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Combined Dictionary-Concordance of the Yucatecan Mayan Language
CAPITULO SEGUNDO.
Del gobierno de D. Antonio de Figueroa,
y desgracia de unas naos de flota.
Sucedió en el gobierno de Yucatan D. Antonio de Figueroa, á quien el rey concedió la merced en Aranda á siete de agosto de mil seiscientos y diez años, señalándole <190> seis mesas para llegar á tomar la posesion. Hecha la merced, fué á Madrid, y á catorce del mismo mes le fué notificado cómo S. M. habia mandado que todos los proveidos, así en prebendas eclesiásticas, como en oficios seculares de estos reinos, los viniesen á servir en las primeras embarcaciones que se ofreciesen, y no lo hacienda los daba por vacos. Respondió que estaba presto de cumplir lo que S. M. mandaba, y á nueve de setiembre presentó en el real consejo de las Indias su título, y fué admitido, mandándosele hacer el juramento acostumbrado, el cual hizo, y recibió testimonio de todos estos despachos. Tardó su venida porque á veinte y dos de enero del año de seiscientos y doce, parece haber presentado en la real audiencia de México su título de merced, que aquel dia se dió por presentado, y en la ciudad de Mérida á veinte y nueve de agosto de aquel año de seiscientos y doce, dia en que fué recibido al uso y ejercicio de este gobierno, en que estuvo hasta veinte y siete de setiembre de mil seiscientos diez y siete años.
No trajo consigo teniente general, y informado de que el Lic. Gaspar Leon de Salazar lo habia sido otras veces con aceptacion de la república, le nombro por su teniente general, y fué recibido al oficio á 30 del mismo mes de marzo. Fuéle pedido al gobernador que le quitase, por ser yá vecino y encomendero de indios, y llegado á noticia del cabildo secular en cinco de mayo, hizo un decreto que dice: "Y porque conviene al bien público lo sea en el ínterin que viene el propietario, y de ello se le aviso á S. M. y á su real consejo, acordaban y acordaron que este cabildo pida á su merced el Sr. gobernador no le quite el oficio, y para ello se haga peticion en forma, expresando todas sus calidades, valor y letras é importancia, y de lo bien que ha usado y ejercido el dicho oficio los muchos años que ha que lo ha ejercido, la cual se haga luego y <191> firme por todos, y lleve á presentar por este cabildo por cuanto así conviene al bien y sosiego de esta ciudad &c." Presentóse la peticion y quedo en el oficio, granjeándole este aplauso la rectitud con que en él habia procedido, pues se dice una excelencia grande, que de muchas sentencias que dió, de las cuales se apeló á la real audiencia de México, ninguna fué revocada ó corregida por aquellos señores.
Este caballero D. Antonio de Figueroa, en el tiempo que gobernó, aumento mucho el lustre de la ciudad de Mérida en lo material, porque con la ayuda que dió á los vecinos, se fabricaron las mejores casas de vivienda que hoy hay, y labró unas en que vivió, muy capaces, que hay las habita una señora hija suya, llamada Da. Lorenza de Figueroa, y sus nietos. Los pueblos de la Sierra han sido de los mayores y mas lucidos que hay en esta tierra, por cuya causa el concurso de los españoles y personas nobles ha sido mas ordinario que por otros territorios. Pareciéndole que era indecencia que las justicias españolas, cuando se ofrecia, y personas como las referidas, se hospedasen en los mesones comunes, que son casas cubiertas de paja y donde tambien paran los indios, mandó que en los pueblos grandes, fuesen cabeceras ó visitas, se fabricasen casas de piedra capaces, para que les sirviesen de hospicio, que comunmente se llaman casas reales. Las de la ciudad de Mérida, que están en la plaza mayor, donde viven los gobernadores, las edificó como hay están, aumentándoles gran parte de vivienda, porque la que habia era muy corta. No fué menos atento en la administracion de la justicia, y en tener en paz y tranquilidad estas repúblicas, tanto mas estimada cuanto experimentados los daños de lo contrario en los años antecedentes. Trajo indios de la Nueva España que enseñaron á estos de Yucatan á beneficiar la grana, de que se coge gran cantidad, aunque no tan fina como <192> en otras provincias, de que ha resultado aumenta á los derechos reales, interes muy crecido á quien todas saben en esta tierra, y mayor daño que provecho para los indios, como es notorio y se dice en otra parte.
Poco despues de venir el gobernador, se tuvo nueva de que habia muerto la reina nuestra señora doña Margarita de Austria, que esté en gloria. Sabiéndose de cierto que en México se habian hecho sus reales exequias á veinte de julio de aquel año, aunque no habia llegado la cédula real que en semejantes ocasiones se despacha, para cumplir como leales vasallos con su obligacion decretó el cabildo de Mérida que se hiciesen con la solemnidad posible, y así se ejecutó con las señales de sentimiento debidas á tan gran pérdida.
Los indios itzaes (de quien se ha tratado y tratará, no sin dolor de que estando tan vecinos se estén en las tinieblas de su gentilidad) vinieron en tiempo de este gobernador á la ciudad de Mérida, diciendo era á dar la obediencia al rey, y el gobernador en su nombre les dió varas de alcaldes, y nombró regimiento, con que se volvieron, entendiéndose que yá estaban voluntariamente sujetos; pero vióse despues ser engaño. Yá que no tuvo mejor fin su venida de aquellos indios durante este gobierno, se consiguió una gran reduccion de muchos de esta provincia fugitivos en las montañas de Sahcabchen. De estos dice el Br. Valencia en su relacion que se fundaron los pueblos de San Antonio de Sahcabchen, San Lorenzo de Ulumal, el de Tzuctok y el de Cauich, por comision que para la reduccion tuvo el capitan Francisco de Villalobos su abuelo. Yá se ha dicho desde cuándo era guardianía el pueblo de Tzuctok en tiempo del gobernador antecedente á éste, y el pueblo de Sahcabchen lo era tiempo habia, y aun en capítulo provincial celebrado poco ántes de llegar este gobernador se eligió guardian de Sahcabchen. Los indios que en esta reduccion se <193> recogieron fuéron puestos por vecinos de aquellos pueblos, y por eso debió de decir que de resulta de ella se poblaron, y no es lo mismo uno y otro. Quedaron en la corona real, y en ella están pagando los tributos á su caja.
El año de seiscientos catorce, viniendo de España la flota, su general D. Juan de la Cueva y Mendoza, último dia de agosto le dió un temporal recísimo con que se perdieron en la isla del Contoy y Cabo de Catoche siete navíos de ella. Diósele nueva de esta desgracia con gran brevedad al gobernador D. Antonio de Figueroa, y dispuso el remedio mayor para reparo de aquel daño, y á siete de setiembre siguiente tenia yá nombrados á D. Iñigo de Figueroa su hijo y capitan de infanteria de Mérida para lo tocante á justicia, gobierno y guerra, y al capitan D. Francisco de Figueroa juez oficial real de estas provincias por lo que tocaba á los reales intereses, para que fuesen al socorro de aquellos navíos y gente que en ellos venia. Para que se trajesen los azogues del rey dió comision á Juan de Contreras, regidor de Mérida, y que para ello juntase todas las fragatas y barcos que hallase en los puertos, y como persona de tanta experiencia en aquellas costas (yá quedan dichas dos entradas que habia hecho á la isla Contoy) fuese á ellas y los pusiese á buen recado, Partiéronse luego D. Iñigo y D. Francisco de Figueroa por tierra, y en el puerto de Sisal se juntaron todas las embarcaciones que habia en Campeche y otras partes. Nombro el gobernador la fragata de Juan Mejia de Sotomayor por capitana, en que se embarcó el cabo Juan de Contreras con órden de que cualquiera embarcacion que encontrase á ida ó vuelta, la visitase por si traia alguna cosa de los navíos, y prendiese á quien lo llevaba. Si era en Cabo de Catoche lo entregase á los capitanes que allá iban, y si de vuelta á Sisal los remitiese con guardas <194> al gobernador para castigarlos conforme á derecho. Lo mismo mando se hiciese aunque hallasen fragatas que iban á otras provincias, por el riesgo de que no llevasen alguna hacienda, y que se visitasen las playas por si habia algo escondido, para que se juntase con la demas hacienda. Al mismo tiempo mando que en los puertos de Dzilam y Rio de Lagartos se hiciese provision de bastimentos, y se llevase á la gente de los navios, que el costo de ello se mandaria pagar de los bienes que se trajesen.
Fuéron por mar y tierra llegando por ámbas partes el socorro posible, y así se recogió y saco mucha ropa y otras cosas, con que la perdida no fué total aunque muy cuantiosa. Habia juntamente dado el gobernador noticia al consulado de México del suceso y diligencias hechas, y envio poder al mismo Juan de Contreras para que condujese al puerto de Sisal los bienes que se hallasen, y hizo asiento con el para inquirir lo perdido de ellos. Hubo de confirmarle el poder del gobernador, dándole autoridad para que con vara alta de justicia hiciese las diligencias necesarias en toda esta tierra. La causa fué porque habiendo hecho algunas con el poder que del consulado tenia, le habia escrito se decia haber alguna cantidad de hacienda en poder de indios y otras personas, y así necesitaba de aquella autoridad para inquirir la verdad. Señalósele, por el trabajo que en esto habia de tener, la mitad de lo que hallase en poder de indios ó españoles; pero que si los ministros doctrineros le entregasen algo que se hubiese dado por via de restitucion ó depósito, no habia de llevar de ello la mitad, porque el gobernador se lo gratificaria por otro camino. Con estas diligencias, hechas con mucha presteza, se restauró gran parte de lo que se perdiera, si bien fué muchísimo lo que peligró, como sucede de ordinario en semejantes ocasiones, por grande reparo que se halle á la desdicha de un naufragio. <195>
Yá toqué en tiempo del gobernador pasada cómo las salinas de esta tierra se habian puesta en la corona real por bienes suyos, habiendo sido ántes comunes á todos, que sacaban libremente lo que de ellas podian. Sucedió que en aquellos años casi no cuajaban, especialmente el de seiscientos y nueve, con que la carestía fué mucha y muy sensible para los pobres que con mucha comodidad la tenian de ántes. Tuvo noticia nuestro piisimo y santo rey Felipe tercero que está en gloria, y mirando mas al bien de sus vasallos que al interes de su regalía, las manda dejar libres como ántes habian estado. Reconocióse por singularísimo beneficio y merced hecha á esta tierra, y así en cabildo de la ciudad de Mérida, que se tuvo á doce de mayo de mil seiscientos doce años, se hizo decreto de que se diesen las gracias á S. M. por ello con el reconocimiento debido. Fué cosa muy advertida y notada que solo en aquel tiempo faltase la sal, habiendo sido ántes y despues la abundancia tanta, que se saca mucha de ella para otras tierras y provincias. Aunque están libres, suelen poner los gobernadores al tiempo de la cosecha personas que asistan en ellas para que todos saquen á un tiempo, y evitar desórdenes que allí podrian suceder, si bien los hay por los que deberian evitarlos.
