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David Bolles
 

Combined Dictionary-Concordance of the Yucatecan Mayan Language

CAPITULO VI.

Lo que hizo Hernando Cortés en Cozumél,

y como supo habia españoles cautivos en Yucatan.

Con el buen tratamiento del general Hernando Cortés, con no hacer los españoles daño alguno á los indios, se acabaron de asegurar todos los de la Isla, y traian buena provision de bastimentos para el ejército. Con esto mandó el general sacar los caballos á tierra, cuya estrañeza de animales nunca por ellos vistos, puso gran admiracion en los indios, que los tuvieron por ciervos de aquella grandeza, y los proveyeron abundantisimamente de yerba y maiz, por haber mucho en la Isla. Desta familiar comunicacion con los indios, dice el coronista Herrera, resultó que algunos dieron á entender que cerca de aquella Isla en Tierra firme de Yucatan, habia hombres semejantes á los españoles con barbas, y que no eran naturales deste reino, con que tuvo ocasion Hernando Cortés de buscarlos. Bernal Diaz asigna otra causa, y dice: Que como hubiese oido el general á los soldados que vinieron con Francisco Hernandez de Córdova, que los indios les decian Castilan, Castilan, señalando al oriente, que llamó al mismo Bernal Diaz y á un viscaino llamado Martin Ramos, y les preguntó, que si era como se decia; y respondiéndole que si, dijo el general, que presumia haber españoles en Yucatan, y seria bueno hacer diligencia entre los indios. Mandó el general llamar á los caciques, y por lengua del indio Melchor (que ya sabia algun poco de la castellana, y la de Cozumél (Cuzamil) es la misma que la de Yucatan) se les preguntó si tenian noticia de ellos. Todos en una conformidad respondieron, que habian conocido unos españoles en esta tierra, y daban señas dellos, diciendo que unos caciques los tenian por esclavos, y que los indios mercaderes de aquella Isla los habian hablado pocos dias habia, que estarian de distancia la tierra adentro, andadura y camino de dos soles. <23>

Grande fué el alegria de los españoles con esta nueva, y asi les dijo el general á los caciques que con cartas, que les daria para ellos se los enviasen á buscar. A los que señalaron los caciques para ir, halagó y dió unas camisas y cuentas, prometiendo darles mas cuando volviesen. Los caciques dijeron al general, enviase con los mensageros rescate para dar á los amos, cuyos esclavos eran, para que los dejasen venir, y asi se les dió de todo género de cuentas y otras cosas, y se dispusieron los dos navios menores con veinte ballesteros y escopeteros, por su capitan Diego de Ordaz. Dióles órden el general que estuviesen en la costa de Punta de Cotóch (c'otoch) aguardando ocho dias con el navio mayor, y que con el menor se le viniese á dar cuenta de lo que hacian. Dispusose todo, y la carta que el general Cortés dió á los indios, para que llevasen á los españoles, decia asi: "Señores y hermanos, aqui en Cozumél (Cuzamil) he sabido, que estais en poder de un cacique detenidos. Yo os pido por merced, que luego es vengais aqui á Cozumél (Cuzamil), que para ello envio un navio con soldados, si los hubieredes menester, y rescate para dar á esos indios con quien estais, y lleva el navio de plaza ocho dias para os aguardar. Veníos con toda brevedad: de mi sereis bien mirados, y aprovechados. Yo quedo aqui en esta isla con quinientos soldados y once navios. En ellos voy mediante Dios la via de un pueblo que se dice Tabasco ó Potonchán (Chakan Poton), &c."

Dicen algunos, que los indios de Cozumél (Cuzamil) pusieron grandes dificultades, rehusando llevar la carta y darla acá en Tierra firme por el peligro que corrian sus vidas, y que con las dádivas se ofrecieron á llevarla y que porque no se la hallasen, la revolvieron en la cabellera que usaban traer del cabello trenzado y revuelto á la cabeza. Esto no parece haber pasado asi, pues Bernal Diaz dá á entender no pusieron dificultad alguna, antes los caciques dijeron á Cortés llevasen los mensageros rescates para los amos de los cautivos, como se ha dicho; ni estos indios eran tan bárbaros, aunque tenidos por tales, que no tuviesen por cosa sagrada la observancia de la seguridad, que las mas naciones del mundo han practicado con los embajadores, aunque sean de enemigos declarados, como largamente refiere el padre Torquemada en su monarquia indiana. Pasaron á Tierra firme, atravesando el pequeño brazo de mar que hay entre ella y la Isla, aunque con muy grandes corrientes; dejemoslos allá miéntras negocian y digamos lo que hizo el general Cortés en Cozumél (Cuzamil) en el interin.

Con la celeridad que necesitó salir de la jurisdiccion del Gobernador Diego Velazquez, no habia hecho reseña de armas y muestra de soldados, y con la oportunidad la hizo tres dias despues que llegó á Cozumél (Cuzamil). Halláronse quinientos y ocho soldados, sin maestres, pilotos y marineros, que serian ciento y nueve, diez y seis caballos y yeguas: once navios grandes y pequeños <24> con uno que era como bergantin, y cantidad de pólvora y balas. Esto tan solamente fué el aparato de guerra con que este esforzado y venturoso capitan entró por los amplisimos reinos de la Nueva España, tan poblados de innumerables gentes. Este el ejército de españoles que dió principio á la consecucion de tan gloriosos fines, de que están llenas las historias y el mundo, de su fama y riquezas; digo ahora pues solamente lo que pasó en esta tierra. Los capitanes quedaron confirmados en sus oficios, y no es justo omitir sus nombres, y mas habiendo sido despues uno dellos adelantado de Yucatan, y otro el primer oficial del rey que tuvo. El general quedó por capitan de su navio y gente, Alonso Hernandez Portocarrero de otro, Pedro de Alvarado y Francisco de Montejo (que lo habia sido, cuando Grijalva) cada uno del suyo, Francisco de Morla, Diego de Ordas, Francisco de Saucedo, Juan de Escalante, Juan Velazquez de Leon. Cristóbal de Olid y Alonso Dávila, cada uno del suyo. Por capitan de la artilleria nombró á Francisco de Orozco, persona de mucho esfuerzo y que habia sido buen soldado en Italia, piloto mayor el que se ha dicho Anton de Alaminos. La artilleria fué diez piezas de bronco y cuatro falconetes, con trece escopetas y treinta y dos ballesteros.

Era Cozumél (Cuzamil) el mayor Santuario para los indios que habia en este reino de Yucatan, y á donde recurrian en romeria de todo él por unas calzadas que le atravesaban todo, y hoy permanecen en muchas partes vestigios dellas, que no se han acabado de deshacer, y asi habia alli grandes kues (ku na), adoratorios de ídolos. A uno, el rey de ellos que tenia un gran patio, ocurrieron una mañana muchos indios con diversidad de sahumerios, y como cosa nueva para los españoles, con singular atencion lo repararon. En uno de aquellos adoratorios subió un indio viejo con mantas largas que era el sacerdote de aquellos ídolos, y predicó un rato á los indios. Preguntó el general Cortés al indio Melchor que era lo que les decia aquel indio, y respondió que les predicaba cosas de su falsa religion y credencia, con que tuvo mas ocasion de hacer llamar al cacique, y al mismo predicador y por lengua de Melchor, como pudo mas bien declaróselo, les hizo un razonamiento de la substancia siguiente: "Que si habian de ser hermanos y amigos de los españoles, era justo, que profesasen una misma religion, y creyesen lo que los españoles creian. Que era necesario dejasen la adoracion de aquellos ídolos, que no eran Dioses como entendian, sino demonios que los engañaban, y con los errores que les hacian cometer, los llevaban á perdicion eterna, que los quitasen de aquella casa, como cosa abominable y mala. Que en su lugar pusiesen una imágen de Nuestra Señora, que les enseñó, y una Cruz que <25> les haria, y que con esto tendrian buenas sementeras y serian ayudados para la salvacion de sus almas. Que cesasen de los sacrificios de sangre y vidas de hombres que ofrecian á sus ídolos, cosa de que tanto se ofendia el verdadero Dios, que no gustaba de la muerte de los hombres ofrecida en tan cruentos sacrificios, y que si al Dios que el adoraba se convertian y recibian su fé, tuviesen por ciertos todos los bienes del cuerpo y del alma, y que serian libres de las penas eternas del infierno, que tenia prevenidas para los que no le adoraban, y guardaban su ley santa."

