque tuvo muchos en la provincia obligado de la obediencia. Cuando le hacian guardian lo admitia, y en llegando al convento daba lo que habia en las oficinas á los pobres, y luego renunciaba. Admitian los prelados la renunciacion, como yá le conocian, y quedábase por súbdito en aquel convento. Esto hacia por quedar desocupado para los ejercicios referidos. De noche era tan continuo el de la santa oracion, que no se sabia si dormia, ni cuándo pudiese. Finalmente dice el padre Lizana que oyó decir á un santo religioso de esta provincia que parecia Dios habia criado al padre Fr. Alonso de Solana para santo, y para que fuese parte de que gozasen de Dios muchos pecadores. Paso de esta presente vida habiendo gastado mas de cuarenta años con tan santos ejercicios en esta provincia, y por esta cuenta murió por el año de mil seiscientos, poco mas. Su cuerpo está sepultado en el convento de Mérida, y dejó opinion de santo y docto, y en particular <265> de la lengua yucateca, que por sus escritos durará mucho su memoria.
Habia tenido esta provincia otro religioso llamado Fr. Francisco de Cuevas, natural de Murcia y hijo de la santa provincia de Castilla. Vino á esta en la mision que de España condujo nuestro santo padre Cardete el año de mil quinientos setenta y seis. Fué varon celosisimo de la honra de Dios, y así parecia rigoroso con los indios en razon de su cristiandad. En lo demas los trataba con amor, y á las necesidades de los pobres acudia con caridad. Fué tan observante religioso que nunca hubo que reprenderle. Habiendo ocupado treinta y dos años en la enseñanza de estos indios, murió el año de mil seiscientos ocho en el convento de Maní, donde quedó sepultado.
De la santa provincia de los Angeles vino á esta un religioso lego llamado Fr. Gaspar de Molina. Ejercitó con ferviente caridad el oficio de enfermero mas de sesenta años, y era excelente boticario. Llegó á tener tanto conocimiento en las enfermedades, que como si fuera médico muy docto curó muchos años con grande acierto. Por el aspecto pronosticaba al enfermo el peligro del achaque, y si decia ser mortal rara vez se vió viviese el paciente. Si le sentia peligroso, especialmente de noche, no se le quitaba un punto de la cabecera, y para poder asistir tenia una camilla con una piel de vaca y un cojinillo de lo mismo para reclinar la cabeza. No se le conoció celda, porque su habitacion era la enfermería, y en ella la del mas necesitado. Fué muy pobre, solamente á medio dia comia, no habiendo bebido chocolate, vino ni agua desde el medio dia antecedente. Vivió muy sano y entero. Fué Dios servido, para mayor mérito de su siervo, que le salió un accidente que llaman fuego á la cabeza, de que se le hicieron unos berrugones grandes, pero no se quejaba y se curaba él mismo: inflamósele el accidente hasta <266> corroerle el casco, y conociendo su muerte pidió los Santos Sacramentos, los cuales recibidos dió su espíritu al Señor, que habrá remunerado caridad de tantos años continuada hasta el fin de sus dias. Murió en el convento de Mérida: no he hallado qué año ni dia.
El padre Fr. Julian de Cuartas fué natural de Almagro y hijo de la santa provincia de Castilla, de donde vino siendo corista, de edad de diez y nueve años. Supo la lengua de los indios con mucha perfeccion, y abrevió el arte por donde se enseña para facilitar la inteligencia de sus reglas. Fué causa de que haya muchos indios pintores, doradores y entalladores, porque aunque no sabia estos oficios, era muy ingenioso y procuraba saber algo de ellos para enseñarlo á los indios, que con maestros español es se han perfeccionado tanto en ellos, que igualan á los muy buenos en sus obras. Causa ha sido de que haya particularmente en las mas cabeceras de las iglesias de esta provincia retablos de talla de escultura y de media talla muy vistosos y costosos. Tuvo natural inclinacion á la arquitectura, y así fabricó dos iglesias con sus conventos y algunas capillas mayores de otras, y donde estaba hacia relojes de sol de muchos modos. Fué observante religioso y especialmente pobre. Habiendo trabajado treinta y ocho años en esta provincia, murió á veinte y cuatro de mayo del de mil seiscientos diez con cincuenta y siete de edad.