CAPITULO TERCERO.
De dos capítulos provinciales,
y de Francisco Ramirez Briseño que murió gobernando.
Por no interrumpir los sucesos del estado secular, los referí hasta acabar el tiempo de D. Antonio de <196> Figueroa, y ahora vuelvo á los de la religion, porque el mismo año de seiscientos doce, que llegó á Yucatan, vino á visitor esta provincia el R. padre Fr. Antonio Tineo, provincial que habia sido de la de Goatemala. Célebre capítulo en la ciudad de Mérida último dia de junio de aquel año, en que fué electo segunda vez provincial el R. padre Fr. Francisco Arias de Bustamante, y difinidores los reverendos padres Fr. Fernando de Nava provincial pretérito, Fr Garcia de la Barrera, Fr. Diego de Avalos y Pr. Miguel de Perales, y no hallo otra novedad mas que haberse hecho ereccion de convento de la doctrina de S. Estéban de Calotmul. El bendito provincial renunció su oficio deseoso su espíritu de la quietud de la celda para vacar á ejercicios espirituales ántes de celebrar la congregacion, y en su lugar fué electo vicario provincial el R. padre Fr. Fernando de Nava, que la celebró en Conkal á ocho de mayo de mil seiscientos catorce años. No se halla razon del dia en que se tuvo.
Terminó aquel trienio, y vino á visitor la provincia el muy R. padre Fr. Cristóbal Ramirez, comisario general, que celebró capítulo en Mérida á diez y nueve de julio de mil seiscientos y quince años, en que fué electo provincial el R. padre Fr. Alonso de los Reyes, y difinidores los reverendos padres Pr. Gaspar de Sosa, Fr. Alonso de Guzman, Fr. Juan de Arrellano y Fr. Gerónimo de Porras. Custodio para el capítulo general el R. Padre Fr. Fernando de Nava. La congregacion se tuvo en el convento de Motul, presidida del R. padre Fr. Francisco Rodriguez, lector de teología de México, á veinte y cinco de abril de mil seiscientos diez y siete años. En ella fué nombrado por custodio para el capítulo general el R. P. Fr. Antonio de Villafaña, y se dió título de vicarías á las doctrinas de Tella y Mama nombrando los conventos.
Terminándose tambien el tiempo del gobierno de D. <197> Antonio de Figueroa, hizo el rey merced de el al capitan Francisco Ramirez Briseño, en Madrid á doce de julio de mil seiscientos diez y seis años, señalándole cinco para que gobernase. Fué recibido en la ciudad de Mérida á veinte y siete de abril del año siguiente de diez y siete, y gobernó hasta siete de diciembre del de diez y nueve, dia en que paso de esta presente vida. Habia servido al rey muchos años en la milicia, en que era muy experto capitan, y así le honró S. M. no solo con el gobierno sino con título aparte de capitan general en estas provincias, siendo el primero gobernador que fué capitan general por real título y provision, aunque sin él á los antecedentes los llamaban capitanes generales, y por haber sido el primer título, fuera del adelantado, y á quien han seguido los demas, me parecio ponerle aquí, el cual dice así: "Por cuanto yo he proveido á vos el gobernador Francisco Ramirez Briseño por mi gobernador de la provincia de Yucatan, y por la satisfaccion que tengo de los servicios que me habeis hecho en la guerra, mi voluntad es que asimismo seais mi capitan general de la dicha provincia. Por la presente os elijo y nombro por tal, y os doy poder y facultad para usar y ejercer el dicho cargo de capitan general de la dicha provincia, durante el tiempo que sirviéredes el de gobernador de ella en todos los casos y cosas al dicho cargo de capitan general anexas y pertenecientes, segun y de la manera que lo hacen, pueden y deben hacer los otros mis capitanes generales de semejantes provincias, é islas de las Indias. Y mando á los vecinos, estantes y habitantes de la dicha provincia de Yucatan que os hayan y tengan por tal mi capitan general de ella, y usen con vos el dicho cargo en todo lo á él tocante y perteneciente, como dicho es, y os obedezcan y acaten, y acudan á vuestros llamamientos, alardes, muestras y reseñas, con sus personas, armaS y caballos, así en las ocasiones necesarias de la guerra <198> para que los previniéredes, como en las demas á que los apercibiéredes para disciplinarlos é instruirlos en las cosas de la milicia, y que se os guarden y sean guardarlas todas las gracias, mercedes, franquezas y libertades que debeis haber y gozar, y os deben ser guardadas por razon del dicho cargo de capitan general, de todo bien y cumplidamente sin que os falte cosa alguna. Dada en San Lorenzo el real á veinte de agosto de mil seiscientos diez y seis años &c."
Recibido al gobierno, como era tan gran soldado, para satisfacer á la obligacion de capitan general con que el rey le habia honrado, redujo á toda buena disciplina militar la gente de esta tierra, industriándola y ejercitándola mucho en actos militares. Instituyó las compañías de caballos lanzas jinetas que hoy hay en la ciudad y villas, nombrándoles su capitan, teniente y demas oficiales: compónense de los encomenderos de indios. Dispuso que todos los que de ellos tuviesen á cincuenta mantas de renta, estuviesen obligados á tener un arcabuz y un mosquete con veinte y cuatro varas de cuerda, cincuenta balas ajustadas para cada pieza, y doce libras de pólvora para entrambas, con todos los adherentes necesarios á ellas. El que tuviese cien mantas, fuesen dobladas estas armas, y tuviese un caballo aderezado á la jineta con su lanza y adarga; y siendo la renta de doscientas mantas, dos caballos, y así respectivamente segun fuere mayor ó menor la renta. Ordenó tambien que todos los vecinos que llegasen á tener seis mil pesos de hacienda, aunque no sean encomenderos, estuviesen obligados á tener un arcabuz y mosquete con la municion y pólvora necesaria, y siendo de doce mil pesos, dobladas armas, y siendo persona de nobleza conocida, tuviese un caballo aderezado como si fuera encomendero de cien mantas, aunque no tuviese encomienda de indios; ordenada toda esta prevencion de armas para el mayor ser <199> vicio del rey y defensa de esta tierra. Hizo minuta de todos los encomenderos y vecinos, con que llevó la dispuesta prevencion de armas á ejecucion, y por el órden que entónces dió se hacen las reseñas y muestras de armas, que verdaderamente son de ver, porque cuando se hacen no queda persona que no salga á ellas, con que se forma un escuadron muy lucido y numeroso á que guarnece la caballería, segun el órden que los gobernadores dan despues de hecha la muestra de armas.
Parece haberse quejado al rey los que tenian derecho á las encomiendas de indios, segun las cédulas y órdenes reales antecedentes, por no estar premiados muchos de los descendientes de conquistadores, que habian pedido no se diesen sino á ellos, y que especialmente se denegasen á quien no tiene precisa obligacion de vivir en esta tierra, por ser en notorio daño de ella, de su conservacion y lustre. Por esto despacho el rey una cédula, fecha en Madrid á diez y seis de diciembre de mil seiscientos diez y ocho años, dirigida á este gobernador, por la cual se le manda guarde y cumpla las cédulas reales que estaban dadas en razon de esto, como en ellas se contiene y declara, porque así era la voluntad de S. M.