Con atencion oyeron los indios aquella tan nueva, y no presumida plática; y el indio sacerdote con los caciques respondieron: "Que sus mayores, de quien descendian, por muchas edades habian adorado aquellos Dioses, á quien ellos tambien reverenciaban y tenian por buenos: de quien recibian los bienes, y salud que tenian, y que asi no se atreverian á quitarlos de alli, ni dejar su adoracion, porque perderian sus sementeras y lo demas, que de ellos recibian y que enojados se les huirian á la mar y los perderian. Que no se atreviesen los españoles á hacerles ultrage alguno, ni quitarselos de los adoratorios, donde los veneraban porque verian cuanto mal les sucedia por ello, y que se irian á perder á la mar. Para que los indios viesen por esperiencia el error en que estaban y la falsedad de aquellas figuras que adoraban por Dioses; mandó el general á algunos soldados, que echándolas á rodar por las gradas abajo, las despedazasen y echasen por aquellos suelos, como lo hicieron; y viendo no se les iban á la mar, como ellos decian, por alli conociesen cuan vano era el temor con que estaban de sus ídolos. Habia mucha cal en el pueblo y indios albañiles, y asi mandó luego hacer un altar, donde se puso la imágen de Nuestra Señora; y á dos españoles carpinteros mandó labrar una cruz de maderos nuevos que alli estaban, la cual se puso en uno como humilladero cercano al altar. Dijo misa el P. clérigo Juan Diaz, á que estuvieron presentes los caciques y sacerdotes de los ídolos con grande atencion y silencio, admirandose de las ceremonias con que se celebra, porque la novedad, y ser estos indios connaturalmente amigos de ella, y ceremoniaticos, los debió de atraer para que la tuviesen."

" Aunque el general Hernando Cortés aguardó al capitan Diego de Ordaz en Cozumél (Cuzamil), y este capitan la respuesta que hablan de llevar los que con la carta pasaron acá á Tierra firme, un dia mas que llevó de término; volvió sin llevar razon alguna, ni de los españoles que se esperaban, ni de los indios que fueron en su busca. Entónces, dice Bernal Diaz, que el general con palabras soberbias dijo al capitan Diego de Ordaz, que habia creido que otro mejor recaudo trajera, que no venirse asi sin españoles ni nueva dellos, porque ciertamente estaban en aquella tierra. Viendo, pues, que no habia rastro de esperanza, que le asegurase poder llevarlos consigo, y que ya el <26> detenerse mas en Cozumél (Cuzamil), era perder viaje: habiendo encomendado mucho á los indios la reverencia de aquella santa imágen de Nuestra Señora y la cruz, y que tuviesen el altar con mucha limpieza y aseo, diciéndoles, que habia de volver á verlos; y habiéndose despedido de los indios, mandó embarcar toda la gente, con que aquel mes de Marzo de mil y quinientos y diez y nueve años, dando velas al viento, salieron de la Isla de Cozumél (Cuzamil), para proseguir su viaje. Aquel mismo dia, como á las diez, oyeron que del navio del capitan Juan de Escalante, disparon un tiro, daban grandes voces, y capeaban á los demas; y el general Cortés puesto á bordo de su capitana, vió, que iba arribando hácia Cozumél (Cuzamil) el navio. Preguntó, que seria? Respondió un soldado, que se anegaba, y era el navio donde iba el cazabe, pan y sustento del ejército. Mandó hacer seña á todos los navios para que arribasen á Cozumél (Cuzamil), y asi volvieron al puerto aquel mismo dia. Hallaron la imágen con mucho aseo y sahumerios, de que se alegraron y preguntaron los indios, la qué volvian? Respondiéseles, que á aderezar aquel navio, que hacia agua; sacaron dél el pan cazabe, y cogieron el agua, en cuatro dias; disposicion divina al parecer, para que en ellos llegase uno de los españoles que estaban acá en Yucatan, como se dice en el capítulo siguiente, de que tanto útil se siguió despues para la comunicacion con los indios de la Nueva España."

 

CAPITULO VII.

Llega Gerónimo de Aguilar á Cozumél; refierese como aportó

á Yucatan, y los trabajos que en él pasó.

Los indios que llevaron la carta del general Hernando Cortés, dentro de dos dias la dieron á un español, que se llamaba Gerónimo de Aguilar. Dicen algunos, que no se atrevieron á darsela á él, sino á su amo, y que receló mucho le quisiese dar licencia para irse, y que asi con mucha humildad puso todo el negocio en la voluntad de su amo; medio con que hasta entónces se habia conservado, y que con esto no solo le dió licencia, pero que hizo le acompañasen algunos indios, y le rogó solicitase para él la amistad de los de su nacion, porque deseaba tenerla con hombres tan valerosos. Pero Bernal Diaz afirma, que al Gerónimo de Aguilar se dió la carta y rescates, y que habiéndola leido se holgó mucho (bien se deja entender el grado en que seria) y que fué á su amo con ella, y los rescates para que le diese la licencia, la cual luego dió para que se fuese donde tuviese gusto. Gerónimo Aguilar habida licencia de su amo, fué en busca de otro compañero suyo llamado Gonzalo Guerrero. y le enseñó la carta, y dijo lo que pasaba. Respondió el Guerrero: "Hermano Aguilar, yo soy casado y tengo tres hijos. Tienenme por cacique y capitan, cuando <27> hay guerras, la cara tengo labrada, y horadadas las orejas que dirán de mi esos españoles, si me ven ir de este modo? Idos vos con Dios, que ya veis que estos mis hijitos son bonitos, y dadme por vida vuestra de esas cuentas verdes que traeis, para darles, y diré, que mis hermanos me las envian de mi tierra." La muger con quien el Guerrero estaba casado, que entendió la plática del Gerónimo de Aguilar, enojada con él dijo: Mirad con lo que viene este esclavo á llamar á mi marido, y que se fuese en mala hora, y no cuidase de mas. Hizo de nuevo instancia Aguilar con el Guerrero, para que se fuese con él: diciéndole, que se acordase era cristiano y que por una india no perdiese el alma, que si por la muger y hijos lo hacian que los llevase consigo, si tanto sentia el dejarlos. No aprovechó tan santa amonestacion, para que el Gonzalo Guerrero (que era marinero, y natural de Palos) fuese con Gerónimo de Aguilar, que viéndole resuelto en quedarse, se fué con los dos indios de Cozumél (Cuzamil) al parage, donde quedó el navio. Llegando á el, como ya se habia ido, quedó muy triste, y se volvió con su amo, diciendo lo que pasaba.

Cuando volvieron á arribar á Cozumél (Cuzamil) los navios, supólo luego Gerónimo de Aguilar, y trató con priesa de ir á alcanzarlos. Pagó con las cuentas verdes del rescate que le enviaron, y seis indios remeros que en breve tiempo (por no ser mas de cuatro leguas la travesia) pasaron de la banda de Tierra firme á la playa de la isla, aunque por la violencia de las corrientes descayeron algo del puerto á donde iban á parar. Habian salido unos soldados á caza de puercos monteses (citam), de los que tienen el ombligo arriba en el espinazo; dijeron al general como habian visto, que de la parte de Cabo de Cotoch atravesó una canoa grande á la Isla, y que la gente de ella junto al pueblo. Mandó el general al capitan Andres de Tápia, que con otros dos soldados fuese á reconocer que novedad era aquella. Viendo los indios remeros ir los españoles para ellos, quisierónse tomar á embarcar, pero Aguilar los sosegó, diciéndoles, que no tuviesen miedo, que eran sus hermanos. Como el español venia de la misma forma que los indios, envió á decir el capitan Andres de Tápia al general Cortés, que siete indios eran los que habian llegado en la canoa; pero luego que sajieron á tierra, el español dijo (mal mascado y peor pronunciado, como dice Bernal Diaz) Dios, é Santa Maria y Sevilla. El capitan Andres de Tápia luego que fué á abrazarle, y el otro soldado á gran priesa á pedir albricias al general por la buena nueva de la llegada de el español, que tambien luego se fué con el capitan Tápia para donde estaba Cortés. Los españoles que los encontraban, preguntaban al capitan Tápia por el español; ¿pero que tal venia él, para que le conociesen, aunque estaba presente? De su natural color era moreno, venia tresquilado como un indio esclavo, traia un remo al hombro, una <28> ruin manta, sus partes verendas cubiertas con un paño á modo de braguero, que los indios usan y llaman Puyut, y en la manta un bulto, que despues se vió eran horas muy viejas, y con este arreo llegó á la presencia del general Cortés que tambien preguntó al capitan Tápia por el español Gerónimo de Aguilar, que se habia puesto en cuclillas, como los otros indios, entendiendo al general, dijo: Yo soy; y luego Cortés le mandó vestir camisa y jubon, y unos calzones, y calzar unos alpargates, y le dieron para cubrirle la cabeza una montera, que por entónces no se le pudo dar otros vestidos.