El dia siguiente veinte y cinco de mayo paso de esta presente vida el reverendo padre Fr. Fernando de Sopuerta tantas veces nombrado hasta este lugar. Fué natural de la ciudad de Mérida en este reino de Yucatan. Sus padres legítimos Hernando de Sopuerta conquistador de él y doña Maria Magaña, nobles ciudadanos. Fué admitido á la religion siendo de pocos años, y criáronle aquellos primitivos padres con la perfeccion de observancia religiosa que en sus vidas deja escrita. <267> Conocida en él muy hábil capacidad, por no haber en la provincia estudios con que fecundarla le enviaron á estudiar á México, de donde vino muy aprovechado. Tales prendas vieron en el, que no teniendo mas de veinte y ocho años de edad, entre tantos santos y ancianos religiosos le escogieron para su ministro provincial. Tan á satisfaccion de todos precedió, que en otras dos ocasiones ya queda dicho cuándo fué electo en la misma dignidad, y en una vacante de provincial en vicario. provincial de la provincia. Por espacio de treinta años estuvo honrado del santo tribunal de la fé con el oficio de su comisario en todo este reino. Tuvo no solo en él, sino en los restantes, y aun en toda la órden, opinion de gran varon. Fué de natural muy apacible, observante religioso y pobre, sentia humildemente de sí, y fué dotado de muchos dones dignos de alabanza. Vivió sesenta y tres años, los cuarenta y ocho en la religion, sustentando esta provincia desde la primera vez que fué su superior en gran crédito y reputacion. Murió en el convento de Mérida dicho dia veinte y cinco de mayo de mil seiscientos diez años de achaque de una apostema.
CAPITULO DIEZ Y SEIS.
Prosigue la memoria de otros religiosos
que sirvieron á nuestro Señor en esta provincia.
Aunque el padre Fr. Francisco Lozano vino á esta provincia despues de otros religiosos, de quien se trata en este capítulo, le nombro primero por haber precedídoles en la muerte. Fué natural del Alcarria en el <268> reino de Toledo, y recibió el hábito de nuestra sagrada religion en el convento de S. Antonio de la Cabrera, provincia de Castilla, y vino á esta en la mision que trajo el padre Fr. Juan de Padilla, siendo de cuarenta y cinco años de edad. Por esta causa supo poca lengua de los indios; pero ocupóle la obediencia haciéndole maestro de novicios, que educó muy religiosamente, como lo habia hecho en la recoleccion de S. Antonio donde recibió el hábito. Ocupaba lo mas de la noche en el ejercicio de la santa oracion, y así su continua asistencia era en el coro, levantándose en pié cuando se cansaba de estar de rodillas. Su proceder fué de vida inculpable, su condicion y natural sencillo. Debilitado con la penitencia necesitó de pequeño achaque para pasar de esta vida pocos años despues de venido, y no se dice en que tiempo, ni el convento donde esta sepultado.
El reverendo padre Fr. Antonio de Ciudad Real, hijo de la ciudad de este nombre, y en la religion del convento de S. Juan de los Reyes de Toledo, vino á esta provincia en la mision que trajo el santo obispo Fr. Diego de Landa, cuando volvió á ella consagrado. Era corista, pero gran latino y filósofo, y aprendió el idioma de estos indios con tanta perfeccion, que fué el mayor maestro de el que ha tenido esta tierra. Como tal predicó, enseñó y escribió sermones de santos y de todo el año con la mayor elegancia que pudo en esta lengua desearse. No solo hizo bocabularios, que el uno empieza con la lengua castellana, y el otro con la de los indios, pero compuso una obra tan insigne, que por su grandeza se llamó Calepino de la lengua maya ó yucateca. Contiene en limpio seis volúmenes de á doscientos pliegos de escritura cada uno, y con ella se resuelve cuantas dudas se ofrecen en la lengua de los indios, y se halla cuando se puede desear saber de sus diversos modos de locuciones, que con casi <269> innumerables, sin que se haya hallado falta de una voz tan sola siendo como es copiosísima. Ocupacion fué que le costó cuarenta años de trabajo, y si como es singular el idioma en esta tierra fuera general á otras, sin duda fuera de las obras mas celebradas que hubieran salido á luz en estos reinos.
No fué esta solo su ocupacion, porque conocido por persona de mucha capacidad y de buena disposicion para las materias de gobierno, lo traian de ordinario los provinciales por su secretario. Acompañó al muy reverendo padre Fr. Alonso Ponce de la santa provincia de Castilla, y décimoquinto comisario general de esta Nueva España, en todos sus trabajos, aflicciones y destierro que refiere el padre Torquemada en su Monarquía indiana (y por eso y no ser propios de estos escritos omito referirlos.) Escribió, siendo su secretario general, un tratado curioso de las grandezas de la Nueva España y sucesos de aquel pleito, como quien manejaba los negocios. Fué con el muy reverendo padre comisario general á Castilla, y habiendo muerto, determinó volverse á esta provincia á lograr en provecho de los indios la mucha lengua que sabia. Vino con las religiosos de la mision que condujo el padre Fr. Pablo Maldonado el año de mil quinientos noventa y dos. Holgóse mucho la provincia viendo restituido á ella un varon de tanta conveniencia suya, y despues fué electo provincial de ella como queda dicho. Amó á los indios tiernísimamente por tener un natural piadoso y mansedumbre extraña. Procedia con mucha madurez y atencion en sus acciones, no precipitándose sin recibir consejo para obrar en ellas. Como se encontró con la aceleracion que el gobernador de esta tierra D. Carlos de Luna y Arellano solia tener en algunas suyas, queriendo que todos obrasen conforme su dictámen, hubo entre los dos los disgustos que quedan referidos en aquellos tiempos. En todo el discurso de sus peregrinaciones, y miéntras estuvo <270> en España, nunca alzó la mano del trabajo de los escritos que he dicho llamarse Calepino, que así refiere el padre Lizana se lo oyó decir muchas veces. Habiendo dada loable ejemplo á los religiosos y seculares, así siendo prelado como súbdito, y tenido en opinion de observante religioso, pasó de esta presente vida en el convento de Mérida á cinco de julio de 1617 años, con 66 de edad y 51 de religion.