Querido y estimado de toda esta tierra estaba este caballero, así por lo referido como por la rectitud con que administraba la justicia, cuando le dió la enfermedad con que paso de esta presente vida, víspera de la purisima Concepcion de la Virgen MARIA Señora nuestra, á siete de diciembre de mil seiscientos diez y nueve años, acabando de cantar la oracion de vísperas en la santa catedral, y cumpliendo un año justo que con toda la ciudad habia hecho voto solemne de defender la pureza de este misterio, como se dice adelante. Fué muy sentida su muerte por estar bien querido de todos, y el dia siguiente por la <200> tarde fué sepultado en nuestro convento de aquella ciudad, y quedo en él su cuerpo hasta hoy, aunque fué por via de depósito. Por su muerte advocaron en si el gobierno de esta tierra los alcaldes ordinarios de la ciudad de Mérida y villas, cada uno en su jurisdiccion, segun el órden que el rey tenia dada por su real cédula, que por ser honorifica, y la primera vez que se uso de ella, la refiero, y dice así:
"EL REY. Por cuanto el rey mi señor, que haya gloria, á ocho de diciembre de mil quinientos y sesenta años mandó dar para la provincia de Venezuela la cédula del tenor siguiente: EL REY. Por cuanto Sancho Briseño en nombre de las ciudades y villas de la provincia de Venezuela, me ha hecho relacion que muchas veces acaece estar la dicha provincia sin gobernador por fallecer los que lo eran por provision nuestra durante el terminó de su gobernacion, como habia acaecido con los licenciados Tolosa y Bellacinda, á cuya causa padecia detrimento, y estaban sin justicia los vecinos y naturales de aquella tierra, Y me suplico en el dicho nombre mandase que cuando acaeciese case semejante de morir el gobernador que hubiese, ántes de nos haber proveido otro en su lugar, gobernasen los alcaldes ordinarios cada uno en su jurisdiccion, ó como la mi merced fuese. E yo acatando lo susodicho, helo habido por bien. Por ende por la presente declaramos y mandamos que cada y cuando que acaeciere fallecer el nuestro gobernador de la dicha provincia de Venezuela ántes de haber nos proveido otro en su lugar, gobiernen en cada una de las ciudades y villas de ella los alcaldes ordinarios que en los tales pueblos hubiere, entretanto que por nos se provee otro gobernador. Que por esta nuestra cédula damos poder y facultad á cada uno de los dichos alcaldes ordinarios en su puesto que tengan la dicha gobernacion durante el dicho tiempo. Fecha en Toledo <201> á ocho dias del mes de diciembre de mil quinientos sesenta años. YO EL REY. Por mandado de S. M. Francisco de Eraso. Y ahora por parte de D. Gregorio de Funes, como procurador general de la ciudad de Mérida provincia de Yucatan, se me ha fecho relacion que por haber muerto en siete años dos gobernadores de ella, ha habido escándalo y disenciones sobre quién habia de gobernar y administrar la justicia de gobierno, porque los alcaldes de las villas de aquella provincia se aplicaron á la jurisdiccion de su distrito, lo cual era en daño de los naturales, porque como su defensor asiste en la dicha ciudad de Mérida, no los puede defender en otras partes sino estando la cabeza de la dicha jurisdiccion en la dicha ciudad, como siempre lo está, suplicándome lo mandase declarar, y dar la órden que con esto se habia de guardar, ó que el teniente del dicho gobernador con un alcalde de la dicha ciudad, ó con la persona nombrada por el cabildo de ella, hiciesen todo lo que el dicho gobernador hacia en el ínterin que se provee sucesor. Y habiéndose vista en mi consejo de las Indias, he tenido por bien de mandar dar esta mi cédula, por la cual mando que sucediendo el dicho caso de morirse al gobernador, que al presente es, ó adelante fuere, de la dicha provincia de Yucatan, se guarde, cumpla y ejecute en ella lo contenido y dispuesto por la dicha cédula suso incorporada, entretanto que el virey de la Nueva-España nombra y envia persona que gobierne la dicha provincia de Yucatan, como lo ha de hacer en el ínterin que yo proveo otro gobernador para ella, que así es mi voluntad. Fecha en S. Lorenzo á veinte y cuatro de mayo de mil y seiscientos años. YO EL REY. Por mandato del rey nuestro señor." - Juan de Ibarra.
Luego que murió el gobernador, fué presentada esta cédula, y mediante ella admitidos al gobierno los alcaldes ordinarios, que en la ciudad eran el capitan Bernardo <202> de Sosa Velázquez y Juan Bote, y gobernaron hasta acabar aquel año. Por no haber enviado el virey de Nueva-España gobernador á estas provincias, las gobernaron el año siguiente de seiscientos veinte los alcaldes, hasta tres de setiembre que vino gobernador, y lo fuéron en la ciudad de Mérida los capitanes Miguel de Argaiz y D. Diego de Solis Osorio.
CAPITULO CUARTO.
De un capítulo provincial, y cómo fuéron religiosos
á la conversion de los gentiles itzaes.
Acababa su trienio de provincial de esta provincia el R. padre fray Alonso de los Reyes, por cuya causa vino á visitarla el muy R. padre fray Diego de Otalora, padre de la santa provincia de Santiago y comisario general de estas de la Nueva-España. Célebre capítulo provincial en la ciudad de Mérida á veinte y cinco de marzo de mil seiscientos diez y ocho años, en que fué electo provincial el R. padre fray Juan de Acevedo, y difinidores los reverendos padres fray Francisco de Torralva, fray Alonso de Hoyos, fray Francisco Matias y fray Juan de Sequera. La congregacion correspondiente á este capítulo se tuvo en el convento de Maní á veinte de octubre del año siguiente, presidiéndola el padre Fr. Gabriel de Zurita, guardian de Uaychiapa en la provincia del Santo Evangelio, y en ella se hizo ereccion de convento con título de vicaria de la doctrina de Zonotppipp.
Felices progresos en la cristiandad de estos indios se presumieron aquel año de diez y ocho, ofreciéndose dos religiosos de esta provincia á ir á los gentiles itzaes <203> para predicarles el Santo Evangelio, deseosos de reducirlos á nuestra santa fé católica. Habia intentado el gobernador D. Antonio de Figueroa aquella conquista por armas, y denegósele la licencia en el consejo, como al mariscal su antecesor, y como ellos habian venido de paz á dar la obediencia á D. Antonio, se presumió admitieran con gusto la paz verdadera de la divina palabra. Luego que se celebraron las elecciones capitulares, se determinó que los padres Fr. Juan de Orbita y Fr. Bartolomé de Fuensalida, sacerdotes, ámbos grandes lenguas de estos indios, fuesen á aquel santo ministerio. Admitieron sin dilacion el empleo (que no la sufre el amor de Dios y caridad á vista de la necesidad espiritual del prójimo), y puesta su confianza en Dios que favorece el buen deseo de la salvacion de las almas, sin mas armas que la fuerza amorosa de la divina palabra resolvieron visitor aquellas ciegas con su infidelidad y adoracion de los ídolos. Dió color á esto las cédulas de S. M. que para ello habia, y saber que era su real voluntad fuesen solamente religiosos sin estrépito de soldados. Hízose decreto por el reverendo difinitorio para que el padre provincial les diese su patente en forma, y como se acostumbra en nuestra sagrada religion dar á los que van á predicar entre infieles, usando de la potestad que los superiores de las religiones tienen en estos reinos para enviar sus religiosos entre indios idolatras que no han recibido nuestra santa fé católica. Determinose que se hiciese notoria la resolucion al obispo D. Fr. Gonzalo de Salazar para que con su bendicion y beneplácito se dispusiese mejor la entrada, y tambien les diese su comision y licencia para asistir en el pueblo de Tipú, último en la provincia de Bacalar, y pueblo de aquella doctrina sujeta al beneficiado de la villa de Salamanca, donde era necesario parar para disponer la entrada, para que el beneficiado tuviese á bien residiesen allí, <204> y no les fuese impedimento á su ejecucion piadosa.
Presentáronse los dos padres Orbita y Fuensalida con la patente de su superior ante su señoría, que habiéndola visto y leido (dice el padre Fuensalida en una relacion que de este viaje escribió, habiéndosele puesto precepto de obediencia para ello), se holgó tanto cuanto no sabrá decir, ni menos escribir, y que tuvo deseo de ir en su compañía á esta conversion. No le dió lugar la necesaria asistencia al gobierno de su obispado; pero con sumo gozo mandó llamar á su secretario, y ordenó que les hiciese á los religiosos una amplísima comision en que les concedia toda su autoridad, como si nos (decia) estuviéramos presentes, así para españoles como para todo género de gentes estantes y habitantes en la villa de Salamanca de Bacalar, y mandando en virtud del Espíritu Santo, por santa obediencia y pena de descomunion mayor, al beneficiado de aquella villa y partido que en ninguna manera directa ni indirectamente estorbase á los religiosos, y que no fuese al dicho pueblo de Tepú, ni otro alguno comarcano, si no fuese llamado por ellos, y que administrasen los Santos Sacramentos como si fuesen sus propios curas, y que los indios diesen á los religiosos los derechos eclesiásticos de funerales, bautismos y casamientos para su sustento, de la forma que acostumbraban darlas al dicho beneficiado. Mandó esto el obispo porque aunque habia las cédulas que se han dicho para que se diese de la caja real lo necesario para el culto divino y viático de los religiosos, no solo no se deba, pero ni aun licencia del gobernador para ir, (como se dice luego.) Así viéndolos el obispo ir sin atencion á cosa temporal, no solo les dió el órden y ayuda referida, sino tambien muchas cruces, cuchillos, tijeras y otros dijes de Castilla con que acariciasen á los indios, y confortó y animó á los religiosos á la perseverancia en su buen propósito. <205>
Sabida por los vecinos de la ciudad de Mérida la resolucion de los religiosos, fué universal el contento en todos, y les hicieron algunas limosnas. El gobernador pretérito D. Antonio de Figueroa, que se estaba en la ciudad, les dió sus informes para hacer el viaje, y muchas cuentas y abalorios para dar á los indios, y muchos vecinos los proveyeron así de estas como de otras cosas. Algunos encomenderos dieron limosnas con que se compraron cosas necesarias para el culto divino y ornato de iglesia, y la provincia les dió cáliz, casullas, albas misales y lo demas necesario para el santo sacrificio de la misa. D. Manuel Nuñez de Matos, tesorero de la santa catedral, les dió un santo Crucifijo muy devoto para que pusiesen en el altar donde habian de celebrarla. Dícese en aquella relacion que era para alabar al Señor ver la devocion y fervor que todos mostraron de la jornada de los religiosos, deseando la conversion de aquellos indios, y así les daban lo que podian para ella, y los Sres. prebendados de la santa catedral les dieron algunas limosnas y láminas para adorno de la iglesia. Hasta los ánimos de los indios dice que se movieron, y por los pueblos donde despues pasaron, los indios principales y las indias les daban vestiduras de las que usan, y de las cosas que para su mejor parecer acostumbran, que diesen al Canek (Ah Can Ek), que es su reyezuelo, á su mujer y á los otros indios principales, y que llegó á ser cosa de valor y estimacion despues de junto todo lo que les dieron.