Muy diferente de esto refiere Herrera la llegada de Aguilar, porque dice, que llegando al parage del navio, halló por alli muchas Cruces de caña, pero no á los españoles, y que con la tristeza se encaminó por aquella costa, donde halló una canoa enterrada media podrida, y que entrándose en ella con los dos indios de Cozumél (Cuzamil), y sirviendo un pedazo de pipa (que acaso hallaron) de remo, navegando la costa abajo, atravesó por lo mas angosto á Cozumél (Cuzamil), y que bajando en tierra los acometió el capitan Andres de Tápia, y los dos soldados con las espadas desnudas, y que los indios intentaron volverse, pero que los sosegó Aguilar, que habló á los españoles, diciendo. Señores, cristiano soy, y puesto de rodillas en tierra dió gracias á Dios, y preguntó si era miercoles, porque deseaba saber, si anda errado en el dia, y en el rezo del oficio de Nuestra Señora, que siempre habia rezado en unas horas que tenia, y que llegado á la presencia de Cortés se puso en cuclillas; pero que cuando dijo quien era, se quitó una ropa larga amarilla que traia con guarnicion carmesí, y él mismo le cubrió con ella, rogándole que se levantase de el suelo, y que no solo acertó el dia que era, sino aun la letra Dominical. Mandó que le diesen de comer, y despues le preguntó quien era y como habia venido á aquel estado. Comió poco y dijo que lo hacia por no estragar el estómago, que estaba acostumbrado á poca vianda y á la comida de los indios. Como tambien lo estaba á poca ropa sentia enfado con el nuevo vestido.

 

CAPITULO VIII.

Como D. Hernando Cortés llegó á Tabasco, y lo demas que

se refiere.

Reparado ya en Cozumél (Cuzamil) el navio de el capitan Juan de Escalante, y teniendo ya los españoles á Gerónimo de Aguilar en su compañia, con gran gozo de tener lengua segura con quien poder comunicar con los indios, se prometieron mejor suceso. Dió órden el general á los navios mas pequeños, que navegasen lo mas cerca de tierra que pudiesen, procurasen descubrir <29> un navio que faltaba, y no llegó con los demas á Cozumél, aunque Bernal Diaz decir, que todos llegaron. A cuatro de Marzo de mil y diez y nueve años, salió segunda vez la armada de Gozumél (Cuzamil), y yendo navegando, al amanecer les dió un viento recio, que los desbarató y apartó con gran riesgo de varar en tierra. Duró hasta media noche y abonanzando el tiempo, luego que amaneció se juntaron, sino fué el de Juan Velazquez de Leon, que no pareció hasta medio dia, volviendo la armada á buscarle. Llegaron á la Laguna de Términos, donde se dice hallaron el otro navio. Habia enviado por delante un navio pequeño y buen velero, que reconociese el puerto, y si era tierra á propósito para poblar y habia mucha casa como se decia, y pusiese señal de como habia llegado. No le hallaron en este puerto, carta sí en que decia, como era buena tierra y de mucha casa, y que habia hallado una lebrela que en el viaje pasado se quedó en tierra, la cual luego que vió el navio, hacia muchos halagos y señas, y estaba muy gorda. Sentia el general no haber hallado el navio, que era el de Escobar el page, y queriendo buscarle, dijo el piloto Alaminos que el viento Sur, le habia echado algo la mar á fuera, como habia sucedido, que presto le alcanzarian, y asi fué. Juntos ya, dieron vista al parage de Potonchán (Chakan Poton), donde quiso surgir el general, y se lo rogaron muchos de los soldados que habian venido los dos viajes antecedentes, por dar una mano á aquellos indios, que tan mal los habian tratado. Replicaron los pilotos, que si alli entraban, no habian de poder salir en ocho dias, por el tiempo contrario, y que de presente llevaban buen viento, con que en dos dias llegarian á Tabasco. Pasaron con esto adelante, y á doce de Marzo llegó toda la armada junta al rio de Tabasco ó Grijalva. Como ya sabian que no podian entrar navios grandes, surgieron la mar á fuera los mayores navios, y con los menores y los bateles subieron por el rio á desembarcar á la punta de los Palmares, donde estuvieron el viaje antecedente de Grijalva. Vieron en el rio entre los manglares muchas canoas de indios de guerra, cosa que les causó admiracion, por haberlos dejado al parecer de paz y amigos; pero el motivo, que para esta novedad tuvieron los indios, se dice en el capítulo siguiente.

 

CAPITULO IX.

De la peligrosa guerra que en Tabasco tuvieron con

los indios, Cortés y sus españoles.

Habiendo pasado lo que se refirió en los capítulos antecedentes, entre el cacique de Tabasco y Juan de Grijalva: luego que lo supieron los de Potonchán (Chakan Poton) y Campeche, les dieron en rostro las joyas y demas cosas que dieron á Grijalva, diciendo, <30> que de miedo no se atrevieron á hacerle guerra, siendo como eran mas pueblos y de mayor gentio; y que ellos con ser menos, les habian muerto cincuenta y seis hombres, con que los traian afrentados. Irritados con esto los de Tabasco, estaban con última resolucion, que si otra vez volvian les españoles á su tierra, los habian de recibir de guerra, y por esto tenian prevenidos demas de los indios, que vian en las canoas, doce mil indios, con todos los géneros de armas, que usaban. Viendo el general Cortés, que los indios parecia no estar de paz y que pasaban una canoa grande cerca de ellos, dijo á Gerónimo de Aguilar les preguntase, que porque andaban tan alborotados, que no les venian á hacer mal alguno, sino á trocar de las cosas que traian, y tratar con ellos como hermanos: que advirtiesen, no diesen principio á la guerra, porque les habia de pesar, y todo cuanto (para que estuviesen de paz) pareció á propósito. Habiéndoselo dicho Gerónimo de Aguilar, se mostraron mas furiosos, amenazando á los españoles, que si intentaban llegar á su pueblo, los habian de matar á todos, porque le tenian muy fortificado á la redonda con gruesas palizadas, albarradas y fuertes cercas. Segunda vez requirió Aguilar á los indios con la paz, y que les dejasen hacer aguada y comprar de comer por sus rescates, y decirles cosas que importaban á sus almas; pero obstinados los indios, porfiaban que no habian de pasar de aquellos Palmares ó que los habian de matar.

Vista la resistencia de los indios, mandó el general Cortés disponer los bateles y navios de menor porte; en cada batel tres tiros, y repartidos los ballesteros y escopeteros. Ordenó á tres soldados, que aquella noche mirasen si un camino angosto, que desde los Palmares se acordaban iba al pueblo, salia á dar en las casas, y que volviesen presto con la respuesta, como lo hicieron, diciendo que si. Todo el dia siguiente pasó en resolver como habia de hacer aquella guerra, y á otro, habiendo todos oido misa, ordenó Cortés al capitan Alonso Dávila, que con cien soldados, y entre ellos diez ballesteros, fuese por el caminillo que salia al pueblo, y cuando oyese los tiros, él por aquella parte y el resto que con el general quedaba por otra, darian en el pueblo. Salió rio arriba Cortés con los bateles, y cuando los indios que estaban en los manglares lo vieiron, fueron al puerto donde habian de desembarcar, para defender que no saliesen á tierra. Mandó Cortés detener un poco á sus soldados y que no disparasen ballesta ni escopeta, porque queria proceder, cuanto justificadamente pudiese. Hizo tercero requirimiento á los indios por lengua de Aguilar, y por ante un Diego de Godoy, escribano del rey, para que le dejasen pacificamente salir á tierra, tomar agua y decirles cosas de el servicio de Dios y del rey, y que si dándole guerra, por defenderse sucediesen algunas muertes y daños, fuesen á su culpa y cargo. A todo esto estaban los indios haciendo fieros, como hasta entónces, y <31> ahora haciendo seña con sus instrumentos de guerra comenzaron á flechar á los españoles. Cercaron las canoas los bateles, y dieron una gran rociada de flechas sobre ellos, y los hicieron detener, hiriendo algunos españoles.