El padre Fr. Andres Clavijo, hijo de la santa provincia de Andalucía, trabajó en esta muchos años con aprobacion de religioso observante. Fué muy amado de los indios, con quien era tan apacible, que se acomodaba al parecer con ellos á comunicacion demasiadamente humilde. No le falto censura que dijese no se daba á estimar como ministro del evangelio; pero llegado á su noticia decia: Que lo hacia por domesticar á los indios, á quien queria tanto, que no sabia como manifestarlo sino con allanarse á comer con ellos, y que su natural no le daba lugar á otra cosa. Cuando esto pasaba, bien domésticos estaban los indios y así juzgo que era por ejercitarse humilde, y daba aquella razon por excusa para que no se entendiese así. Fué pobrísimo religioso, y de mucha caridad.
El padre Fr. Diego de Castro vino de España en la mision que trajo el santo obispo Landa. Salió de la provincia de Castilla siendo corista, y en esta supo muy bien la lengua de los indios, en cuya defensa y de la provincia trabajó, yendo á la real audiencia de México de donde saco provisiones favorables. Fué despues á España de donde tambien les trajo algunas, y una mision de religiosos para que ayudasen á doctrinarlos: fué religioso pobre y amado de todos, porque á nadie agravio con obra ó palabra. Donde quiera que se hallaba, decia que allí era lo mejor del mundo, aun hasta el agua de el convento donde vivia. Fué especialmente devoto de la Virgen santísima madre de Dios, <271> habiendo servido á esta provincia 40 años, el de 1613 dijo que su muerte habia de ser dia de la Natividad de la reina del cielo, y así se cumplió, con que se puede entender le alcanzo el premio de su devocion para que le gozase en la gloria.
El mismo año á trece de diciembre paso de esta presente vida el padre Fr. Pedro de Oñate, vizcaino de nacion y natural de la villa de Oñate. Crióse desde niño en Castilla, y con todo eso aún ya viejo, no acertaba á hablar la lengua castellana. Recibió nuestro santo hábito en la provincia de Castilla, y paso en la mision del santo obispo Landa, siendo ya sacerdote, gran latino y moralista. No habiendo podido saber la lengua castellana, supo perfectísimamente la de estos indios, á quien predicó y administró los Santos Sacramentos cuarenta años, y no cincuenta como dice el padre Lizana. Murió con opinion de observante religioso, teniendo de edad setenta y seis años.
Fr. Pedro del Almendral, religioso lego, pasó de la provincia de Castilla á esta de Yucatan en la mision que trajo el año de 1578 el venerable y santo padre Fr. Pedro Cardete, á cuya vida se da principio en el capítulo siguiente. Cuantos oficios de humildad tiene la religion, todos los sirvió con mucho amor y caridad. Fué tan observante, que nunca hubo que reprenderle, Su dormir era poco, su oracion mucha, y su caridad para con todos en superior grado, y al parecer no habia virtud en que no se ejercitase. Era muy entendido y de tal conversacion, que acomodándose á la de todos, los dejaba aficionados, y solian ser sus dichos como sentencias en las materias que se le comunicaban, por cuya causa le llamaban el santo discreto. Parece haber tenido espíritu de profecia. En una ocasion dijo á un Fulano del Barco, devoto suyo, que no saliese en una reseña de armas que se hacia por aquella ocasion El por obedecer al bando que el gobernador habia <272> publicado, salió con su arcabuz, y al primer tiro rebentó y le llevó una mano. Conoció con su daño el secular que aquel bendito religioso su devoto habia sido inspirado del cielo para lo que le dijo, y así lo público, dando á todos grande ejemplo; y con aprobacion de vida sirvió al Señor hasta doce de setiembre de mil y seiscientos y quince años que paso á gozar de la eterna, y fué sepultado en el convento de Mérida con aplauso de varon santo. El padre Lizana tratando de el: "No digo muchas maravillas y milagros que el Señor hizo por este su siervo, porque fuera alargarme mucho; mas solo digo que vimos por nuestros ojos que sanó enfermos que á sus oraciones se encomendaban, y dijo algunas cosas que sucedieron, y solamente refiere esta del arcabuz." Con sentimiento leo estas razones que da: unas veces, que porque lo testificaban indios: otras, que por no alargarse: con que virtudes y maravillas de siervos de Dios quedan ocultas, porque yá no hay á quien preguntarlas para escribirlas, como parece fuera justo para gloria de Dios, honra de sus siervos y de esta provincia.
COGOLLUD.TM2 Continued
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