Hicieron notoria su determinacion al gobernador Francisco Ramirez Briseño, como á quien estaba en nombre del rey, y pidiéronle les diese ayuda y favor en nombre de S. M., para que en los pueblos de esta provincia, que están en el camino desde la ciudad de Mérida á Bacalar, les diesen los indios el avío necesario para lo que llevaban, y para que desde allí los caciques y justicias les diesen indios guias que los llevasen <206> con fidelidad y amor, como costumbre muy usada con los ministros evangélicos cuando van á administrar los Santos Sacramentos y predicar. Oida por el gobernador su justa peticion, mostró holgarse mucho, y las prometió dar todo el favor y ayuda posible como en materia tan del servicio de Dios y conforme á la voluntad del rey, con que todo al parecer se disponia con feliz prosperidad, que animaba el buen deseo de los religiosos. Como el gobernador supo que iban como varones apostólicos á pié, descalzos y sin mas confianza que en la misericordia divina, no trato de que para su avio, ni para lo del culto divino, se diese de la caja real cosa alguna, ni tampoco los religiosos hicieron instancia en pedirlo, viendo que la devocion de los fieles les iba socorriendo con lo que por entónces parecia necesario para adorno de la iglesia, y la provincia para los ornamentos. Aun el favor que les prometió para que los indios los aviasen, y despues diesen guias para ir á los itzaes, no se le dió, poniendo excusas que segun se verá no eran suficientes. Parece que el enemigo del linaje humano envidioso de ver que aquellos religiosos trataban de desposeerle del imperio que en aquellas almas habia tenido, solicitando reducirlas al conocimiento del verdadero Señor, que las crió para que le adorasen, comenzó desde luego á poner inconvenientes, permitiéndolo Dios por lo que su Divina Magestad sabe, al paso que los religiosos solicitaban dar principio á su jornada. Retardóse algo habiendo de juntarse lo necesario de particulares limosnas como sucedió, y sentian la dilacion en sumo grado, porque si con ella se adelantaba el tiempo, y llegaba el de las lluvias, perdian aquel año, no pudiéndose pasar á los itzaes en continuando las aguas por las muchas ciénegas que á cada paso se ofrecen y rios caudalosos que con las crecientes grandes imposibilitan el pasaje. No lea daba el gobernador su despacho, diciendo <207> que cuando estuviesen de todo prevenidos se les entregaria, pero la causa que le movia se dice en el capítulo siguiente.
CAPITULO QUINTO.
Salen de Mérida los religiosos á la nueva conversion,
y llegan á Salamanca de Bacalar
Llegó el dia que tanto deseaban aquellos dos religiosos, ambos venidos en una mision de España, y hijos de la santa provincia de Castilla, y recibida la bendicion de su prelado y del Sr. obispo, y pedido á los religiosos y á todos los seculares encomendasen el buen fin de su viaje á Dios de quien dimana todo bien; cuando hubieron de salir de la ciudad y pedir al gobernador les diese su despacho, no estaba en ella, porque un ciudadano encomendero, llamado Miguel de Argaiz, le habia llevado á festejar á una estancia suya con otras personas de la ciudad. Está la estancia distante una légua de la ciudad, y al paso del camino por donde habian de ir á su viaje, y así salieron para verle allí y despedirse de él. Iba por comisario de esta conversion el P. Fr. Bartolomé Fuensalida, y por su compañero el bendito P. Fr. Juan de Orbita, cuya santa vida, milagros y feliz tránsito de ella se dice en otra parte.
Como la ocasion era mas á proposito para entrenimientos que para hacer despachos, el que les dió el gobernador fué solamente decirles que prosiguiesen su viaje, y que al camino les enviaria los recados necesarios de muy buena gana. Y que si cuando llegasen al convento de Tekax (que como se ha dicho es el último que tenemos <208> en la Sierra) no los hubiesen recibido, que esperasen en él, que sin falta allí se los remitiria. Quedose el gobernador con los ciudadanos en su festejo, y los religiosos prosiguiendo su camino llegaron al convento de Tekax, donde se detuvieron algunos dias esperando los recados del gobernador. Cuando entendieron tener lo que deseaban, y se les habia prometido, recibieron una sola carta del gobernador en que les decia; Que habiendo bien considerado la materia, habia acordado no dar los recados que le habian pedido, por no tener órden del rey para ello. Y que si acaso los indios gentiles les quitaban la vida, ó á algunos de los indios de esta tierra que iban con ellos, le seria mal contado, y que en el real consejo de Indias le culparian por la accion de haber ido con órden suyo. Que pues su prelado los podia enviar á predicar el santo Evangelio entre los infieles, y de hecho los enviaba, pues les habia dado su licencia y patente comision para ello, que con la bendicion de Dios prosiguiesen su viaje. Causó notable admiracion á los religiosos ver que tan presto hubiese mudado parecer, dejando de ayudar á una obra tan buena y santa, y así dice el que hizo la relacion que he dicho estas palabras: "Y para mi bien entendí y sospecho que algo dirian al gobernador los que le asistian para que así se resfriase en su buen proposito primero, y desistiese de el, y nos escribiese lo dicho, siendo así que le habiamos dado cuenta como habia en esta provincia dos cédulas de S. M. D. Felipe Tercero, que esta en gloria, para que fuese hecha la reduccion y conversion de estos indios y los demas que estuviesen circunvecinos á ellos por los religiosos de esta provincia, y los oficiales reales que eran Gil Carrillo de Albornoz y D. Francisco Sarmiento, y otros muchos que sabian de ellas, querian que se ejecutasen y cumpliesen."
Sintieron mucho los religiosos este despego del gobernador, <209> no por otra cosa sino porque sin su favor les parecia que en Bacalar no tendrian tan breve despacho en el avío por ser necesaria desde allí embarcacion para ir al pueblo de Tepú, donde habian de hacer asiento, segun el órden que del obispo llevaban y porque los indios de él no viendo letras del gobernador no los ayudarian como era menester, así para guiarlos, como para acompañarlos, siendo desde Tepú despoblado, y necesitando de embarcacion para algunas islas que hay en el camino. Pero aunque se representaban estos inconvenientes, propusieron seguir su viaje, y despues Dios los favoreció facilitando aquellos estorbos, como si llevaran los mandamientos mas apretados que pudieran haberseles dado. Movió Dios nuestro Señor los corazones de algunos indios de esta provincia, cantores y sacristanes de nuestros conventos, que voluntariamente se ofrecieron á acompañar á los religiosos, aunque conocian peligroso el viaje yendo solos sin defensa humana á ponerse en manos de aquellos bárbaros infieles, de quien sabian con certidumbre comen carne humana. Pero el que es poderoso para hacer de piedras hijos de Abrahan, lo fué para que pospuesto el temor acompañasen á los religiosos. Viendo éstos tenian ya con quien celebrar los oficios divinos solemnemente como en esta provincia se acostumbra, salieron del convento de Tekax muy contentos y consolados, y llegaron á un pueblo distante cinco leguas llamado Calotmul, administracion del beneficio de Peto. Desde allí se atraviesa la Sierra para un pueblo, su nombre Chunhuhub, y hay á él quince leguas de despoblado. Algunos trechos del camino son tierra descubierta sin arboleda, que por acá lo llaman sabanas, y algunas ciénegas malas de pasar. Hay en algunas lagunas ranchos y paraderos donde españoles y indios descansan y duermen de noche, aunque están sin gente que los habite. A todos los sitios, ranchos, lagunas, sabanas y ciénegas tienen los indios puestos <210> nombres en su lengua por donde los conocen, que en esto tienen gran curiosidad y cuenta. Por aquellos montes y terminos del pueblo hay mucha zarza y muy buena, que en su lengua llaman cocoh, y en aquel pueblo los recibieron con mucho amor y caridad los indios.
Hay desde Chunhuhub á otro pueblo llamado Pacha otras quince leguas de despoblado y de peores caminos que lo antecedente, porque son tan anegadizos en tiempo de lluvias que es menester canoas para pasar muchos parajes, y se quedan allí el tiempo de la seca. Entre otras hay una ciénega á que los Indios llaman Ubaceltzimin, que es como decir huesos de caballo, por los muchos que allí han muerto atollados trajinando aquel camino, y quedándose allí por no poder salir ni sacarlos sus dueños. Ahora diez y ocho años por este mes de julio en que estoy trasladando esto, me pudo suceder allí una desgracia y peligro grave. Venia de vuelta de Goatemala en compañía del R. P. Fr. Luis de Vivar, de visitar aquella provincia y celebrar su capítulo, y llegando á este paraje, habiéndome adelantado algo á las demas, me iba entrando en la ciénega presumiendo era algun mal paso como otros muchos que en el viaje habiamos pasado. Quiso Dios, á quien doy las gracias, que me alcanzaron á ver los que despues venian, y á voces me detuvieron y dijeron volviese á salir por donde habia entrado, porque iba á dar á un paraje de que con mucha dificultad podrian sacarme. Hice lo que me decian, y habiendo dado con los demas una gran vuelta á un lado para evitar aquel paso, vi á la otra parte que salia al camino una canoa en que en tiempo de aguas se anda, por ser tantas las que allí se recogen que se navega en ella.
Del pueblo de Pacha fueron á otro llamado Xocá casi diez leguas distante y ahora es despoblado sin señal de casas ni iglesia, todo hecho monte cerrado de arboleda que es lástima verlo. A los lados de este camino hay <211> algunas lagunas grandes de buena agua y pesca. Cinco léguas dista Xocá de la villa de Salamanca de Bacalar, donde llegaron dando gracias á Dios de verse yá cercanos á dar principio á su obra. Era beneficiado de aquella villa y su partido Gregorio de Aguilar, el cual estaba en los pueblos de su feligresía á administrar los Santos Sacramentos á los indios, y así hubieron de presentar los religiosos las licencias que llevaban al alcalde de la villa, pidiéndole que con brevedad los ayudase y diese avío de embarcacion ántes que entrasen las aguas, pues sabia que despues la cortedad de las embarcaciones no tiene fuerza para resistir la violencia que con las corrientes de las aguas traen los rios, principalmente aquel por donde se sube al pueblo de Tepú, y otro llamado Cancanilla que esta antes de él. Era alcalde en esta ocasion Andres Carrillo de Pernia vecino de la villa de Valladolid, el cual los hospedó con mucho amor y voluntad en unas casas grandes cubiertas de paja que sirven de casas reales. Allí los regalo el tiempo que estuvieron en la villa dándoles de comer y sustentando á su costa á los indios que iban acompañando á los religiosos. Fué tanta la caridad que les hizo, y el ayuda con que despues los favoreció, que agradecido á ella el religioso que hizo la relacion dice en ella así: "Accion tan buena y santa fué esta, que solo Dios se la ha de pagar, porque de parte de la tierra en cosa alguna se le ha gratificado, que si se hiciera fuera mucha razon y justicia, y hubiera muchos que acompañaran á los religiosos en ocasiones semejantes. Y á algunos se dan muy buenas encomiendas y rentas y ayudas de costa con menos méritos que los que tiene dicho Andres Carrillo, porque es criollo benemérito, y su mujer tambien lo es. Mas Dios les da vida y salud, y plega á su Divina Magestad se la dé por muchos años, que con su rentecilla que tienen viven y pasan, y Dios les ha de dar la gloria, <212> que la tiene prometida á los que dieren un jarro de agua por su amor &c." Tan en la memoria tenia este religioso la caridad que entónces se les hizo habiendo pasado treinta años, porque escribió la relacion el año de mil seiscientos y cuarenta y ocho.