Ya parece que necesitaba la reputacion de los castellanos, de dar á entender á los indios, que el sosiego con que hasta entónces estaban, se originaba de la humanidad con que querian tratarlos: y que el valor y ánimo se estendia, siendo necesario, á lo que luego conocieron. Procuró salir á tierra, no sin peligro por la mucha lama, y cieno del parage, y darles el agua á la cinta, con que no pudieron salir tan presto como entendieron, y peleando el general, se le quedó un alpargate en el cieno; y asi descalzo en un pie salió á tierra, y aqui dice Bernal Diaz, que se hallaron en grande aprieto, Fuera ya de él, y en tierra, se hizo la seña que se habia dado al capitan Alonso Dávila, disparóse la artilleria y escopetas, juzgando al principio, que el cielo llovia fuego sobre ellos, por ser la primera vez que los vieron disparar. Atemorizáronse, pero se recobraron presto para la pelea. Cerraron con ellos los españoles, invocando el nombre de nuestro patron el apóstol Santiago, y los hicieron retraer, aunque no muy lejos, con recelo de las grandes albarradas y cercas de gruesas maderas, con que se amparaban. Espugnarónselas, y ganadas por unos portillos, entraron al pueblo peleando con los indios y llevándolos por una calle, dieron en otras trincheras ó albarradas, donde hicieron cara los indios. Estando todos revueltos, llegó el capitan Alonso Dávila con su gente, que tardó algo, por ser el camino cenagoso; y asi por un lado y otro, echaron de aquellas fuerzas á los indios, y los llevaron retrayéndose. El valor en quien quiera, siempre es digno de alabanza, y asi tratando del que estos indios tuvieron en esta ocasion, dice Bernal Diaz estas palabras: "Ciertamente, que como buenos guerreros iban tirando grandes rociadas de flechas y varas tostadas, y nunca volvieron de hecho las espaldas, hasta un gran patio, donde estaban unos aposentos y salas grandes, y tenian tres casas de ídolos, é ya habian llevado todo cuanto hato habia en aquel patio, &c." No pudiendo del todo resistir la cólera con que los españoles los apretaban, huyendo los que podian al monte; presos algunos, y muchos muertos, desampararon el pueblo, aunque el costa de hallarse heridos cuarenta españoles, que mandó el general se fuesen á curar á los navios.

Quedando los demas señores del pueblo, mandó el general que se reparasen en aquel gran patio, y adoratorios, y que no siguiesen el alcance. Alli tomó posesion de aquella tierra por el rey, y en su real nombre con esta accion. Junto á un árbol grande que alli habia, de los que se llaman Zeiba (yax che), desembainó su espada, y dió tres cuchilladas en el árbol, diciendo: que si habia alguna persona, que se lo contradijese, que el se lo defenderia <32> con su espada, y una rodela que tenia embrazada. Dijeron todos los soldados, que serian en su ayuda á defendello, si alguien otra cosa dijese, y por ante escribano del rey quedó autorizado aquel auto, aunque dice Bernal Diaz, que los de la parte de Diego Velazquez tuvieron que murmurar de la accion. Tambien dice, que los españoles heridos fueron catorce, y que los indios muertos al salir del agua, y en tierra fueron no mas que diez y ocho, y que alli reposaron aquella noche.

Otro dia mandó Cortés al capitan Pedro de Alvarado, que con cien soldados, y entre ellos quince ballesteros y escopeteros, fuese la tierra adentro, hasta dos leguas, á reconocerla, y el capitan Francisco de Lugo por otra parte con otros cien soldados, y doce ballesteros y escopeteros por otra, otras dos leguas, y que volviesen á dormir al real. Habia de ir el indio Melchor con el capitan Alvarado, y buscandole no pareció, hallaron sus vestidos colgados en el Palmar por donde conocieron se habia pasado á los indios, que lo sintió el general, porque no fuese ocasion de mas inquietarlos. Salieron ambos capitanes, y como á una legua del real, se encontró el capitan Lugo con grandes escuadrones de indios flecheros y lanzas con rodelas, empenachados, que asi como vieron á los españoles, se fueron derechos para ellos. Cercáronlos, como eran tantos, por todas partes, y fueron tantas las flechas, varas tostadas y piedra arrojada con hondas, que sobre ellos cayeron, que parecia á la multitud del granizo cuando cae. Acercáronse despues, y con las espadas de navajas de á dos manos, daban tanto que hacer á los nuestros, que por bien que peleaban, apenas podian de si apartarlos. Vista tanta multitud de enemigos, con todo concierto comenzó el capitan Lugo á retraerse, y un indio de Cuba viendo el peligro en que quedaba, fué corriendo á dar aviso al general para que le socorriese. Por la parte que fué el capitan Alvarado, no encontró indios; pero sabiendo andado mas de una legua, dió con un estero tan malo de pasar, que hubo de coger otro camino, y acaso fué hácia donde el capitan Lugo y sus soldados peleaban con los indios. Oyeron con esto el estruendo de las escopetas, tunkules, que les sirven á los indios de tambores, sus trompetillas y grande grita, y silvos que daban, y al sonido acudieron á la parto de la pelea. Juntos los dos capitanes, lo mas que pudieron hacer, fué resistir, y que pasasen los indios; pero cuando se fueron retirando hacia el real, no dejaron de seguir á los españoles.

Miéntras esto pasaba con los dos capitanes, fueron otros escuadrones de indios á donde el general Cortés estaba; pero como tenian la artilleria y era mas gente, presto hicieron retirarlos. Llegó el indio de Cuba y dijo como quedaba el capitan Lugo en aquel aprieto; y saliendo el mismo general á socorrerle, vieron como venian ya para el real los dos capitanes, que llegaron con sus soldados, ocho de los de Francisco de Lugo heridos, <33> y dos murieron, y tres heridos de los de Pedro de Alvarado. En el real sepultaron los difuntos, curaron los vivos y descansaron todos aquella noche, aunque con buenas centilas, y cuidado como era necesario en guerra ya declarada. Supieron habian muerto quince indios y prendieronse tres, que el uno de ellos parecia principal. Determinado estaba el general á tentar todos los medios posibles para traer á los indios á la paz; y asi aunque habia sucedido lo referido, dió cuentas verdes á uno de los prisioneros, para que fuese á decir á los caciques viniesen de paz, y que les aseguraba no habria cosa alguna por lo sucedido, que lo pasado se olvidaria como se quietasen. El indio fué, pero nunca volvió, si bien dejó dicho, como el indio Melchor de Cabo de Catóch (c'otoch) se fué á ellos la noche antes, y dijo, como les habia aconsejado diesen guerra á los españoles de dia, y noche, que sin duda los acabarian porque eran pocos, y que por eso estaban de aquella forma. De los otros dos supo Gerónimo de Aguilar aquella noche con certidumbre, que para otro dia estaban confederados todos los caciques comarcanos de aquella provincia, con su gente de guerra apercibida para venir á cercar el real de los españoles, y que tambien habia sido consejo del indio Melchor, con que no salió vano el recelo que tuvo Cortés, cuando supo su fuga.

Con esta noticia mandó el general, que se sacasen los caballos de los navios, que recien salidos se hallaron algo torpes, aunque al otro dia ya estaban sueltos: previnieronse todos los escopeteros y ballesteros, y aun á los heridos se les ordenó estar á punto. Dispuso, que los mejores ginetes peleasen en los caballos, que llevasen pretales de cascabeles, y que no se parasen á alanzear, sino que pasándoles las lanzas por los rostros, fuesen adelante, hasta haberlos desbaratado. Algunos dicen, (que al principio no dió tan grande la resistencia de los indios, y que pidiéndoles bastimentos trajeron algunas canoas con maiz, gallinas y fruta, aunque poco para tanta gente, diciendo, que por ser tarde no traian mas, que á otro dia vendrian con mucha provision de bastimentos. Al dia siguiente vinieron con otra poca de comida, y dijeron, que la tomasen si querian, que no tenian mas, y que se fuesen porque temiendo alguna violencia los indios, se habian ido al monte, y que sobre no querer salir del puerto, descargaron sobre los españoles una gran rociada de flechas, que ocasionó la batalla, con que se entró el pueblo, como se ha dicho. Sabido por el señor de Tabasco, intentó engañar á Cortés, miéntras juntaba todas sus gentes, y con veinte y dos hombres, que parecian principales, le envió á rogar no quemase el pueblo, y que á otro dia trajeron alguna comida, y recaudo del señor del pueblo, que si querian mas, con seguridad podian entrar la tierra adentro á rescatarla, y que debajo de aquel seguro salieron los capitanes Francisco de Lugo y Pedro de Alvarado, á quien sucedió lo que se ha dicho. <34> Lo mas cierto es, que nunca en esta ocasion hicieron señal de paz, ni verdadera ni fingida, porque estaban afrentados con los baldones de los de Champoton (Chakan Poton) y Campeche.

 

CAPITULO X.

Del gran peligro en que se vieron los españoles en Tabasco;

y como dieron los indios la obediencia.

Bien entendiera el general Hernando Cortés, que la rota pasada seria ocasion para que los amedrentados no tuviesen ya la guerra por tan á propósito, como les habia parecido, y que vendrian de paz con las ofertas que de ella les hacia, y buen tratamiento que se hizo á los prisioneros, como podria decir el que despachó al cacique. Con menos temor se hallaban los indios, que nunca se persuadian, á que tan pocos estrangeros habian de ser poderosos para sujetarlos: ellos si, siendo tantos, sino se salian de su tierra para consumirlos; y asi habian juntado todo su poder para ejecutarlo. Supólo el general Cortés de los prisioneros, y prevenido, como se dijo al fin del capítulo antecedente; á otro dia (que fué el de la Encarnacion del Verbo Eterno á veinte y cinco de Marzo) se dijo misa, que oyeron todos, y queriendo ser mas agresores, que acometidos, salieron á buscar á los enemigos. El general Cortés por capitan de los de caballo y demas infantes con sus capitanes, iban por unas sabanas ó campo raso sin arboleda, y á una legua como salieron de donde estaban alojados, se hubo de apartar el general con los demas de caballo por un mal paso de unas cienegas, que no podian atravesarlas. Por cabo de toda la infanteria iba el capitan Diego de Ordaz, y caminando algo apartados los caballos de los infantes, como se ha dicho, descubrieron gran multitud de indios, que ya venian en busca de los españoles á su real, porque no se persuadieron, á que tan pocos habian de salir á buscarlos. Venian repartidos los indios en cinco escuadrones, cada uno, segun su modo de contar de ellos, traia un jiquipil (xiquipil) á de guerreros, que son ocho mil, con que por todos eran cuarenta mil indios. Asi dice Bernal Diaz que venian. "Traian todos grandes penachos y atambores, y trompetillas, y las caras enalmagradas y blancas, y prietas, y con grandes arcos y flechas, y lanzas y rodelas y espadas, como montantes de á dos manos y mucha honda y piedra, y cada uno sus armas colchadas de algodon." Los indios se hallaron en mejor sitio, y luego que se acercaron, despidieron de si tal multitud de flechas, varas tostadas y piedra, que hirieron mas de sesenta españoles, y uno murió luego de un flechazo, que le entró por un oido. Disparó el capitan Mesa la artilleria contra ellos, que aunque fué grande la matanza, por no perderse municion alguna, siendo tantos y tan apiñados, no por eso se apartaron, mas de lo <35> que necesitaban, para flechar mejor á los nuestros. Resistian los españoles con valor á aquella multitud, que ya se juntaba pie con pie (como suele decirse) y aun con ser tales las heridas que recibian, y muchos con ellas la muerte; no eran poderosos para apartarlos de si, aunque viéndose en tanto peligro, apretaron de suerte á los cercanos, que los hicieron pasar de la otra parte de una cienega, porque ya los españoles se habian visto como cerrados en una hoya de forma de herradura. Dice Bernal Diaz: "Acuérdome, que cuando soltabamos los tiros, que daban los indios grandes silvos y gritos, y echaban tierra y pajas en alto, porque no viesemos el daño que les haciamos, y tenian entónces trompetas y trompetillas, y silvos y voces y decian: Ala. Ala." Pero aunque le pareció que decian Ala, no dicen, sino la la, que repetido parece aquello.

Dudosa estaba la victoria, porque los indios con la multitud que tenian, suplian con brevedad la falta que les hacian los muertos y heridos, acudiendo de nuevo muchos mas de los que caian. Peleaban como gente, que tenia la atencion á vencer, y asi al parecer no sentian el daño con la esperanza, que perseverando, siendo tantos, habian de acabar con aquellos pocos estrangeros. Los españoles peleaban como quien solamente tenia la vida segura en su valor y esfuerzo. Hallábanse cansados y que casi no podian aprovecharse de su artilleria, y hay quien escribe, se vieron en tal peligro, que para no ser desbaratados de los indios, hubieron de juntarse espaldas con espaldas, para hacer rostro á todas partes, porque por todas eran combatidos; pero aunque Bernal confiesa, que se vieron en gran riesgo, no declara llegaron á la accion referida. No habia podido llegar Cortés con los demas hasta entónces, quedado por las espaldas á los indios ocupados con los que tenian delante, le dieron lugar para llegar á ellos. Era el campo llano, los caballeros buenos ginetes, los caballos venian con pretales de cascabeles; y al estruendo, cuando volvieron los indios quedaron asombrados; porque como nunca habian visto hombres á caballo, juzgaron, que caballo y caballero era todo un cuerpo, tenido de ellos por horrible monstruosidad, demas, que el daño que con las lanzas les hacian era muy grande, por ser en parte que podian jugar y correr los caballos como querian. Entónces los de á pie cargaron con mayor ánimo sobre los indios, que atemorizados con aquella repentina novedad, volvieron las espaldas á valerse de los montes, tanta multitud, que cubria las sabanas, y por ser tarde no les dieron alcance, y por estar tan fatigados. "Estuvimos (dice Bernal Diaz) en esta batalla sobre una hora, que no les pudimos hacer perder punto de buenos guerreros, hasta que vinieron los de á caballo."

Habiendo quedado el campo por los españoles, dieron gracias á Dios y á su bendita madre, por haberles dado tan gran victoria y en memoria de ella, poblándose despues alli una villa, <36> se le dió nombre de Santa Maria de la Victoria por ella; y el dia en que se alcanzó. Despues se curaron los heridos con unto de los indios muertos, que abrieron para sacarsele, porque recorriendo el campo, hallaron mas de ochocientos ya difuntos, y muchos medio muertos, y mas quejándose de otras heridas no tan graves, y con cinco indios prisioneros se volvieron al real á comer y descansar. La tardanza del general Cortés la ocasionaron dos cosas; la una, cienegas y pantanos, que hallaron en el camino, y haber encontrado con otros escuadrones de indios, con quien forzosamente pelearon, y asi llegaron, cuando se juntaron en la batalla ocho caballos heridos y cinco de los que en ellos iban. Lo que dice Gomara de haberse visto en esta batalla al glorioso apóstol Santiago ó San Pedro, particular devoto del general Cortés, no debió de ser asi, pues dice Bernal Diaz, que nunca tal cosa oyó platicar en el ejército y que hubieran sido muy ingratos á Dios y á sus santos, ocultando tan especial favor de su misericordia, y no dejando testimonio fidedigno de ello.

De los cinco indios prisioneros eran los dos capitanes, y pareció al general enviarlos para tratar de paz con los caciques, y que les dijesen, que si querian ser amigos, cesaria la guerra comenzada, y que bien podrian colegir de lo sucedido, en que tan pocos habian vencido á tantos; qué seria, si se proseguia? que de lo pasado ellos tenian la culpa; y se les dieron cuentas verdes y otras cosas, para que les diesen juntamente con la embajada. Fueron los dos capitanes en busca de sus caciques, á quien dieron lo que llevaban, y dijeron la paz que los españoles les ofrecian. Hallábanse destrozados con el encuentra pasado, y cobrado temor á las grandes heridas de las armas contrarias; y asi todos convinieron en que era mas acertado asentar paz y amistad con aquellos hombres, á quien ya reputaban invencibles, y se la ofrecian: que continuar la guerra, de que les resultaba el daño que habian esperimentado. Resolvieron asentar la nueva amistad; pero no fiándose del todo de la oferta de los españoles, enviaron primero quince indios esclavos con ruin traza, y trajeron gallinas, pescado asado y pan de maiz, diciendo que los caciques pedian paz y amistad. Recibiólos el general con caricia, pero medio enojado les dijo, que no era señal de querer paz, pues no la acostumbran á asentar los esclavos: que viniesen algunos señores para tratar de ella, que con eso conocerian ser verdad, que la solicitaban con veras; y con todo eso dieron á aquellos esclavos cuentas azules en señal de paz, y se les hicieron halagos, para que fuesen á decir, cuan bien tratados habian sido.

A otro dia fueron treinta principales con buenas ropas y algunos de ellos ancianos, y llevaron mas gallinas, pescado, fruta y pan, y pidieron licencia para hablar al general y tratar con él de la embajada que traian de sus caciques. Diósela, y <37> recibiólos con toda benignidad, diciéndoles, que se alegraba mucho se hubiesen persuadido, á que no era suficiente su multitud contra el valor de los castellanos, que siempre habia ofrecido la paz, y lo hacia de nuevo, y mandó soltar delante de ellos los otros prisioneros. Pidieron licencia para enterrar sus muertos, y diósela, con que acudió gran gentio para ello, y dijeron, que no se podian detener mas, porque otro dia habian de venir los señores de aquellos pueblos á efectuar las paces, con que los despidieron. Con lo que estos dijeron, dieron entero crédito á los españoles, y á otro dia á medio dia vinieron cuarenta indios todos caciques, ricamente vestidos á su usanza, y con grande acompañamiento, usando de sus sahumerios, llegaron á saludar al general, y despues á los demas capitanes y soldados. Estaba prevenido para recibirlos con mas autoridad, aguardándolos, sentado en una silla; y al llegar el principal señor, se levantó y le abrazó, y despues á los demas caciques que con él venian. Tenian por costumbre, cuando hablaban por intérprete, poner un criado que hablase con otro de la otra parte, y estos hablaban cada uno con sus señores lo que se trataba, porque entre ellos no hablaban derechamente el uno al otro, sino á los criados intérpretes. En esta conformidad dijo el cacique al suyo lo que habia de decir, y el á Aguilar, que fué en sustancia. Que á todos aquellos señores pesaba mucho del disgusto que habian dado á los españoles; pero que arrepentidos venian á ofrecerse por sus servidores y criados, y que toda la tierra de alli adelante estaria sujeta á su obediencia. Entónces Cortés con un enojo mezclado en mansedumbre, respondió: Que ya habian visto cuantas veces les ofrecieron paz y no la quisieron, que ahora no merecian, que se les concediese, porque eran vasallos de un gran rey y señor, que se llamaba el Emperador Cárlos que los envió á estas tierras, pero que porqué los mandó, que á los que estuviesen en su real servicio, los favoreciesen y ayudasen, los perdonaban, porque ya se ofrecian á su servicio, y que siempre los ampararian siendo buenos.