CAPITULO SEXTO.
Van los religiosos á Tepú,
y algunas cosas particulares de aquel camino.
Estaban, como se ha dicho, los religiosos en la villa de Salamanca de Bacalar solicitando salir con presteza para el pueblo de Tepú ántes que entrasen las lluvias; pero como no llevaban favor del gobernador para que los indios de aquella tierra los ayudasen, y ellos iban como verdaderos hijos de nuestro padre S. Francisco sin recurso á dinero con que pagar la embarcacion que es forzosa para el viaje, y su trabajo á los indios remeros que los habian de llevar, se detenian mas de lo que quisieran. Viéndolos el alcalde Andres Carrillo por esto con alguna tristeza, porque el santo propósito que llevaban no se entibiase, previno una piragua suya muy capaz y indios remeros, y el matalotaje necesario para todos; determinando no solo aviarlos con lo dicho, pero tambien hacerles compañía hasta el pueblo de Tepú, porque los indios no los dejasen y fuesen mas bien socorridos en lo que se les ofreciese, y esto de su propia hacienda, que fué por lo que el religioso da las gracias referidas en el fin del capítulo antecedente. Porque dice que á no moverse el alcalde con tan buen celo á ayudarlos, fuera imposible pasar adelante. <213>
Prevenido todo lo necesario, salieron de Bacalar los religiosos y el alcalde en su compañía, á los principios de mayo, por la laguna en cuya ribera está fundada la villa, como se ha dicho en otra parte, y fueron con buen tiempo por el rio que los indios llaman Nohukum, que quiere decir rio grande. Hace tambien este rio ántes de salir á la mar division en muchos pequeños, que forman gran número de isletas, y todos ellos se vuelven á juntar á una madre para salir á la mar que dista como nueve léguas de la villa. Salidos á la mar pasaron una travesía de tres léguas para llegar á una estancia de un vecino de la villa, que estaba allí y los recibió con mucho gusto, dándolos buen refresco para pasar adelante. Este sitio de la estancia es donde al tiempo de la conquista de esta tierra estaba fundado el gran pueblo de Chetemal, de que tanto se trató en el libro segundo, y yá no hay mas de la memoria de que estuvo allí fundado. De la estancia fueron á un pueblo llamado Uaitibal que estaba cerca de la playa, y ahora totalmente despoblado (como se dirá tratando del tiempo en que sucedió), y de allí á la boca de un rio que los indios nombran Suluinicob (Dzul Uinicoob), que es lo mismo que de los españoles. Dícese este viaje comunmente de los rios, por los muchos que en el hay. Por el de Suluinic llegaron al pueblo de Ppuncuy que está á orilla de el, y pasaron al de Zonail, al de Holpatin, al de Lamanay ó Lamayná. Este tiene una gran laguna á su ribera que se forma de los rios y otras aguas que se le juntan, y tiene gran abundancia de pesca de tortugas y diferentes especies de peces, todos de muy buen gusto como son de agua dulce. A no haber tantos mosquitos, que dan mucha pena, era deleitosa la navegacion por aquellos rios, porque la vista es amena, y los indios con harpones van hiriendo los peces sin detener el viaje. Atravesaron la laguna para llegar á tierra, y en su playa se quedan las embarcaciones, porque <214> que desde allí se camina por tierra como hasta doce leguas para llegar al rio de Tepú.
Hay en aquel camino un grandísimo pinal que tiene tres leguas de travesía, y por la mano izquierda hácia el oriente se dilata tanto, que dicen los indios no saben adónde termina, porque no acostumbran andarlo. En la relacion dice el autor de ella que entiende va este pinal á Nueva España, que no parece estar muy lejos, aunque segun el sol estará mas de ochenta léguas. A mí me parece que si se dilata por la parte occidental como por la oriental, aunque vaya á la Nueva España, ha de estar muchas mas leguas, segun las tierras que hay de indios cristianos entre aquello y la Nueva España. Así lo colige mi corto discurso por haberlo andado casi en circuito á la redonda dos veces que he ido á la visita de la provincia de Goatemala. Las piñas de aquellos pinos no dan piñones, la tierra es muy parecida á la de nuestra España, corren por ella muchos arroyos, y hay algunas encinas cuyas bellotas no son muy dulces, y solo dejan buen sabor bebiendo agua despues de ellas. A las seis léguas de aquel camino está un rio muy caudaloso, á quien nombran los españoles Cancanilla. Tiene una puente de piedra naturalmente formada desde el principio del rio, y por ella pasaron con el agua á la media pierna, con ser tiempo de seca, y en el de lluvias no es posible pasarla, porque la sobrepujan las aguas. Nace esta piedra de debajo del agua desde su principio, y tendrá de ancho como dos varas. Dióle Dios tal aspereza, que con estar continuamente bañada de agua no es resbalosa, y se va por ella sin peligro de caer hácia la parte de la corriente, á dónde hace un gran salto el agua que corre por debajo, de cuya violencia es tan grande el ruido que una legua de distancia se oye. "Ello es (dice la relacion) para alabar á Dios nuestro Señor que la crió, que es santo y admirable en todas sus cosas, y este <215> rio con esta puente es una de ellas y digna de admiracion. El Señor sea bendito que con su sabiduría obró todas las cosas &c." De allí hay otras seis leguas á un pueblo llamado Lucú, que está á la orilla del rio que viene de Tepú, y llegando á Lucú los indios los recibieron con amor y contento.
Habiéndolos regalado con lo que tenian, aprestaron de sus canoas, para llevarlos con buen avío y seguridad. Son grandes pilotos de aquel rio, y diestrísimos remeros criados desde muchachos en aquella ocupacion y ejercicio, que es el principal que tienen. Hay en el pueblo de Lucú mucho achiote (kuxub), que es lo mejor que se conoce en toda la Nueva España, muy buen cacao grueso que tira á colorado, y por sí solo de buen sabor, vainillas que llaman cizbiques (zizbic), muy buenas y olorosas para el chocolate. Era pueblo de mucho recreo y regalo con muchas huertas de cacao á la ribera del rio. En él hay mucha pesca de tortugas y del pez que llaman bobo, que es muy regalado. Desde Lucú se sube el rio arriba doce léguas contra la corriente para llegar al pueblo de Tepú. Es tanta la violencia del agua, que no bastan remos, y es necesario subir á fuerza de palancas, y á pequeño descuido la del agua vuelve atras las canoas, y muchas veces se arrojan los indios al agua para tirallas á brazo. Así es trabajosísima la subida, porque en el espacio de las doce léguas tiene el rio ciento y noventa raudales de impetuosa corriente; pero lo que admira es la curiosidad de los indios, que á cada una le tienen puesto su nombre propio con que todas las conocen. Es tan caudaloso este rio como cualquiera de los mayores de nuestra España, y su agua tan buena que dicen es mejor que la del celebrado Tajo. Cria zarza y oro, y ya sea por esto ó por virtud oculta que Dios la ha dado, bebida sana la enfermedad de hidropesía. Causa muy buenas ganas de comer, así á enfermos como <216> á sanos, y á poco rato con la ayuda que da para la digestion de los mantenimientos, se siente hambre, como dice el religioso que hizo la relacion, que lo experimentó algunas veces. Una propiedad singular tiene el agua de este rio, y es que á medio dia. cuando el sol calienta mas, está fresca y aun casi fria, y de noche se calienta de tal modo que sube el vaho de ella como si fuera de una caldera de agua puesta al fuego. A los lados del rio hay minas de piedra para yeso, que sale muy blanco: hay muchas palmas reales, y tambien las hay en las lagunas y rios que quedan dichos, y por regalo suelen comerse los palmitos que tienen sabor de cima de cardo. Hay tambien por las riberas de él de todas frutas de tierra caliente en mucha abundancia, caza de venados, puercos del monte que son los que tienen el ombligo en el espinazo, codornices y otras aves de diversas especies. Otras cosas dice que hay por allí maravillosas, y que no lo es poco ver tantas lagunas esteros, brazos y divisiones que hacen, y lo mismo los rios, que por muchas partes se pierde de vista su longitud. Los montes y sierras que los cercan, ásperas y agrias de subir, pero llenas de árboles fructíferos, que dan sustento á los indios por aquellos caminos. Y que de veces dice aquel religioso las he comido yo en su compañía caminando.
En tres dias fué Dios servido vencieron la dificultad de la subida tan trabajosa, y llegaron al pueblo último de esta gobernacion y de cristianos, plaza de armas de su espíritu, destinado para residir el tiempo que fuese necesario para pasar á la nueva conversion de aquellos infieles. Supieron el cacique, alcaldes y principales ántes que llegaran los religiosos como iban, y vinieron con sus canoas mas de dos leguas del rio abajo á recibirlos, con refresco de comida y una bebida que llaman zaca, que la hacen de maiz y cacao, y es sabrosa. Saludáronlos con gran contento y alegria, y volvieron <217> con ellos. Está el desembarcadero como un tiro de piedra del pueblo, y allí tenian prevenidas danzas á su usanza, y con ellas y mucho regocijo los llevaron á la iglesia, donde hicieron oracion. Allí dicen que dieron muchas gracias á Dios nuestro Señor por haberlos llegado con bien y librádolos de tantos peligros de mar, rios y tierra que se les habian ofrecido, y tambien á la Vírgen Santisima Madre de Dios á quien se habian encomendado muy deveras, y al glorioso príncipe de los apóstoles San Pedro, patron y titular de aquella iglesia. Habiendo hecho oracion, los aposentaron en la casa del padre beneficiado conjunta con la iglesia, y al alcalde Andres Carrillo hospedó en su casa una india principal llamada doña Isabel Pech, mujer que habia sido de un cacique llamado D. Luis Mazun, que habia muerto estando preso en la ciudad de Mérida por algunos delitos que se decia haber cometido, y debia de ser idólatra porque despues se hallaron ídolos en su casa como se dice adelante.