Amedrentó Cortés á todos estos indios, con una notable advertencia, nacida de su viveza de ingenio, y fué: Habia una yegua de un Juan Sedeño, ya nombrado en otro capítulo, y estaba recien parida, y hizola tener atada junto adonde él estaba, hasta que el lugar cogió el olor de ella y luego la quitaron. Tambien tuvo una pieza de artilleria cargada con bala, que hizo seña disparasen al tiempo que manifestaba el enojo. El estallido fué grande, el ruido de la bala á menor, por estar el tiempo en calma, y espantarónse los caciques. Sosególos con decirles que la habia mandado no hiciese daño en ellos, y asi habia pasado por alto. Luego, que trajesen alli el caballo, que en dándole el olor de la yegua, comenzó á relinchar y manotear; miraba al aposento donde estaban los indios, y era, que de alli le daba el olor. Creyeron con esto, era por ellos, y Cortés <38> entónces se fué para el caballo, y cogiendole del freno, dijo á Aguilar hiciese que entendiesen le quietaba, y mandó le llevasen de allí. Todo esto se ordenó, á que los indios tuviesen por cierto que los caballos peleaban por sí, y tambien la artilleria hacia el daño, que habian visto, y que estaban enojados con ellos por la guerra pasada, y que ya estaban aplacados. En este intervalo llegaron mas de treinta indios cargados con gallinas, pescado y frutas; y habiendo tenido grandes pláticas con los caciques, todas en órden á traerlos, se despidieron, diciendo que vendrian otro dia. Asi lo cumplieron, trayendo un pequeño presente de oro, porque como la tierra no lo tiene, y habian dado lo que se dijo á Grijalva, no pudo al presente ser mucho; y asi dice Bernal Diaz, que presentaron á Cortés cuatro diademas, unas lagartijas y orejeras, dos como perrillos, cinco anades, dos figuras de caras de indios, dos suelas como de sandalias de oro, y otras cosillas de poco valor, con algunas mantas bastas, y unas indias, entre las cuales fué una, la que mediante Dios, dió la vida á todos los españoles despues en la Nueva España.

 

CAPITULO XI.

Dan en Tabasco á Marina la Intérprete, y como Francisco

de Montejo fué la primera justicia real de la Nueva España.

Despues de recibido el presente que se ha dicho, habló el general Cortés con los caciques á parte, y agradecido el presente les pidió, mandasen á los indios, viniesen al pueblo con sus hijos y mugeres, que seria la señal mas cierta de que estaban pacificos verdaderamente. Preguntóles, que fué la causa, porque tres veces rogados con la paz, no la admitieron. Y respondieron, que por los baldones del cacique de Champoton (Chakan Poton) y su consejo, porque no los tuviesen por cobardes, y que tambien se lo aconsejó el indio Melchor que se huyó á ellos. Mandóles Cortés, que en todo caso se le trajesen, y respondieron, que como vió, que les habia sucedido á los indios tan mal la guerra, que les aconsejó contra los españoles, que se les huyó no sabian dél, aunque le habian buscado; pero Bernal Diaz dice, que supieron, que le habian sacrificado, por haberles costado tan caro seguir su consejo. No olvidó el general Cortés lo mas importante, y asi les trató algunas cosas de nuestra Santa Fé y adoracion de un solo Dios verdadero. Enseñoles una imágen de Nuestra Señora muy devota, con su hijo Santisimo en los brazos, y declaróseles quien era. Aunque respondieron qué les habia parecido aquella gran Señora, y dijeron, que se la diesen para tenerla en su pueblo y reverenciarla; con todo eso la nueva creencia de aquel Dios, que les decia, mudanza de la religion que profesasan, y dejar la adoracion de sus Dioses, que tantos tiempos habian venerado, necesitaban de consultarse mas de espacio. <39>

Con esto se acabó la plática aquel dia, en que luego mandó el general Cortés hacer un altar muy bien labrado y una Cruz bien alta, que se fijó delante. El dia siguiente se colocó la Santa imágen en el altar en presencia de todos los caciques y principales, y los españoles la adoraron juntamente con la Santa Cruz. Iba en compañia de los españoles un religioso de la Orden de Nuestra Señora de la Merced, llamado Fr. Bartolomé de Olmedo, buen teologo y predicador, y que fué de mucha importancia despues en la conquista como repite Bernal Diaz en diversos capítulos, y este dijo misa aquel dia. Habian dado (como toqué en el fin del capítulo antecedente) unas indias á los españoles, y estas fueron veinte en número, y parece eran esclavas que tenian de otras partes. Despues de la misa las predicó el P. Fr. Bartolomé por lengua de Gerónimo de Aguilar, y ellas pidieron el Santo bautismo, que despues de catequizadas se les dió, y el general las repartió entre los capitanes, para que los sirviesen.

Entre estas, una que se le dió por nombre doña Marina, era hija de grandes caciques y señora de vasallos, y dice Bernal Diaz, que se le parecia bien en su persona. De ordinario la nobleza de la sangre, en cualquiera estado que se halle quien la tiene, hace proceder de suerte, que manifieste á su dueño. Como vino á esclavitud esta Señora, fué de esta suerte. Sus padres eran caciques, y Señores de un pueblo, que se llamaba Painala (como ocho leguas distante de la Villa de Guazacualco) y era cabeza de otros, que le estaban sujetos. Murió el padre, quedando ella muy niña, y la madre se casó con otro cacique mancebo. Tuvieron un hijo, á quien quisieron mucho, y porque heredase el cacicazgo, y la niña no fuese estorbo, el padrastro y la madre una noche á escondidas, la dieron á unos indios de Xicalango, y muriendo en aquella ocasion una hija de una india esclava, publicaron que era la heredera, con que no se supo el embuste y maldad, con que su propia madre, á la hija que nació señora de tantos pueblos, la puso en la miserable servidumbre de esclavitud penosa; pero se puede entender, fué dispensacion y permision de la Divina Providencia, para tanto bien como de ello resultó. Los indios de Xicalango la dieron á los de Tabasco, y los de Tabasco con las otras á D. Hernando Cortés como se ha dicho. Esta entendia la lengua mejicana por hablarse en su tierra, y con la esclavitud de Tabasco sabia la de Yucatan. Despues por este medio Aguilar decia á doña Marina en la conquista de la Nueva España lo que era necesario para comunicarse los españoles con aquellos indios, ella se lo decia en su lengua mejicana. Daba la respuesta á Aguilar en lengua yucateca, y éste á Cortés en la nuestra española, con que se aseguraron de gravisimos peligros, y se entendian en su comunicacion con seguridad cierta.

Por ser víspera del domingo de Ramos, quiso Cortés se celebrase <40> alli esta festividad, para que los indios viesen el culto y reverencia divina, y la procesion de los Ramos, que ordenó se hiciese con la mayor solemnidad posible, y mandó á los caciques asistiesen á ella. Cantóse la misa y pasion con solemnidad, habiendo, como suele, precedido la procesion de los Ramos, y despues adorado y besado la Cruz, estando á todo los indios muy atentos. Acabada la solemnidad, se despidió el general y todos los demas de los indios: encargándoles mucho la Santa imágen de Nuestra Señora, y Cruces que habian puesto, que tuviesen sus lugares muy limpios y enramados, y las reverenciasen y tendrian salud y buenas sementeras, que estuviesen firmes en su buen propósito, y les enviaria quien les declarase nuestra Santa Fé, y que la obediencia que habian prometido al rey de Castilla, no la violasen, porque la esperiencia les mostraria como conservaba en paz y justicia á sus vasallos, defendiéndolos de sus enemigos. Aqui se curaron unos seis ó siete soldados, á quien sin saber, que lo ocasionase, les dió recien salidos á tierra tan grande dolor en los riñones que no podian estar en pie, y cargados los hubieron de llevar á embarcar á los navios.

Lúnes Santo por la mañana, ayudando todas las canoas de los indios, se embarcaron todos los españoles, y dando velas al viento con próspero viaje, llegaron Jueves Santo despues de medio dia á San Juan de Ulúa, surgiendo en la parte que el piloto Anton de Alaminos tuvo por mas segura para los navios, si ventaban Nortes: no teniendo por bueno aquel puerto, dió órden el general Cortés que dos navios pasasen la costa adelante, á ver si le habia mejor. Por capitan de ellos envió á Francisco de Montejo (come quien habia ido, cuando vino Grijalva) con órden, que diez dias navegasen costa á costa, cuanto pudiesen, y habiéndolo hecho asi, llegaron al Rio grande cerca de Pánuco, y de alli adelante no pudieron pasar por las grandes corrientes. Determinaron con esto volverse, y les dió tan recio temporal, que tuvieron poca esperanza de salir vivos á tierra, porque la fuerza con que la mar revienta, no dá lugar á ello anegando los bateles, y de dos que se espusieron á salir, el uno se ahogó. Obligóles á echar á la mar cuanto llevaban, que aun de los bastimentos solo el pan reservaron. Faltabales el agua, y viéndose perecer con la sed, ordenó el capitan Francisco de Montejo, que atando todas las armas á la tablazon del un navio, fuesen con él á varar á tierra para librar las vidas, porque parece habia principios de nueva tormenta. Socorrió Dios esta necesidad del agua con un aguacero de Norte, de que recogieron en algunas sabanas y vasijas, y aun algunos bebian la que corria por las velas de los navios: tanta era la necesidad con que estaban, que en los escritos y probanzas de este capitan se dice, que murieron algunos de sed; porque para cada dos hombres se les daba en todo un dia medio cuartillo de agua, y que <41> cuando llovió, ya totalmente les habia faltado y que tardaron en este viaje veinte y dos dias, aunque en algunas historias se dice que doce. Con esto pudieron llegar á San Juan de Ulúa, y salidos todos á tierra, fueron descalzos en procesion, y descubiertas las cabezas hasta donde ya estaba hecho un altar, y alli dieron gracias á Dios, por hallarse libres de los peligros en que se habian visto.

Las nuevas que trajeron deste viaje, fué solo decir, que á diez ó doce leguas de alli habian visto un pueblo á su parecer fortificado, cerca de el cual habia un puerto, en que los pilotos decian podrian estar los navios reparados de los Nortes. Aunque en este intermedio habian acudido muchos indios á Cortés, y pasado lo que en las Historias Generales se refiere, diré solo lo que hace á propósito de la nuestra, para dar razon de como llegó el capitan Francisco de Montejo á capitular la pacificacion desta tierra de Yucatan, y ser Adelantado della. Cesaron los indios de la Nueva España de comunicar con Cortés y los españoles, y por esto y la incomodidad del sitio en que habia muchos mosquitos, mandó el general Cortés, que se pasasen al lugar que habia visto el capitan Francisco de Montejo. Hubo contradiccion de los parientes, criados y aficionados del Gobernador Diego Velazquez; pero la sagacidad y prudencia del general Cortés, no solo la sosegó, pero negoció con algunos capitanes y soldados sus amigos, que se poblase en aquel sitio una villa en nombre de el rey. Vencidas grandes dificultades, que sobre esto hubo, se resolvió fundar una villa, que le dieron por nombre la Villa Rica de la Vera-Cruz. Rica por la mucha riqueza que descubrian en aquella tierra, y de la Vera-Cruz, por haber salido á ella en Viérnes Santo. Fueron nombrados por primeros alcaldes Alonso Hernandez Portocarrero, que como se ha dicho, era deudo muy cercano del conde de Medellin, y Francisco de Montejo; y asimismo se nombraron regidores, y los demas oficios necesarios para el gobierno de una República. Dicese, que luego ante la nueva justicia real renunció los poderes que de Diego Velazquez traia el general Cortés para gobernar, y que el nuevo regimiento en nombre del rey, y hasta que su Magestad ordenase otra cosa, le dió título de capitan general y Justicia Mayor de la Nueva España; pero por voto los soldados sus aficionados, parece haber sido hecho este nombramiento, que prevaleció, aun replicándolo la parte contraria, y asi se fué dando principio á la pacificacion de la Nueva España.

Fundada la Villa Rica de la Vera-Cruz en cuanto á su gobierno politico, y dada traza en los edificios materiales; despues de confederado el general y Justicia Mayor Hernando Cortés con el señor de Zempoala. queriendo socorrerle contra los de Zimpanzingo ó Zingapacinga, apaciguado aquello por haber salido los indios de paz á recibir á los españoles, se comenzó <42> tratar, de grangear para Dios algunas almas. Derrivaran los españoles muchos Kues, adoratorios y temples de sus ídolos, diciéndoles, que pues ya eran hermanos y vasallos de un rey, no los habian de adorar mas. Hizóse altar en que se puso la imágen de Nuestra Señora, labrose una Cruz, y bautizaronse ocho indias principales que habian dado primicias de aquel gentilismo. Pareció acertado, por haber ya mas de tres meses, que estaban alli, entrar la tierra adentro, y probar (como suele decirse) ventura, yendo á ver aquel rey tan poderoso, tan temido, y de quien tantas grandezas les contaban sus vasallos. Para esto se determinó primero dar noticia al rey de lo sucedido, desde que salieron de Cuba, y como estaban edificando aquella Villa en su real nombre. Tratóse de enviar al rey no solo su real quinto, sino todo el oro que se habia recogido, asi de presentes de Montezuma (Moctecuzoma), como lo rescatado; pero con recelo de que algunos soldados querian para si sus partes, ordenó á los capitanes Diego de Ordaz y Francisco de Montejo, alcalde, que hablasen á todos aquellos de quien se podia entender, y les persuadiesen las conveniencias grandes que habia, para que se hiciese al rey un presente considerable. Con esta diligencia renunciaron todos sus partes, y se nombraron procuradores para España.

 

CAPITULO XII.

Francisco de Montejo lleva al rey el primero presente,

y es el primero procurador de la Nueva España.

Pareció al general Cortés, que las personas mas á propósito para llevar el oro que se habia juntado, y dar noticias del intento con que quedaban, eran los capitanes Alonso Hernandez Portocarrero, y Francisco de Montejo, y para que hiciesen el viaje, mandó prevenir el mejor navio, y por piloto Anton de Alaminos, como mas práctico que todos los restantes. Escribieron el general Hernando Cortés, el nuevo regimiento, y algunos capitanes y soldados, como salieron de Cuba, diciendo, que venian á poblar, y que hallando despues que el intento del Gobernador Diego Velazquez, era rescatar y no poblar, y que teniendo cierto oro rescatado, decia Cortés, que se queria volver á Cuba; le hicieron que poblase y le nombraron por su capitan general y Justicia Mayor, hasta que su Magestad se sirviese de mandar otra cosa. Hicieron relacion de sus trabajos de la guerra de Tabasco, y como aquellos indios le habian dado la audiencia, y ya eran sus vasallos; los principios tan grandes, que en la Nueva España tenian para sujetarle aquellos amplisimos reinos, á lo cual estaban determinados mediante el favor divino, en que confiaban con todo lo demas sucedido. Suplicaron, que para llevarlo á ejecucion, diese á Hernando Cortés el gobierno de todo lo que se sujetase á su real corona, y que <43> mandase despachar con brevedad sus procuradores, para saber su real voluntad, y ejecutarla en todo como leales vasallos.

Firmadas las cartas y dadas á los procuradores, estaba ya prevenido el navio, y habiendo dicho misa el padre Fr. Bartolomé de Olmedo, y encomiendado á Dios les diese buen viaje; salieron de el puerto de San Juan de Ulúa, á veinte y seis de Julio de aquel año de mil y quinientos y diez y nueve. Llevaban órden, que de ningun modo entrasen en la Habana, ni llegasen á una estancia, que alli tenia el capitan Francisco de Montejo porque pudiendo saber asi su viaje el Gobernador Diego Velazquez, no los detuviese y se le evitase. Aunque llevaban este órden, instó tanto el capitan Montejo al piloto Alaminos, que le hizo dar fondo en un puerto junto á su estancia llamada Marien, diciendo era para rehacerse de bastimentos; iba el otro procurador muy enfermo, y asi hacia todo lo que queria. Dice Bernal Diaz, que con un marinero que echó en tierra, hizo publicar su viaje en Cuba, y que se dijo habia escrito de secreto al Gobernador lo que pasaba. Mal se comprende esto con lo que despues hizo el capitan Montejo, desmintiendo con las obras estos rumores. Lo cierto es, que el Gobernador supo como estaba alli, y con toda brevedad armó dos navios pequeños con artilleria, y soldados: por capitanes Gabriel de Rojas y Gonzalo de Guzman, para que le llevasen presa la Nao. Mayor fué la presteza del capitan Montejo en salir de aquel puerto, y esta fuga fué ocasion de descubrir el derrotero de la Canal de Bahama, para la vuelta de España, hasta entónces no navegada, y desde aquella ocasion siempre seguida. Llegaron los dos capitanes al parage donde habian de hacer la presa, y como no la hallasen, preguntando á unos barcos que alli andaban, por ella: supieron, como habrian desembocado de la Canal, por haberles hecho buen tiempo. Con esto volvieron á Cuba sin mas recado.