CAPITULO SEPTIMO.
Escriben los religiosos al Canek,
señor de los itzaes, y recibe bien la embajada.
Llegaron los padres Fr. Bartolomé de Fuensalida y Fr. Juan de Orbita al pueblo de Tepú poco ántes de la pascua del Espíritu Santo, y lo primero que hicieron fué adornar la iglesia lo mas curiosamente que pudieron, en que era cuidadosísimo el padre Orbita, y componerla con lo que en Mérida se les habia dado <218> para su ornato y celebracion de los oficios divinos. El alcalde Andres Carrillo visitó el pueblo como de su jurisdiccion, y cobró lo que habia tocante al rey como su oficial. Celebraron la pascua con grandísimo contento de los indios, porque pocas veces en ella habrá halládose sacerdote presente que les diga misa, por la mucha y trabajosa distancia. Fué mayor el gozo de los indios en la festividad de la institucion del Santisimo Sacramento del altar, la cual celebraron los religiosos con la mayor solemnidad que pudieron, y los indios con todas las danzas y festejos que supieron. Hízose la procesion como se acostumbra, que por ser la primera vez que la vieron en aquel pueblo, causo grande alegria á los indios. No teniendo yá que hacer allí el alcalde, les encargo mucho el buen tratamiento de los religiosos y la fidelidad que les debian guardar, con que despedido de ellos volvió al pueblo para visitarle y pasar á la villa de Salamanca. Quedaron los religiosos encomendándole á Dios como bienhechor suyo que tanto los habia favorecido, y sucedióle bien su viaje, comenzando á pagarle en ello la Divina Majestad la caridad y amor con que decian los religiosos que los llevó.
Yá los tenemos solos con los indios de Tepú, pero acompañados de un fervoroso espíritu y muy gustosos por ver á los indios tan contentos con su asistencia, que acudian ala iglesia con gusto, y continuacion á misa, doctrina y oficios divinos. Enviaban sus hijos todos los dias á la iglesia á rezar y aprender las oraciones, como loablemente hasta hoy se acostumbra en todas las doctrinas de esta tierra, así en las de los clérigos, como en las nuestras, de que yá se trato. Necesitaron para poder administrarles los Santos Sacramentos de tener toda la prevencion que llevaban para el ministerio, porque como está tan distante de Bacalar, cuando el beneficiado va á administrarles lo lleva consigo, y lo vuelve cuando se va, sin atreverse á dejarlo en Tepú <219> en poder de los indios, por recelo no lo profanen con alguna idolatría. No es mucho se temiese allí esto, pues acá dentro en la provincia donde continuamente están á la vista de los ministros, y donde saben asisten obispo y gobernador que los castigan, sucedió lo que se dijo en este libro nono que hacian aquellos dos indios Alonso Chablé y Francisco Canul, y aun este presente año de seiscientos cincuenta y seis, estando trasladando esto, me han dicho que el Br. D. Francisco Mariño, canónigo de la santa catedral de este obispado, y vicario general en el para lo que pertenece á los indios, ha desterrado uno ó no sé si mas por delitos semejantes á los de aquellos dos tan execrables idolatras. Dios por su misericordia los favorezca, porque cierto tengo por entendido que mientras no hubiere mayor castigo que el que se les da, no ha de haber seguridad en la materia. Con la asistencia de los religiosos, los indios de Tepú se mostraban muy devotos y frecuentaban la iglesia como buenos cristianos. Lo que pasaba en sus corazones (dice la relacion) Dios lo sabe, que es el escudriñador de sus secretos; pero para con ellos parecia tenerle bueno. Hacíanles mucha caridad y limosnas, dándoles para su sustento aun mas de lo necesario, que como cogian mucho cacao estaban ricos y sobrados. El órden que dieron para ello fué, que cada familia sustentase un dia á los religiosos, que por esto y no serles gravosos con la costa, se moderaban cuanto podian; pero ellos lo daban al parecer con mucho gusto, y lo continuaron el tiempo que con ellos estuvieron hasta pasar á los itzaes. Dice la relacion que les acudian con mas de lo que necesitaban, y que vieron verificado en todo este viaje que sin tener cosa de este mundo parece poseian lo que en él hay, segun lo que dijo S. Pablo á los corintios, que debian proceder como quien nada tiene y todo lo posee. Entre aquellos al parecer tan buenos cristianos, se <220> halló poco despues la idolatría que presto se dirá.
Tenia entónces el pueblo de Tepú hasta cien vecinos, y el cacique de él, que se llamaba D. Cristóbal Ná, era muy afecto á los religiosos y buen cristiano, que aun en otra entrada que despues se intentó hacer para reducir aquellos indios, ayudando á ella perdió la vida, como se dice en su lugar. Entre los indios de Tepú habia uno muy principal, llamado D. Francisco Cumux, que era descendiente del señor de la isla de Cozumel, el que recibió á D. Fernando Cortés cuando pasó á la conquista de la Nueva-España, y dice la relacion que en la cortesía y afabilidad con que trataba á los religiosos, manifestaba mucho su nobleza y buena sangre. aunque de indio. Era muy aficionado á la iglesia, por cuya causa era gran cantor y músico (costumbre que á los principios de su cristiandad observaron mucho los señores que habian sido en estos reinos), dando sus hijos á los religiosos para que los enseñasen en las escuelas, y se guardó muchos años, aunque yá no es tan general, y así acudia á cantar en el coro como si fuera un indio particular. De otro que allí servia de maestro de capilla, y era natural del pueblo de Jecelchakan, junto á Campeche, y se habia huido allí, dice el que hizo la relacion que segun entendió, su fuga habia originádose de ser gran idólatra: no sé en Tepú (dice) como se habia: el era gran trabajador, y estaba muy rico con muy buenas huertas de cacao, que el solo por su mano habia plantado ocho mil árboles de ello.
Comenzóse á tratar de lo que importaba, que era el principio que se habia de dar para la entrada de los itzaes, y juntos los religiosos con los principales del pueblo, acordaron que seria mejor enviárselo á decir primero con algunos indios de satisfaccion, y convinieron todos que el mas á propósito para principal cabeza de la embajada era el D. Francisco Cumux, á quien propuso el padre comisario Fuensalida, así por el respeto <221> que tendrian los itzaes á su conocida nobleza, como por el buen corazon y amor que él mostraba á los religiosos. Para mas autoridad, ordenaron que le acompañasen algunos indios de razon, sin que hubiese un tan solo parecer en contrario, que no fué poco para consulta entre indios, y de cosa que no carecia de peligro. Aceptó D. Francisco hacer la jornada con mucho gusto, aunque podia recelar de la poca fidelidad que acostumbran guardar aquellos indios; pero Dios le dió esfuerzo y valor para exponerse al riesgo por su santo servicio. Prevínose todo lo que necesitaban llevar para el viaje, y el padre comisario Fuensalida, que fué el que hizo la relacion que he dicho, escribió una carta al Canek, que contenia casi estas mismas razones, "Que él y su compañero, el padre Orbita, habian llegado al pueblo de Tepú, donde quedaban: la causa de su venida era para irle á ver y comunicar ciertas cosas que le estaban bien á él y á los suyos, y que así los mandase juntar con sus capitanes, para que oyesen lo que les proponia por su carta. Que su venida era de paz, sin gente de guerra ni armas, solos dos pobres religiosos de S. Francisco (de que yá tenian noticia, pues los habian visto los que estuvieron en la ciudad de Mérida,) y que así enviase sus principales á verlos á Tepú, porque querian con su licencia y beneplácito, dándoles seguridad, ir á verle, y que dándosela tendrian gran placer porque sin su consentimiento no harian cosa alguna." Escribióles de aquella suerte por atraer mas los ánimos incultos de aquellos bárbaros infieles con la humildad de sus razones, y encargo mucho á D. Francisco se lo diese á entender mas por extenso, y la seguridad con que podian recibirlos, pues eran dos solos religiosos con unos pocos indios que llevaban para celebrar los oficios divinos.
Salió D. Francisco Cumux con los indios que le asignaron para hacer su viaje, tan contento como manifestó <222> cuando le nombraron, llevando su matalotaje de comida, porque desde allí es todo montes despoblados. Quedaron los religiosos alegrísimos con su partida, por haber dado principio á lo que deseaban, dando gracias de haber hallado quien quisiese llevar la embajada, y encomendando continuamente á Dios el mensajero para que le llevase con bien á la presencia de aquellos infieles idolatras, y á éstos moviese los corazones para que los recibiesen con amor, pues se ordenaba á reducirlos á su conocimiento, y á que le confesasen profesando su santa fé. En órden á esto dijeron misas al Espíritu Santo y á la Virgen Santisima Maria señora nuestra, para que como madre de misericordia la impetrase de su Santísimo Hijo, alumbrando aquellas almas para que dejasen sus antiguos errores. Como D. Francisco iba favorecido con tan piadosas oraciones y sacrificios, aunque tardó en el camino seis dias por lo cerrado, y rodeos que ocasionaban las lagunas, fué Dios servido llegase con bien á los itzaes, y llevado á la presencia del Canek dió su carta y embajada segun se le habia ordenado. Recibieronle con afabilidad, y le hospedaron á él y los que llevaba conforme á su calidad de cada uno. Despues llamó el Canek á consejo á todos sus capitanes y principales para ver qué responderian á la embajada y carta que los religiosos les enviaban, y como algunos de aquellos indios yá sabian quienes eran, y que no les podian hacer daño alguno viniendo solos como iban, y les aseguraba D. Francisco, resolvieron no solo dar licencia á los religiosos para que fuesen á verlos, sino que tambien el Canek envió dos capitanes suyos con algunos indios en compañía de D. Francisco, para que de su parte los visitasen y dijesen como podian ir con seguridad á su tierra cuando gustasen, y con este buen despacho despidieron á D. Francisco. <223>
CAPITULO OCTAVO.
Vienen los indios itzaes el pueblo de Tepú,
y cómo los religiosos fuéron á su isla.
Pasados como quince dias que los religiosos habian despachado á D. Francisco Cumux, volvió al pueblo de Tepú con todo el buen suceso que pudieron desear. Vinieron en su compañía á visitarlos dos capitanes de los Itzaes, llamado el uno Ah Cha Tappol y el otro Ahau Ppuc con mas de veinte indios. Traian los dos capitanes sus jinetas con mojarras de pedernal al modo de las de los nuestros, y en el principio de ellas muchas plumas de diversos colores muy vistosas, al modo de las cintas que usan los que son alférez en sus venablos, y las mojarras como de una cuarta de largo de dos cortes, y la punta como de daga. Los otros indios venian con sus arcos y flechas con que caminan siempre que van fuera de la isla y de su territorio, por si encuentran indios chinamitas, que es otra nacion con quien tienen enemistad y guerra de ordinario. Llegados á la presencia de los religiosos los saludaron á su usanza, que es echar el brazo derecho sobre el hombro en señal de paz y amistad, y los religiosos los correspondieron. Aposentaron á los dos capitanes en casa del cacique, y á los demas en las de los principales, cuidando de su regalo, como en su isla se habia hecho con los nuestros. Despues D. Francisco Cumux dió cuenta á los religiosos como habia sido recibido de Canek y los demas principales con alegria de que hubiesen venido, y que al parecer la tenian de que fuesen allá á verlos, con que quedaron contentos, y agradecieron á D. Francisco y sus compañeros el trabajo que habian tenido en el viaje, advirtiéndoles que tuviesen por cierto que Dios nuestro Señor se lo pagaria, pues habia sido <224> en servicio suyo, y para gloria y honra de su santo nombre el cual querian dar á conocer á aquellos infieles.
Los dias que estuvieron los indios itzaes en Tepú, miraban con mucha atencion el modo de vivir de los religiosos, y la enseñanza con que tenian á los pueblos, y aun algunos iban á oir decir misa y cantar en el coro, y mostraban holgarse porque son amigos de música. Comunicaban á menudo con los religiosos, y éstos les trataban siempre de la ida á su tierra, y en particular al capitan Ahau Ppuc por ser indio de buena razon, y uno de los que estuvieron en la ciudad de Mérida cuando fueron á ella gobernando D. Antonio de Figueroa. Cuatro ó cinco dias estuvieron en Tepú, y los capitanes dijeron á los religiosos que podrian ir cuando quisiesen, que ellos necesitaban de partirse para dar la nueva á su cacique de cómo iban, y que estuviese avisado, con que se despidieron. Los religiosos trataron con sus indios de Tepú de poner luego en ejecucion la jornada, y prevenir la comida necesaria para el camino. Salieron del pueblo de Tepú dia de la festividad de la Asuncion de la Reina de los angeles, quince de agosto de mil seiscientos y diez y ocho años, invocando con humildes corazones y súplicas el patrocinio de esta Santísima Señora para aquella santa empresa, á que daban principio en su dia. Salieron en su compañía el cacique de Tepú D. Cristóbal Ná, y mas de veinte indios principales, y los que eran necesarios de servicio con su maestro de capilla, cantores y sacristanes, que de acá de la provincia se habian ofrecido á ir con los religiosos.
El primer paraje donde se va en este camino, es un gran rio, que dista dos léguas del pueblo de Tepú, el cual por no haber sido aún mucha la continuacion de las lluvias, pudo vadearse. El mismo cacique D. Cristóbal, que era indio robusto y de muchas fuerzas, paso sobre sus hombros los dos religiosos. Despues <225> caminaron como ocho ó diez léguas, y dieron con una gran laguna á que tienen puesto por nombre Yaxhaa. No hallaron canoa para atravesarla, y los indios decian á los religiosos que se volviesen al pueblo de Tepú pues no podian ir adelante por falta de embarcacion para atravesar la laguna por donde era forzoso pasar. El padre comisario Fuensalida se hizo del enojado con ellos, diciendo que no podia ser hubiesen ignorado aquel impedimento, el cual podian haber remediado: que el no habia de dar paso atras en lo comenzado, sino proseguir hasta llegar á los itzaes para donde habian salido el y su compañero. Que por la parte de la mano izquierda de la laguna parecia poderse romper el monte, y ir abriendo camino con que dando la vuelta saldrian al derecho para el viaje. A los indios se les hizo esto muy dificultoso, y replicaron que era lejos y de mucho trabajo, que la comida que llevaban no era para tantos dias y así despues les faltaria, que tambien se iba haciendo tiempo de coger sus sementeras, y que mientras las cogian harian una canoa en que pasar la laguna, y los llevarian con mucho gusto. Instaba el padre comisario Fuensalida en lo que primero habia dicho, y los indios rogaron al padre Fr. Juan de Orbita que le disuadiese de ello, pues era mas acertado lo que ellos decian. Parecio ser así, y convinieron todos en volver á Tepú, para que se hiciese la canoa en que pasar la laguna. Vueltos á Tepú, envió el cacique D. Cristóbal indios carpinteros que á la ribera de la laguna labraron una buena canoa, porque allí hay muy grandes maderas de cedros y otros árboles de que pueden hacerse, y los demas en el ínterin cogieron sus sementeras y hicieron nuevo matalotaje para la partida.
Salieron segunda vez de Tepú á veinte y ocho de setiembre de aquel año, y dia en que se celebra la festividad de S. Elzeario, santo de nuestra Tercera Orden. Pasaron el rio grande, que dista las dos léguas dichas, <226> con mas trabajo que la primera vez, por continuar mas las lluvias en aquel tiempo, y llegaron á la laguna de Yaxhaa donde estaba la canoa. Pasaron personas y lo que se llevaba en tres ó cuatro viajes, y tendrá la laguna de travesía dos léguas. Estando yá de la otra parte, caminaron por tierra como quince léguas hasta otra laguna que se llama Zacpeten, que es como decir isla blanca, y ésta es mas corta que la antecedente: tendrá de travesía como una legua. Para haber de proseguir adelante, dice la relacion que comenzaron los indios á hacer de las suyas. Tomaron el camino por mano izquierda de la laguna donde hay unas sierras, llevando dos dias á los religiosos por aquellas montañas, que como nunca se andan estaban muy cerradas, y consiguientemente muy trabajoso el caminarlas. Fingian muchas veces los indios que iban perdidos, y así entraban unos por una parte del monte, y otros por otra, y se daban voces unos á otros, diciendo que no era aquel el camino, y que no sabian si iban errados. Dice el padre Fuensalida que hacian esto por cansarlos, y que se volviesen á Tepú sin llegar á los itzaes, Ó ya por temor de que allá no los matasen, Ó ya porque convertidos aquellos no les quedaba lugar ó parte segura á los que miserablemente se huyen apóstatas de nuestra santa fé, como muchos hacian; y despues se alzaron los de este pueblo y sus comarcas por el año de seiscientos treinta y siete, y fué este mismo religioso á reducirlos y no pudo, como se dice adelante. Aunque sospechaban la malicia con que procedian los indios, tuvieron paciencia, y los animaban diciendo que Dios los sacaria al camino y los ayudaria, pues los habia llegado allí. Viendo los indios la tolerancia con que los seguian los religiosos, y que no parecian tener proposito de volver atras, antes mostraban mas ánimo cuanto mas dificultad veian en el camino, los sacaron al bueno y derecho despues de dos dias en que anduvieran <227> como diez y ocho léguas, y llegaron á la laguna de los itzaes, que la llaman Chaltuna.
Pararon en su ribera, donde hicieron un rancho en que se puso altar para decir misa, y despacharon un indio principal (que despues fué cacique) con algunos que le acompañasen, para que dijese al Canek cómo ya estaban allí los religiosos. Dieron que le llevase un presente de las cosas que les habian dado en Mérida para el efecto con un poco de cacao y un muy buen alfanje. Advirtiéronle dijese al Canek que les enviase buenas canoas, y algunos principales de sus indios que los llevasen. Pasados mas de ocho dias de detencion (que yá daba á los religiosos cuidado) volvió D. Gaspar Cetzal (que así se llamaba el que fué) acompañado de los capitanes Ah Cha Tappol y Ahau Ppuc, que habian ido al pueblo de Tepú, con algunos indios y cuatro canoas grandes que el Canek enviaba para que todos pasasen de un viaje. Con este buen avío se embarcaron muy alegres aquel dia despues de comer, y navegaron con buen tiempo la travesía de la laguna, que será como seis léguas. Los itzaes que estaban á la vista para reconocer cuando se acercaban, dieron aviso como iban los religiosos, y el Canek envio un yerno suyo con otros de su familia en dos canoas, que salieron mas de dos léguas, á saludarlos y recibirlos en su nombre. Trajéronles de la bebida que he dicho se llama zacá, con su espuma de cacao estimada entre ellos, que al fin (dice la relacion) aunque bárbaros tienen alguna urbanidad y gobierno político. Cuando llegaron al desembarcadero muy cercano al pueblo, estaba el mismo cacique Canek con sus principales y gran gentío que habian salido á recibirlos. Seria como á las diez de la noche, pero habia muchos hachones de tea encendidos, con que todo estaba muy claro y patente. Salidos á tierra, los recibió el Canek con muestras de amor y voluntad, y <228> hospedó á los religiosos en una casa que les tenia hecha aunque no muy grande, cercana adonde el residia, distante como veinte pasos y bastante para lo que entónces necesitaban, dos barbacoas á su usanza por camas, y por allí cerca aposentaron á los demas.