Con próspero viaje llegaron por el mes de Octubre de aquel año al puerto de San Lucar, y aunque habian acabado con las tormentas de mar, hallaron nuevos cuidados y impedimentos en tierra. Fué la ocasion de estar en Sevilla el clérigo Benito Martin, que fué á la corte á los negocios del Gobernador Diego Velazquez, como se dijo; y teniendo noticia de la llegada de estos procuradores y lo que pasaba; informó á los oficiales de la Casa de la Contratacion, como iban en deservicio del rey, y que era gente alzada contra los órdenes de su capitan general Diego Velazquez, Gobernador de Cuba. Con esta informacion se dice en algunas historias que alli les embargaron todo cuanto llevaban, y escribieron contra ellos á D. Juan Rodriguez de Fonseca, obispo de Burgos y arzobispo de Rosano, muy aficionado del Gobernador Diego Velazquez, diciéndole, no debia el rey dar audiencia á estos procuradores, sino castigarlos como á desleales, y inobedientes; Bernal Diaz siguiendo <44> su historia, con las cartas que los procuradores escribieron á la Nueva España, dando razon de sus sucesos, dice: Que llegados á Sevilla, luego fueron en posta á la corte, que estaba en Valladolid, á besar las manos al presidente de Indias, que era el referido D. Juan Rodriguez de Fonseca, por estar el rey electo Emperador ausente en Flandes. Presentaron las cartas, relaciones, joyas y oro que llevaban, suplicandole se diese noticia luego de ello á su Magestad, y que ellos mismos irian á llevarlo. Cuando entendieron hallar favor y agradecimiento, la respuesta fué con palabras secas y asperas. Suplicáronle mirase los grandes servicios que Cortés y sus compañeros hacian al rey, y que se le enviasen todas aquellas joyas y cartas, para que supiese lo sucedido, y que ellos irian con ello. Entónces respondió con mas aspereza mandándoles, que lo dejasen y diciendo, que él escribiria al rey lo que era, y no lo que le decian, porque iban alzados contra Diego Velazquez, con otras muchas sequedades. En aquella ocasion llegó á la corte el clérigo Benito Martin, y dando quejas contra Cortés y sus secuazes, se indignó mas el obispo. Alonso Hernandez Portocarrero, pretendiendo templar al obispo, le rogó mirase la materia sin pasion, y que á quien tan bien servia al rey, no tratase con palabras afrentosas. Indignóse mas con esto el obispo, y mandólos prender, con que hubieron de callar hasta su tiempo.

El obispo escribid á Flandes al rey, favoreciendo á su amigo Diego Velazquez, y contra Cortés y sus compañeros, diciendo que era gente alzada, sin enviar las cartas y relaciones, que los procuradores para el rey traian. Viendo ellos lo que á Flandes para el rey, remitiéndole el duplicado de las cartas, que dieron al obispo, y memoria de todas las joyas y presente, que le habian entregado, descubriendo juntamente los tratos que con Diego Velazquez tenia, y muchos caballeros escribieron al rey, favoreciendo á los procuradores. Recibidas estas relaciones, se mejoró mucho el crédito de Cortés y sus compañeros, y por el contrario no le tenia como de antes el obispo, especialmente por no haber enviado todas las piezas oro que se le entregaron, que se quedó con gran parte de ellas, segun refiere Bernal Diaz. Con el presente, y relaciones, todo era engrandecer las riquezas de la nueva tierra, y el servicio grande que Cortés y sus compañeros estaban haciendo á la real corona. Daba el emperador nuestro rey gracias á Dios, porque en su tiempo se hubiesen hallado tan dilatadas provincias, donde fuese su santo nombre glorificado.

Aunque como se ha dicho mejoraron de crédito los procuradores, no fué bastante, para que luego fuesen despachados, la parte de Diego Velazquez estaba muy acreditada, y haria grandes instancias contra ellos. Fué electo Sumo Pontifice nuestro Santo Padre Adriano Sesto, año de mil y quinientos y veinte y uno, estando gobernando á Castilla, por <45> no haber aun venido el Emperador nuestro rey de Flandes, y determinaron ir los procuradores á besar sus pies á la Ciudad de Vitoria, en compañia de un Gran Señor Aleman, que enviaba el Emperador á dar el parabien por su al Pontifice. Este caballero tenia gran noticia de lo sucedido en Nueva España, y ayudó mucho á los procuradores con el Pontifice, para que los favoreciese como lo hizo. Con este arrimo tuvieron ánimo para recusar al obispo presidente de Indias, favoreciéndoles muchos caballeros, y especialmente el Duque de Bejar. Las causas refiere Bernal Diaz en su historia, que no son necesarias en esta. Basta decir, que propuesta la recusacion en Zaragoza, donde la presentaron ante el Pontifice, como Gobernador de España, la aprobó por buena, y declaró á Cortés y sus compañeros, por leales servidores del rey, dando por Gobernador de la Nueva España á Hernando Cortés; y habiendo llegado en aquella sazon á España el rey, fueron luego los procuradores á verle con cartas del Pontifice, y bien informado de todo, confirmó lo que su Santidad como Gobernador de España, habia determinado. No solo negociaron esto, pero el Pontifice como tal, les concedió muchas indulgencias para las iglesias y hospitales de la Nueva España, y escribió una carta, encomendando mucho al Gobernador Cortés y demas conquistadores de ella, tratasen mucho de la conversion de los indios á nuestra Santa Fé, y les evitasen sus sacrificios y torpezas, y ellos las muertes y robos, atrayendolos con los medios mas pacificos que fuese posible; y dándoles bulas, para que absolviendolos por ella los confesores, compusiesen y asegurasen sus conciencias.

Pidieron tambien por merced al rey, que recibido debajo de su real proteccion todo lo que se le sujetase en la Nueva España, no pudiese enagenarse de la corona real de Castilla, en todo, ni en arte, pues la fidelidad con que sus vasallos la habian ya conquistado, lo merecia. Otorgó la suplica, dando su fee y palabra, por si, y sus sucesores, de que se haria asi, y para ello se dió real provision en Pamplona, á veinte y dos de Octubre de mil quinientos y veinte y tres, dándole fuerza de y ley, como si fuera promulgada en cortes generales de los reinos sujetos á la corona, con otras muchas mercedes que alcanzó para aquel reino de la Nueva España y los demas que se poblasen. Entre otras mercedes particulares, fué dar la Tenencia de la Fuerza de la VeraCruz, y un regimiento al capitan Francisco de Montejo, que habia solicitado las demas para sus compañeros. Encargóle mucho el rey dijese al Gobernador Cortés la gran necesidad en que se hallaba, causada de las muchas guerras, y que asi le enviase todo el oro que fuese posible. Salió Francisco de Montejo luego con tan buenos despachos, y tocando en la Habana, halló dos criados del Gobernador Cortés, que habian ido por bastimentos, armas y caballos, y embarcándolo todo en su navio, fué con ello á la Nueva España. <46> Llegado, hizo manifestacion de los despachos que llevaba, asi para el comun como para los particulares, que fueron recibidos con el contento que se puede considerar.

Aunque Cortés habia recibido á los oficiales de su Magestad con toda honra y buen tratamiento, escribieron al rey, desdorando sus cosas y servicios, el tesorero Alonso de Estrada, el contador Rodrigo de Albornoz, el factor Gonzalo de Salazar y el veedor Peralmendez Chirinos, de donde resultaron tan grandes disgustos, como las Historias Generales de las indias refieren. Para reparo de esto hubo de ir persona confidante, y de autoridad, que mereciese crédito por parte del Gobernador Cortés. En la ejecutoria del Adelantado Montejo se dice, que todos los cabildos que ya habia en la Nueva España en esta ocasion, le nombraron segunda vez por procurador de aquel reino, y el debia de tener deseo de ir á España, para capitular con el señor Emperador Cárlos Quinto nuestro rey, la pacificacion de estas provincias, como despues lo hizo, y se dirá en el segundo libro. Escribieron tambien en descredito suyo, luego que supieron iba á España. Lo cierto es, que con esta discordia estuvo en contingencia de perderse lo ganado, y especialmente por la ausencia que de Méjico hizo el Gobernador Cortés con el viaje para tierra de Hybueras ó Honduras, que por pertenecer gran parte de él á este reino y gobierno de Yucatan, referiré miéntras el capitan Montejo hace su viaje á España.

COGOLLUD.TM1 Continued
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