CAPITULO NOVENO.
Predican los religiosos á los itzaes,
que los quisieron matar por quebrantarles un ídolo.
La casa del cacique Canek estaba como cuarenta pasos de la laguna, y tenia delante una placeta en la cual estaba la casa que habian hecho á los religiosos, de que no poco se holgaron, porque ademas de estar en buen paraje, tenian la comodidad de la cercanía para verle y comunicarle con frecuencia, como despues lo hacian, y el tambien visitaba á los religiosos. Entre otros apuntamientos que el muy docto y religioso padre lector Fr. Francisco Gutierrez (de quien se trata adelante) les dió para portarse con aquellos infieles, aconsejó que escogiesen por sus patrones, y de aquella conversion, al glorioso príncipe de la iglesia S. Pablo y á su consorte S. Bernabé. Hiciéronlo así, y al siguiente dia como llegaron aderesaron una pieza de la casa en que los hospedaron, donde erigieron altar para decir misa, y el padre comisario Fuensalida la canto de su patron S. Pablo, pidiendo á Dios por su misericordia, méritos é intercesion del santo apóstol, la conversion de aquellos infieles. Los itzaes estaban por la parte de fuera mirando con grande atencion lo que hacian los religiosos, pero con silencio, sin hacer ruido <229> alguno que pudiese ocasionar turbacion. Desde aquel dia. dice el padre comisario Fuensalida en la relacion, que ha hecho siempre conmemoracion á estos santos por la conversion de aquellos indios, para que se la alcancen de Dios nuestro Señor: plegue á su Divina Majestad (dice) que yo lo vea. Amen. Y no es mucho los llore como á hijos perdidos por quien trabajó tanto.
Despues de haber dicho misa fueron á ver al Canek, y estuvieron con él un rato conversando. Pidiéronle licencia para andar todo el pueblo y las casas, por saber el modo de vivir, y qué modo de gobierno tenian: para ver sus cues (ku na) ó adoratorios donde tienen los ídolos, y se juntan á sus bailes y embriagueces que hay siempre que han de idolatrar ó hacer algun sacrificio. ¿Y cuántos habia? Se lamenta este religioso. El Canek se la dió y indios principales que anduviesen con ellos por el pueblo. La principal causa fué para tener motivo de dar principio á la predicacion evangélica, y allí luego congregados los indios principales en presencia del Canek lo comenzaron. Cada uno de los religiosos tenia un santo Crucifijo en la mano, y el padre comisario Fuensalida intentó persuadirlos con una plática espiritual (y que bien la ordenaria por ser tan gran lengua, y muy versado en la escritura, demas del buen espíritu que le guiaba.) Declaróles la ceguedad en que estaban, adorando al demonio en los ídolos, y con la vanidad de tantos dioses, no habiendo mas de uno solo vivo y verdadero, uno en esendia y trino en personas. Que este lo crió todo de la nada con solo su palabra, formó al hombre á su imágen y semejanza para que le sirviese y gozase en la eternidad de su gloria; mas que por el pecado de nuestros primeros padres habiamos todos sus descendientes perdido la amistad y gracia de tal Dios y Señor. Que para remedio nuestro, y volvernos á su gracia para que le gozásemos, el Hijo de Dios se habia hecho hombre en las purísimas entrañas <230> de una Virgen llamada Santa Maria, y discurriendo les explicó el misterio de la Encarnacion del Verbo eterno, y cómo obró mediante su muerte nuestra redencion. Declaróles como instituyó los Sacramentos, instrumentos con que nos da su gracia, y se perdonan los pecados; la necesidad que tenian del santo Bautismo para salvar sus almas; y finalmente en general los misterios necesarios de saber para conseguir la vida eterna, y como venian á convertirlos de hijos del pecado y dignos de eternas penas, en hijos de Dios por su gracia con que mereciesen la gloria.
Con gran atencion oyeron los indios la plática que el padre comisario Fuensalida les hizo; pero por entónces respondieron que no era llegado el tiempo de ser cristianos; (tienen profecías suyas de que lo han de ser) y que así se volviesen á su lugar de donde habian salido: que despues irian otra vez, porque entónces no querian ser cristianos. Aunque les dieron esta repulsa, los acompañaron y llevaron á ver al pueblo. Por la cuenta que pudieron hacer los religiosos, serian doscientas las casas que tenian, las cuales están en la orilla de la laguna á poca distancia unas de otras, y en cada una viven padres y hijos con sus familias. En lo alto y medio de la isla están los cues y adoratorios donde tienen sus ídolos. Fuéron á verlos, y eran doce ó mas los templos, de grandeza y capacidad como las mayores iglesias que hay en los pueblos de indios de esta provincia de Yucatan, que segun la relacion cabian en cada uno mas de mil personas juntas. En medio de uno de ellos habia un grande ídolo de figura de caballo, hecho de cal y canto. Estaba sentado en el suelo del templo sobre las ancas, encorvados los pies y levantado sobre las manos. Adorábanlo por dios de los truenos, llamándole Tzimin Chac, que quiere decir caballo del trueno ó rayo. La causa de tener este ídolo fué que como yá noté en el primer libro de estos escritos, cuando pasó D. Fernando <231> Cortés por aquella tierra para el viaje de Honduras, les dejó un caballo que no pudo caminar adelante. Murióseles, y por temor de no poderle entregar vivo, si acaso volvia por allí y se le pedia, le hicieron aquella estatua, y comenzaron á tenerla con veneracion, para que por esto coligiese no haber sido culpables en la muerte del caballo. Como se le dejaron encomendado diciendo que volverian por él, entendiendo que era animal de razon, dábanle á comer gallinas y otras carnes: presentábanle ramilletes de flores como acostumbraban á las personas principales. Toda esta honra (que á su parecer le hacian) redundó en acarrearle la muerte al pobre caballo, que murió de hambre. Pusiéronle aquel nombre por haber visto que algunos de los españoles de aquel viaje disparaban sus arcabuces ó escopetas encima de los caballos cazando venados, y entendieron que estos animales eran causa del estruendo que hacian, que les parecio trueno, y la luz del fogon y humo de la pólvora, rayo. Con aquello tuvo motivo el demonio junto con la ceguedad de sus supersticiones, para que se fuese aumentando la veneracion de aquella estatua, y llegó á tanto que cuando allí estuvieron los religiosos era el principal ídolo que adoraban.
Luego que el padre Fr. Juan de Orbita le vió, dice su compañero el padre Fuensalida, que parece que descendió el espíritu del Señor en él, y que revestido de un fervoroso celo de la honra de Dios, cogiendo una piedra en la mano, subió sobre la estatua del caballo, y le hizo pedazos, desparramándolos por aquel suelo. Los indios que iban en su compañía, y eran muchos, viendo quebrantar su ídolo tan estimado de ellos, levantaron gran grita y vocería, diciendo unos á otros: matadlos, que han muerto á nuestro Dios: mueran en recompensa de la injuria que le han hecho, y esto con tan gran alboroto, que se conoció obrar nuestro <232> Señor en que no lo ejecutasen luego, aunque dichosos (dice) fuéramos en morir allí por su santo amor. No turbó aquel rumor á los religiosos, que con grande ánimo y fortaleza de espíritu, puesta toda su confianza en Dios, y levantando el santo Crucifijo que llevaban en las manos, dijo á los indios el padre comisario: Sabed vosotros (o itzaes) que este ídolo que aqui adorais por vuestro dios, no lo es, sino una figura de béstia irracional, como son los venados y otros animales que flechais para comer. En ella adorais al demonio que os tiene engañados y ciegos en vuestras idolatrías, y que no puede él ni vosotros hacernos mal ó daño alguno, si nuestro Dios y Señor verdadero, Creador del cielo y tierra y de todas las cosas, al cual nosotros creemos, confesamos y adoramos, no os da permiso para ella, Y si fuere servido de dárosle, eso es lo que nosotros deseamos, morir por este santo Señor que tenemos en las manos, y que así murió por nosotros crucificado en una santa cruz como esta. Darémos la vida por su santo amor y por la confesion de su fé, que profesamos. Esta es la que os venimos á enseñar y predicar ayudados de su gracia, para que recibiéndola vosotros os salveis y dejeis de condenaros al infierno, donde tendréis eternos tormentos con esos ídolos que adorais Mirad (ó itzaes) que os venimos á predicar y manifestar á Jesucristo, y éste crucificado por el bien de los hombres todos, como le veis aquí en la cruz. Miradlo bien, que este Señor es vuestro Dios verdadero que os crió y redimió del poder del demonio con su santísima y muerte, derramando su preciosa sangre por vosotros y por todos los hombres del mundo, para salvarlos y llevarlos al cielo. Recibid (ó itzaes) nuestras palabras, creed en Dios para que os bauticemos, que así os salvaréis, y no quedaréis perdidos como hasta ahora lo habeis estado. En esta forma les dijo otras muchas cosas, que con la fragilidad de la memoria y tantos <233> años como han pasado, dice el padre Fuensalida que yá no se acuerda individualmente, y que así no las singulariza por no contravenir en algo al precepto de obediencia, que para que estuviese sencillamente la verdad de lo sucedido en aquel viaje le fué impuesto.
Manifestóse admirable la potencia de la Majestad Divina, porque aunque al quebrantar el padre Orbita el ídolo fué tanta la gritería de los indios, como se ha dicho, clamando á voces que muriesen por ello, ninguno levantó mano para ofenderlos, ántes parece que se acobardaron con la plática, la cual oyeron quietos y sosegados. Dice que se conoció muy bien el favor divino que los amparaba, segun quedó aquella multitud mansa, y atenta á lo que se les predicó en ocasion de tanto sentimiento para ellos. Habiendo quebrantado el ídolo el padre Orbita, quedó con grande alegria (segun dice su comisario el padre Fuensalida), y con un rostro tan agradable á la vista, que era para dar gracias á Dios mirándole.
COGOLLUD.TM2 Continued
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